viernes, 25 de junio de 2010

Alumbran los Soles


Alumbran los soles de la ilusión

vertiendo su fuego sobre la desesperación

inerme y vencida por verse pura ceniza

ante impetuosos mares de brillos infinitos.


 


Tu voz leída, tu mirada sentida

acaba por hundir sin quererlo un pecho

en barrena de robusto a maltrecho

por imaginar tu verdadera partida.



Pleno es el verano, repleto de soles

como crestas de mil mares

que duelen por verse lejos,

por no poder sentirlos parejos

en el baile vital de los viejos “sentires”

por los que este corazón se duele en sus ojos

en forma de poros, suspiros y eternos silencios.



Alumbran los soles de la ilusión

hijos naturales de una vieja desazón

que parece dar aire a la asfixia contenida

por no buscada en cambio asumida.

Me duele lo que no se explica

por intuirlo sin siquiera poder evitarlo

mientras el alma vuela sin mirar su destino

encontrado sin saber entre tus brazos

involuntarios dibujantes de la rada de tu corazón.

Océanos guardados en un mundo minúsculo

por caber en tu propia mano virtual

perdida en vidas ya “existidas”,

adoradas cuando la noche era el día,

repudiadas por oscurecer tu alegría.



Ilusión convertida en pura fe contra la razón.

La que ha de traer la nave.

La que ha de volver.

La que te ha de dejar marchar.






lunes, 21 de junio de 2010

No habrá montaña mas alta...(69)

… La niebla acudió a la amenaza vertida por el piloto Rafael Toscano engullendo en silencio y sin prisa la visión del paso entre mar y océano. Casi con las mismas columnas de Hércules a cada banda del bergantín el viento cesó como pura maldición sobre este. El Santa Rosa era en tal instante ese maldito por los dioses, abandonado por un viento huidizo ante la niebla de incierta desgana por retornar a liberar la vista y dar vida al trapo que colgaba cual mortaja de penitente sobre las vergas de su aparejo. Varias horas antes de que la confusión se vertiera en forma de nube ya Don Roberto había coordinado a sus infantes para ser partícipes en la defensa del bergantín si se diera el caso frente a quien en suerte tocase.

Varios hombres se mantenían sobre las galletas que coronaban los palos armados de mosquetes y frascas incendiarias, listos para abrir fuego si en tales momentos de, llamaría algún galeno, esquizofrénica situación semejante orden se dictase. Segisfredo, pendiente de los artilleros aumentados estos en número con los propios de la infantería, no cejaba en su empeño de que ninguna boca de fuego tuviera falta de pólvora como letal alimento, fuego y atentos sus sirvientes. La situación no acababa de resolverse, la niebla ya con dos horas no parecía dejarse llevar por alguna ventolina. Daniel con la mirada aquiescente de Rafael Toscano sin mayor espera dio orden de arriar los dos botes de que disponían.

- ¡Nostromo! ¡Quiero las dos lanchas dando remolque a nuestro bergantín! ¡Escoja los hombres y sus relevos, silencie como pueda los remos y salgamos de este lugar cuanto antes!

Como bala rasa a lumbre de agua no hizo falta más palabrerío, pues era lo que cualquier mando en juicio hubiera ordenado.

Manteniendo rumbo este sureste fueron dando remolque los lanchones hasta que tras casi 10 millas después de su comienzo una leve ventolina que comenzaba a acariciar el trapo y con escasa fuerza tirar algo de los cabos logró que aquél castigo acabase embarcando los improvisados galeotes casi tan deprisa como el trueno persigue al rayo en su aviso. La niebla persistía pero en cualquier momento el viento podría avivar su fuerza y dar alas al bergantín al igual que mostrar alguna sorpresa indeseada.

Lo segundo precedió como rayo al trueno que es este caso era la fuerza necesaria para ganar en el andar. Como el telón corrido tras el entremés abría el segundo acto de la obra en el teatro, la niebla corrió se hacía ninguna parte plantando a la vista de la banda de babor la popa de una fragata sin pabellón pero que a todas luces se sabía era britana por su porte, algo mas alto a las nuestras y, sobre todo, las casacas rojas de la dotación embarcada que no dejaba lugar a dudas sobre tal disposición. Podría decirse que las órdenes de abrir fuego en ambas lenguas casi se solaparon, pero los 6 cañones de 8 libras que apuntaban desde el costado de babor del Santa Rosa no dejaban opción alguna a los dos guardatimones de 14 libras ingleses. Tras el vómito de fuego se sucedió la lluvia de plomo de mosquete condimentada con las frascas incendiarias de las que al menos dos de ellas hicieron diana sobre la cangreja que trataba de timonear al viento y arrumbar la proa de la fragata al rumbo mismo del Bergantín sin lograrlo ya para siempre. La ventolina cobró algo de fuerza llegando a subir a flojo del noroeste.

- ¡Ceñir escotas a un largo! ¡Rumbo nordeste! ¡Lista la segunda andanada al aparejo a mi orden!

La maniobra le había salido perfecta a Daniel, la suerte como último embarque de su dotación había sido determinante, pues en la fragata que había quedado trabada por la calma sin poder arribar en Gibraltar también se encontraban en situación de zafarrancho, pero su posición con respecto a nuestro bergantín era con claridad de inferioridad para el ataque y posterior respuesta. Desde el bergantín habían dañado el velamen del palo de mesana, provocando el incendio de la cangreja además de aturdir a la tripulación, que quien golpea primero siempre lo hace por partida doble.

Con la ventaja del que mueve primero sus piezas, el Santa Rosa empujado por el viento bien cazado desde su aleta de babor ganaba los nudos que ansiaba sin esfuerzo mientras las 6 bocas de fuego de nuevo esperaban la orden de batir la fragata. Daniel sabía que no podía ganar el combate pues en igualdad le superaban en número y potencia de fuego; sólo deseaba dañar su trapo para tener la popa de su bergantín libre con rumbo a Cartagena. Como le grabó sus palabras su padrino en la despedida sabía que el arrojo no debía caminar sin su compañera la reflexión pues acechará sin dudar la furia que anulará sin escrúpulos cualquier atisbo de razón.

Con la fragata tratando de reordenar su maltrecho palo de mesana y a punto de largar su primera andana las seis bocas del Santa Rosa no mediaron en treguas que dieran opciones britanas y volvieron a vomitar su fuego sobre el aparejo esta vez quebrando vergas y cables sobre mayor y trinquete. La fragata inmóvil quedaba a merced de sí misma y a la vera de ser salvada por sus hermanos que de seguro observaron la corta lucha desde la Roca. Mientras, nuestro Bergantín abría brecha entre su víctima sorprendida con el deseo de mas viento y mas tiempo antes de una respuesta britana.


La maniobra fue perfecta y tras varias horas con los largomiras clavados a sobre la estela del Santa Rosa la victoria era ya una confirmación, habría otros momentos en los que clavar el pabellón real sobre la popa de nave britana. Esa era y es la verdadera victoria, saber retirarse a tiempo y reconocer en el vencido que por serlo no deja de ser superior cuando lo es, reconociendo el respeto merecido, pues de otro modo la derrota que tan lejana parece en los momentos de gloria, suele en verdad acechar cercana sabedora de que quien brilla en tal instante es tan solo apariencia y en verdad carne de vencimiento.

Doscientas cincuenta millas a proa hasta Cartagena, la de Levante, base naval del Departamento Marítimo del Mediterráneo. Con vientos esperados, en tres o cuatro jornadas si ningún contratiempo surgiera, la vieja ciudad de los Aníbal y Amilcar Barca recibirían al Santa rosa y su dotación con su brillo de mar y tierra quemadas por el sol…

martes, 15 de junio de 2010

No habrá montaña mas alta... (68)


…Hacía pocas horas que el "Santa Rosa" partía suave y sigiloso las aguas que mas tarde besarían los bajos de La Caleta. Como si no deseara alterar la vida de las gentes ni el sosiego de un alba calma, con viento suave del oeste cargado de humedad primaveral presta a regar las flores de un Cádiz floreciente, Daniel Fueyo, sin mirar la estela creciente, daba las oportunas órdenes seguidas por su segundo para ganar las escasa veinticinco millas hasta doblar el Cabo Trafalgar y enfilar así el estrecho de Gibraltar.



Las órdenes eran claras y en verdad tan sencillas como la mar se propusiera ponerlas. Habían de trasportar material específico como pertrechos para el arsenal de Cartagena, además de la correspondencia tanto civil como militar acompañado todo de un batallón de infantes que debían engrosar las filas de los que ya se formaban en el departamento Cartagenero con el ansia y aún la escasa posibilidad de combate frente a la isla de Menorca en manos britanas.
La navegación con aquel viento de poniente creciente en su fuerza era la deseada por todo marino que preciase de tal su categoría, pues no existe mejor manera de hacerlo que llevando el viento a “un largo”.

- ¡Da gusto hacerse a la mar en jornadas como esta mi capitán! Si la mar nos acompaña con este viento nos plantaremos frente al Estrecho antes de la anochecida.

- Quizá se cumpla lo que dices, Segis, pero debemos ganar algo de barlovento o un mal golpe de viento nos puede arrumbar contra las rocas del cabo sin siquiera darnos cuenta. ¡Piloto, dos cuartas a estribor! Aproemos un poco hacia el sur aunque perdamos andar. No ganaremos nada con pegarnos a tantos bajíos traidores.

- ¡A sus órdenes! ¡Dos cuartas a estribor!

Mientras el sol se ponía de través sobre el costado de estribor, el bergantín parecía negarse a perder arrancada tras tensar y ajustar escotas sobre las gavias y velas mayores por la tripulación a golpe de silbato del nostromo, que con la escueta virada habían aflojado en su tensión. Con rumbo sur dejaron el Cabo Trafalgar por la aleta de babor hasta que con millas seguras entre el casco del bergantín y los peligros de mil bajos ocultos en la misma bajamar, el comandante devolvió de nuevo el rumbo Sur Sureste con destino al Estrecho.

Eran también aproximadas unas 25 millas hasta enfilar por su centro  las fenicias columnas de Melkart o las romanas de Hércules que lo mismo son y serán las llame quien lo desee y con el acento que prefiera. Conforme se aproximaban a su objetivo primero, el viento amainaba de forma extraña y hasta misteriosa que nunca se había librado quien por esas longitudes hayan navegado de un buen levante o una  dura ponentada que arrasara con velamen  y aparejo sin una buena arribada a tiempo.

- No es normal esta flojera en el viento. Poco me gusta esto.

- Y con los britanos en su guarida esperando por hacernos daño.

- La verdad es que bien que duele ver ese trozo de tierra bajo su bandera. Debemos mantener el ánimo y estar preparados para acabar con ellos y echarlos de una maldita vez de aquí y de donde pretendan escocernos el trasero con sus raseros partidos entre caballero y bucanero, ambos con la misma bolsa ávida de botín.

- Capitán, tras un viento de poniente no mas que fresco, en esta época acaban casi siempre por llegar las nieblas. Creo que antes de alcanzar el ocaso la tendremos aquí y no me gusta.

El piloto, viejo hombre curtido en aquellas aguas, estaba en lo cierto. Rafael Toscano, con años suficientes en sus arrugas como para hablar de los vientos a sus nietos, permanecía aferrado como piloto al servicio de la Real Armada. La vida en su Cartaya natal era dura y no le iba a permitir ser lo que allí era, su familia lo había dado en cierta manera por perdido y ambas partes consentían en seguir unidos de aquella guisa tan ususla entre los hombres de mar. Rafael sabia de vientos y corrientes entre el Cabo San Vicente y el Mar de Alborán, los había vivido primero con su padre en la pesca, en las almadrabas después y mas tarde llevando las naves del Rey Don Felipe  el V contra las del pretendiente austriaco en la maldita guerra de sucesión.

- Pues si vos tal cosa comentáis no hay mas que decir. ¡Segundo, llame a zafarrancho y prevención para el combate! Haga que venga a mi cámara después el Comandante de la infantería embarcada. Todos a sus puestos, por más que nos duela y aunque española sea la costa que nos rodee están los britanos siempre listos y nos pueden sorprender en medio de esa niebla que nuestro piloto anuncia.

Con gestos de extrañeza la dotación presta y bien dispuesta ocupó sus puestos de combate y navegación a la espera de conocer la naturaleza de lo que creían un ejercicio. La dotación de infantería se mantenía atenta sobre cubierta a la espera de su capitán. Capitán y teniente revisaban mientras tanto equipos y soldados aprovechando la situación, tan difícil a bordo era siempre poder hacer una inspección sobre estado y condición de la tropa. La navegación se mantenía  estable, aunque el viento rayaba a la baja de un flojo a pura ventolina que achicaba la estela y a pesar del braceo de la marinería daba el velamen en puro flamear según los bandazos que tenía a bien la mar conceder.

- Don Roberto. Estoy seguro que esperará explicación sobre la situación del buque que acabo de ordenar.

- Se lo agradecería de buen grado aunque estoy seguro de que tendrá una segura razón, la cual no tiene porqué confiar a este que bajo su órdenes esta mientras pise cubierta bajo su mando.

Don Roberto Álvarez era un Coronel de infantería acostumbrado al mando por tal sin explicar sus decisiones ni, por tanto, esperarlas de quien ostentar el mando sobre él. Menos joven que Daniel pero sin rayar aún la cincuentena era ya un fogueado soldado que bebió de batallas donde las derrotas al principio forjaron su espíritu para saber administrar las victorias en el final de la misma guerra que aún escocía en los ánimos y recuerdos de quien estuvo en semejante guerra civil. Almansa a sus 27 años fue su gran momento en la victoria decisiva sobre los partidarios de archiduque, allí se convirtió en oficial por viejos méritos conocidos como el arrojo, el valor, la decisión y sobre todo la suerte. Desde allí la sucesión de ascensos fue continua hasta ese día que acompañaba al capitán y su batallón para hacerse cargo del contingente que los esperaba en Cartagena.

- Mi comandante, sepa vuestra merced que la niebla se nos va a encalomar por las dos bandas sin remedio, vamos a quedar sin viento y a expensas de que cualquier fragata, navío o maldita nave britana se cruce ante nosotros, convirtiéndonos en  perita en dulce, que no vamos sobrados de artillería y una andanada certera nos dará en fondo certero sin siquiera inmutarse. Debemos estar preparados hasta abrirnos al sur de Alborán y correr las millas que nuestra señora del Rosario nos tenga a bien conceder con ventolina, viento fresco o cascarrón.

- Tiene a mis hombres a su disposición, ordene y cumpliremos.
- Nada nos queda coronel, salvo  apretar los dientes y mantener la tensión hasta dar la popa lejana a Punta Europa con el viento que tenga a bien conceder Nuestra Señora...

domingo, 6 de junio de 2010

Hagas lo que hagas, ámalo


Es tu estrella la que alumbra

sobre tantas sombras encajonadas

por el viento hacia ti llevadas

sin otra consecuencia que una triste penumbra.



Por tu estrella, en su altura hallarás

rumbo demora y posición

por el que beber mil vientos de su corazón.

Por ella podrás sufrir sin las marcas y el rencor



Faros, destellos, corrientes

nocturnas señales sobre mares y vidas

llevando la nave sobre tantas bocanas

como brillos que el bien de ti pretenden.



Secretos propios en escondidas bordadas al viento

por las que sentir rociones de pura vida

sin saber siquiera la llegada ni el final de la partida,

sin cortinas que entorpezcan su luz en cada momento.



Siluetas luminosas bullendo ansiosas,

observas su vida estridente mientras sereno navegas

entre oscuras noches salpicadas de soledad

como la de tu estrella que sola es tu propia libertad.



Lejana la noche en la larga derrota

que hace de tu estrella razón y vida

recíproca razón de ambas para no darla por perdida

mientras sigues avante con tu brújula rota.



Guarda contigo la vieja bolsa de los vientos

soñando, como la fe de Ben Hur sobre el banco

de la galera del castigo sin razón,

riendo, como el niño libre de los adultos temores,

amando, como el viejo amigo que asume tus errores,

regalando lo que necesitas, como los latidos de tu corazón



Soñando, Riendo, Amando, Regalando

Cuatro tesoros como los vientos de la vieja Bolsa

la que Ulises perdió, la que simplemente te llevará

donde tu estrella a solas contigo te guiará.



miércoles, 2 de junio de 2010

No habrá montaña mas alta... (67)

…No fue el embarque de Daniel el esperado por él mismo al comenzar el día, que no es de buen encaje reprimenda del superior justo al inicio de una carrera donde la ilusión impulsa más que el viento a un largo, instante en el que se hace necesaria la oportuna calma para lascar las ansias no sea que bajío en forma de tal reprensión acabe por desfondar la nave por la que vive el proyecto de una vida.

El contador Grajal había logrado un buen cable para el ancla y poco mas, algo de pólvora, balería y chuzos de abordaje con los que tratar de completar el pequeño arsenal del bergantín. A pesar del enfado que portaba al arribar al muelle, antes de embarcar con los resultados pobres aunque esperados, redactó una misiva que hizo enviar a través de uno de sus hombres a la hacienda de su tio y padrino Diego en Torremelgarejo. Necesitaba pintura, carpintería, lona, cabuyería con que aparejar mejor la nave y si era posible mas arsenal, pues seguro vendría bien disponer de un suplemento de santabárbara con la que sus hombres practicasen el tiro de cañón y sobre todo la mejora de su cadencia entre andanadas, verdadero tormento en la Real Armada por falta de pertrechos durante la centuria.

Antes de retirarse a descansar tenía clara las disposiciones para el día posterior.

- ¡Nostromo! ¡Quiero al “Santa Rosa” aparejado y listo para virar el ancla!

- ¡A la orden, capitán!

Al Nostromo no le hizo falta preguntar las razones, que entendía con claridad el objeto. Había que dar al bergantín y su dotación ejercicio con el que mantener la competencia y sobre todo enfrentarse a la holganza de la espera por las órdenes que nunca tenían fecha de llegada. Con un gesto Daniel hizo llegar a su lado a Segisfredo con el que quedó para la cena dos horas después. No iba a ser como el día anterior pues tras el golpe de mar en tierra recibido y relatarlo a su amigo y segundo ambos tensaron escotas y dejaron las historias para la hora de zarpar donde la mar en abierto les daría lo que les negaba el momento.

Fueron dos jornadas las siguientes en que aquella mar en miniatura donde las olas esperaban despechadas fuera les permitió maniobrar a todos los vientos gracias a un suroeste húmedo y fresquito que les concedió hacer de la roda un verdadero cuchillo sobre las aguas tensas como una tela por cortar. El tercer día dos lanchones se aproximaron rayando el alba, era la respuesta de Don Diego García con la pintura, cabuyería y resto materiales solicitados, además de algunas viandas en fresco para la tripulación y otras más en salazón para su comandante.

- Daniel, eres hombre afortunado. No creo que haya en toda la flota barco mejor surtido. Lástima que no te lo agradezcan los prebostes que nos gobiernan.

- No des vueltas a lo que no ha de girar, Segis. Es suficiente un buen barco, buena dotación para saber donde hay que esforzar lo que sea posible. Esta cubierta será nuestra vida el tiempo que dicten Neptuno y sus tritones en forma de vientos, mares y fortuna. Aquí alcanzaremos gloria o muerte, así que es aquí donde todo se debe dar. Ahora debemos seguir con mas ejercicios y creo que también debemos simular las maniobras de guerra, recargas y andanadas en falso. De alguna manera mantendremos tensión y se harán más a su oficio.

- Los vamos a matar

- Vale más que nosotros los matemos así antes de que nos claven otros el cobre sin remisión. Pero tienes razón que hoy ha sido día productivo y se merecen descanso y ración doble de vino rebajado en las comidas. ¡Sea, segundo!

- Ya os vale, parecéis el viejo cascarrabias del Conquistador y sus raciones de vino aguado.

- ¡Eso, espero ser en unos cuantos años! Un viejo a bordo de navío sin contestaciones de segundos mal encarados. Ahora dejadme un tiempo que deseo escribir a mi familia, hay un correo que parte hacia las Islas de Barlovento y tengo que aprovechar antes de su partida.

La vida normalizaba a bordo, maniobras que tras los primeros momentos de roncas y bajas protestas solventadas a golpe también bajo de rebenque sin llegar nunca “al cañón” dominical fueron llegando a ser una costumbre recompensada con los resultados y algunos sorbos menos rebajados de vino del comandante.

Corría el 30 de abril, los calores comenzaban a vencer al frescor de la brisa que poco a poco dejaba de ser fresca cuando un esquife con todo el aspecto de ser porte oficial se aproximaba al “Santa Rosa”.

- ¡Esquife a un cable!

Largaron la escala por la que un alférez de navío vestido para la ocasión se presentó sobre cubierta.

- ¡Permiso para subir a bordo! ¡Alférez de Navío Alfonso Menéndez!

- ¡Permiso concedido!

- Solicito ver al comandante para entregar mensaje de Capitanía.

Segisfredo acompañó al alférez con la tensión propia de saber que en el pergamino lacrado iba el destino inminente que por rutinario  fuera, era el suyo y una vez alejado de la vista terrenal ese papel solo era la escusa para volar sobre la mar otra vez donde fuera. Tras su entrada, la imagen de Daniel en perfecto estado de revista cual almirante de la mar océana le sacudió agradablemente a Segisfredo con la sorpresa rezumando por sus poros como imbornales aún tornó a observar su estampa que de natural siempre superaba en porte a su amigo. Esta vez había sido vencido en sus propias armas.

- ¡A sus ordenes de usia! Con su permiso le hago entrega de los documentos de Capitanía.

Quizá con la dignidad llevada algo más allá de lo necesario, en parte por la perdida días atrás delante del marqués de Mary, hizo ostentoso gesto de hacerse con él para leerla al abrigo luminoso que la cristalera de popa le proporcionaba.

Tras hacer el tiempo oportuno se dio el gusto de despedir al Alférez en mejor guisa que la recibida por él.

- Leído queda, Alférez. Cumpliremos las órdenes tal y como están escritas. Mi segundo, acompañe al Alférez Menéndez a su esquife. Hemos de preparar la nave para zarpar.

La suerte y el destino ya quedaba marcado, y no sabían cuanto…