... Aún sorprendidos todos, menos José Luis y su engrasador que hacía años que no trabajaban en una sala de máquinas con tanto brillo y esplendor, comenzamos a preparar la pequeña travesía de unas quince millas de tornaviaje a Hull. Realmente aquello era una lotería para los cinco que íbamos a bordo. Navegar unas cuatro horas si la mar no empeoraba más, entregar el buque y quedar a la espera que la consignataria nos enviase en avión a Bremerhaven, es decir, varios días sin hacer nada por el mismo sueldo.
Todos estaban contentos menos yo, que no cuadraba aquel mensaje en mi lógica, aunque creo que no cuadraría en la de nadie. En eso sonó el teléfono del puente
- ¡Preparados aquí abajo, capitán!
- Menos coñas, José. Arrancamos en cinco minutos. ¿Algún problema en los controles?
- Nada que no se le de bien a un profesional. Anda, dedícate a pilotar y deja lo difícil a los maestros, ¡ja! ¡ja!
- ¡Preparados aquí abajo, capitán!
- Menos coñas, José. Arrancamos en cinco minutos. ¿Algún problema en los controles?
- Nada que no se le de bien a un profesional. Anda, dedícate a pilotar y deja lo difícil a los maestros, ¡ja! ¡ja!
La maniobra fue sencilla, no había muelles ni otros buques próximos que sortear. Rianxo iba conmigo, mientras Clavería se mantenía en cubierta ojo avizor por cualquier novedad, “walkie” en mano. El Spee era rápido, dábamos los 16 nudos sin esfuerzo, algo que nunca se me hubiera pasado por la cabeza en nuestro pequeño “Almudena”.
- Joaquín, aquí pasa algo con el servo[1]. No consigo enfilar los 270º.
Comparé la orden desde el timón, el repetidor de la pala del mismo y el rumbo real comprobando que Rianxo estaba en lo cierto. El rumbo era 350º, casi Norte. Llamé a José Luis que, después de comprobar el equipo, me llamó para decir que desde allí todo estaba bien y que iba a subir a comprobar si había algún defecto en la trasmisión de la señal.
- Joaquín, aquí pasa algo con el servo[1]. No consigo enfilar los 270º.
Comparé la orden desde el timón, el repetidor de la pala del mismo y el rumbo real comprobando que Rianxo estaba en lo cierto. El rumbo era 350º, casi Norte. Llamé a José Luis que, después de comprobar el equipo, me llamó para decir que desde allí todo estaba bien y que iba a subir a comprobar si había algún defecto en la trasmisión de la señal.
- Nada Joaquín, esto está todo correcto, la orden que llega abajo es la correcta y lo mismo aquí arriba. No entiendo nada.
- Yo tampoco, el caso es que vamos con rumbo norte a 16 nudos y sin posibilidad de avisar por radio. Hay que parar.
- Yo tampoco, el caso es que vamos con rumbo norte a 16 nudos y sin posibilidad de avisar por radio. Hay que parar.
José Luis bajó para hacer la parada, fue imposible. Cortaron el suministro de combustible, pero aquellas máquinas mantenían sus 80 revoluciones sin ningún atisbo de agotamiento. Me llamó y en menos que el motor dio otras ochenta vueltas estábamos todos, incluido Clavería, en el puente. Las caras de todos eran poemas de distinta métrica, los había de rima consonante y cuadriculada como los de Rianxo y José Luis, o los de libre y asonante como los de los demás. Les conté lo que había visto, justificando mi mutismo a que el mismo Don Mauricio se rió de mi. No sabíamos qué hacer, ni qué decir hasta que a Rianxo se le ocurrió algo de lo más oportuno.
- Clavería, bajemos a la cocina que he visto allí unos buenos vinos y las cámaras estaban repletas. Ya que tenemos la cabeza vacía de ideas, vamos a llenar los estómagos.
- Clavería, bajemos a la cocina que he visto allí unos buenos vinos y las cámaras estaban repletas. Ya que tenemos la cabeza vacía de ideas, vamos a llenar los estómagos.
Aquél arranque de Rianxo nos tranquilizó un poco a todos. Comimos y bebimos siempre pendientes de algún buque a la vista, a quien hacer señales con la pistola de bengalas. Pero aquel momento no llegaba, mientras, José Luis y Francisco, el engrasador, habían dejado de bajar a la sala de máquinas. De vez en cuando bajaba el segundo a comprobar que todo estaba en orden esperando una parada, pero desistió de hacerlo pues carecía de sentido bajar a comprobar si todo estaba en orden en una máquina que funcionaba sin combustible.
Llegó la noche y ninguno quisimos ir a cualquiera de los camarotes de la tripulación o del pasaje. Con unas mantas encima nos repartimos las horas de guardia y nos echamos a dormir en el mismo puente. Necesitábamos mantenernos juntos, unidos ante lo imposible, lo increíble, lo inexplicable.
Me costó dormir, pero lo hice profundamente. Aquella noche soñé con mi familia mientras disfrutábamos de las últimas vacaciones el año pasado en Huelva. Un golpe ronco y violento me despertó, sacándome de mis sueños reales a la irreal realidad en la que flotábamos. El primer disgusto fue comprobar a Clavería dormido como un niño en la silla del Capitán. Dos tortas sin piedad le fueron suficientes para ponerse firmes creo que sin haber despertado aún. El segundo fue mayor, fue peor, fue ver la raya que su cruce puede hacer que ya no retorne uno nunca mas a la consciencia...
Me costó dormir, pero lo hice profundamente. Aquella noche soñé con mi familia mientras disfrutábamos de las últimas vacaciones el año pasado en Huelva. Un golpe ronco y violento me despertó, sacándome de mis sueños reales a la irreal realidad en la que flotábamos. El primer disgusto fue comprobar a Clavería dormido como un niño en la silla del Capitán. Dos tortas sin piedad le fueron suficientes para ponerse firmes creo que sin haber despertado aún. El segundo fue mayor, fue peor, fue ver la raya que su cruce puede hacer que ya no retorne uno nunca mas a la consciencia...
[1] Motor que con las indicaciones desde el puente gobierna el enorme timón de la embarcación
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