Hoguera donde se queman entre lenguas de fuego mil y un deseos, la mayoría soñados, muchos de ellos disfrutados con la mirada perdida entre sus destellos al calor de un buen vaso de vino. Fuego vestido de agujas que destilan minutos hacia el futuro sin ser capaces de alcanzarlo siempre sobre el presente donde crepita quemando los momentos con la determinación del combustible eterno, tanto como el sol al que rodeamos sin detenernos.
Giran las agujas mientras el fuego se aviva en su propia hoguera, una chispa salta como gota de su sangre hirviente y enferma de pasión contagiando de su fuerza lo que toca, ardiendo, quemando y propagando su calor sobre la vegetación seca por no haber encontrado el rio que la mantenga verde, flexible, enhiesta frente a los vientos y tempestades que cada día sorprenden sin dar llamada de su presencia. Tallos ya secos ahora pasto del tiempo en forma de fuego devorador que los convierte en la imagen deprimente de la derrota por el abandono al viento y la rutina del sol sobre sus pieles.
Refulge la hoguera pasto de los deseos verdaderos y falsos, vividos por logrados y en la propia combustión recordados, o añorados sin más que el gusto por poder imaginar en ese instante cómo hubieran sido, cómo los hubieras vivido y, cómo no, dándole el aderezo de tus deseos sobre ese cómo hasta que el puro resplandecer de las llamas te envuelven y todo parece real, lo puedes tocar.
Pero el fuego si no se mira acaba por apagarse, acaba por desaparecer huyendo hacia otras miradas donde aún se respire pasión por la vida, por vivir mientras los recuerdos imperecederos aviven el fuego sin dolor por saberse eternos, por saberlos ya simples retazos de lo pasado y vivido para tratar de aprender, aunque quizá sea esto algo difícil cuando la chispa en una pequeña explosión en el interior de la hoguera prenda el ánimo anulando la razón.
Pero llueve, fuerte, con ganas, sin visos de templar, amainar y retirarse. El fuego despide pequeños esputos de ceniza aún hirviente por la rabia de saberse perdedor ante tamaña venganza del arbitrio convertido en poder divino por incuestionable. La hemorragia gris mezcla de agua con la ceniza comienza a manar de la raíz de la hoguera mientras se debate entre chisporroteos que demuestran las ganas por mantenerse viva frente a los motivos más comunes vestidos de conveniencia, falso honor y verdadera hipocresía. La llama lucha por vivir entre falsos valores de honradez que solo suponen hundir el brillo en el gris ceniza de la mediocridad del fracaso sempiterno en una sociedad acostumbrada a las costumbres y lo bien visto.
Un rescoldo aun seco por algún motivo sin verdadera explicación científica palpita con su leve llama moribunda tratando de mantenerse a pesar de semejante ofensiva. Su fin ya debería haberse dado pero el deseo contra la renuncia a la vida mantenía viva la llama. Y fuera por ese deseo en combate latente, o porque la buena suerte está ahí cuando menos se la espera, una sombra inundó de penumbra la ya de por si umbrosa atmósfera que trataba de ahogar al vehemente deseo vestido de débil llama. Y la lluvia cesó, el calor comenzó a crecer y su propia fuerza, la que le mantuvo latente, ahora comenzaba a secar su espacio circundante hasta lograr ver un humo que no lo era, sino el vapor de la lluvia hipócrita que marchaba, huía sin otra solución ante la claridad de un deseo sin necesidad de explicación.
El espacio poco a poco se hizo mayor hasta que la misma ceniza como barro húmedo comenzó a brillar con pequeños puntos en forma de minúsculas brasas y ya todo el conjunto antes cuasi derrotado era de nuevo la orgullosa hoguera cargada de los sueños cumplidos y por cumplir del cohy vuomienzo. Los ojos que sobre ella se volvían recuperaban el brillo perdido y de nuevo todo volvía a su ser mientras la vida se consumía esta vez sobre el calor de la hoguera en aquellas latitudes. Mientras, la cobarde hipocresía del “bien estar” huidiza se había establecido sobre otras hogueras, estas si apagadas y sin esperanzas por pura resignación.
Aún no se qué o quién logró con su leve cobertura revivir a la llama moribunda que agonizaba en verdadero combate ante semejantes mesnadas de la mediocre realidad. Quizá fuera la pequeña llama y su deseo, quizá la lluvia se dio cuenta de su poder y decidió perdonarle la vida, quizá la piel de alguien se interpuso entre esta y su húmedo verdugo. Aún no lo sé, pero es algo que ya no importa. La hoguera continúa crepitando.
1 comentario:
Hay tanta pasion por la vida en lo que escribes, que imposible seria que la hoguera no siguiera crepitando
Publicar un comentario