El tiempo que no es dado es el móvil de nuestro destino, la piedra que nos retiene mientras sin saber cómo nos arroja al vacío del ansia por alcanzar las metas antes de que caiga irremisible y se detenga sin otro tiempo que el vacío infinito. El tiempo que pretendemos retener, sentirnos soberanos en su misma intensidad. Sabernos partícipes de cada instante como el mejor a cada golpe de segundero.
Ese espacio invisible solo visible con cada amanecer, con cada estrella que, quizá ya sin luz vemos brotar en un rayo fugaz sabedores de que podría haberlo hecho cuando siquiera algún navío del rey arribase inseguro a costas ignotas allende los mares. Un tiempo vestido como el viento de apariencia; donde si vuelas con él, feliz a favor, no lo sientes mientras disfrutas de tu recio navegar impulsado por este, donde, si es en tu contra el soplar, todo es un penar en agonía por no avanzar, al igual que cuando el sufrir, el nervioso esperar por lo que o quien no arriba a ti, hace que el tiempo no pase y se haga sentir duro y sin piedad.
En él vivimos embarcados sobre la aventura vital de nuestra propia nave. Su fuerza, su velocidad, sus entrañas siempre serán fruto del derrotero de nuestros propios designios en los que marcar el rumbo verdadero sobre el que partir sus olas, elevarse sobre ellas en pugna y sin retorno, combatiendo y sufriendo durante su lento ascenso, para planear sin sentir este al bajar sin esfuerzo la loma cargada de segundos sin determinar, en los que sin darse uno cuenta la rueda del reloj imaginario recorre su seguro sentido sin los frenos conscientes del anterior ascenso.
Tiempo recorrido que si no se disfruta de forma consciente no queda en mas que un recuerdo. Un simple hito al que aferrarse en las escaladas contra sus propios segundos.
Vendaval limitado para cada nave vital en su infinito verdadero para sí mismo. Viejo usurero que deja repartir al arbitrio de razones injustificadas por todos. Solo disfrazadas por falsos profetas de mitra y báculo que pretenden dictaminar este en base a un totem vestido de dios magnífico y todopoderoso al que darle reflejo humano, cuando el verdad ese dios sólo podría ser él mismo, tal que deidad inaccesible e incomprensible para nuestras débiles mentes. Débiles y temerosas como lo fueron los viejos marinos de siglos atrás sobre lona y madera donde la superstición y los rezos para que el Buen Aire protegiese la nave y sus deudores, igual ahora y siempre con este verdadero dios que es el tiempo al que le pedimos clemencia y sabiduría para poder disfrutar de cada minúsculo átomo de su grandeza como el mejor, sea este como sea, duela o desfallezca de felicidad nuestro ánimo en su instante.
Es el tiempo el que parece huir cuando somo nosotros los que lo hacemos del fin que nos tiene concedido en su crédito. Acabamos por olvidar la verdad del verdadero motivo del viaje sobre ese océano que no es otro que la misma acción de hacerlo y disfrutar cada instante.
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