Ya avistamos la luz en forma de propia cadencia que nos dio la razón por la que se parten los mares,
por la que se vive sin vivir tantas veces. Alcanzar algo que en breve se habrá
de abandonar. Sin embargo la felicidad por el logro alcanzado, la meta, el roce con la solidez, la estable permanencia
de la tierra sobre su lugar sin ambages, sobre la que aún extraño te
encontrarás triunfante y siquiera libre un poco tras tanto tiempo sobre tu propia libertad
encadenada al inmenso océano que es la vida sin límites, esa
felicidad de la que ya eres consciente sabes que
será corta y por inolvidable
la deseas porque la dejarás para volver a buscar de nuevo lo mismo sin otra solución
humana.
Faro de Torres, Gijón |
El faro te avisó, tu
corazón palpita ya mientras el olor que
el terral te lleva hace que los
pulmones no deseen otra cosa mientras la
sonrisa entre tus hermanos no pide nada más, quizá una cerveza
apoyado sobre la banda que mira la línea
de costa al oscurecer libres de guardia.
Las luces de lo que “allí hay” te incitan a pensar en las vidas que dibujan sus brillos constantes mientras otro
destello este ya de no tanto alcance
llama tu atención. Lo ves allí, elevado
sobre el acantilado ocultando el brazo de piedras y hormigón que promete
calma y descanso.
Luz que previene de lo
bueno que es una rada donde tomar respiro, donde largar el ferro o amarrar
firme a los norays ahítos de cabos con
mil dueños. Luz que previene de su fielato
por lo bueno. Acompañada de sus pequeñas
hijas en rojo y verde marcando las normas si así deseas recalar entre sus
brazos serenos. Donde habrás de
renunciar a marcar el rumbo frente a la
furia del mar y aceptar su ley por la
calma a ganar. Donde sí una vez
decides aproar a su destello sabrás que abandonar desde ese
instante el rumbo significa zozobrar.
Mientras, con la
cerveza observas como va virando tu nave y cada vez de forma mas suave aproxima su proa para dejar por estribor el orgulloso faro
que, desde su pedestal de roca cortante, nos permite el paso
cual señor de su castillo nocturno. Tu nave vibra, no es su forma
natural, no abre espuma sobre mares sin esquinas, ahora debe de contener su
fuerza para lograr atravesar el
angosto paso marcado por las hijas de este en colores rojo y verde y eso lo hace sufrir y
temblar la cubierta de acero sobre tus
propios pies. Los deseos, las ganas de ver se
confunden en sonrisas de corta duración. La maniobra se acerca, las
maquinillas ya con vapor vivo
esperan para aferrar el corazón libre a su prisión temporal
consentida. Dos pequeños esclavos de la
tierra, sin más orgullo de falso contenido como es el que sean los
que empujen tu nave aparecen y tratan de contener el impulso innato de
libertad para encajarte sobre un muelle.
El olor a hierro, a crudo, a agua dulce manchada de
mineral y maltratada por las rodaduras te demuestra que ya has regresado. El viento sopla más débil que
hace seis horas cuando ya avistabas el puerto y la cima donde el faro imponía
su derrota. Huele a tierra y el frescor
no es el mismo, pero deseas tenerlo
entre tus pulmones por un tiempo sin compromisos, sin promesas, como una gota
de la mar infinita sobre la que vives.
Viejo Faro de Cabo Blanco, Nohuadibou |
“Listo de máquinas”,
“listo de papeles”, toca salir y descubrir si las arenas del desierto que has
ido observando son tan finas como parecían a bordo desde la lejanía, si los
destellos de los semáforos o el tráfico que se adivinaba a través de los prismáticos parecen
lo que te imaginabas, si lo que prometían las imágenes de la
televisión que ya podías ver horas antes eran tan reales como lo que estabas a punto
de sentir al bajar del taxi en el centro. Mientras el faro y sus hijos
continuaban en su cadencia, marcando el
paso franco para quien deseara dejar por un momento la libertad del viento y la
mar en soledad.
Faros entrada a Delaware. |
Y las horas fueron
pasando, cabo Blanco era de tal color, pero no daba para más, el centro de la
ciudad no era más distinto del anterior
núcleo urbano y sus gentes al fin y al
cabo tan extrañas como las que te encontraste en último lugar, los
anuncios de la televisión no demostraron nada y siguieron siendo
anuncios. La mañana siguiente el faro estaba mudo, los 7.000 metros
cúbicos que vomitaban las turbobombas de
crudo a la terminal poco a poco elevaban la pared metálica de los costados de
tu nave, su obra viva ganaba en tamaño frente a la muerta. La hora estaba ya
cerca mientras el atardecer llamaba al giro de la candela y los destellos como en
los últimos cien años ya anunciaban el
reinado compartido con la luna del faro y sus hijas.
La escala real
retirada, maquinas a punto, vapor vivo
en la válvula presto a vapulear la turbina sin
piedad. Los mismos esclavos que lo encajaron ahora sin sonrisa nos
desencajan y como el polvo de un viento fantasma nos acompañan hacia el canal
marcado a golpe de luz para buscar otra meta, otro faro donde recalar
para volver a encontrar lo mismo o quizá no, pero eso da igual pues la meta es solo parte de la
razón, la vida consiste en abrirse paso
entre la soledad de la mar convencido y
sin mas miedo que el siguiente faro se apague al vernos arribar…
1 comentario:
"otro faro donde recalar para volver a encontrar lo mismo",
pero yo encuentro siempre algo distinto, siempre, al leerte.
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