viernes, 18 de abril de 2008

Suave como las Dunas (8)

…No sabía la razón de aquel desastre, ni qué argumento injustificable descubriría ese energúmeno para golpear así a Elvira. Daba lo mismo, aproveché la confusión de mi aparición sorpresa para saltar sobre la espalda del embajador. Lo inmovilicé con mi brazo derecho, mientras simulaba una pistola con la estilográfica presionando como si quisiera hacerle un túnel en sus riñones.
- ¡Dígales que suelten la armas!¡vamos!

Dejaron los cuchillos de matarife sobre la mesa justo a cada lado del aquel dossier.
- ¡He dicho todas! ¡No quiero juegos!¡venga!
De sus camisas brotaron sendas pistolas del calibre 9 mm. Rápidamente cogí una con la mano derecha y lancé al suelo al embajador, mientras me quedaba con el resto del arsenal. En aquel momento todos mis recursos se acababan, no podía salir sin que me detuvieran la guardia de la embajada, que tenía claro no estaba al corriente de las actividades de su respetable embajador. Me acerqué a Elvira que seguía sin reaccionar, al menos comprobé que respiraba y el pulso era constante y normal.

Fue en aquel pequeño instante de reposo interior, cuando uno de aquellos “guerreros de dios” se abalanzó con otro cuchillo en su mano. No tuve elección y de un disparo certero le encaje una bala donde antes tenía su nariz larguirucha y delgada. Quedó sobre el despacho llenando la mesa de su líquido rojo, tan rojo como debía de ser el mío. No había posibilidad de elección, ellos ya lo habían hecho por mí. Rápidamente cerré la puerta por la que había accedido. No sabía si fuera del despacho habían escuchado el disparo con la escandalera que llegaba, pero suponía que algún escolta aun se mantendría en condiciones de escucha, por lo que había que salir volando de allí.

Recogí aquella documentación, podría ser un buen pasaporte pegado al culo del embajador para salir de allí, a los dos espectros con sus miedos queriendo salir de allí cuanto antes, les mandé coger el cuerpo de Elvira y ligeros como la brisa del desierto salimos por la puerta de la derecha, que fue por la que entraron ellos.
- ¡Jorge!¡Me escuchas, Jorge! ¡Contesta, joder!
- Te recibo, estaba preocupado, no recibía nada de Elvira desde hacía un cuarto de hora y me supuse…
- ¡Cierra el pico y pon el volvo en marcha!¡Estate preparado, no se por donde saldré de aquí pero necesito que saques los caballos del sueco por el maletero si es preciso!
- ¡No te preocupes! ¿doy aviso?
- ¡No, de momento vamos a ver en qué termina todo esto!

Cortamos las comunicaciones, aquel pasadizo, largo como el camino a la morgue de un hospital acababa en los garajes de la embajada. Llegamos, comprobé que no había nadie y les ordené que la dejaran sobre el suelo; junto a ella reptaba una manguera que seguramente emplearía el chofer del embajador para lavar su coche. Con un buen chorro de agua fría retorné a Elvira al mundo de los vivos, bueno, aún le faltarían más de media hora en responder como tal, pero al menos se mantenía en pie mas o menos.

Mientras ella se situaba me hice con un buen trapo húmedo, tupido del negro de algún cambio de aceite y lo coloqué a modo de silenciador. Con la tensión encerrada en una capa de frialdad, con el sudor frío que produce la inminente ejecución sin encomienda a nadie mas que tu acalorada y ciega conciencia del instante me los cargué sin piedad ni perdón. Al embajador le dediqué una frase, quizá de película de serie “B” diciendo un segundo antes descargar la pistola en su boca, “esto por lo de Bankgok”.

Después de intentar crear un escenario que diese una falsa impresión de ajuste de cuentas, tiroteo y suicidio del embajador ante la situación, dejé la pistola en la boca de este cogida de su propia mano. Cogí de la mano a la aún atónita Elvira y con sigilo me acerqué a la salida del garaje. El portón estaba entreabierto y con la penumbra que dejaba entrever la salida, pude comprobar que se podía acceder al aparcamiento exterior habilitado para la fiesta. Esperé varios minutos a que Elvira espabilase algo más, la necesitaba más ágil para salir de allí, con los gestos precisos le indiqué como a mi señal saldríamos pegados a la rampa interior del garaje hasta los setos que separaban la salida de los automóviles del jardín donde atronaba la fiesta.
- ¡Jorge! ¡Atento a la salida desde el garaje, saldremos por ahí!
- Entendido, estoy ahí en dos minutos de reloj.

Con la señal convenida salimos arrastrando nuestros cuerpos por el liso asfalto, temía por Elvira, no había salido aún del shock de lo visto antes; afortunadamente funcionaba como un autómata tras de mis pies. Cuanto más cerca del seto nos encontrábamos, el bum-bum de la música a todo volumen que acompañaban a los ríos de alcohol y las ganas de fiesta de quien vive en un país musulmán que vive en su radicalidad, golpeaba nuestras cabezas, pero también nos ayudaba a encontrar con facilidad el parking exterior. Al final lo logramos, el tufo del tubo de escape delató la presencia de nuestra salvación con forma de volvo sin luces. Jorge llegó suavemente. Abrió la puerta trasera del lado del conductor y como verdaderas serpientes reptamos hasta su interior.

- Por lo que más quieras, Jorge. Arranca, directo a la dirección que nos dejo el sierpe.
Jorge, sin mediar palabra arrancó suavemente hasta desaparecer de la embajada. En cuanto cogimos la calle principal el volvo aceleró con ansias por refugiarse en el lugar convenido con el sierpe donde nos estarían esperando.

Elvira, con el vacío que queda después de una situación extremadamente tensa, se derrumbó sobre mi pecho y rompió a llorar. La sentí como alguien pequeño, alguien a quien recoger en sus pedacitos y recomponer suavemente, sin maldad; acaricié aquel pelo revuelto y sucio, con olor a ron y pegajoso de la maldita Coca Cola, aquel tacto me parecía el más sedoso y delicado que nunca tuve entre mis dedos. Veinte minutos después nos acercábamos ya a la cita siguiente, Jorge hacia diez que conducía el volvo con la suavidad de un verdadero chofer de embajada…


3 comentarios:

Silvia dijo...

He llegado por casualidad y me gusta lo que llevo leído de tu blog.
Me he enganchado a la historia de Carlos y Elvira y espero sus nuevas peripecias.
Saludos

Armida Leticia dijo...

Sigo con interés la historia, suspenso, amor, acción,¡tiene de todo!

Alicia Abatilli dijo...

Es de todas, mi historia preferida.
Algo de pasión que antes no descubría en vos se escapa entre tus las palabras.
Un abrazo.
Alicia