.... Los gritos de Helios retumbaron en todo el contorno, la isla pareció moverse entre los sargazos, un extraño remolino precedió la figura de Eolo, el rey de los vientos. Una figura enorme, sus formas empezaban de forma imprecisa desde la parte inferior para ir perfilando la forma humana acabada en su corona real.
- Aquí estoy. ¿Quién me llama?
- Soy yo, Helios estrella del firmamento.
- Y a qué se debe tu visita, no estas alumbrando como así debería de ser. Algo grave sucede. Cuéntame que desde aquí te escucho.
Helios empezó a contarle su enorme problema. Le recordó los favores que le hizo cuando era incapaz de apaciguar los vientos del Este y del Oeste en esa guerra que se traían entre ellos. Algo que casi lo hace desaparecer...
- Por eso Eolo te pido ayuda, no se, quizás algo similar a lo que le diste a Ulises. Aquella bolsa con los vientos sería útil, aunque es necesario desintegrar todo aquello.
- Mucho pides, aunque a nada podría negarme. Al fin y al cabo tu eres la fuente de mi fuerza y te lo debo.
- Gracias, majestad.
- No me las des. ¡Toma!, aquí tienes dos sacos muy especiales. El de color rojo deberás abrirlo sobre las masa de nubes antes de que te hayan reconocido en la próxima alborada. Con ella los descompondrás en pequeñas moléculas de su propio veneno. Una vez logrado abrirás la bolsa azul. No te extrañe al ver que nada salga. Deberás abrirla lo máximo posible. Dentro viven las moléculas malditas del penoso final. Mi padre las maldijo para siempre y, por su orgullo y soberbia las obligó a devorar cualquier veneno mortal. Después de que todo hubiera sido devorado lánzala lejos y ella volverá a mi para continuar su pena en otra encomienda que se le antoje al mal.
Helios atento a todo, por una vez recibió algo de otro. Con una mirada de agradecimiento entre ambos se despidieron. Eolo no contento con eso, mando preparar sus alas para estar cerca de la contienda. No podía dejar solo a Helios.
En el pueblo la gente después de escuchar al anciano por fin se dieron cuenta de su estupidez, de errónea valoración de la cosas ahora que estaban a punto de perderlas. Aquel anciano de aquella extinta tribu les dio las alas, los motivos por los que no repetir su historia.
- ¡Vayamos a la ciudad!. ¡Paralicemos las fábricas!
- Estoy de acuerdo, pero. ¿Y de qué viviremos?
El anciano entró en aquella respuesta antes del que ya se lanzaba contra las fábricas
- Viviréis de las fabricas, del campo de todo pero olvidad lo que no sirva para vuestra propia felicidad. Justo esa que lleváis buscando desde que el tiempo es tiempo fuera, esa que donde esta es vuestro interior. Encontrad el camino hacia ese interior y os sobrará la mayoría de lo que compráis, gastáis, añoráis de forma ansiosa.
Todos callaron y escucharon, con una mirada de respeto hacía él y aún si haber entendido totalmente aquello salieron para la ciudad a detener aquella contaminación.
En aquellos momentos Helios llegó de su viaje. Sin más, paso de nuevo a su forma eterna de disco incandescente. La luz como un flash fotográfico deslumbró a los humanos que cayeron al suelo. La Luna que preparaba su festín victorioso se puso en guardia.
- ¡Nubes, a mi!. ¡ Frente a él!. ¡Rodeadle y asfixiarle hasta su muerte.
- Aquí estoy. ¿Quién me llama?
- Soy yo, Helios estrella del firmamento.
- Y a qué se debe tu visita, no estas alumbrando como así debería de ser. Algo grave sucede. Cuéntame que desde aquí te escucho.
Helios empezó a contarle su enorme problema. Le recordó los favores que le hizo cuando era incapaz de apaciguar los vientos del Este y del Oeste en esa guerra que se traían entre ellos. Algo que casi lo hace desaparecer...
- Por eso Eolo te pido ayuda, no se, quizás algo similar a lo que le diste a Ulises. Aquella bolsa con los vientos sería útil, aunque es necesario desintegrar todo aquello.
- Mucho pides, aunque a nada podría negarme. Al fin y al cabo tu eres la fuente de mi fuerza y te lo debo.
- Gracias, majestad.
- No me las des. ¡Toma!, aquí tienes dos sacos muy especiales. El de color rojo deberás abrirlo sobre las masa de nubes antes de que te hayan reconocido en la próxima alborada. Con ella los descompondrás en pequeñas moléculas de su propio veneno. Una vez logrado abrirás la bolsa azul. No te extrañe al ver que nada salga. Deberás abrirla lo máximo posible. Dentro viven las moléculas malditas del penoso final. Mi padre las maldijo para siempre y, por su orgullo y soberbia las obligó a devorar cualquier veneno mortal. Después de que todo hubiera sido devorado lánzala lejos y ella volverá a mi para continuar su pena en otra encomienda que se le antoje al mal.
Helios atento a todo, por una vez recibió algo de otro. Con una mirada de agradecimiento entre ambos se despidieron. Eolo no contento con eso, mando preparar sus alas para estar cerca de la contienda. No podía dejar solo a Helios.
En el pueblo la gente después de escuchar al anciano por fin se dieron cuenta de su estupidez, de errónea valoración de la cosas ahora que estaban a punto de perderlas. Aquel anciano de aquella extinta tribu les dio las alas, los motivos por los que no repetir su historia.
- ¡Vayamos a la ciudad!. ¡Paralicemos las fábricas!
- Estoy de acuerdo, pero. ¿Y de qué viviremos?
El anciano entró en aquella respuesta antes del que ya se lanzaba contra las fábricas
- Viviréis de las fabricas, del campo de todo pero olvidad lo que no sirva para vuestra propia felicidad. Justo esa que lleváis buscando desde que el tiempo es tiempo fuera, esa que donde esta es vuestro interior. Encontrad el camino hacia ese interior y os sobrará la mayoría de lo que compráis, gastáis, añoráis de forma ansiosa.
Todos callaron y escucharon, con una mirada de respeto hacía él y aún si haber entendido totalmente aquello salieron para la ciudad a detener aquella contaminación.
En aquellos momentos Helios llegó de su viaje. Sin más, paso de nuevo a su forma eterna de disco incandescente. La luz como un flash fotográfico deslumbró a los humanos que cayeron al suelo. La Luna que preparaba su festín victorioso se puso en guardia.
- ¡Nubes, a mi!. ¡ Frente a él!. ¡Rodeadle y asfixiarle hasta su muerte.
Antes de que esto sucediese, Helios abrió el saco rojo donde todos los vientos aprisionados allí soplaron en tromba contra la masa de nubes. Como la lanza de un caballero en una justa el viento en forma de cuña rasgó aquellas nubes como si de un pañuelo se tratasen. Los vientos del sur se separaron para hacer jirones a las nubes mas apartadas, mientras, los de este, mas traicioneros que los demás, formaron un vórtice por detrás para disolver sin piedad la en la parte menos defendida. Los vientos del norte y oeste, los mas fuertes, formando varias puntas entre si desgajaron todo lo que quedaba mínimamente compacto.
Aquello acabó convirtiéndose en una neblina negruzca desconectada entre si. Era el momento, Helios abrió la bolsa azul. Un grito de dolor nació de la bolsa, esta comenzó a girar como si fuera un tornado, oscureciendo todo a su alrededor. Aquel agujero negro al absorbió todo, la luz era por fin total. Los humanos no salían de su asombro. Fueron reaccionando pero seguían paralizados observando aquella demostración de poderío entre Gigantes.
La pesadilla había terminado. La luna quería desparecer .
La pesadilla había terminado. La luna quería desparecer .
- ¡Luna!. ¡Maldita Luna! Solo te digo que no te perdono, que no saldrás de lo que eres y toda la maldición que tienes y que has ganado ahora será la que arrastres hasta el fin de este universo. Un lugar en el que te verás superada en admiración por astros, cometas, meteoros y cualquier cosa que brille. Darás esa luz mortecina que sólo sabes dar y engañarás a pocos. Cada vez a menos. Ahora vete. ¡Que mil cráteres horaden tu ya superficie triste y solitaria!.
El satélite se retiró, aquel día duró casi 48 horas en los que todos pensaron en lo que pudo haber sido y lo que salvaron.
La vida fue de otra forma a partir de entonces. El Desquite no pudo cumplirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario