…la oscuridad del local y los clientes ruidosos entre mujeres de mil bordos y viradas que fomentaban el bullicioso ambiente permitió a Luis Peláez y al Teniente Cefontes mantener la conversación con la debida intimidad y sin riesgos a malas lenguas que los espiaran.
- Mi teniente, las dos damas no son de mejor catadura que las que por aquí ya sentís, aunque estoy seguro que de tal cosas vos estaréis bragado y no he de descubriros semejante hallazgo. En los saraos a los que van, siempre van con el Vizconde de Azcárraga, título que he logrado por varios conductos saber que no existe en las cristianas tierras de nuestro rey católico. Hasta aquí nada que no suceda en cuatro de cada cinco títulos que con ardorosas ínfulas alardea tanto petimetre rodeado de damas en caza de buen partido. Al parecer este hombre es dueño de la compañía de importación y exportación de paños Marcos & Ferrero. Tiene un pequeño almacén en Chipiona, lugar extraño para esto y un pequeño tinglado en el puerto, muy cerca de aquí con el nombre en su entrada de Textiles Ferrero. No se observa mucho movimiento en ese almacén por lo que me cuentan. Al parecer tiene representantes en París y Amberes, pero sus movimientos en la Casa de Contratación son de poca monta para el nivel que representan con ese despliegue internacional. Como comprenderéis tal cosa no me huele bien.
- ¿Queréis decir que puede que sus intereses quizá vayan por otros derroteros?
- Pues sí. Supongo que sabéis que desde que nuestro Rey está reforzando nuestra armada y recobrando el poderío que habíamos perdido las posibilidades de comercio de esos britanos en nuestros dominios son cada vez menores, nuestra armada de barlovento cada vez apresa mas naves britanas en el Caribe y los comerciantes ingleses presionan mas cada día que pasa al gobierno inglés mientras sus beneficios menguan para romper con el tratado que tan solo les permite un navío legal al año con el que comerciar mientras sus contrabandistas lo tienen cada vez más difícil. Malditos sean ellos y sus hipócritas leyes, que bien se nutren por el viejo tratado del comercio de negros a costa de la vida de estos y nuestra riqueza. Pero como os digo, la tensión poco a poco va incrementándose entre nuestros gobiernos, algo que seguro pone nuestra villa en su objetivo como núcleo del comercio con América y con ello la necesidad de información militar y comercial.
- ¡¿Ese simple un espía?! Luis, el cazalla os ha destruido el cerebro.
- Pues eso, mi teniente. Los mas indolentes desde fuera son quienes mejor se infiltran. Creo que aunque vuestras razones fueran las de la leal amistad y la protección a un amigo, algo que sin duda os honra como hombre y caballero, creo que ahora esto supera tal honrosa razón para ser una cuestión de lealtad a nuestro Rey y salvaguarda de nuestra nación. Sin renunciar a vuestro ofrecimiento de compensación que ya en el futuro os demandaré, creo que debemos descubrir lo que se cuece sin demora. Os propongo que sin perder de vista a vuestro amigo por ser tal guardemos esto en el más rotundo secreto y cacemos al vizconde para triunfo de nuestro rey y regocijo de nuestros bolsillos.
Sin pestañear, el teniente Cefontes no sabía si golpear a ese abyecto personaje o estrechar su sudorosa mano. Su amigo y lo que acababa de escuchar le convenció por lo segundo.
- Estoy con lo que proponéis aunque me quedo únicamente con la defensa de mi reino y de mi amigo, lo demás es cosa vuestra e incluso una buena compensación por mi parte llegado el caso.
No gustó esto último al escribiente, pero se contuvo
- Muy bien, teniente asi será, si así lo deseáis.
Horas antes, Daniel Fueyo con la furia de quien ama en medio del asedio por la incomprensión, había salido capaz de matar a quien se pudiera delante de su camino. Quemando las varas de distancia entre la Alameda y el baluarte de Santa Catalina cuando la calma acudió en su ayuda poco a poco fue olvidando lo que no deseaba recordar. Se sentó sobre uno de los bancos en los que dominaba la sombra y se puso a escribir una nota de forma apresurada, aunque algo interrumpida por su inseguirdad ante lo que debía decir hacía Dora MacLeod. Al fin, llamó a un zagal que por allí corría sin más acierto que el de seguir a los militares que por allí circulaban.
- Diga señor.
- ¿Quieres ganarte algo, zagal?
- ¡¿Qué he de hacer, Señor?!
- Lleva esta nota y entrégala en la mano de una Dama de cabellos rubios que vive en aquél portal. Solo habrás de entregársela a ella y esperar su respuesta. Cuando regreses te daré el doble de lo que doy. ¿Al punto?
- ¡Como las balas, señor!
Como bala rasa entró veloz el niño en el portal seguido a prudente distancia de la mirada de Daniel Fueyo. La dama estaba en su casa y leyó la nota arrugada de Daniel.
“Dora, os echo de menos, os deseo ver cuanto antes. Si tuvierais a bien os espero en junto al baluarte de Santa Catalina. Vuestro, Daniel”
El zagal con la contestación salió como toro de toriles buscando su recompensa con la respuesta de la dama. Algo que recibió con mil genuflexiones y postreros saltos de alegría por no verse con tanto dinero en su corta existencia.
- ¿Y bien?
- ¡Señor, la dama espera encontraros con vuestra merced en media hora escasa donde habéis indicado!
Media hora como medio siglo de espera. Parecía sentirse observado por todo lo que tuviera o aparentase vida a su alrededor, ya fuera la guardia, los paseantes, el mismo sol apretando el calor de junio. No pasaban los minutos, todo parecía detenerse, tal que mar en calma y sin viento con el enemigo a batir a la vista y sin alcance. Nada más enervante que desear algo de lo que uno no tiene el poder ni los resortes para lograr y sólo le quede esperar.
Al fin el brillo del sol se reflejó en su silueta al salir de su portal. Caminaron lo justo para poder encontrase a la luz del día si despertar rumores ni sospechas y comenzar así un paseo al rumor del viento de levante mientras las sombras del paseo de la Alameda los refrescaban en su ardor escondido…
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