Son ya mas de las once de la noche. Noche previa a las elecciones generales en esta España en la que algunos, a veces pienso que muchos, desearían retornar a las previas de febrero del 36. Una pena mirar atrás para revivir y no para recordar lo que hay que evitar.
No es de esto de lo que me apetece escribir en este duerme vela. Hace un rato encontré entre los CD que tengo desperdigados por el estante de la música uno de Laura Pausini. No es la imagen mía la de alguien que escuche este tipo de música, pero las apariencias engañan. Creo que su voz y la sonoridad de las canciones en italiano fueron determinantes en el espacio y en el tiempo en el que las escuché por primera vez.
Corría el año 1993, harto y muy defraudado de mis dos años partiendo mares entre el Sur de África y la costa norteamericana del Golfo de México decidí abandonar una empresa que me ofrecía un futuro sereno en lo material y profesional. Abandone la majestuosidad de la navegación a bordo de los petroleros más modernos que en ese momento había en la flota española, para embarcarme en pequeños barcos de poco más de 100 metros de eslora, barcos con banderas de países que, si no fuera porque su trozo de tela flameaba a popa, hubiera pensado que eran de películas. Nos dedicábamos a transportar coches por toda la costa Europea.
Mi primer trayecto fue para llevar los famosos Twingo de la Renault desde ese puerto romano y bimilenario de Tarragona hacia Salerno de Capri, a los pies del Vesubio. Mi cuerpo y mi mente navegaban todavía con los reflejos, los resortes, las manías de mi anterior experiencia. Desperté directamente para comer, pues hacía la guardia de 12 a 16. Comí deprisa para estar listo y lo que me encontré fue la calma, no había prisa, los coches se cargaban solos, no había que controlar la turbo bombas de descarga, mantener presiones y salir disparados en cuanto estuviéramos descargados.
Terminé aquella extraña guardia de puerto, mi primera guardia de puerto a bordo del “Jarama”, que así se llamaba el barco. No conocía a nadie a bordo así que decidí salir de paseo. La ciudad acababa en una fina playa con una pequeña muralla de separación; la brisa suave y de profundo olor salado me golpeó en mi cara, retumbó en lo más profundo de mi corazón. La sensación de paz, de calma, de tranquilidad me devolvió con creces la merma en el sueldo abandonado a bordo de los petroleros. Me compré un helado y me apoyé en la pequeña muralla mirando a la gente de aquel pueblo grande pasear un día normal con el sol mediterráneo acariciando a todos y sin quemar a nadie.
Volví varias veces más a dejar los twingo desde la “imperial Tarraco”. Ya no fueron igual, solía bajar con algún compañero y siempre nos acababa acompañando una cerveza en cualquier terraza. Dos años después Laura Pausini triunfaba en España con “La Soledad”. Yo acababa de regresar de Singapur para dejar de navegar, al menos hasta esta noche. Fue escuchar esa canción y sentir al instante como su melodía se convertía en una alfombra mágica que nos llevaba a mi cuerpo de la mano de mis recuerdos hasta allí de nuevo. Podía sentir aquel olor de nuevo, escuchar las voces cantarinas, los rostros cálidos de aquella tarde en Salerno a bordo del “Jarama”.
De nuevo pude degustar entre mis labios el sabor que tiene la decisión correcta, percibir otra vez el verdadero sentido de la libertad de elección contra los elementos que conforman la corriente necia que nos empuja a todos.
Por eso para mi, Laura Pausini no es solo una cantante italiana mas.
2 comentarios:
Precioso. Supongo que habría momentos no tan buenos cuando se navega pero cuando tu lo cuentas dan ganas de subirse a un barco cualquiera y no volver en un tiempo.
Lo mejor de todo, es que supiste tomar la decisión adecuada y ahora, al recordarlo, te es grato y puedes convertirlo en un hermoso escrito.
Enhorabuena.
¡besos!
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