Rayaba la meridiana sobre la marea en la que balanceaba sus cuadernas el balandro de nombre
“Saltillo”. Amadrinaba entre el
maderamen ya más de 16 años con guerra
civil incluida y casi pérdida en ese derroche de odio y destrucción. Orgulloso
algunos atrás en la Britania imperial entre
balandros de porte homenajeando a sus reyes britanos antes de su casi
destrucción, o navegando a la capa en los primeros destellos oscuros de la
dictadura del superviviente golpista a sus hermanos de casta de crimen y religión.
El verano comenzaba a agonizar en
el norte de esa España oscura y casi impenetrable a letras y culturas que no
fueran la del fiero Dios, los brazos en alto y el silencio a la discrepancia.
La última demora del timonel sobre la carta lo posicionaba frente a las costas
de San Sebastián. Cinco millas al través
del Monte Higueldo a vista clara. Aquel balance venía dado por una mar tendida
de poco más de metro y medio. Se llevaba bien gracias a que entre cada vaivén y
cabeceo, un trago de vino desde la bota
compartida hacia de sedante ante la cada vez más tensa espera.
- -
¡Patrón, barco a dos cuartas a babor!
Todos a bordo lo esperaban. Una chimenea oculta
tras el penacho de humo negro daba aviso de que el “Hernán Cortés” se aproximaba de forma rauda a dejar morir su arrancada a dos millas del
balandro. Dos millas a popa, el “Azor”,
viejo yate de origen alemán que poco le
quedaría de lustros de orgullosos porte por ser sustituido por el nuevo “Azor”
a punto de botarse en el Ferrol un año después, aproximaba sus amuras al “Saltillo”.
Después, de “Azor” pasaría a ser conocido como “Azorin”, que todo pierde su
galanura frente a las comparaciones ante la nueva savia, sea de hierro o piel,
cuando esta se desea ver.
- -
Ya lo tenemos aquí, Ignacio. Ice la señal de
bienvenida.
La respuesta pronto se
cuadró junto al gallardete de almirante que portaba el yate. Los
preparativos ya estaba alistados y la tripulación de Don Juan presta cada uno a
su cometido quedo la espera. Media hora después en una lancha galana, el rey
sin corona enfundado en elegante traje subió a bordo del “Azor”. Don Juan y Don
Jaime, rey sin corona y su hermano fueron recibidos por quien mandaba con puño
de hierro y fuerza de plomo una España
encerrada.
Trato cortés y educado al ciento,
mar suave mientras el cañonero “Hernán Cortes” mantenía la escolta en atenta
vigilancia. El futuro de nuestra sociedad se iba a enhebrar sobre aquella
cubierta, un futuro que podemos decir ahora como presente real. Dos personajes
que se necesitaban, uno para atesorar su continuidad y la de su macabro proyecto,
el del otro el de su dinastía, denostada desde el comienzo del siglo XIX; vieja familia soberana en sus propios vicios
y menor sangre.
Se trataba de salvar el rancio
abolengo aportando un posible futuro abierto a la modernidad que en cada golpe
de luz que trataba de atisbar entre nubes negras de mitras, caciquismo y atraso
secular, era apagada como si de frágil candela ante vuelco de balde de agua pantanosa, pero igual
de efectiva en su acción sofocante.
Tras la comida, abundante y deliciosa la
conversación trascendente daba su comienzo letal.
- - Excelencia, entiendo sus intenciones para dotar
a nuestra patria de una sucesión coherente con sus pretensiones, pero considero
que es mi derecho legítimo el trono de España. No puedo aceptar entregarle a mi
hijo para su formación en sus reglas.
-
- Don Juan, no se ande con detalles que no son al
caso. Tanto usted como su hijo garantizan la línea de la familia real legítima
que deben regir los destinos de nuestra patria. Mas vuestra alteza, si me lo
permite, no cuadra con los destinos de la Nueva España que tratamos de llevar a
su fin. No admitiré nunca a quien habla de
bastardos sentidos basados una democracia caduca que solo ha traído bajo
sus antepasados regios la más absoluta de las desgracias. Qué decir de su
anglofilia, país en clara decadencia.
Don Juan no podía escuchar tales
agravios, pero era la única vía que ya era conocedor como salida a su
aislamiento.
-
- Excelencia,
no entiendo la cesión en la educación de mi hijo bajo su protección mas que el camino a la
repetición de lo que preconiza como males de la patria. Corrupción de nuestras más
altas magistraturas, orden para dar continuidad en la arbitrariedad de los poderes
ya repartidos. ¿Volver a los principios de la restauración que mis antepasados
aceptaron tras la 1ª República? Donde la invulnerabilidad de las castas
destruyo nuestra monarquía y el país por entero. Hemos de aprovechar vuestra
situación para abrir el país. Permítame educar a mi hijo en España, con vuestra
ayuda y mi peso en la Europa que se alza sobre las ruinas de la guerra podremos
ganar otro país.
Una sonrisa entreabierta bajo ese
bigote al gusto de la época mostraba a las claras la negativa al logro de
aquella casi súplica ante el
todopoderoso general.
- -
Querido Don Juan. Hemos de ser cautos y en
verdad más visionarios. Este país no hemos de sacarlo del temor cristiano
y llevarlo a otro temor basado en
el mensaje falso o verdadero, me importa poco, del caos de la ingobernabilidad
al que nos llevó un régimen para el que no podemos estar y nunca habremos
de estar preparados. La libertad es para otros países, eduquemos a su hijo en
alguien afable, capaz de conceder derechos, que los confundan con la libertad y
con ello hagamos desparecer esta. La Nación lo agradecerá, le aseguro que los
partidos derrotados que ahora quieren asomar su cabeza en el lejano Méjico, o
en la Francia vecina se avendrán como ya están avenidos los legales. Dejémosles
un periodo de lucha baldía y cuando todo sea claro con su hijo podamos
continuar de forma moderna con la vieja forma de ser de nuestro ser, recios y
violentos ante los símbolos y de flojera ante la vida diaria. Para que la paz y
el control de la sociedad siempre quede en donde nunca debía de haber salido.
No había hecho falta tal reunión,
si cabe humillante. Era consciente Don
Juan que si su hijo no lo entregara, en aquellos momentos habría otro Borbón
que lo fuera por él. Sus aspiraciones a un reinado donde el presidencialismo y
la libertad de corte europeo no tenían cabida. La conversación aún se mantuvo más
de una hora a popa del azor, el golpista iba a cobrase la presa más importante,
que no era nadie más que quien le sucediera formado por derecho de sucesión
marcado por su ideario.
Con las lágrimas retenidas y la
sonrisa afianzada en su rictus abandonó el yate para recogerse en el balandro,
en otro tiempo bendecido por don Niceto Alcalá Zamora para recorrer los mares
del globo. La partida ya estaba ganada de antemano aunque debiera combatirla
por honor. 30 años más llevaría y hasta hoy 40 más sin otro que la situación en
su esencia cambiara en sus derechos, pero no en sus libertades políticas y
sociales más de los que se podría permitir sin cercenarlos en caso de riesgo.
A bordo del “Saltillo”, con la
derrota marcada en las manos aferradas sobre la timonera, Don Juan dio orden de
izar el velamen y en menos tiempo del que se dieron las señales de despedida
desde el “Azor”, el balandro orgulloso ya afeitaba las olas con rumbo
oeste dejando al yate del golpista y su
escolta embebido en su propio triunfo sobre la mar tendida.
Acababa de ingresar en la escuela de náutica de Bilbao
ese octubre del 84. Por la tarde nos llevaron al “Saltillo” para practicar sin
salir, pues se encontraba en mal estado el balandro debido a un abandono que ya
es historia por fortuna. No podía imaginar que en aquél balandro a punto de restaurarse pudo haber
comenzado el estado de las cosas hoy día.
Aunque quizá nada fue así.
El saltillo en Gijón actualmente |
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