No sé si fue queriendo cruza este
mar deseado, si estaba despierto o fue un sueño donde los deseos se confunden
con la emoción, o si fue el Destino queriendo demostrar su dictado, tratando de
mostrar su camino o simplemente esperando
en las indefinibles esquinas del océano
temporal. No lo sé y nunca lo podré saber, pero siempre quedará el
momento de la verdad donde solo queda demostrar
de qué están hechos los corazones, los sentimientos, las ganas de
seguir sin malgastar cada segundo dorado
de su presente.
Con un sur fresco, dos rizo en la mayor sin más
que navegar, doblar el cabo San Lorenzo hacia el este sin medida. Ella a la caña, tan segura como su corazón
le daba pálpito, su piel ya con la
propia de “El Holandés”, rumbo de aguja de 60º, viento de través o a un
largo, el sol cosquilleando las
espaldas, demoras, marcaciones correctas, velocidades, dominando mar y viento,
o eso parecía hacernos creer. Un juramento que defender ya para siempre
mientras la luz sonriente certificaba todo ese instante, ese tesoro de agua y
sal, ese dorado de sentimiento sin dudar.
Pero el Destino se sabe rey, se
sabe cargado de bastimentos con los que dar todo a probar cuando la vida parece
real. Pero ese mismo Destino, disfrazado en cada instante de lo que su arbitrio le
dicte, de lo que sus inconfesables deseos nadie nunca será capaz de descifrar,
dijo no. Vestido de viento y sin traición, aliado por Eolo y Poseidón se tomó
su desquite por nuestro desafío y golpeó.
Cinco millas al suroeste una nube
de polvo enorme sobre el mausoleo del nuevo puerto de El Musel nos plantó su
marca y sin casi llegar a verlo se plantó sobre nosotros tres. La mar, poco
antes apenas nada más que unas suaves olas se plantó cargada de mistral sobre los 20 nudos
primero, de 30 y al fin superando los 35 a los 40 sobre la fragilidad de
nuestro “Holandés” y nuestras pieles
bajo los que los corazones comenzaron a palpitar sin medida.
Sin explicación alguna las olas se convirtieron en jaurías de blanca espuma sobre muros de 3 y 4
metros impulsadas por la furia de ese Mistral como pura furia del Destino.
Los quince caballos del motor con
“El Holandes” aun con el foque a proa flameando como un fantasma anunciador del
desastre traban de mantener el barco digno enfilando la recalada tan lejana en aquellos momentos
de zozobra. Como en una cascada de un rio
por abrirse camino a la calma de su fin parecía querer destruir sin
piedad la fragilidad de un sueño. Pero la rendición no existe cuando se cree
poder lograr tu deseo. Begoña al timón aproando El Holandés contra ese Mistral
maldito aliado del blanco mortal de la mar enfurecida sin motivo y sin aviso
fue capaz de darme el tiempo de aflojar garruchos del foque entre turbonadas de
agua, viento y sal para, arrastrándome, lograr salvar la vela sobre la cabina.
Escora que superaba la mar sobre el
simple motor que trataba de no sacar su
hélice salvadora de la misma mar que trataba de hacerlo.
Viejo León |
La caña soldada a este humilde
brazo mientras la furia del destino en forma de mareas de mar sobre nuestros
cuerpos tan juntos como permitían nuestros chubasqueros inundados. Los cuarenta
nudos de viento, aliados con las masas de agua golpeando trataban de llevarnos
con ellos al este, pero cabalgando sobre las crestas, patinando hacia el fondo
de sus valles hasta volver a partir la ola siguiente media sumergida la proa de
nuestro barco tratábamos de que el sol
agrandase su sonrisa sobre nuestras mentes, aferrando la concentración,
tratando de que la calma fuera la que diese al traste con la condena que trababa
de ejecutarse. Parecía que el cabo de
San Lorenzo no deseara separase de nosotros como si nos dijera que ya nada nos
liberaría.
Pero el Destino, viejo sentido
que solo existe en nuestro entendimiento, como un dios que todo lo desea probar hasta nuestro fin, era tal cosa lo que deseaba sin complicarse con dañar más de lo que nosotros le
permitésemos. Muy lentamente el cabo quedó doblado quedando como una voz terrible adormecida que
poco, muy poco a poco iba quedando por
la aleta de babor. A cada golpe terrible la mano se aferraba a la caña,
verdadero sentido con el que marcar tu propio rumbo aliada con el minúsculo
motor que trataba de resistir como un
verdadero hermano de vida. Gijón parecía ese lugar inalcanzable al que habíamos
de arribar para que la vida fuera entera. Paciencia, paciencia era la palabra,
junto ¡ola! cuando se acercaba otro muro
de mar brava que superar. Miradas, golpes en la espalda, mano aferrada a mi
pierna con dolor de ambas mientras el frio de la humedad al vendaval que no cejaba en su furia.
Soñando con alcanzar el abrigo
del dique nuevo así lo ganamos para
descubrir que la mar de viento no ceja
en su empeño cuando como tal es el Destino quien lo comanda. Cabos arrastrados
de estribor a babor sobre la mar, Begoña sobre la cubierta echada sobre la amura de babor logró
rescatarlo sobre cascadas de mar
salvando la hélice de apagarse. Al fin
la punta de Sacramento se plantó sobre
nuestra visión como la recompensa
a la lucha sin vacilación. Eso parecía, pero
el viento seguía necio contra nuestro costado y las rompientes
humanas en forma de dique a babor no
daba para ganar la recalada con ese rumbo.
Empapados, temblando sin posibilidad de entrada enfilamos casi a la entrada contra el viento
alejándonos de esta. El Destino creyó
haber ganado la partida al fin, no había entrada. Cambio de rumbo hacia el este
para buscar la salida. Una milla ganada al viento fue lo justo para con una voz
de aviso dar virada en redondo y aprovechando la furia de un viento impío por
la popa ganar la velocidad suficiente
para doblar la punta de Sacramento justo
con su enhiesto faro verde, imperturbable a tantos años y temporales, a
menos de lo que la cordura permite, doblarlo y entrar en los brazos
artificiales de un puerto solitario.
Amarrados, empapados, secándonos
con un minúsculo calentador a bordo, y el pálpito aun retumbando sobre los
castigados mamparos de “El Holandes” recuperamos el resuello mientras podíamos
escuchar la carcajada de ese Destino que
nos demostró como los juramentos se cumplen y ya nunca se pueden olvidar.
Viejo Destino al que nunca es de
ley seguir pues es él quien dicta las
normas y a él es al que hay que demostrar que se es digno de las decisiones que
se toman.
Esto sucedió el sábado 24 de
Noviembre de 2012, un día, un momento que fue eterno en su trance que será eterno en nuestra existencia.
Otro Momento, la misma mar |
“El Holandés”, Begoña y Josu; sin
más ya nada nos podrá demostrar que algo
sea imposible si se desea con la
convicción de creer en ello.
1 comentario:
no existe la palabra imposible para quien no teme decidir, o para el que decide aunque tema. 'para que la vida sea entera' no queda otra. Se sienten los rociones al leerte capitán...
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