- No será difícil, quiero acercarme al puerto donde nos recogieron esta tarde. Me dejará allí y quiero que me venga a recoger para cenar a las nueve en la embajada. ¿Ok?
- De acuerdo pero... yo podría llevarle a otros lugares mas intensos, con mas diversión, en el puerto no encontrará nada mas que aburridos barcos y tripulantes y a las fiestas de los yates sólo se va con invitación... desde otros lugares que yo podría enseñarle.
- Lléveme al puerto, por favor.
El dorado brillo de su dentadura, seguramente orgullo de toda su familia, se borró y en un mutismo casi violento me dejó en menos de quince minutos frente a la entrada del puerto deportivo de Mascate, le había dejado sin un buen “pico” con las comisiones que le darían los locales a los que me llevaría. Le di veinte dólares, recordándole que viniera a buscarme sobre las nueve menos cuarto. Limpio, con ropa nueva me sentía seguro paseando por los muelles de hormigón del puerto deportivo. A mi derecha brotaban pantalanes repletos de yates que crecían en tamaño conforme alejaba la vista hacia la bocana, a mi izquierda una hilera de establecimientos náuticos semidesiertos, ropa náutica, concesionarios de famosas marcas de yates, bares “chic” de ricos amantes de la navegación sin esfuerzo, repletos de rubias insinuantes y bronceados occidentales vestidos de ropa de marca, tiendas de “delicatessen” donde comprar el caviar para degustarlo a dos millas del puerto; un sinfín de típicas estampas de un puerto deportivo en cualquier parte del mundo, quizá este con algo más de dinero circulante que para eso rebosaba el petróleo a pocas millas al norte.
Lo que yo buscaba estaba escondido entre algún aparejo o espejo de popa seguramente sucio, un cartel que dijera “for sale” pegado a algún velero sin pretensiones, al que contagiar las ilusiones crecientes y los sueños permanentes de volar hasta topar algún día con aquella Isla de Izaro que abandoné frente a Bermeo un 22 de julio de no sé que año del pasado siglo. Pensaba en Elvira, quería tener mi propuesta en firme confirmada antes de la cena. Sólo disponía de 22.000 euros en mi cuenta que podría transferir de inmediato y mi tarjeta con un crédito de 3.000 más. No podía contar con lo que tuviera Elvira, pues quizá para ella todo fue bonito mientras duró y quizá ya todo había terminado. Mi mente y mi cuerpo se perdieron en tales disquisiciones, sólo mis ojos se mantenían escrutando aparejos y popas, así transcurrió la primera media hora, conforme me alejaba hacia la bocana los barcos aumentaban en tamaño y seguramente en precio. Llegué al final comenzado mi tornaviaje algo “cautivo y derrotado” justo en el rompeolas cuando vi una pequeña instalación, en la parte protegida del golfo un pequeño astillero estaba afianzando un velero de unos 9 o 10 metros de un imaginario color blanco tras la costra de musgo y porquería. El palo mayor estaba combado y la proa parecía mas la de una aplanadora de carreteras que la de un yate de proa gorda, debía haberse chocado contra algo duro y grande. Me acerqué, con un gesto pedí permiso a los trabajadores para echar un vistazo e imaginarme su pequeña historia; seguro que la tuvo y aunque no acertara estoy seguro que podría soñar despierto con alguna de las que había vivido escuchando al abuelo Alejandro hace ya mas de 20 años en sus grandes cruceros. La popa, algo mas sana, dejaba entrever el nombre de aquél difunto; “Fearless”, “debió de serlo” pensé, explicando un poco de esta manera su estado lamentable, algún hecho inesperado se cruzó en su navegar que lo sacó de su rumbo haciendo zozobrar en algún maldito bajío que como todos lo hirió de muerte a traición.
Quizá porque cada minuto allí me llevaba otro minuto en paralelo a mis fuentes de vida, empecé a verlo como un hermano mayor al que le había pasado lo que a mí. Un “extraño”, como un azar, nos puso frente a frente de nuevo a los dos, podíamos recuperar nuestra vida. Casi podía sentir que aquel palo combado me hacía gestos, me llamaba, me prometía cazar todos los vientos para los dos. Corrí al que parecía el capataz de aquella pequeña tropa de carpinteros de ribera, mecánicos y pintores de brocha gorda. En mi inglés mas británico y flemático que pude representar le pregunté de quién era el velero y si estaba a la venta.
- No lo sé, sir. Vaya a la oficina allí detrás y le dirán algo.
- Gracias.
A unos cien metros, incrustada entre varias rocas, había un pequeño edificio de una sola planta donde estaba la oficina, un cartel un poco grandioso para lo que lo rodeaba decía “Halaia Shipyard”. Entré empujando la puerta sin necesidad de timbre, pues el roce de ella contra el suelo hacía de tal. Al hombre, que me dijo ser descendiente de la más antigua familia de pescadores y constructores de los mismo bajeles con los que la reina de Saba visitó al Rey Salomón, me dijo que aquel barco lo había comprado en un viejo apartadero de barcos varados en Yemen y quería reformarlo. Le ofrecí 10.000 euros en doce horas, no hizo falta más, el barco ya era mío. Le prometí 1.000 euros más si lo hacía flotar, limpio y presentable, mañana sobre el mediodía. Una señal de 200 dólares bastó para que mi familia estuviera ya con los grandes de la patria árabe. Nos despedimos quedando para el mediodía del siguiente día.
Como un transporte militar, el orondo taxista a bordo de su taxi me esperaba con el motor en marcha. Esta vez no salió, no era el cliente prometedor que pensaba al recogerme dos horas antes. El trayecto de vuelta fue tan silencioso como la ida, me vino bien aquellos casi 20 minutos de trayecto para asentar las ideas y ver cómo “venderlas” a Elvira. La verdad, es que cuando llega el momento, lo que uno dice tiene poco que ver con lo que quería decir, pero había que hacerlo. Elvira esperaba en la pequeña antesala del comedor del personal de la embajada leyendo uno de los periódicos atrasados que llegaban desde España.
- ¡Por fin! ¿Dónde te habías metido? Fui a buscarte a la habitación pero no estabas y en la portería me dijeron que habías salido. ¿Y esa mirada? Algo me dice que me vas a contar algo interesante…
La empuje suavemente hacia el interior del comedor con una sonrisa en los labios, nos costó un poco encontrar una mesa lo suficientemente pequeña y así nadie pudiera sentarse con nosotros para que le contáramos chismes de Madrid o algo de nuestra odisea. Por fin cogimos nuestras bandejas de comida y nos volvimos a sentar con una botella de vino entre ambos.
- Salud, Carlos Buenaparte. Por nosotros y el regreso a casa. Tengo unas ganas locas de arrebujarme en mi “enorrrrrrme” sofá frente a una buena película, mientras el frio se hace dueño de la ciudad.
“Vaya, y yo con una chatarra flotante como propuesta, da igual, es el momento”, llené los vasos de aquel vino de no sé qué viñedos y tragué un buen sorbo de mi vaso antes de “entrar a matar”.
- Salud, Elvira. La verdad es que el sofá de mi apartamento no me llama mucho, para mí que aún deben estar las migas del último bocadillo de chorizo que comí esperándome ansiosas para seguir molestándome al echar la siesta. Realmente no tengo grandes cosas que me atraigan en Madrid. Casi creo que acabaré echando de menos esta comida con este vino tan poco agraciado mientras puedo mirar delante encontrando tu mirada y no el busto parlante de las noticias de las nueve.
Ella sonrió mientras hacía el gesto de brindar por mí. Aquella sonrisa lo justificaba todo así que continué sin opción a interrupción.
- Elvira, la propuesta que te dije a bordo del “Spirit” no era el delta de un rio de besos bajo la luz de tantas estrellas. La propuesta era algo que no podía decirte en ese momento, pero que ahora sí. Cuando tu te echaste a descansar en una verdadera cama, yo fui a buscarla y cuando pensaba haber perdido la suerte apareció en forma de un pecio con ganas de que alguien lo amase como yo te amo a ti. Su nombre me convenció y sus gestos hacía mi fue lo que definitivamente me empujó sin miedo al fracaso. Ese miedo que siempre me hizo fracasar de verdad ante ti y ante tantas posibilidades de vidas sin explorar. Así acabé escondido entre las misiones con nombre supuesto, con poco que decir y poco que compartir. Esta misión, este viaje obligado que ha abierto tantos poros que nunca había imaginado abrir me ha demostrado que es el miedo el que fabrica mas miedo y logra el fracaso...
Ella escuchaba, me miraba, entre sorbos de vino y nada de comida, creo que la que tenía miedo ahora parecía ella. Ese miedo que es mas una intuición sobre algo que no podrás eludir contestar y que nunca te perdonarás la contestación, sea la que fuere.
-...pero el fracaso, el miedo y el miedo a este se quedó en la frontera de Pakistán. Ahora encontré un hermano imaginario que quiero presentarte mañana antes de que desayunemos en un pequeño café algo “chic”, pero que creo que podremos soportar. Mi hermano tiene nombre inglés, se llama “Fearless”, esta algo enfermo y tocado por el olvido, pero en menos de un mes creo que podremos hacernos los dos a la mar. Me contó que tiene una deuda con los cuarenta bramantes algunas miles de millas mas al sur y le he prometido ayudarle a saldarla. Antes le dije que me gustaría conocer si el ardor, la furia suave, y el calor que generan mis sueños contigo podrían compararse con el Eterno Volcán en erupción de La Fournaise. Con aquella voz herrumbrosa y su aliento de sal antigua me dijo que su única condición era la de que quien esos sueños me producía habría de posarse sobre su pecho con forma de cubierta para conocerla, para saberla como yo la sé. Sabía que entre mis brazos y sus cuadernas, la erupción de cualquier volcán no sería capaz de romper lo que ya creía como verdad eterna.
Yo la miraba mientras decía todo aquello que simplemente salía de mi boca directamente desde el corazón, sus ojos eran ya vidrios que habían estallado suavemente dejando unos suaves ríos de aguas de mar sobre aquel plato de arroz ya frío. Agarró mi mano con suavidad verdaderamente firme y solo acertó a decirme
- Carlos, vamos a ver a tu hermano, ahora mismo...
2 comentarios:
Aquí estoy presente disfrutando de este maravilloso relato, ¿qué va a decir Elvira cuando conozca al "hermano" de Carlos?
Saludos.
Era la única respuesta de Elvira, sino no entendería la elección de Carlos.
Un abrazo.
Alicia
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