El caballo ascendía con lentitud entre riscos abruptos, su jinete lo golpeaba en la grupa violentamente, la sangre manaba de forma suave dejando un resto a modo de panecillos, como si de la fábula de pulgarcito el retorno se haría fácil. Pero no sabía si habría retorno, si la nueva mañana le iba a regalar con aquella oportunidad.
A lo lejos se divisaba la línea garabateada que dibujaba la muralla enorme que delimitaba dos mundos, la riqueza y la pobreza, la suerte honorable y el deshonor maldito. Se detuvieron ambos al abrigo de una roca que enfrentaba el duro viento norteño por los dos. El largomira extendido mostraba, en un semicírculo un paisaje inhóspito a este lado de la muralla, en el otro el verdor, los destellos de las cascadas que parecían poderse escuchar desde esa resguardada altura.
¿Cómo pasar?. Cómo llegar hasta el otro lado sin ser cazado por los guardianes del dolor y la pobreza, con sus largas capas grises y oscuras, sus inmaculados alzacuellos desde los que brotan sus tiroides bramando, preconizando a diestra y siniestra el camino del sufrimiento hacia la perfección .
Desde su altura y su resguardo era capaz de descubrir lo que había al otro lado. Quizá si lo mostraba a sus almas hermanas que malvivían en este lado, entre todos, derrumbarían las enormes puertas que bloqueaban la verdadera felicidad.
Era casi imposible, casi nadie lo escucharía entre los ruidos de las fábricas, el golpeteo del dinero sobre las tiendas, las angosturas reales causadas por la neblina que escondía sus porques entre sus propias deudas de vida.
Era casi imposible, casi nadie lo escucharía entre los ruidos de las fábricas, el golpeteo del dinero sobre las tiendas, las angosturas reales causadas por la neblina que escondía sus porques entre sus propias deudas de vida.
Le tomarían por “el loco”, “el raro”, “déjalo, ya sabes cómo es” dirían casi todos. Además los administradores de aquellos lugares de seguro le marcarían algún diagnóstico de duro y difícil tratamiento y eso sería fatal. Para mas “INRI”, todos sus vecinos, con los que compartía desgracias y alguna alegría despistada tenían claro que aquello todos lo conocían como las puertas del cielo y allí se iba después de muerto. Era un lugar maravilloso donde la felicidad sería plena solo para los verdaderamente santos. Los demás purgarían antes de entrar.
No se daban cuenta que estaba ahí cerca, que era real y sólo había que tirar abajo las puertas, entre todos lo podrían lograr. Descabalgó, el caballo se separó unos metros hasta unos matos en los que la hierba tentadora le abrió el apetito. El hombre se acercó al borde del risco, estaba seguro de escuchar los cánticos de los pobladores de ese lado, miró hacía “su” lado y solo veía personas deambulando sin alegría aparente. Algunos salían de los templos algo mas alegres con los últimos sermones frescos sobre la futura caída de las enormes puertas, pero enseguida su alegría se tornaba en espera por el rutinario compás del tiempo.
Estaba claro. No se dejaría engañar otra vez.
Estaba claro. No se dejaría engañar otra vez.
Con sumo cuidado comenzó a descender desde la montaña hacía la muralla por aquellas peligrosas paredes de piedra, su caballo de vez en cuando, al rumiar la apetitosa hierba de aquellas alturas lo miraba embobado. De pronto un golpe de viento lo empujó. Cuando se veía perdido ese mismo viento suavemente lo posó al otro lado mientras una lluvia de pétalos de flores lo recibió y sus pulmones se fueron llenando de una aire reparador que lo hizo sentir pleno, saciado, realizado por primera vez.
Al día siguiente en los periódicos locales del “otro” lado aparecía su foto con el cráneo destrozado en un charco de sangre sobre el suelo a los pies de la montaña. El titular decía “... un hombre se suicida desde la ladera del monte Sarán, ya es la cuarta víctima en los últimos tres meses, las autoridades están valorando su cierre para evitar mas muertes innecesarias...”.
Mientras los gurús del futuro indemostrable, los políticos de lo inmortal continuaban conteniendo el ahora “otro lado”...
Al día siguiente en los periódicos locales del “otro” lado aparecía su foto con el cráneo destrozado en un charco de sangre sobre el suelo a los pies de la montaña. El titular decía “... un hombre se suicida desde la ladera del monte Sarán, ya es la cuarta víctima en los últimos tres meses, las autoridades están valorando su cierre para evitar mas muertes innecesarias...”.
Mientras los gurús del futuro indemostrable, los políticos de lo inmortal continuaban conteniendo el ahora “otro lado”...
1 comentario:
El "otro lado", síempre miran en realidad para otro lado...
Excelente tu relato.
En cuanto a tu primavera perenne todo es cuestión de imaginación, no sé si tiene que ver tanto con el dinero, en qué fecha cumples año?.
Un abrazo. Y otra vez... Felicitaciones.
Alicia
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