lunes, 30 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (108)


….la costa hispana se distinguía por la amura de babor del “Santa Olaya”.  Las tierras murcianas ya escoltaban al bergantín en su demanda del puerto de Alicante, la navegación iba esta vez   con rumbo  norte por lo que la lucha por cada grado arrancado  frente a la gregal era un punto más de barlovento ganado  que descargaría sobre Alicante cuando apareciera su vista por babor. La singladura  coronaba, sería con el alba si el viento no amainaba ni rolaba más al norte cuando alcanzarían  la meta propuesta y el aviso de socorro sería entregado a las autoridades navales de la Real Armada.

Segisfredo invitó a cenar a su segundo como buena costumbre en la mar, donde la soledad del mando se combate en leves trazos con tales mínimas celebraciones en la cámara del comandante.  Aquella cena era algo especial pues en ella Segisfredo entregaría la carta que deseaba llegase pronta a su destino  incapaz de saber  la sorpresa,  la posible respuesta, el futuro incierto de semejante  paso en manos de un hombre al que poco conocía y quizás  acabaría traicionando su confianza cegada por la pasión reencontrada bajo ingentes capas de  forzado olvido ahora desenterrada a golpe de cañón.

Mientras, la pequeña escuadra de Daniel mantenía sus posiciones sin entablar combate pues no haría eso sino debilitar ya su de por si complicada situación. Debía controlar la posición de la flota argelina  y tratar de mantener el ánimo de los sitiados lo más elevado posible con  la visión de sus velas y con alguna incursión rápida sin esperas para hacer sentar la presencia del rey católico ante aquellas hordas de infieles súbditos del turco. Sabía Daniel que  la Real Armada y su rey no iban a dejarlos en la estacada,  pero también sabía que aún quedaría un tiempo sin precisar en el que había que resistir en esa situación  tratando de mantener  las posiciones. Confiaba en que  la escuadra de socorro  llevaría la insignia  de su mentor Don Blas de Lezo y Olavarrieta. Había que ser paciente y  mantenerse firme.

La puerta de la cámara del comandante del “Santa Olaya” recibió dos secos aldabonazos, el olor del trozo de cerdo  bien condimentado a base fuertes especias para esconder la sal del salazón y algunos otros olores  de su tiempo  a bordo marcaba más que la propia hora el tempo de la  cena.

-          ¡Adelante!
-          ¡Buenas noches, Capitán!
-          Buenas sean, Don Ginés. Pero siéntese que aun queda algo de vino agriado, que cuando nada queda todo lo que se  tiene siempre es un tesoro. Tome y beba.

Escanció  en dos vasos  de la última botella de vino que guardaba Segisfredo de la provisión que le enviaron  cuando el bergantín pasó  de presa al servicio activo. No sabía el porqué, pero siempre se ha de tener algo de vino con que celebrar lo que se presente en las inciertas situaciones que se pueden dar a bordo.

-          ¡Por el Rey!
-          ¡Por el Rey!

Brindaron y conversaron de lo que les depararía a cada uno en sus futuros más cercanos mientras el paje   del comandante, cual camarero de postín, servía las viandas  con la luz que aún abordaba los escasos ventanales  a popa de la cámara   sobre la mesa.  El teniente De la Cuadra por la estrechez de aquella cámara se había sentado sobre uno de los cañones que   descansaban en silencio ahora sobre cada banda de la cámara. Segisfredo algo nervioso al terminar la  cena  ofreció con su mano derecha una copa de aguardiente  mientras con la otra le hacía entrega de un sobre lacrado con el nombre de Mª Jesús de Mendoza y Dogherty en su membrete.

-          Os agradezco vuestro ofrecimiento y solo deseo y confío en vuestra absoluta discreción. Ella es una dama de la alta sociedad  de la Corte ahora y mi vida y futuro depende de este secreto. Quedaré en deuda con vos, máximo será su valor si recibo  respuesta por vuestra mano de ella, sea la que esta sea. Así se lo demando a ella por propia misericordia hacia mi cordura que sin  tal respuesta podrá verse en serio peligro.
-          Mi capitán, no dude  vuestra merced que así cumpliré esta encomienda, no dudéis de mi  completo silencio y la custodia hasta vuestra entrega de la  respuesta que ella tenga a bien según vuestra demanda. Permitidme, eso sí, con el debido respeto una recomendación si no os pareciere mal.
-          Hablad, por Dios. Que a estas alturas de  navegación no habrá palabra que me ofenda más que la propia acción que os he encargado.
-          Responda lo que ella os responda. Vale más vuestro seguro sufrir en la soledad de este mar o cualesquiera que la Real armada os demande recorrer. Nada bueno os traerá su compañía puesto que ya todo está decidido y solo si nuestro Señor en su infinito poder   decidiera romperlo por muerte de mi amigo Monleón sería vuestro el camino libre, aunque no fácil. Por ello os recomiendo  la salida de estas costas y estos mares cercanos que ancho es nuestro imperio y muchos son los destinos que podéis lograr  lejanos mientras así vuestro interior  limpiáis de  sentimientos baldíos que en nada os ayudan.
-          Bien habláis que en mal  honor os tenía mi ánimo hasta bien poco. Luchasteis con denuedo  en la playa y  ahora de la misma forma en sincero os expresáis. Trataré de  acercarme a vuestro consejo  como a nave de  bastimento tras bloqueo, aunque se que me costará llegar a cumplir.

Departieron hasta más allá de la medianoche en que  con el final de la botella de aguardiente se despidieron para descansar antes de arribar a Alicante. El alba  abrió con   el mismo viento gregal y una voz desde la galleta dio la salva esperada en forma de grito.

Isla de Tabarca


-          ¡Tabarca por la amura de babor!

La vieja guarida de los piratas en otros tiempos saludaba al “Santa Olaya”. Alicante aguardaba  a una legua tras esta y con la ciudad el socorro a los sitiados y la silueta imaginaria de la Condesa de Monleón entre  la niebla  imaginaria del teniente Cefontes que ya aprestaba a sus hombres a la maniobra de aproximación al puerto…


sábado, 28 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (107)


…El levante fresco daba alas al “Santa Olaya” dibujando una perfecta estela burbujeante, trazada tan recta que parecía desear partir aquella mar entre levante y poniente mientras la roda  del bergantín hincaba su filo en cada valle corto que precedía a la suave loma de agua y sal que, cansina pero  tenaz, trataba de demostrar que  era ella la que le permitía navegar mientras de buenas acariciaba las amuras de aquel urgente correo de socorro en demanda de la rada de Alicante donde largar el ferro y dar aviso de  la  comprometida situación de sus compatriotas en Orán.

Tras la conversación mantenida con su segundo, el futuro Duque de Ribera, la conducta del  comandante Cefontes a bordo  se tornó irascible a tiempos mientras que en otros momentos  sus ojos se mantenían clavados  y perdidos entre  el timón y la cangreja de mesana a la que  parecía querer traspasar en su silencio. Al fin no pudo por mas  y Don Ginés trató de romper ese hechizo  que sentía por su comentario  ser el culpable de su aparición.

-          ¿Da su permiso, capitán?
-          ¿Eh? ¡Ah! Si, adelante teniente.
-          Con el debido respeto, mi capitán. Desde  que mantuvimos esa conversación  no ha mantenido relación con nadie a bordo y la dotación y  en especial yo mismo  deseamos   recuperar a nuestro comandante. A pesar de la situación por la que  partimos mares, tan mala para nuestras armas, la mar y los vientos nos están dando esas pocas  oportunidades por las que un hombre ama este medio líquido. Nuestra nave  es capaz de dar casi los 12 nudos y estoy seguro que no hay en  mil océanos si  nuestro Señor tuviera a bien crearlos navío que nos pudiese dar caza. Disfrute pues de este regalo de los dioses de viento y mar y olvide lo que tanto dolor parece causarle.

El teniente De la Cuadra a pesar de sus nervios ante semejante  sinceridad hacia su superior con quien nunca tuvo cercanía logró superar el miedo y largarlo con boca de fuego   ante enemigo mayor. Segisfredo mantuvo el silencio mientras desde la lona tensa de la cangreja fue llevando  su  mirada hasta el  fanal de popa donde acabó por apoyar su cuerpo sobre  el balconcillo desde  el que la estela se sentía hervir mientras la quilla patinaba sobre  el Mediterráneo.

-          Le agradezco su preocupación teniente. El nombre de ese   conde o futuro Conde me ha devuelto a lo que  mi vida creyó haber olvidado ya. No tengo odio ni rencor a quien no conozco, pero es su esposa a la que  no podré olvidar y quizá tampoco perdonar, no lo sé. Solo se sabe lo que se ama y a ella la amé, bueno tras  este retorno por vuestra culpa a mi pensamiento reconozco que la sigo amando, lo sigo haciendo como  a la mar, como al combate frente al inglés. Pero su retorno me ha devuelto la miseria de la impotencia de querer lo que no se puede  alcanzar. Ellas es un navío de tres puentes al que esta goleta  solo podría admirar sin siguiera abordar. ¿Habéis sentido  algo así alguna vez, Teniente de La Cuadra? Es como si la mar diera la vuelta sobre sus fondos, como si  se incrustara en vuestro cuerpo y vuestra nave engullida por algo que no se puede ya eliminar os  llevara y trajera sin más que aferraros al  timón que ya no gobernáis. Navegar en la niebla de la incertidumbre ansiosos por encontrar un rayo de su sol que a duras penas  tendrá a bien dároslo con desdén mientras vos en ese mísero momento os sentiréis como el almirante de  la  felicidad, exultante durante su pequeño instante que para vos es la eternidad. Sabréis  entonces, cuando la niebla acuda a cerraros  el alma que ella no es para vos, que no es  vuestro bien, pero la deseáis como la tierra   sembrada desea la lluvia que la riegue y le permita soñar con el fruto que ya lleva en su interior.

Un silencio se interpuso entre los dos hombres, interrumpido  al poco por el flamear del velamen.  

-          El viento ha rolado dos cuartas al norte. Maldito el gregal que nos retrasara. ¡Nostromo, apure el trapo al  nordeste, vire una cuarta a babor!  Sigamos con el  viento de través  por estribor aunque no naveguemos directos. Este barco corre la mar  como liebre  de través y no lo vamos a desaprovechar.
-          Capitán. Yo conozco al capitán Ramiro de Marchena, es de una familia  en verdad importante en la corte como lo es la mía. No es hombre bragado en nada y su aspiración es la de medrar hasta encontrar el puesto cercano al calor de Su Majestad. Si me permitís, son las mujeres en verdad  como las viejas sirenas a las que Ulises solo se pudo enfrentar pero atado en firme y sin opción a  ellas. Por lo que vos me decís abristeis  el corazón y ese error maravilloso  en estos jirones de piel os trae como  salmo de tinieblas sin saberos real.
-          Así es y vive el cielo que  parece que siento su respiración entre mis dedos cuando los fantasmas cargan este viento que habéis levantado  vos. Ahora solo deseo saber de ella, de su corazón, algo que me dolerá  como bala roja britana sobre mi pierna, pero lo deseo. Solo poder ser un dios que me plantase en su alcoba para besarla mientras  encuentro  beso a beso el tacto perdido de su piel en mis labios, mientras escucho mi nombre de sus labios rendidos por un mísero instante a mí. Pero eso es imposible y la que ya es condesa de Monleón es mejor relegarla en el corazón al viejo pañol del recuerdo cada vez más  cargado y envenenado de frustrados sueños  a la deriva fortuita que sin saberlo un día un golpe de mala suerte lo rescate y retorne asi ese dolor.
-          Mi capitán, si me permitís, en Alicante me desembarcaré y  en pocos días  me encaminaré a Madrid donde veré  a Ramiro Marchena entre otros. Si vos lo deseáis puedo entregarle a  su esposa cualquier seña, carta o  simple recado verbal de vuestra merced. Podéis confiar en mí. Os debo la vida y eso no hay  recibo que lo satisfaga.

La mirada de Segisfredo se tornó brillante. El corazón bombeaba  sangre como  los vientos furiosos en pleno temporal del Estrecho. Veía la gran boca del lobo que volvía a dibujarse frente a su persona, a su futuro en la Real Armada si tal cosa se llegaba a saber pero contra el viento del sentir nada hay  que lo pueda a uno proteger.

-          Don Ginés. Hágase con el mando del “Santa Olaya”. Tendrá esa carta  para Mª Jesús de Mendoza antes de que el sol cierre este 6 de septiembre de 1732…


domingo, 15 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (106)


…El  fogonazo  sobre el pecho de aquél infeliz deslumbró mas en el ánimo que en la visión  a los hombres del teniente Cefontes. Un primer  barrigazo sobre las húmedas arenas de la playa siguió al grito de su  comandante.  Desde el bergantín nada se oyó por el viento del  oeste, pero lo que se  divisó fueron los destellos de los disparos iniciales de los pistolones de abordaje que   comenzaron a descargar el plomo sobre lo que  siendo sombras parecían  los objetivos. La operación  ya carecía de  sentido y la orden estaba clara.



-          ¡¡¡Todo el mundo  hacia el esquife!!! ¡¡¡ Despacio y sin dar la espalda o me cagaré en la madre y los muertos de quien  ose echar a correr antes de colgarlo de la verga del trinquete!!!

Como los viejos tercios, de manera ordenada, midiendo los disparos  hasta terminarse los de cada pistolón fueron aguantando  la distancia de sus enemigos con ganas de  sangre.  La pólvora dio paso al acero ya  dentro de la mar que abrazaba sin distinción a moros y cristianos mientras los filos cortaban la oscuridad  hasta detenerse sobre su mortal hermano en medio de pequeños  destellos acordes con la dureza de cada golpe.  Cerraban  el grupo en la lucha por abordar el esquife el teniente De la Cuadra y  Segisfredo junto a uno de los marineros  mientras los otros cuatro hombres ya maniobraban este,  aproandolo hacia mar abierto. La oscuridad no dejaba ver  dos cuerpos   agonizando   a flote,  tiñendo las aguas de   su propia sangre.

-          ¡Marinero, suba al esquife! ¡Vos teniente, cubra la derecha mientras nos quede fuerza! ¡¡¡Vamos, embarque ya, Gonzalez!!!

El marinero  se giró   y como pudo subió al esquife. Fue en ese momento en el que eran solo ellos dos para los que embestían sin piedad cuando las piernas del futuro Duque de Ribera fallaron al golpe  de un  sable de abordaje, cayendo sobre el agua donde su espada  se perdió. El grito de triunfo del moro justo cuando  el filo descargaba sobre la cabeza del teniente De la Cuadra  fue apagado por el disparo del pistolón del teniente Cefontes que,  cuando menos esperaba nadie,  tal fogonazo permitió darle vida al que ya veía muerto. La sorpresa embutida sin calzador permitió asirle del brazo y antes de que los moros se recuperasen  embarcaron en el esquife  que  como si de caza de ballenas en los mares cantábricos bogaba  huyendo de la muerte segura que los esperaba a su popa.

La rabia en gritos se fue  perdiendo  conforme se acercaban al bergantín. Una vez a bordo  las órdenes eran claras.

-          ¡Segundo! ¡Proa a la punta de Mazalquivir!

Todo esto había ocurrido mientras los combates  frente a Orán se mantenían en  el juego del ratón y el gato contra las galeras del bey. Sabía Daniel que una caída  en la fuerza del viento sería su perdición por lo que trataba a toda costa de mantenerse  con la mar  a su  costado y las galeras entre la costa y ellos. Al fin, el navío del bey con sus 60 cañones  aparentemente  listos para el combate enfilaba su proa  a la “Minerva”.

-          El tiempo se nos acaba, Don José. ¡Donde mierda está el “Santa Olaya”! ¡Ya han pasado casi dos horas desde que empezó la operación!
-          ¡Capitán! ¡Al norte del castillo! ¡Es el “Santa Olaya”!

En efecto,  ya sin la luz del atardecer, dos salvas desde el bergantín dieron  la señal de retirada. La operación había fracasado y quedaba   volver al punto de reunión donde esperaban las galeras.

Tras el consejo  en la “Minerva” la decisión estaba clara. El bergantín “Santa Olaya” debía de partir de forma inmediata a  España para dar cuenta de la situación. Para ello, Daniel como comandante de la pequeña escuadra redactó un informe con la situación  para  ser entregada a las autoridades.

-          Segisfredo. Sácale a ese bergantín los  nudos que nunca dio como sea, pero lleva el aviso y tráete a Lezo si fuera necesario de los pulgares y con  todos los cañones del rey.
-          Así lo haré, mi comandante. Mañana  si los vientos lo bendicen largaré el ferro  frente a Alicante por mis muertos.

Con un abrazo largo y  tenso se despidieron.  Una hora después el espejo de popa del Santa Olaya se mostraba a la escuadra  que quedaba allí con  todo el trapo al que se pudiera aferrar al aparejo  para engolfar asi todo ese viento bien fresco del este. La pequeña escuadra, ahora  como verdadera fuerza conjunta, trataba de  mantenerse lo más próxima al cerco  argelino  hasta la llegada de la fuerza de castigo que lo rompiese de manera segura y contundente.

Mientras, el “Santa Olaya”  escorado  a babor  por el fuerte vendaval que parecía querer llevar en volandas  el mensaje de socorro navegaba a un largo como en plena carrera por algún premio aun no inventado. El teniente Cefontes se mantenía firme al timón  disfrutando con aquella  forma de volar sobre  la mar cuando esta se sabe dejar. Su segundo en aquellos momentos, encargo de Daniel para “descargar” en Alicante con  seguros premios en Villa y Corte se acercó   lento y en silencio hacia él.

-          Buenos días tenga, capitán. ¿Da su permiso?
-          Muy buenos son con este viento, teniente. Lo tiene sin pedirlo  mientras sople así. Diga, le escucho.
-          Mi teniente, quiero darle las gracias por salvarme la vida  en la playa. Sin su respuesta ahora no estaría aquí  con las promesas que la vida mantiene por solo estar vivo. 
-          Acepto vuestro agradecimiento, mas  os conmino a no volver a hacerlo pues   en un combate eso mismo vos lo hubiérais hecho por mí,  que  bajo la misma bandera  somos uno y  debemos   serlo siempre si queremos  seguir manteniendo el orgullo propio sin pedir ayudas de quienes bien sabrán cobrase después.

El futuro Duque de Ribera, quizá por lo vivido o por lo que pudo haber perdido se sentía en aquél momento cercano   a quienes  hasta ese instante no sentía mas que como quienes tenía obligado convivir hasta  regresar al lugar donde su estirpe le tenía destinado su  vivir.

-          Mi capitán, permitidme deciros que no olvidaré esto en lo que nuestro Señor tenga a bien concederme aliento y fuerza para recordar. Cuando desembarque volveré a la corte donde  desde luego   lo contaré con vos en  la historia como en verdad merecéis. No me  vendrá mal esta aventura frente a las bravuconadas del  Conde de Monleón quien no sabe lo que es la pólvora y plomo juntos pero desde luego parece que nuestro imperio se sustenta sobre su valor. Valiente adorno, petimetre de tres al cuarto.

El gesto de Segisfredo  se tornó  tal que si la santabárbara fuera a estallar en ese instante, aunque en realidad fuera la de su corazón.

-          ¡¿Conocéis al conde Monleón?! ¿A Don Ramiro de Marchena?
-          Si, es conocido de mi familia. No es santo de mi devoción. Creo que se casa este año con…
-          ¡Maria Jesús!


Segisfredo no pudo contenerse y su corazón le traicionó…


martes, 10 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (105)


…El atardecer del  4  de septiembre la Minerva  abría sus alas con  el bergantín “Virgen del Rosario”,  que tal nombre había cristianizado a la nave al  convertirse en presa tras la toma de Orán, a   cinco cables de su  aleta de estribor.  Partiendo al alba de ese día en una  derrota  larga y de amplio rodeo, las dos naves se encontraban a tres millas al este del objetivo. Por el otro lado, con las instrucciones claras a bordo  del “Santa Olaya”, este  mantenía la navegación   podríamos decir “de vuelta encontrada” al otro cuadrante con  el mismo  viento  que, como en la pura vida el mismo motivo dos cosas distintas puede producir   en función de donde el alma se encuentre. En esta ocasión el alma de madera, aparejo y  bronce apuntaba contra él por lo que las bordadas y el ajuste al grado contra este  navegando de bolina  daba los nudos justos para cumplir el objetivo. La misión comenzó con la determinación de los ánimos en los hombres de las tres naves, pero el arbitrio de los dioses en la mar es  como tal, caprichoso. Antes de doblar desde el golfo de Arzew Eolo tuvo a bien menguar su fuerza para dejar alas y rastreras de las dos naves al este sin empuje. Poco después otro tanto fue lo que encontró  El Santa Olaya.

-          ¡Capitán, perdemos arrancada! Si nos descubren somos  presa fácil de sus galeras.
-          Tenéis razón Don José. Mantenga  lista la nave para  el combate y comunique al bergantín que en media hora si no  recupera el viento  nos retiramos.
-          ¡A la orden!

El segundo de Daniel  cumplió las órdenes  como verdadero engranaje. La tarde aún resistía y el ahora  ansiado manto de estrellas no llegaba. En aquella enorme bahía estaba seguro Daniel que ya habrían sido vistos por alguien en la costa. Había que huir y no esperó los 30 minutos dictados.

-          ¡Proa al norte, piloto! ¡Ya!

Lento, con un cansino virar  por la escasa brisa que  llegaba del este lograron dar con la  popa  sobre la costa y  a duras penas  fueron ganando millas sobre esta a medida que la oscuridad  como condena eterna se  echaba sobre una luz que vengativa volvería sobre ella  horas después.  

El alba volvió a ver a la pequeña escuadra reunida. La mar en este caso  marcaba un viento fresco que amenazaba con arreciar, algo que  no ayudaría al Santa Olaya en su fondeo pero que permitiría   que la operación tuviese visos de cumplimiento. Antes de salir Daniel Fueyo decidió que su oficial Ginés de la Cuadra y Pinzales del Rio embarcase con Segisfredo  para apoyarle en el desembarco. El comandante Cefontes no supo cómo  aceptar aquél regalo en forma de traslado a pesar de  las explicaciones de  Daniel.

-          Mira Segisfredo, cuando desembarques en Alicante, te deshaces de él con esta carta, que ese hombre no está hecho para mares y pólvora. Cuídalo y quién sabe, igual nos  saca de  fragatas y bergantines   para comandar la escuadra del océano.
-          Con que no entorpezca nos valdremos de  su inoperancia para dar lustre nobiliario a  nuestro bergantín. ¡Suerte, mi comandante!
-          ¡Suerte!  En cuanto tengas al mensajero  vuela a Alicante y trae toda la fuerza que  sea posible. Hay que romper el bloqueo de nuestros compatriotas.

Se despidieron con las mismas derrotas   que 24 horas antes resultaron en fracaso. Mientras las dos galeras con los galeotes  encadenados y  expectantes por su futuro mantenían   la posición con una navegación a vela aprovechando la fuerza y reservando el rebenque para peores momentos en los que la boga  y el espolón deberían determinar  la huida o el  abordaje.

La misma posición a la misma hora, el atardecer  en su agonía dio el paso y  con  todo el trapo desplegado la Minerva enfiló   a las dos galeras más próximas  mientras el bergantín  ganaba algunos cables  adelantándose  sobre su capitana para   atraer  a otras dos que   marcaban los límites de tiro con el castillo de Mazalquivir. Las alarmas cundieron entre la escuadra que bloqueaba Orán. Los tambores se podían sentir retumbar a boga de combate  mientras el rebenque castigaba las cristianas espaldas de aquellos galeotes. La mar  de blanco se apartaba del camino  abierto por los espolones con ansia de barco enemigo  mientras su cañón de crujía  a proa  ya preparaba el fuego contra  las naves  hispanas.

-          ¡Atención a la  virada por estribor en cuanto de la orden! ¡Preparada la artillería de babor!

Dos galeras enfilaban la Minerva mientras las otras dos que  marcaban el castillo  ya viraban a golpe  de remo. El navío no parecía percatarse de la importancia del ataque pues  lentamente viraba su ancla   donde había fondeado frente a Orán.  La boga de combate había dado paso a la ariete  confiando la galera más cercana en   la embestida feroz sobre el costado de babor de la fragata. A menos de dos cables el cañón de crujía vomitó su andanada  con el palo mayor como objetivo. Fue su  vela cuadra  la que  se llevó el castigo con  un buen agujero en su paño. El rumor  de los gritos de furia del trozo de desembarco argelino se podía ya escuchar, se veían  ya  sobre  la Minerva cuando  la voz del capitán  sacudió  la tensión contenida de toda la dotación.

-          ¡¡¡Todo a estribor!!! ¡¡¡Fuego  los mosquetes!!!

Sin  estridencias, tan solo con el estruendo de las descargas desde el aparejo donde los pocos infantes  que mantenían sus objetivos  de la galera hicieron fuego, la fragata   marcó un viraje limpio presentado sus bocas de babor ávidas de madera,  hierro y almas.

-          ¡¡¡Fuegooo!!!

La salva por un momento ocultó la visión entre ambos enemigos, pero el viento fresco del este  se llevó  el humo y su olor a pólvora  dejando al descubierto  el daño sobre la  galera.  Más de la mitad de la palamenta  se mostraba partida o rota, no había candeleros que sujetasen a los heridos  o muertos  a flote sobre la mar,  sobre las arrumbadas  aún quedaba algún  arcabucero con   mas deseo de  correr al esquife de popa  y huir que  disparar sobre la fragata que trataba de nuevo  de ganar barlovento sobre la otra galera que se aproximaba con ganas de desquite.

Mientras con la noche  ya vencedora, el “Santa Olaya” recalaba sobre la playa de Las Aguadas, al oeste de la punta de Mazalquivir.  El teniente Cefontes dio orden de ponerse en facha a la espera de la señal. Las salvas  se podían  sentir  conducidas hasta allí por el viento del este.

-          ¡Capitán! ¡Allí!

Era la señal convenida.

-          ¡Arriad el esquife! ¡Vos, Teniente de la Cuadra vendréis conmigo!

El gesto del Teniente, futuro Duque de Ribera no mostraba  el entusiasmo de soldado del rey.

-          ¡A la orden, mi capitán!

Con sigilo el teniente Cefontes a popa,  junto a seis hombres  con  el  teniente de la Cuadra a proa, todos armados hasta los dientes, sables y chuzos de abordaje, pistolones   cargados  de plomo y  con  la excitación  propia de la  acción llegaron a las finas arenas de aquella playa. Allí un hombre de  tez aparentemente blanca les  hacía gestos de que se acercasen más. “No me gusta esto, ese imbécil debería venir a nosotros o acabarán por descubrirnos” pensó en aquellos instantes  Segisfredo  pisando ya la orilla.

-          Desplegaos alrededor del hombre, puede ser una trampa.

Con  extremo sigilo se acercaban lentamente  al hombre que no paraba de gesticular. No pasaron   más de cinco minutos cuando ya estaban a menos de diez    varas  y  justo en ese momento un fogonazo reventó el pecho de aquel infeliz.

-          ¡A cubierto, es una trampa!...


sábado, 7 de mayo de 2011

Es el final


Es el final,
profeta del tiempo,
 veneno inmortal,
llave que cierra los poros
por los que corre indemne el vendaval.
Entre incendios silentes
como Trepanadores  pacientes
de un combate desigual
donde el miedo,
 anulador de la voluntad
entre gritos dementes
 sin mas la  combate.
Mientras, los deseos huyen
 calmando sus ansias
temerosos a la propia caza de un viento
  descubridor del verdadero hogar de su pensamiento.

Es el final
sin todavía saberlo
por ser incapaz el ánimo de creerlo.
Perdido entre la jungla frondosa de la excusa,
crecida y regada por el propio recelo
a descubrir la luz que sin duda ya  advierte
se mantiene firme en el combate
sin otra espera que  la eterna derrota.



Es el final,
donde las islas se sumergen
bajo las olas  que sobre ellas fenecen
sin espuma ni honores que las premien
mientras caen los sueños pisoteados en tierra,
húmeda y salada sin ceremonia ganada
por el jinete de fuego atropellados
 en furiosa cabalgada
hacia el final de lo que se sueña,
donde aguarda lo que por abandono
se deja en el fútil albero de la suerte.

Sin trapo, sin deseo,
sin muleta, sin espada.
Ya solo sabedor de su muerte.


miércoles, 4 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (104)


…Como si de vidas paralelas se tratasen, la de Daniel Fueyo al mando de la Minerva y la  del Marqués de Santa Cruz, Don Álvaro Navia,  asi corrieron, en el inicio parejas acometiendo sin miedo  sus respectivos retos. Daniel  contra el viento y tratando de  apurar barlovento mientras daba  distancia a la galera en la que los rebenques de seguro ya marcaban la sangre de los que como galeotes veían en la flota  su liberación,  el Duque con 1.500 hombres se  lanzaba a cortar  y derrotar a quienes consideraba   pura escoria al servicio del turco. Dos acciones que distintos resultados llevaron aunque  en ninguna la bravura y el pundonor  concedieron victoria. La Minerva era superior a las naves  enemigas una a una e incluso  frente a dos pues a pesar de  plantarse como insignia un  navío argelino de 60 cañones, no era su  marinería y  dotación  de nivel suficiente para dar con la “Minerva” y su pabellón real bajo las armas del Bey. Ni ese navío,  ni la corbeta  y resto de galeras en las que los galeotes   brillaban en su  esperanza por la liberación.  La maniobra consistía en entorpecer el avance sobre nuestra galera y  atraer a la mayor parte de la flota sobre si  para aligerar el cañoneo sobre Orán y las tropas del Marqués.



De forma intermitente trataba de ver la evolución del  ejército  al que veía en exceso avanzado. El enemigo argelino huía y eso no le gustaba a Daniel, tal treta ya la observó en el desembarco   semanas atrás y  seguro que había  celada en semejante huida. Cosa que se cumplió como  la prueba del nueve. El marqués junto a sus hombres quedaron atrapados en una bolsa  que los triplicaban en número. Desde  la fragata solo restaba  la bilis de la impotencia por no poder alcanzar con sus cañones sobre   ellos.  Cambió de banda su largomira  comprobando que la galera estaba a suficiente distancia como para no ser plato de interés a aquella flota que más se  marcaba como objetivo Orán y su castillo.  Tocaba  hacer lo mismo, retirarse a tiempo podía  devolverles  la victoria.

-          ¡Segundo! ¡Virando hacia la galera!

Ni un solo cañón o pedrero tuvo oportunidad desde cada bando de hacer fuego, la pequeña escuadra victoriosa  enfiló sus tajamares con   la misión de bloqueo de la ciudad para  cerrar así el asedio de la ciudad  desde tierra y mar. Mientras,  galera y fragata ganaban millas tratando de  encontrar al “Santa Olaya” junto al otro bergantín y galera  para decidir las acciones  con las que  encarar aquella situación.

-          ¡Capitán, señales desde  el castillo!

En efecto, desde la fortaleza tras varias andanadas de aviso  trataban de comunicar con la “Minerva” aplicado el código secreto de señales  acordado  para esa comisión. Atentos,  el primero en traducir el mensaje fue el alférez de fragata Gonzalo Arrieta.

-          ¡Mi capitán,  desde el castillo dicen…!

-          ¡Lo sé! Quieren embarcar un mensajero con informes de situación para entregar  al Almirantazgo. Y el  marqués, Don Álvaro ha muerto. Nuestro Señor lo acoja en su gloria y castigue a esos perros con el infierno más cruel que pueda  ofrecer.

El alférez  tras la encapillada de mala baba  del capitán, en silencio se cuadró esperando órdenes.

-          ¡Arrieta! Envíeles esto.

Daniel se  apoyó sobre una de las batayolas y escribió sobre un trozo de tela  arrancada de algún coy con la rabia de la derrota y el desprecio por  el enemigo. “Anochecer del 4 de septiembre hasta medianoche  y del 5 para  recogida en Las Aguadas. Suerte. ¡Viva España!” Sin dilación el serviola  repitió  las comunicación hasta recibir el acuse desde  el castillo. Una salva de despedida fue lo último que  quedó  ahogada entre la algarada de las tropas del bey Hacen y su aliado el bey de Argel. La ciudad quedó bloqueada. Al menos los vientos  inflaban las alas de  fragata y  galera alcanzando el cuadrante marcado para situación de  emergencia. Solo quedaba quedar  a la espera prestos en zafarrancho hasta el avistamiento de los dos bergantines y la galera con la que preparar la operación  un día después. Medio día de tensa espera más tarde  dos  naves aparecieron por horizonte de poniente tratando de ganar barlovento hasta  ponerse en facha  por el costado de babor de la Minerva, ambos bergantines. Mientras, más lenta y  menos marinera, la galera iba aproximando su imaginario espolón de abordaje por el levante.

Daniel  llamó a consejo a los comandantes de aquella escuadra mínima donde  les informó de la situación de bloqueo de la zona y la muerte segura del Marqués de Santa Cruz. La situación podría ser crítica  intramuros del castillo y la ciudad sin  cabeza prominente que acallara debilidades y con un  enorme ejército dispuesto a tomarse la revancha tras la derrota humillante por propia enjundia del moro y sus ansias de vida  frente a muerte con honra. Daniel tenía clara la oportunidad que solo sería una y se basaría en la velocidad de  su fragata y los dos  bergantines  para romper el bloqueo durante los pocos minutos en que esta maniobra de despiste diera la oportunidad de embarcar al mensajero de la ciudad, entonces,  desplegadas las alas y rastreras    si las tuviera el bergantín  se plantara este en Alicante para llevar  la  mala nueva al mismo Rey si fuera preciso.

-          Caballeros, hemos de recoger al mensajero entre el atardecer y la medianoche de mañana o  en el mismo periodo de la siguiente jornada. En caso contrario uno de los dos bergantines partirá a la señal de esta fragata con rumbo  a España para dar aviso y solicitar refuerzos que rompan el bloqueo. Estimo la maniobra de esta manera que les someto a su valoración sincera y sin rodeos.

El Capitán de la “Minerva” extendió la carta de   aproximación a Orán donde se podía  distinguir la punta de Mazalquivir cortando la playa de Orán al este  y las Aguadas al este.

-          Vos, teniente Ramos junto a  nosotros   entraremos desde  el este de la ciudad a romper el bloqueo tratando de evitar a toda costa que nos embolsen las galeras donde  Dios guarde a nuestros hermanos que bregan a golpe de banco. Hemos de llevarnos  hacia  nuestra posición su atención y si es posible que sus rodas enfilen con gusto nuestras amuras. Mientras vos, teniente Cefontes deberéis entrar por Las Aguadas cuando el sol  justo haya cerrado su jornada sobre el horizonte. Deberá distinguir  la señal   sobre la playa de tres golpes largos y dos cortos en color verde. La respuesta no será otra que  el esquife largado sobre la mar  y solo al alcanzar  fondo donde varar hacer señal luminosa. Ellos sabrán y embarcarán al mensajero.

-          Capitán,  para bien o para mal de la maniobra cómo os informaremos.

-   Para bien o para mal doblaréis el  fuerte de Mazalquivir y daréis tres andanadas si es para bien  largando trapo seguido para España. Si es para mal serán dos y nos encontraremos en este punto al amanecer del día 5.

El teniente Cefontes asintió,  poco mas era posible hacer en aquella situación en la que seguro  ayudaría la buena cena con los mejores caldos  encontrados en el fondo de la despensa del comandante de la Minerva, que les ofreció. Eso y  los rezos a la Virgen del Rosario que nunca están de más cuando de mar se  trata….




lunes, 2 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (103)


Orán con Mazalquivir tras de si
…Con la llegada del Marqués de Santa Cruz del Marcenado procedente de Ceuta el relevo en los mandos de la plaza recién tomada se llevaron  a cabo embarcacdo el conde de Montemar en la escuadra junto con el grueso del ejército, dejaba el Conde  una guarnición de 8.000 hombres. Las labores de reembarque de los casi 12.000 hombres, armas, pertrechos y caballerías llevó más tiempo del previsto por los mandos de la escuadra a pesar que nadie deseaba quedarse en aquél lugar, donde el que menos ansiaba con  varar en cualquier playa  y respirar cristianos aires donde se sabían seguros y arropados por su misma gente. Al fin, con la entrada de agosto la flota  de  Don Francisco Cornejo y Don Blas de Lezo  se despidió de  la ciudad y de la pequeña escuadra que  al mando de Daniel Fueyo, flamante capitán en comisión de servicio que ya mantenían la vigilancia de  las costas en los cuadrantes próximos al este y al oeste de Orán y su castillo de Mazalquivir.

No solo había brillo en los ojos de un nuevo capitán de la Real Armada,  Segisfredo Cefontes  doblaba su premio pues  recuperaba el mando de corbeta apresada  con el  galón  aumentado a Teniente de Navío, provisional como el que portaba su amigo Daniel, pero que estaba deseando cargar de razones a la  superioridad para  hacerlo firme en su historial. El bergantín apresado con sus doce cañones era el más potente  de los  cinco que cayeron  con la toma de la ciudad. Orgulloso el teniente Cefontes  rasgaba  el azul turquesa del Mediterraneo de aquel incipiente agosto con rumbo oeste, doblaba el saliente que  despedía el castillo  abriendo la espectacular bahía de las aguadas a pleno pulmón del viento en sus velas, las dos cuadras del trinquete, junto a la cuadra de la mayor y su cangreja con la que disfrutaba timoneando la nave. Bergantín que ya portaba un nombre propio de  reino cristiano y no era otro que el de “Santa Olaya P”. 

Así, mientras las dos galeras protegían la bahía  entre el castillo de Mazalquivir y la ciudad de Orán,  los dos bergantines junto con la Fragata  recorrían las costas próximas en busca de piratas berberisicos con ansia de revancha. Al fin la escuadra largó velas hacia  España tras las salvas  de honor desde el castillo y la ciudad y la respuesta de la nave capitana de Don Francisco Cornejo. La llegada a la villa de Alicante fue un fastuoso recibimiento, pues ya los esperaban avisados por  las naves de avanzada que  dieron el aviso de semejante escuadra   con más de 120 transportes.  Como tantas veces en la vida real, no podría ser esta vez de otra manera donde la gloria en dorados  medallones  que aparejan prebendas, honores y  caudales acaban en los que más arriba y muchas veces más lejos se han encontrado del verdadero momento de  esfuerzo, lucha y sacrificio. En esta ocasión fue en mi opinión  menos real la injusticia, pues fueron condecorados con el Toisón de Oro por el Rey  el Conde Montemar y al  gran Secretario de Marina Don José Patiño que con su esfuerzo y convicción continuaba en su esfuerzo y acierto con el engrandecimiento de  la Real Armada.

Festejos y agasajos terminados días antes del 2 de septiembre de 1732 cuando  Don Blas de Lezo larga de ferro en la  bahía gaditana a la espera del siguiente servicio  a encomendar por sus superiores. algo que  mientras esta orden llegaba  le permitió disfrutar de un merecido descanso al  calor de sol cristiano  que siempre bendice Cádiz refrescado tantas veces por  el viento como  demonio escondido en sus  soplidos sin tregua.

Pero los tiempos los marca el destino aliado de  las estrellas  como testigos eternos en el firmamento. Estrellas de buena ley o negras velas confundidas en la noche de los tiempos. Y estos tiempos  estaban con las segundas. El imperio turco decadente no era capaz de  dar apoyo a sus bey  de la costa argelina así que tras una cobarde huida el bey Hacen de Orán con sus tropas, este buscó encontrando el apoyo del bey de Argel que  prefería tener al enemigo entretenido lejos de su  pequeño reino. Con la  partida de la escuadra de transporte con 12.000 soldados y sus pertrechos la guarnición   que  permanecía en Orán y Mazalquivir  a las órdenes del Marqués de Santa Cruz al menos en  número se encontraba en inferioridad ante la alianza de los beys. 

Era domingo, último de septiembre de aquel 1732. El capellán de la “Minerva”  celebraba los oficios  santificando la fiesta del Señor. Todo parecía en calma, una suave brisa del este mantenía a la fragata con rumbo noroeste alejándose lentamente de las playas de Orán. Por su costado de babor una de las galeras mantenía el ritmo cadencioso de su boga larga a poca marcha con el silencio  apropiado al momento de la bendición de su capellán. Sol y moscas apuntaban la mañana para dejarse dormitar una tarde mas entre patrullas y bordadas en una comisión que se iba  haciendo larga y que salvo las pruebas puras de mar y las de artillería iban dando  con la moral y el ánimo de las dotaciones en la sentina de sus almas, pues todos saben que cuando la rutina entra a caballo en cualquier  vida, hacienda u organización todo empieza a perder y comienza a ser vencido.

Así se encontraban las dos naves en ese momento a la vista de la bahía cuando una voz recia  gritó desde  la galleta del trinquete  devolviendo a cada uno de sus místicas oraciones a pie firme  sobre cubierta.

-          ¡¡¡Velas por  el través de estribor!!!

Daniel con  el rayo como competidor en la carrera  extendió su largomira hacia el punto donde  el vigía señaló. Al principio no  las vio, pero  en pocos minutos  estaba claro, una escuadra  de varios navíos aun sin determinar se aproximaba desde el este, algo que  no presagiaba nada bueno.

-          ¡Don José! ¡Mande zafarrancho!

Su segundo, Don José Cienfuegos, con  ansia  inflada por el tedio  soportado esos días dio al  instante la orden de zafarrancho y prevención para el combate. Toda la dotación fue  a sus puestos, las batayolas bien rellenadas, las frasqueras con sus incendiarios bebedizos, los escasos mosquetes y sus servidores  preparados para encaramarse a vergas y  galletas y  la artillería en  atención a la orden de fuego  contra quien fuera. Pero un nuevo  elemento  se presentó   al  escenario. Las tropas del Bey de Argel junto a las del humillado Bey Hacen a golpe de descarga mora se plantaron sobre las lomas cercanas a Orán.   Media hora más y ya se podían distinguir navíos, galeotas y corbeta en total de nueve que se sabían superiores. Daniel Fueyo dio orden de  retirada a mar abierta a la  galera mientras  con valor solo le quedaba interponerse entre esta que a boga de combate trataba de ganar leguas sobre los hermanos de sus galeotes. No era esa la acción intensa que habían soñado para desbancar al tedio, mas no es más que lo que el destino disponga en cada momento al que responder siempre a pecho y sin más temor que el propio de  mortal…

¡Zafarrancho!