No acaba de nevar antes de cierre
este febrero tan atípico de invierno en el hemisferio norte. La verdad es que
es de las pocas cosas en las que en este año no se producen ni se conmemoran
con los mismos eventos repetidos; por ejemplo, las mareas responden como se
debe frente a los astros o a su vera, la
luna entrando y saliendo sin más temor a que lo despunte el sol con un amanecer
de bruces que la deslumbre.
En el tema de la política
nacional, aparentemente los sucesos están rompiendo la aburrida y repetitiva
comidilla negociadora embadurnada de concesiones a pequeños partidos para
sacar, unos el oportuno gobierno y los otros seguir justificando la existencia
de ellos como la pequeña oligarquía de sus feudos. Estos días parece que todo
es diferente, pero todo podría ser distinto para permanecer igual, aun no lo
sabemos.
Pero donde parece permanecer la
esencia del movimiento perpetuo, de la repetida acción esperada cada vez que se
produce por los de siempre, es entre los miembros de nuestra real familia, de
nuestros monarcas, hijos, abuelos, tatarabuelos y demás portadores de genes con
“b” de Borbón. Viejas glorias y jóvenes promesas ya caducas en su pose de
distante solemnidad. Es cierto que a monarca
en ejercicio lo echamos por dos veces y las dos veces los rehabilitamos, por ignorancia o miedo a lo que nos podría
quedar. Como no hay dos sin tres hagamos
que no se cumpla como excepción y sin
echarlos del país destronémoslos de sus prebendas y juzguemos sus actuaciones
mientras bloqueamos sus cuentas. Bueno, todo se puede andar, aunque en la línea de “abandonen toda esperanza” que
estos últimos días ando escuchando en referencia otros aspectos de la vida, seguramente
este país nuestro continuará su senda de un día de furia por cada siglo de
dominio oligárquico.
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Seguimos entre galgos y liebres
mecánicas y podríamos continuar entre herencias de reyes sin corona que dejan a
su hijo rey abdicado de España en Suiza
para no pagar los tributos propios de un buen patriota español, podríamos
continuar con el abdicado rey y sus finanzas tan bien saneadas entre viajes,
elefantes y corinas, ¡uy! perdón, coronas de laurel campechano. No seré quien
entre en estos temas, que igual acabo compensando los tributos no pagados en la
herencia por alguna denuncia sin pensar.
Ahora tenemos en Palma de
Mallorca a todo un ex duque empalmado y a una infanta directa, descendiente de
la estirpe menudeada en pequeños comentarios anteriores que tendrá que
comparecer. Parece que es todo un logro tal acción y que deberíamos congratularnos.
Yo, como mucho suspiro porque la justicia en sus elementos sean en verdad ese poder independiente, empezando por
abogados del estado, fiscales y resto de grandes próceres de tal institución.
Ya se le echó por dos veces a la Reina Madre Doña Cristina de Borbón y Dos
Sicilias, se acabó por desterrar a Isabel II que “bien” sufrió en el destierro,
acabamos de ver los pasajes en crucero de la Armada “ganados” por Alfonso XIII para disfrutar de
los beneficios de las apuestas y diversas acciones propias de un verdadero
emprendedor. Todos ellos bien enterrados en el Panteón de Honor.
Honor, palabra de viejas glorias
en las personas, palabra que en las dos
primeras acepciones de la Real Academia dicen:
1. Cualidad moral que
lleva al cumplimiento de
los propios deberes respecto
del prójimo y de
uno mismo.
2. Gloria o buena
reputación que sigue a
la virtud, al
mérito o a las
acciones heroicas, la
cual trasciende a
las familias, personas
y acciones mismas de
quien se la
granjea.
La verdad es que
cualidades en esta familia las hubo muchas y prácticamente todas de negativo
interés en estas dos centurias; gloria, creo que la de los que dejaron la piel
y la sangre, unos en las trincheras, sin materiales y apoyo, otros en
navíos en los que con su elevada valentía
y formación, no se les siquiera pagaba en meses, otros trabajando por míseros
sueldos para producir al máximo, sin condiciones laborales, los mas arando
tierras del cacique, buen amigo de su señor.
¿Ahora qué? ¿Con qué
honor nos piden esfuerzos los mismos de
siempre? ¿Sacrificios sobre su propia política de impuestos, de reducción en
las condiciones en el trabajo, venta a empresas y fondos de inversión del capital público en
temas como los trasportes, la salud, la educación, los servicios esenciales?
Con ninguno, porque
no lo tienen.
Pero, ¿lo tenemos nosotros?
¿Acabaremos perpetuando el famoso día de furia cada cien años? Ese en el que no
se distinguen justos de injustos y es algún hecho o símbolo el que canaliza la
rabia contenida mientras los verdaderos culpables se van de rositas asustados y
escandalizados por semejante violencia.
No caigamos en la trampa. Hay que
dejarlos en evidencia.
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