Tal
y como lo contaron nuestros, padres, nuestros abuelos, nuestros amigos,
nuestros compañeros…
“Tal
y como”. Quizá no fuera así, quizá fuera de otra manera; quizá fuera también de otra lo que pueda ser aunque
parezca que realmente fuera imposible que así lo fuera.
Leemos
las historias tal y como quienes han
vencido y gobernado nos las han contado. Con esfuerzo logramos tantas veces
encontrar resquicios a la verdad donde
aparecen rasgos de vidas distintas a las que se nos han dibujado durante
décadas.
Pasa
el Tiempo y este, triunfante vencedor,
eterno y sin más límite que su propia
fracción entre islotes del mismo Tártaro nos va dejando pequeñas migajas de
realidad oculta entre la lluvia de destellos de ópalos entre los que se
disfraza la realidad de quien vence.
Poco a poco somos capaces de descubrir que nada puede ser lo que parece aunque
así tenga que ser.
Pero,
¿nadie se ha propuesto adelantarse? Quizá sea la realidad que está por recalar
entre nuestros sentidos la que no tenga porque ser la dictada por la consciencia de un río sin siquiera
meandros que permitan recodos de reflexión y posible cambio entre desbordamientos sin control que abran
nuevos caudales sin el control férreo de unas leyes sin más sentido que lo conocido, lo marcado, lo seguro, lo
estudiado, lo decidido. ¿Por quién?
Vayamos
al Tártaro, en una emboscada capturemos a los gigantes de Cien Manos y
devolvamos la hoz a su Titán y padre de
los tiempos para que en justa alianza nos permita adelantarnos sin siquiera dar el paso en tal sentido, y desde
nuestro interior percibamos que lo que viene no será como se cree, sino como nosotros queramos que sea.
Acabemos con el infierno que nos pretenden, devolvamos a la ilusión el sentido
de la esperanza y anulemos su significado aislado de la realidad.
Hagamos
lo correcto porque simplemente es lo correcto, porque mientras sacamos lo que
tenemos dentro eso nos haga descubrir que tras la sacudida, esta nos libere y
nos devuelva a nuestro ser primigenio en el que podemos combatir lo que parecía
invencible cual inexpugnable fortaleza, donde
su deslumbrante reflejo obsidional nos paralizaba permitiendo que la
realidad siguiera estática con el poder de quienes se saben seguros por nuestra
propia inseguridad para caer caiga y rinda sus baluartes.
Quizá la derrota sea el destino, pero amarga o
dulce siempre será nuestra y no será
suya entonces la victoria aunque la
tengan de mano. Quizá así lo visto y contado deje ser un dictado del
vencedor y quizá también nos permita en
nuestro imaginario el cambio de lo que
venga. Sera como de la resignación pasemos a la continua pasión por lo que
siempre ha prevalecido en nuestro
interior y no habíamos sido capaces de sacarlo
como bandera de combate.
No
hay futuro si no se cree en su posible cambio y en la posible victoria sobre el
imposible vestido de rutina y determinación del que ostenta su razón sin otro
sentido que su propio interés.
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