sábado, 24 de julio de 2010

No habrá montaña mas alta... (72)


…El encuentro fue demoledor para un Segisfredo al que las armas habían inundado su pólvora, rendido antes del combate por el puro sentimiento que cuando abrasa quema como cascada de agua reparadora, no eran sus cuerdas vocales instrumento letal de cortejo como en tantas ocasiones vistas o relatadas podría refrendar su amigo Daniel. Maria Jesús a sus 17 años percibía su propio sentir en la mirada de Segisfredo mientras escuchaba como lejano vibrar la conversación cumplida de Daniel con su padre Don Antonio.

- Buen servicio es el que vuestras naves hacen a las comunicaciones en esta España de malos caminos y peores bandidos. Tras la maldita guerra todo quedó para ser reconstruido, las vías, muchas de ellas del propio imperio romano perdieron puentes y taludes que hacen imposible llevar y traer riquezas entre ciudades.

- Desconozco tal situación en el reino pues mas allá de Cádiz desconozco rutas y caminos. Tenía pocos años cuando atravesé el país desde la Asturias de mis padres hasta Sevilla y tan solo recuerdo la exasperante lentitud bajo el duro sol castellano; fuimos afortunados en semejante viaje pues sólo encontramos buenas gentes a lo largo de él. Mi respetado Sr. Mendoza, como bien dice es este un servicio al que me enorgullece pertenecer, y permítame decirle que a bordo del “Santa Rosa” siempre tendrá un lugar si tiene vuestra merced que trasladarse, o su familia, o cualquiera sea el motivo que sus menesteres demanden. Estoy seguro que en Capitanía nunca pondrían pero alguno a sus necesidades.

- Le agradezco a vos, Capitán Fueyo, su deferencia para conmigo. Aún no he confirmado nada pero he de retornar a Ferrol vía Sevilla por unos negocios que tengo a punto de cerrar con Don José Patiño, de seguro buen nombre para vos, capitán.

- Si, lo es. Es el hombre que ha dado el empuje que merece a nuestra Real Armada y espero que ahora como secretario de Hacienda de su Majestad no nos olvide, que mucho demandan nuestros barcos en hombres y material y mas naves desearían nuestros ojos contemplar sobre la mar.

- No dudéis ni un instante que tal hombre es a dia de hoy lo mejor que tenemos en las alturas del reino, no solo para vos, sino para quienes deseamos el bien y la riqueza del país que en justa proporción será también la nuestra propia. Pero no les molesto más que he de atender él resto de los invitados. Permítame dejarles en la buena compañía de mis hijas. Disfruten de la velada hasta el final que mar seguro les aguarda mas pronto que tarde.

Con un gesto amable y un giro fugaz Don Antonio se zambulló entre el pequeño maremágnum que había formado en su normalmente pacífico jardín. Daniel, sin la presencia del anfitrión al que corresponder creyó relajar su tensión hasta que una copa de vino blanco y una sonrisa dulce lo devolvió al mismo estado esta vez sin necesidad de galones que justificaran tal estado.

- ¿No le gusta el vino, capitán?

- … Pe… perdón por mi descortesía Doña Elvira. Le agradezco su atención. El calor parece que no amaina y…

- Me encanta ese palabrerío marinero que usan ustedes los marinos, hay veces que escuchando las conversaciones en otras fiestas o celebraciones con compañeros suyos creo estar con ciudadanos de otros reinos, de lugares muy lejanos al mío.

Daniel y sus zozobras ante una mirada limpia y directa del sexo opuesto habían entrado en crisis. Valían mil veces los cañones de la fragata dejada frente al Estrecho que los dos ojos claros apuntando como cañones de caza de fragata ligera. El vino entró como bálsamo puro de Fierabrás dando tiempo a pensar maniobras y posibles derroteros a enfilar con semejante reto  cortando su proa.

- Parecemos a veces lejanos, más solo es la mar que nos absorbe en su enorme sentido, divino y natural. Más no habéis de preocuparos, pues trataré de no emplear tal jerga ante vuestra merced o mejor, ante duda que atisbe por avante aquí me tendréis para disiparla.

Como mejor pudo fue saliendo airoso ante cada andanada de Elvira y poco a poco fue encontrándose mas sereno y seguro sobre sus aguas, algo que le permitió ver más allá de aquellos ojos que se mantenían como bien dije antes, tal que cañones a proa de fragata ligera. Elvira era la antítesis de su hermana Maria Jesús, algo mas alta que esta, casi alcanzaba la altura de Daniel con cinco pies y medio contra los 6 de nuestro protagonista. Tez clara como la de su madre, picoteada por pecas que dejaban verse en sus brazos y sus mejillas avivadas por el sol levantino a la que su piel jamás podría acostumbrase. Era ella mujer tranquila rayando ya los 20 años gustosa en el disfrute de la lectura y la literatura en nuestro idioma, tanto  como en el de nuestros enemigos que para eso su madre de origen irlandés así lo había dispuesto su enseñanza. Transmitía calma y quietud en su hablar, haciendo de su conversación un placer al trasmitir inquietudes y saber que en los tiempos que esta historia acontece no eran propios de dama de sociedad.

Quizá por ello Daniel se olvidó de Segisfredo y su estado frente a la hermana de Elvira. Nervioso éste por el sentimiento en pura ebullición que abrumaba su pecho sin poder entenderlo, entrando quizá en ceguera de comportamiento ante acompañantes que como petimetres rondaban a Mª Jesús con sus andares y ademanes de cortesano a la caza de partido. Daniel mientras, se perdía en sus mundos describiendo mares y sensaciones a una Elvira que no sólo asentía como dama educada para ello, sino que sin increpar insistía en sus dudas y objeciones a esto o aquello; situación que daba a Daniel la posibilidad de poder compartir sus secretos, no por deseo propio ocultos, sino por no encontrar con quien compartirlos. Así encontrábanse ambos al fresco de la noche ya presente que el capitán del Santa Rosa no se dio cuenta de la necesidad de ayuda por parte de su segundo y amigo hasta que el tumulto se plantó como gris nubarrón en medio del agasajo…

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