Mi estimado censor:
Hay miedos que aturden, ciegan la condición humana. Muchos pensarán que estoy hablando de miedo a la muerte, de miedo a la guerra, a la cárcel, etc. No son estos, el miedo al que me refiero no está tan lejos, ni es tan enorme. No persigo la muerte, ni la cárcel, ni siquiera la injusta guerra. Me refiero al miedo hacía algunas personas por el simple hecho de lo que éstas puedan representar, del papel que ejercen. Miedo a que sus aduladores se confabulen contra ti, miedo en definitiva de segunda clase, miedo frente a algo verdaderamente irreal.
Paseas por la vida diaria encontrando algunos personajes por el camino, los pasillos, la fábrica, unos con algo de poder sobre ti, otros simplemente con el brillo irreal del que se cree tocado por la mano de su dios menor. Te cruzas con ellos, sientes miedo y te plegas a sus deseos, los adulas e incluso un enfermizo “síndrome de Estocolmo” te invade si no te mantienes vigilante. Llega un día en que te das cuenta de quién eres, te repites a ti mismo tu nombre y apellidos, ves lo que eres capaz de hacer por ti, que ellos sólo son limitaciones vanas de su propia sombra y comienzas a caminar.
Hay miedos que aturden, ciegan la condición humana. Muchos pensarán que estoy hablando de miedo a la muerte, de miedo a la guerra, a la cárcel, etc. No son estos, el miedo al que me refiero no está tan lejos, ni es tan enorme. No persigo la muerte, ni la cárcel, ni siquiera la injusta guerra. Me refiero al miedo hacía algunas personas por el simple hecho de lo que éstas puedan representar, del papel que ejercen. Miedo a que sus aduladores se confabulen contra ti, miedo en definitiva de segunda clase, miedo frente a algo verdaderamente irreal.
Paseas por la vida diaria encontrando algunos personajes por el camino, los pasillos, la fábrica, unos con algo de poder sobre ti, otros simplemente con el brillo irreal del que se cree tocado por la mano de su dios menor. Te cruzas con ellos, sientes miedo y te plegas a sus deseos, los adulas e incluso un enfermizo “síndrome de Estocolmo” te invade si no te mantienes vigilante. Llega un día en que te das cuenta de quién eres, te repites a ti mismo tu nombre y apellidos, ves lo que eres capaz de hacer por ti, que ellos sólo son limitaciones vanas de su propia sombra y comienzas a caminar.
Tu brillo aumenta en la medida que su sombra disminuye, ¡sus limitaciones aumentan! Son cada vez menos, aunque siempre les quede un resquicio de veneno para dañarte de forma letal. Que eso no te amilane pues el veneno ya lo tenían, (es su naturaleza) y no les temblaría el pulso por mucha que gastaras en adulación si ellos decidieran condenarte.
Me dirás, querido censor, que el cementerio esta lleno de valientes. Es cierto, de valientes que estuvieron vivos, los cobardes siempre estuvieron muertos, pues sus almas fueron verdaderos anfitriones de quien les amedrenta. Te lo dice un candidato al cementerio en la colina de este augusto Caserón.
Por eso, porque hay razones, motivos y luz al final del túnel, no cabe otra opción que seguir a tu conciencia entre los vericuetos, entre los angostos senderos que dibujan las retorcidas mentes de tanto humano enfermizo, pretendiendo imponer su miedo en tu mirada.
1 comentario:
Mas bien creo, mi querido Blas, que los miedos engrandecen la tiranía del soberano. Sentirse enfrentado es lo que le hace débil. Si algo he aprendido a base de ostias, es apreciar el valor de los auténticos líderes, personajes estos que aborrecen la tiranía y comparten las inquietudes del día a día.
El resto no dejan de ser personajes disfrazados de lo que quieren ser y no alcanzan a conseguir...
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