La proa del “Jarama” cortaba aquel agua semicongelada; el color blanco sobre el castillo de proa no hacía mas que deslumbrarnos a pesar de poco sol que lograba zafarse de aquellas nubes grises rayando el negro, pugnando por ser las dueñas del cielo. En el puente suspirábamos por alcanzar Bergen antes del atardecer del 24. A nadie le apetecía cenar en Nochebuena navegando en aquellas aguas oscuras donde la nieve, las nubes y cualquier efecto navideño estaban claramente en contra.
Mientras cada uno viajábamos con la mente a nuestras casas, cada uno imaginando los preparativos, las risas de los niños correteando entre las piernas de los mayores mientras escuchaban las historias de los familiares al llegar de lejos para la cena. Que si la carretera estaba hasta arriba de tráfico, que si has crecido mucho Carlitos, que si María consiguió un empleo en la petrolera. Besos y sonrisas tan lejos, mientras a bordo esperábamos la siguiente ola y ofrecíamos nuestro brazo izquierdo por arribar a tiempo. El brazo derecho ya se lo dejamos ofrecer a Nelson en Canarias por salvar su pellejo hace ya más de 200 años.
Mis ojos apoyados en el cristal del puente intentaban descubrir el destello del faro, Pedro, el timonel, miraba cada poco el radar como deseando que aquella inmensa distancia de cuarenta millas a los límites de Bergen se redujera de manera mágica. Lástima, aquello no era el videojuego de mis hijos en el que puedes comprimir el tiempo y arribar a Shangai desde Sidney en menos de dos minutos.
Imaginé por un momento que el paraíso estaba ahí, a proa del cadenote del ancla semioculto por la nieve. Se podían distinguir a mis amigos en plena batalla de bolas de nieve, varios niños terminaban de “acicalar” a un grueso muñeco de nieve con una alargada rama a modo de nariz. Podía sentir los rayos invernales que ya se recogían ante la inminente anochecida. Varios adultos fueron recogiendo a los niños mientras mis amigos también se fueron despidiendo, para guardarse cada uno en su hogar y celebrar una noche para unos religiosa, para otros simplemente familiar.
La voz de Pedro al timón me despertó de aquel sueño real
- Josu, no arribamos antes del maldito amanecer, la cosa esta cada vez peor, no hacemos ni dos nudos.
Ni siquiera moví mi cara del cristal , acababa de sentenciar aquello mi timonel cuando una lágrima abarrotada de sal se abría paso en mi rostro y en ese mismo momento la cresta de una ola, igual de cargada de sal, se llevó por delante la nieve del cadenote, todo lo que allí había vivido se esfumó engullido por las negras aguas que partía el Jarama sin piedad.
- Tienes razón, Pedro. Avisare al “viejo” y al resto…
Mientras cada uno viajábamos con la mente a nuestras casas, cada uno imaginando los preparativos, las risas de los niños correteando entre las piernas de los mayores mientras escuchaban las historias de los familiares al llegar de lejos para la cena. Que si la carretera estaba hasta arriba de tráfico, que si has crecido mucho Carlitos, que si María consiguió un empleo en la petrolera. Besos y sonrisas tan lejos, mientras a bordo esperábamos la siguiente ola y ofrecíamos nuestro brazo izquierdo por arribar a tiempo. El brazo derecho ya se lo dejamos ofrecer a Nelson en Canarias por salvar su pellejo hace ya más de 200 años.
Mis ojos apoyados en el cristal del puente intentaban descubrir el destello del faro, Pedro, el timonel, miraba cada poco el radar como deseando que aquella inmensa distancia de cuarenta millas a los límites de Bergen se redujera de manera mágica. Lástima, aquello no era el videojuego de mis hijos en el que puedes comprimir el tiempo y arribar a Shangai desde Sidney en menos de dos minutos.
Imaginé por un momento que el paraíso estaba ahí, a proa del cadenote del ancla semioculto por la nieve. Se podían distinguir a mis amigos en plena batalla de bolas de nieve, varios niños terminaban de “acicalar” a un grueso muñeco de nieve con una alargada rama a modo de nariz. Podía sentir los rayos invernales que ya se recogían ante la inminente anochecida. Varios adultos fueron recogiendo a los niños mientras mis amigos también se fueron despidiendo, para guardarse cada uno en su hogar y celebrar una noche para unos religiosa, para otros simplemente familiar.
La voz de Pedro al timón me despertó de aquel sueño real
- Josu, no arribamos antes del maldito amanecer, la cosa esta cada vez peor, no hacemos ni dos nudos.
Ni siquiera moví mi cara del cristal , acababa de sentenciar aquello mi timonel cuando una lágrima abarrotada de sal se abría paso en mi rostro y en ese mismo momento la cresta de una ola, igual de cargada de sal, se llevó por delante la nieve del cadenote, todo lo que allí había vivido se esfumó engullido por las negras aguas que partía el Jarama sin piedad.
- Tienes razón, Pedro. Avisare al “viejo” y al resto…
5 comentarios:
Tal vez, en un instante tu imaginación fue tan intensa, tu sueño tan vívido que se hizo real pues en ese momento tú sentías los rayos del sol invernal en tu piel, las bolas de nieve rozaban tu cara... En un instante viviste en tu sueño.
Pues, en ocasiones, ¿dónde está el límite entre fantasía y realidad?
¿No vivimos los sueños que soñamos?
Epa!, estamos personalizando los post. Excelente.
Me gustó mucho esta última entrada tuya.
Un abrazo.
Alicia
Gracias a tus palabras, me he sentido transportada al puente del Jarama.
Espero, que aunque no la soñada, los tripulantes pudieran celebrar una Nochebuena más o menos agradable, en compañía unos de otros.
Un abrazo
Lo peor de los sueños es que al final siempre despiertas, y hasta tenemos que dar gracias por hacerlo.
Si no te importa, en mi blog hay una historia que requiere de tu presencia.
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