…Escondido tras una muralla desvencijada de pergaminos plagados de nombres de navíos, tipos de mercancías y sus mercaderes, papeles entintados y suciedad casi disimulada por la penumbra de la estancia donde pergeñaba Luis Peláez con mas acierto del que aparentaba. Perfecto ratón de los legajos, reyezuelo entre leguleyos de postín, sabedor de los gustos y querencias de los públicos representantes legales de su majestad aquél soberano subterráneo de la Casa daba paso a unas y cerraba el mismo a otras mercancías que no portasen el oportuno fielato invisible a cada banda del porte con la oportuna descarga sobre sus costales para el buen gobierno del tráfico y riqueza del reino sin por ello detrimento de todos sus intermediarios.
- ¡Buen día, primo!
- Bueno y con sorpresa por veros aquí a vuestras mercedes. ¿Qué os trae por estos lugares tan poco cargados de bellezas y naves?
- Mi amigo el teniente Cefontes deseaba alguna información que de seguro vos tendréis o sabréis obtener con facilidad.
Luis Peláez miró al Teniente y tras comprobar la decisión de su mirada adaptó su tono a la situación como otra fuente de ingresos sin cuantificar todavía el valor de estos.
- Pues como bien sabes, primo. Para eso estamos lo amigos, para ayudarnos entre nosotros. Dadme una hora en la que aligere esta correspondencia y nos podremos ver en el café que dobla la esquina.
- Muy Bien. En una hora allí estaremos.
La hora pasó sin pena ni gloria mientras la actividad iba menguando al acercarse el orto con el calor del verano en ciernes en el que no había casaca de fiero león que aguantase sobre humana osamenta. Refugiados en la tasca esperaron a Peláez con unos trozos de tortilla regados alternativamente por un vino gordo que a duras penas se dejaba trasegar. La hora se hizo algo larga pero como todo en lo que el tiempo tiene algo que decir, este lo acaba por marcar mientras se va sin vuelta atrás. Como siempre, sudoroso y con el aspecto de necesitar un buen chorro de agua limpia con alguna esencia neutralizadora, Luis Peláez envuelto en su oronda humanidad se presentó en la tasca como quien entrase por su propio hogar.
- Pues aquí me tienen vuestras mercedes para lo que gusten. Pero esperen, antes he de confirmar lo de siempre a ese tabernero holgazán. ¡Mariano, lo de siempre, esta vez no te quedes corto con las guindillas!
Se sentó mientras el también orondo aunque más ágil tabernero se puso a cumplir las órdenes del escribiente de la Casa. Unos huevos con patatas fritas bien guarnecidos del tocino mas suntuoso de la comarca.
- ¡Un vaso para este caballero! Me permitís degustar de vuestra frasca, ¿verdad?. Soy todo vuestro ya, caballeros.
Antúnez comenzó la explicación sobre las damas irlandesas y su extraño protector hasta que Segisfredo lo interrumpió tratando de entrar al máximo en los detalles que deseaba aclarar con su ayuda.
- Así que, según vos decís, esas damas algo deben de ocultar o al menos no parecen del todo “católicas” podríamos decir.
- Pues eso creo yo, Peláez. Mucho pretendía la que a mi se me presento en frente. Temperance creo que se llamaba. Parecía desear entablar ligazón y tras de aquello algo más, pero no atine a descubrir porque no vio en mi posibilidad de ello y me abandonó sin decoro ni explicación alguna. Sin embargo, mi amigo, el capitán Daniel Fueyo no ha resultado de la misma condición para la otra dama y necesito saber. Me dice vuestro primo que sois capaz de conseguir semejante información tanto de ellas como de ese petimetre de tres al cuarto que las ronda como mariposa sin colores. Estoy dispuesto a compensar vuestra información en la medida de mis posibilidades.
- Por tal cosa no habéis de preocuparos que no es caudal lo que os demando. Llegará el momento en que os lo demande y estoy seguro que vos como caballero seréis quien a corresponder.
- Así será siempre que no traicione a mi honor y al de mi rey.
- Así será Cefontes, no temáis.
Con los nombres de las dos damas y el del acompañante mas la dirección que tenía de ellas Cefontes, el primo de Antúnez regresó a su trabajo una vez hubo deglutido los huevos con patatas y tocino que esta vez si debían estar al gusto en el picor para el escribiente de la Casa de Contratación. Con hambre, pero sin tanta pasión por la grasa Cefontes invitó a Antúnez a una taberna de mejor postín cerca de su hospedaje para hacer tiempo hasta poder hablar con Doña Ana sobre el mismo tema.
Tras la comida ambos se despidieron hasta volver a verse en capitanía o si terciase en la siguiente fiesta a la que acudir con más suerte en lo tocante a las féminas. Aún faltaba tiempo para la cita con la casera con lo que se aventuró a subir a la habitación que compartía con su amigo Daniel. Lo encontró despierto aunque más bien perdido entre sus pensamientos que de seguro lo aturdían en plena batalla de las razones sin sentido que provoca la pasión.
- Hola Daniel. ¿Has logrado descansar?
- Hola Segisfredo. La verdad es que no estoy seguro. Creo que sí. Hermano, tengo una congoja en mi pecho que no la entiendo. Nunca había pensado que amar produjese semejante sentimiento. Creí que todo sería pura felicidad por lo vivido y por lo que pueda llegar.
Aquél razonamiento le devolvió a Segisfredo sus recuerdos sobre Mª Jesús y el dolor que significa sentir sin saber si volverás a recibir el mismo sentimiento, el temor a perder lo tan débilmente ganado. Recordar como las penas con sus alabardas de doble filo, largas como las esperas en tiempo se agolpan lentas en su marcha para desangrar el corazón rechazado por olvidado siquiera unas horas, unos días que puede llegar a parecer una eternidad. El martirio vestido de deseo inconcluso que acaba por descubrir las sospechas nunca peor justificadas, entre suspiros sin explicación rodeados de melancolía. Algo que tan feliz te vuelve al comenzar a sufrir con el dolor por amar sin más. Pero no eran esos los tiempos de recordar, sino los de salvar a su amigo de algo que sospechaba en nada bueno iba a terminar.
- Daniel. Se lo que sientes, pues como sabes yo lo he vivido también. Eso es algo que ya no se elimina de tu sangre, que cada vez que atraviesa el corazón es como otra daga que se clava mientras vuelve a recorrer el cuerpo una y otra vez con el mismo rojo febril que la sangre. Has de tratar de verlo con cautela y espera, no conoces su alma, tan solo su piel, sus besos y caricias que poco serán en diferentes de las de otra aunque para ti lo sean sin discusión.
- ¡Basta Segisfredo! ¡No te consiento que hables a si de ella! ¡Sé que es mi vida ya y que nadie puede tal cosa remediar, cambiar o destruir! ¡Al diablo, tu y tus razones sin más sustento que tu propio fracaso! ¡No será este el caso, vive el océano que nos une!
De un portazo abandonó la estancia dejando a su amigo triste aunque sabedor por lo vivido que estaba de su mano sacar a su amigo de aquél entuerto como lo hizo este en tiempos pasados. El tiempo corría y la hora de hablar con la casera ya había llegado…
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