Hoy 14 de octubre del año 1596 se cumplen ya mas de dos meses desde que zarpamos de Manila. Navegamos a bordo del galeón “San Gerónimo” hacia las costas cristianas de La Nueva España. Quiera Nuestro señor darnos la gracia de arribar sanos y sin dolor a la, según dicen, hermosa y acogedora bahía de Acapulco. Si les soy sincero, que eso es lo que pretendo a estas alturas de mi vagar por esta vida, no me importa en absoluto por mi, sino por mis compañeros de travesía a los que en algún lugar de las tierras de nuestro Rey y Señor de seguro esperará algún lazo de sangre, alguna persona que los ame, que los cuide, los escuche y los de razones para continuar en la eterna lucha por alargar el definitivo encuentro con Nuestro Señor. Para mi, que hasta mi propio nombre, Martín de Oca, es tan falso como lo que justifica mi retorno, mi vida quedó mas allá de la suave estela de nuestro Galeón, al dejar por estribor la isla de Corregidor y abandonando así el último nexo de unión con ella, con mi estímulo, con mi razón, Doña Isabel. Mi mente, mis recuerdos durante estas dos semanas de vacío y soledad frente a la inmensidad de este océano, en su intento por huir, por inmolarse en sus procelosas aguas casi han logrado convencerme de acompañarlos hacia su oscuro fondo. Quedan aún muchas singladuras antes de la añorada arribada a Nueva España, por ello he decidido sacarlos de mi mente para plasmarlos en estos humildes pergaminos, quizá esto pudiere servir a otro espíritu dolorido como el mío que lo leyese y alguna conclusión sacase frente a el oro imaginario y el amor imposible que en tantas ocasiones como desea el vil demonio nos aparece adornado de bellos plumajes y blancas sonrisas de falsa intención.
Mi nombre es Martin de Oca, el verdadero lo olvidé en El Callao hace ya varios años. Adopté este nombre en abril del año 1595 de Nuestro Señor. Se preguntarán las razones y espero que en las próximas líneas las pueda exponer de forma ligera y sin entrar en muchos detalles . Yo fui uno de tantos que arribe a las tierras del Perú desde mi tierra castellana, atraído por los cánticos de riquezas, de gloria y de libertad que escuchaba cuando acompañaba a mi padre con el ganado a Lerma desde nuestra aldea pequeña y tranquila de Villahoz. Para mi Lerma era una ciudad enorme, sus edificios, las multitudes, los caballeros que hablaban de la corte enfundados unos en corazas adornadas de vistosos plumajes, otros con sus trajes a la imagen, según ellos mismos decían pomposamente, de Su Majestad. Para un muchacho de doce años aquello era el cielo al que aspirar, la meta final donde arribar.
En uno de aquellos viajes con mi padre a vender el ganado lo decidí sin valorar mucho lo que atrás quedase, cuando él me dejó, como hacía simpre, darme mis paseos mientras terminaba la venta de las ovejas, me oculte entre los sacos de cereal de un carro que iba en tránsito hacia la Villa y Corte. Si desde alguna parte del cielo reflejado en este inmenso mar mis sagrados padres me observan, les ruego, les imploro su perdón. Nunca pensé en su dolor hasta que comenzó el mío, hasta que me di cuenta de mi traición hacía su lealtad. Os pido perdón desde aquí con el corazón de alguien que ya solo cree en el amor, en las personas y en que la felicidad de uno se apoya siempre en la de los que le rodean, perdón.
Tardé casi un año el alcanzar Sevilla como criado en el séquito de un señor que se dirigía a Cartagena, la del Caribe. No diré como lo logré, pero sí que desde que entré en la Villa y Corte mi aprendizaje sobre la supervivencia fue rápido y letal para muchos infelices que de mi rostro algo aniñado se confiaron. Fueron casi tres años los que me llevaron pisar la plaza de armas de Cuzco donde, con mi habitual presteza me zafé de mis obligaciones y alcancé El Callao donde comenzó mi verdadera historia, donde los azares de un destino buscado de forma inconsciente dieron con mis ojos en los de Doña Isabel y mis huesos probaron la verdadera dureza de la soledad del que no tiene nombre ni pasado...
Mi nombre es Martin de Oca, el verdadero lo olvidé en El Callao hace ya varios años. Adopté este nombre en abril del año 1595 de Nuestro Señor. Se preguntarán las razones y espero que en las próximas líneas las pueda exponer de forma ligera y sin entrar en muchos detalles . Yo fui uno de tantos que arribe a las tierras del Perú desde mi tierra castellana, atraído por los cánticos de riquezas, de gloria y de libertad que escuchaba cuando acompañaba a mi padre con el ganado a Lerma desde nuestra aldea pequeña y tranquila de Villahoz. Para mi Lerma era una ciudad enorme, sus edificios, las multitudes, los caballeros que hablaban de la corte enfundados unos en corazas adornadas de vistosos plumajes, otros con sus trajes a la imagen, según ellos mismos decían pomposamente, de Su Majestad. Para un muchacho de doce años aquello era el cielo al que aspirar, la meta final donde arribar.
En uno de aquellos viajes con mi padre a vender el ganado lo decidí sin valorar mucho lo que atrás quedase, cuando él me dejó, como hacía simpre, darme mis paseos mientras terminaba la venta de las ovejas, me oculte entre los sacos de cereal de un carro que iba en tránsito hacia la Villa y Corte. Si desde alguna parte del cielo reflejado en este inmenso mar mis sagrados padres me observan, les ruego, les imploro su perdón. Nunca pensé en su dolor hasta que comenzó el mío, hasta que me di cuenta de mi traición hacía su lealtad. Os pido perdón desde aquí con el corazón de alguien que ya solo cree en el amor, en las personas y en que la felicidad de uno se apoya siempre en la de los que le rodean, perdón.
Tardé casi un año el alcanzar Sevilla como criado en el séquito de un señor que se dirigía a Cartagena, la del Caribe. No diré como lo logré, pero sí que desde que entré en la Villa y Corte mi aprendizaje sobre la supervivencia fue rápido y letal para muchos infelices que de mi rostro algo aniñado se confiaron. Fueron casi tres años los que me llevaron pisar la plaza de armas de Cuzco donde, con mi habitual presteza me zafé de mis obligaciones y alcancé El Callao donde comenzó mi verdadera historia, donde los azares de un destino buscado de forma inconsciente dieron con mis ojos en los de Doña Isabel y mis huesos probaron la verdadera dureza de la soledad del que no tiene nombre ni pasado...
2 comentarios:
Disfruto mucho tus historias, espero la segunda parte...
Saludos desde México.
Que bueno sería a veces, querido Blas, olvidarse del pasado y empezar de cero. Inventando un nombre y un futuro a la medida de los sueños....
Espero ansioso la continuación....
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