Helios, cansado ya de la dura jornada laboral lentamente iba recogiéndose entre aquellos dos picos como lo había hecho durante los últimos millones de años. Aquellos picos habían sido sus guardianes del sueño desde siempre, ellos lo habían defendido ante la envidiosa luna que, durante las amargas noches invernales se conjuraba con aquel grupito de nubes que siempre se empeñaban en agolparse en el valle. Nunca lograron de verdad cerrarle el paso a cada alborada. Helios triunfaba siempre, quizá alguna nube mas gallarda que las demás osaba interponerse, pero la fuerza y su calor irradiado hacían de ella un conjunto de jirones en permanente huida.
Aquella noche parecía que se presentaba como tantas otras. La luna en cuarto creciente, como una barriga sin cuerpo, comenzaba a iluminar con su mortecina luz los contornos de los picos. Las nubes no estaban aunque aparecerían pronto. Helios ya cerraba sus ojos, el descanso era merecido.
La noche ya había avanzado lo suficiente y aquella luna traicionera ,con la nocturnidad propia de su ser, dio un giro sobre su reflejo tal y como si quisiera dar alguna señal a algo o alguien. Después volvió sobre su posición correcta. Unos minutos después, sobre la franja este del valle, una línea perfectamente formada de nubes sin formas diferentes, como un solo bloque, se vislumbró acercándose a la luna que las observaba desde su puesto elevado con un brillo malvado, los cráteres que la definían parecían mas nítidos desde la tierra. Algo estaba apunto de suceder.
- Ya estamos aquí, reina, señora de los oscuros mares de la ignorancia. La que a todos embelesa con tu belleza aderezada por el silencio de la noche. A tus órdenes quedamos...
- Bien, ha llegado la hora de nuestro desquite....
Despiértame
-
Despiértame
No estoy preparado.
Retumban los tambores al combate vital,
Pero no hay mimbres preparados
Solo mar que capear para ganar en su andar
Contra el t...
Hace 12 años
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