- Bueno supongo que estamos en maniobra de aproximación y todo eso.
- Si, en cuanto estemos...
- Si, si, si, me llamas al comedor.
Como siempre hacía con todo el mundo cuando estaba incómodo me dejó con la palabra en la boca, dándome la espalda mientras se encaminaba escaleras abajo a tomar “su medicina” en forma de dos copas de Tio Pepe. Hacía ya años que estaba alcoholizado, aquellas dos copas matutinas de fino andaluz era para el lo que para otros el antidepresivo o similar recetado por el médico.
Después de poner nuestro costado de babor a unos dos cables de aquel extraño buque, Don Mauricio me envió a mí junto a Rianxo y otros dos marineros a inspeccionar la nave. Los compañeros libres de guardia nos seguían con la vista desde la cubierta del “Almudena”, mientras el suave ruido del motorcito de nuestra lancha rompía el silencio entre nosotros durante el tránsito entre los dos barcos.
Empezando por mí, creo poder afirmar que nadie se había encontrado semejante “cosa” flotando a la deriva; quizá algún contenedor, o incluso alguna lancha de pesca con problemas, pero nunca eso.
Nos abarloamos intentando que la mar no rompiese el bote contra su costado. Rianxo largó el cabo enganchando éste en una bita que sobresalía de la cubierta. Me encaramé con no cierta tensión por lo que me iba encontrar y por esa sensación tan familiar en mi, algo que siempre me recorre el cuerpo cada vez que pongo pie en la cubierta de un barco. Es como si percibiera que estoy “pisando” sobre un ser vivo, con su pulso constante, sintiendo sus movimientos independientes de los del lugar desde donde pasé hacía él.
Estaba claro, sin necesidad de más detalles que ver sus cabezadas y su nula vibración procedente de sus entrañas que aquel buque navegaba a la deriva. En aquel momento parecía estar sobre un pelele en manos de algún inquieto bebé, aunque este bebe fuera ni mas ni menos que la mar. Todo se encontraba perfectamente alistado, las bodegas con sus tapas cerradas, la cubierta inmaculada, tan solo inquietada y molestada por la espuma de las encapilladas de una mar que se había dado cuenta que disponía de una presa fácil para devorar; no había rastro de marinero alguno.
- ¡Está desierto!
Los dos marineros, Rianxo y Clavería acababan de subir a bordo, mientras, Castillo se quedó a bordo de la lancha manteniendo a esta a la expectativa un poco alejado del buque.
- Rianxo, Clavería, entrad en las habilitaciones, cocina y demás, yo subiré directamente al puente, nos vemos allí si no hay novedad. Nos hablamos por los “walkies”.
Subí atropelladamente primero, aunque reduciendo el ímpetu conforme mis piernas se quejaban cargadas de razón. Y es que la edad y el poco entrenamiento que concede el pequeño “Almudena”, eran argumentos sobrados para relajar el ascenso de las cuatro cubiertas. La verdad es que todo se encontraba verdaderamente impoluto, la iluminación sin una falta, mamparos como salidos de dique, era como si el barco del que aún no conocíamos su nombre estuviera a punto de ser visitado por el armador.
Llegué arriba al fin, era un puente amplio, la luz ya entraba procedente de un sol en plena faena. Supongo que las pulsaciones eran muy fuertes o el silencio ensordecedor de aquel amplio puente hizo que sintiera el puro pálpito de mi sangre golpeando mis sienes. No había nadie. Todo estaba en orden, eso sí, los indicadores de máquinas, el piloto automático, todo estaba desactivado. Busqué la radio pero me fue imposible encontrarla. Mientras lo hacía escuchaba los pasos apresurados de Riaxo y Clavería golpear sobre las escaleras metálicas.
- Nadie Joaquín, no hay nadie. Pero esta todo como si estuviéramos saliendo de dique.
- Ya veo, Rianxo. Bueno todo menos los que te estás comiendo.
Me comuniqué con Don Mauricio, que quedó a la espera de la situación en la Sala de Maquinas a la que bajamos, esta vez desde el montacargas que salía de la cubierta del Jefe.
En ese momento entraron los dos marineros sin percatarse de nada más que la expresión de mi cara. Sin preámbulos, sin parar a explicar nada, subimos a cubierta y le explique todo a Don Mauricio a través del “walkie”.
- Vale, vale, Joaquín. Pero aquí el que bebe soy yo. Si el buque está como dices te mando a José Luis y su engrasador y lo lleváis a Hull. Desde aquí comunicaremos el asunto tanto a las autoridades como al armador nuestro. Vete preparando el buque para salir.
Estaba claro que explicar aquello desde un “walkie”, a Don Mauricio no serviría de mucho. Al menos mi amigo José Luis vendría conmigo...
3 comentarios:
Hola Blas, por aquí visitándote, siempre que entro a tu blog tengo la sensación de estar a bordo de un barco, de hecho tengo la sensación de estar masticando sal como cuando te metes al mar y tragas un poco de agua.
Lindos tus escritos!
Saludos
te mando un saludo.
buen blog.
Tienes un buen amigo, su nombre José Luis...
Pisas un ser vivo, es el mar, bravío o sereno o como guste estar. También creo que él tiene vida propia.
Me gustó mucho tu relato, Josu.
Un abrazo.
Alicia
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