Navegamos perdidos en océanos
idénticos para todos, quizá los vemos diferentes pues somos diferentes, pero ellos
son idénticos sin dudar. La diferencia solo
estriba en la nave vital forjada en los astilleros donde cruzamos la infancia hasta botar
nuestra nave adolescente sobre su ensenada
para ser allí armada y tras ello, con el mejor viento posible abandonar
el abrigo de los brazos donde nos forjaron.
Es la mar hirviente tratando de besar al viento furioso |
La mar, ese océano vestido de
soledad en su inmensidad ya no nos dejará
nunca; será nuestro compañero de tortura, de fortuna, de diversión, de dolor, de
honor y de desgracia.
Con nuestra mano imaginaria firme al timón vestido de piel y osamenta será con la
que logremos de semejante travesía en
solitario el conjunto de sensaciones que
sumen positivo antes del fin marcado
entre las mareas por llegar, fin que no es otro que el ser engullido por ese eterno oleaje en el momento más débil de
nuestra embarcación.
Mano firme, corazón sereno,
morderse el labio superior y dar avante cazando el viento cuando este se deje o
dejando pasar su furia cuando este solo desea destruir y cobrarse el pacto de
su deuda frente a Poseidón.
Paz en el corazón, serenidad
y firmeza ante el barómetro de la realidad, caprichoso elemento sin argumento ni razón pero verdadero
anuncio de lo que pueda llegar.
por los viejos vientos prohibidas, como polvo maldito de
muerte lenta
sobre la mar gruesa de mares tenebrosos en los que el alma
se lamenta
por no encontrar cálida señal alguna que me salve,
ya del bajo traidor,
ya marcando el canal seguro
que ahuyente la
Némesis del pálpito de mi sien.
Errante búsqueda del faro solitario, eterno sirviente,
verdadero ejemplo de
combate frente a mares impíos,
mientras es golpeado
por el mismo tenebroso mal.
Luz bañada de sal alumbrando sin demanda el camino sin
retorno
donde derrotarte sin llegar a ver, sin poder encontrar
la verdad que ya tienes y no deseas tocar.
Navegando en el
deseo de ir hacia donde no vas
por cobarde, por guardián del miedo revelador.
Silente ante los quejidos de la jarcia al cortar el viento
desolador
empujandote sin cuartel sobre crestas hirvientes de olas
como montañas de palabras, rompientes sin sentido
sobre las amuras pujantes de tu corazón.
Las luces del faro encadenado se apagan o quizá se alejan
como agua de río que poco a poco seca su caudal generoso
esclavo de nubes que no son, que nunca serán
mientras se pierden y descomponen entre vientos de libertad.
Nacido, desde tal ya pegado a la caña del timón propio
almirante de mi vida, dueño de la misma nave,
tan solo como el deseo me permita estarlo
frente a vientos, olas, corrientes, rompientes
frente a naves en
vuelta encontrada
o pidiendo “navegación
en conserva”.
Así navego,
aferrado a mi propia esperanza por vencer en el eterno
pulso
entre el miedo y mi pura decisión.
Josu Jiménez Idoeta, 1/XI/2012
1 comentario:
Una manera de victoria, el enfrentarse día a día con la derrota.
Saludos.
Un abrazo
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