Era ya muy anciano la persona de quien os voy a hablar , quizá ya hubiese cruzado el umbral de la centena. Apoyaba su testa sobre un bastón de color marrón claro cuya punta descansaba en el suelo protegida por una goma negra, como las de tantas mesas de algunas cocinas domésticas. Su rostro se mantenía atento a la evolución del Puente Colgante. Tantas veces lo había visto y sin embargo su contemplación no le aburría. De vez en cuando algún buque de porte mediano o un remolcador con ansias de cazar su presa del día se atravesaba en su mirada. Era en esos momentos cuando sus ojos se iluminaban algo más siguiéndolos con su mirada profunda, hasta que su imagen se mezclaba con la de las grúas del puerto y la bocana algunos cables más allá. Entonces se quedaba absorto en las últimas burbujas que, despistadas, emergían en el lugar en la que minutos antes había flotado una estela orgullosa de su nacimiento.
Muchas tardes me acercaba hasta allí, realmente me encantaba pasear por aquel lugar cuasi sagrado para mi en el que descansaba la antigua escuela en la que forjé mis sueños; podía observar los movimientos del puerto, ese olor mezcla contaminada de barcos, fábricas en desuso, y mar brava que invadía con su sal aquella rada. Los últimos fines de semana siempre me encontraba con aquel anciano al que parecía importarle poco lo que le rodeaba. Era como si esperase algo o como si ya lo hubiera perdido. Una tarde en la que contaba verlo no estaba en "su" banco, sorprendido me fui hasta la taquilla del Puente y pregunté por él al taquillero, Carlos, con el que de vez en cuanto me tomaba un vino por las callejuelas del Puerto Viejo.
Muchas tardes me acercaba hasta allí, realmente me encantaba pasear por aquel lugar cuasi sagrado para mi en el que descansaba la antigua escuela en la que forjé mis sueños; podía observar los movimientos del puerto, ese olor mezcla contaminada de barcos, fábricas en desuso, y mar brava que invadía con su sal aquella rada. Los últimos fines de semana siempre me encontraba con aquel anciano al que parecía importarle poco lo que le rodeaba. Era como si esperase algo o como si ya lo hubiera perdido. Una tarde en la que contaba verlo no estaba en "su" banco, sorprendido me fui hasta la taquilla del Puente y pregunté por él al taquillero, Carlos, con el que de vez en cuanto me tomaba un vino por las callejuelas del Puerto Viejo.
- ¿Anciano sentado?. De verdad que no lo he visto nunca ahí. ¿Estás seguro, Josu?
Le juré, prometí y hasta aposté pagar los vinos de todo el año que lo veía allí todos los viernes y sábados.
- Josu, Josu, no bebas tanto, ¡ja,ja!. No he visto a nadie así en los últimos meses. Hay mucho jubilado paseando por el muelle, pero no he visto a un señor tan mayor en el banco de enfrente.
Lo dejé por imposible, me fui a casa a terminar el domingo con su tarde de fútbol y noche premonitoria de un deprimente lunes. Toda la semana me pareció enormemente larga, no parecía llegar ese ansiado viernes en el que todas mis fuerzas deseaban encontrarlo. Me prometí a mí mismo hablar con él si lo encontraba.
Por fin llegó el día, dejé a mi familia en casa entre la algarabía del inminente fin de semana; bici, playa, lectura, lo que fuera. Sentía la sangre correr por mis venas, no conocía a ese hombre de nada, pero algo me decía que tenía que ver conmigo. Creo que en mi primera cita adolescente la sensación fue de temor al fracaso, en esta era sólo ilusión por lo desconocido. Doblé la avenida y comencé a ver los enormes tirantes del Puente que lo aferraban a la tierra de este lado como a un Titán a punto de despegar. Enfrente, la hermosa villa de Portugalete brillante frente a un sol fresco y limpio del noviembre otoñal.
Ya enfilaba el paseo Churruca, ¡si!, ¡allí estaba!. Miré hacia la taquilla donde Carlos despachaba los tickets para el Puente haciendo señas para que comprobase que tenía razón. Fue inútil, había mucha cola, la gente quería volver a casa para comenzar el fin de semana y Carlos no estaba para ver nada mas que la máquina de los billetes.
- Buenas tardes, ¿me puedo sentar?
El anciano me miró esbozando una media sonrisa. En su mirada encontré algo familiar. Con un gesto pausado me señaló el banco. Ya estaba allí, me sentía algo extraño, como si hubiera entrado en una burbuja aislada del exterior. Podía ver el Gran Hotel de Portugalete junto al Puente al otro lado de la Ría. El remolcador regresando a su “nido” a descansar. Podía ver todo, pero no podía escuchar nada. Era como si viera una película muda.
- Hola Josu, supongo que estás sorprendido. No te preocupes, no estás loco. Solo tienes que levantarte, marchar y todo será como antes.
- Perdone mi atrevimiento, yo no le conozco pero usted si que sabe mi nombre. ¿Qué me he perdido?
El anciano sonrió, parecía mas joven.
- No te has perdido nada y puedes encontrarlo todo. Anda, ayúdame y te contaré un poco del porque te he hecho llamar...
- Buenas tardes, ¿me puedo sentar?
El anciano me miró esbozando una media sonrisa. En su mirada encontré algo familiar. Con un gesto pausado me señaló el banco. Ya estaba allí, me sentía algo extraño, como si hubiera entrado en una burbuja aislada del exterior. Podía ver el Gran Hotel de Portugalete junto al Puente al otro lado de la Ría. El remolcador regresando a su “nido” a descansar. Podía ver todo, pero no podía escuchar nada. Era como si viera una película muda.
- Hola Josu, supongo que estás sorprendido. No te preocupes, no estás loco. Solo tienes que levantarte, marchar y todo será como antes.
- Perdone mi atrevimiento, yo no le conozco pero usted si que sabe mi nombre. ¿Qué me he perdido?
El anciano sonrió, parecía mas joven.
- No te has perdido nada y puedes encontrarlo todo. Anda, ayúdame y te contaré un poco del porque te he hecho llamar...
3 comentarios:
bueno, bueno... de nuevo me dejas impaciente.
Un desconocido para ti o al menos, no reconocido, te llama sin voz, atrae tu atención y te sientas a su lado, en su mundo, en otra dimensión...¿cambiará tu vida?
¡Por fa! ¿Cómo sigue? ¡¡Que suena muy bien....
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