- ¡Abre la puerta y saca a tu hijo!
Me acerqué y golpeé la puerta bruscamente, Elvira me miró y asintió a mi gesto de, “ahora o nunca”. Hubiese dado lo que fuera por ser yo el que estuviera en su puesto. Abrí la puerta y comencé a gritarle mientras la cubría con mi cuerpo a ella que llevaba aferrada entre ambas manos la 9 mm. Salió disimuladamente de forma atropellada, como si mis voces le hubieran asustado, lo que le dio tiempo a apuntar al que me tenía como diana. Un tiro seco en su pecho lo dejo herido de muerte, el efecto sorpresa paralizó al segundo lo justo para arrebatar el subfusil al herido y dejarlo como un colador. Fue un instante, dos segundos quizá, rematados por los últimos ecos de las detonaciones huyendo a través de aquel inhóspito desierto iraní. El que me apuntaba momentos antes agonizaba, así que arrebaté el 9 mm. a Elvira y lo rematé con un tiro de gracia sin mas piedad que la de acortar el sufrimiento a cualquier animal.
- ¡Vamos dentro! ¡Hay dos soldados más!
Con precaución, pero lo mas rápido que pudimos entramos en el cuartel desvencijado, todo continuaba igual, las moscas revoloteaban sobre aquellos dos iraníes borrachos y en estado comatoso que no estaban en condiciones de haber escuchado nada. Cogí su subfusil y se lo cambié por el que llevaba aún caliente de la última ráfaga mortal.
- ¡Vamos, Elvira!¡Larguémonos de aquí! ¡En cualquier momento puede aparecer alguien! ¡La jodida ley de Murphy es infalible en estos casos!
Recogimos el dinero y la cartera, limpiamos todas las huellas y arrancamos como si del “Paris Dakar” se tratase. Corrimos hasta mas allá de lo que era permitido en aquella pista desdibujada por los enormes socavones y badenes que nos hacía volar de nuestros asientos y golpear contra el techo de la cabina. Media hora después aflojamos la marcha, la progresiva calma y apaciguamiento mental nos hizo reflexionar sobre la vida de nuestro todo terreno y su relación directa con nuestra salvación. Las instrucciones eran las de esperar desde aquella noche en el punto indicado por el GPS hasta tomar contacto con ellos, para desde allí partir al sur por la ruta alternativa y ya extinta de las caravanas que cruzaban desde el norte hacía el Indico. Debíamos esperar allí cada noche hasta que apareciesen, permaneciendo refugiados en aquel punto aún sin conocer.
Encontramos el lugar, durante la huida desde la frontera hasta aquel punto cercano a Iranshar por suerte no encontramos a ningún transporte en dirección este. El lugar de encuentro se separaba de la carretera unos dos kilómetros en dirección norte a través de varias lomas; entre setos y pequeños arbustos que disimulaban una depresión seguimos con extrañeza las indicaciones del aparato, que nos obligaba a internarnos en una especie de caldera de casi un kilómetro de diámetro como el ojo de un volcán inactivo. Una vez dentro, la temperatura se incrementó de golpe unos diez grados, cuanto mas al centro el calor era aún mas indefinible, era como si caminásemos sobre un horno solar y en un pollo con ruedas que llevaba nuestros nombres pintados en el motor.
Alcanzamos el centro de aquella ruta extraña donde el GPS con su voz insípida nos recitó su, “ha llegado a su destino”. Al menos parecía seguro que no íbamos a encontrar a nadie en aquel cráter fantasma. Paré el motor y abrí la tapa para que refrigerase si esta palabra era válida en aquel infierno. Elvira bajó con el mismo rostro de incredulidad mirando en derredor de semejante escenario que nos convertía en presa fácil para cualquier loco que nos observara desde su perímetro.
No entendía nada y comencé a preparar un pequeño entoldado desde el Range Rover, extendiéndolo hasta dos palos metálicos como si estuviéramos en medio de un camping sin piscina. Mientras, Elvira comenzó a deambular bajo una gorra empapada en agua, acabé de colocar aquel toldo “de fortuna” y me quedé observando cómo deambulaba, aquello me recordaba a aquella película que tantas veces vi en mi infancia que se titulaba “El vuelo del Fénix” con aquellas locuras individuales en medio de un Sáhara inclemente. Pensaba y recordaba que aquellos hombres se salvaron a si mismos así que nosotros no habríamos de ser distintos, disponíamos de gasolina suficiente para alcanzar el índico y siempre podríamos robra un pesquero y hacer uso de nuestro teléfono vía satélite una vez fuera de la línea de costa. Estaba en aquel maremagnun de derivaciones “hollywodienses” cuando Elvira cayó de rodillas en el suelo como el derrumbe de todo aquel sueño en vela.
- ¡Elvira!
- No llores pequeña, no desperdicies agua. Saldremos de esta, solo has de resistir tres o cuatro días mas.
Acariciaba sus mejillas ardientes mientras rebuscaba en lo más profundo de mi repertorio las palabras justas y redentoras que sacaran el ánimo de aquél profundo desván en el que se estaba encerrando ese sueño viviente que tenía pegado a mi. Poco a poco se fue calmando, cuando de pronto algo resulto sospechoso a pocos metros de nosotros. Parecía una plancha de madera. Nos acercamos y con las manos fuimos limpiando aquella madera plana hasta descubrir una enorme plancha de madera de 15 x 7 metros. Como pude corrí hasta el Range Rover y arranqué el toldo. Amarramos dos cabos a dos esquinas de la plancha y tiramos con el “tractel” del todo terreno, lo que vimos juro por dios que no lo esperábamos...
3 comentarios:
Lo reconozco, este relato me está volviendo impaciente...
Besos y gracias
Almirante, tengo una nueva entrada sobre el mar y su opinión de marino me es necesaria ya que no tengo brújula y soplan vientos...
Cada capítulo es más atrapante que el anterior, la forma de consolar a Elvira me dejó fascinada.
Un abrazo
Alicia
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