miércoles, 28 de diciembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (129)


…la oscuridad del local y  los clientes ruidosos entre mujeres de mil bordos y viradas que fomentaban el bullicioso ambiente permitió a Luis Peláez y al Teniente Cefontes  mantener la conversación con la debida  intimidad  y sin riesgos a malas lenguas que los espiaran.

-          Mi teniente, las dos damas no son de mejor catadura que las que por aquí  ya sentís, aunque estoy seguro que de tal cosas vos estaréis bragado y no he de  descubriros semejante hallazgo.  En los saraos a los que van, siempre van con el Vizconde de Azcárraga, título que he logrado por varios conductos saber que no existe en las cristianas tierras de nuestro rey católico. Hasta aquí nada que no suceda en cuatro de  cada cinco títulos  que con ardorosas ínfulas  alardea tanto petimetre   rodeado de damas  en  caza de  buen partido. Al parecer este hombre es dueño de la compañía  de importación y exportación de paños Marcos & Ferrero. Tiene un pequeño almacén en Chipiona, lugar extraño para esto y un pequeño tinglado en el puerto, muy cerca de aquí con el nombre en su entrada de Textiles Ferrero. No se observa mucho  movimiento en ese almacén por lo que me cuentan. Al parecer tiene  representantes en París y Amberes, pero sus movimientos en la Casa de Contratación son de poca monta para el nivel que  representan con ese  despliegue internacional. Como comprenderéis  tal cosa no me huele bien.
-          ¿Queréis decir que puede que sus intereses quizá vayan por otros derroteros?
-     Pues sí. Supongo que sabéis que desde  que nuestro Rey está reforzando nuestra armada y recobrando el poderío que  habíamos perdido  las posibilidades de comercio de esos britanos en nuestros dominios son cada vez menores, nuestra armada de barlovento cada vez apresa mas  naves  britanas en el  Caribe y  los comerciantes ingleses presionan mas cada día que pasa al gobierno inglés mientras sus beneficios menguan para romper con el tratado que tan solo les permite un navío legal al año con el que comerciar mientras sus contrabandistas lo tienen cada vez más difícil. Malditos sean ellos y sus hipócritas leyes, que bien se nutren por el viejo tratado del comercio de negros a costa de la vida de estos y nuestra riqueza.  Pero como os digo, la tensión poco a poco va incrementándose entre nuestros gobiernos, algo que seguro pone nuestra  villa en su objetivo como núcleo del comercio con  América y con ello la necesidad de información militar y comercial.
-          ¡¿Ese  simple  un espía?! Luis, el cazalla os ha destruido el cerebro.
-      Pues eso,  mi teniente. Los mas indolentes desde fuera son quienes mejor se infiltran. Creo que aunque vuestras razones fueran las de la leal amistad y la protección a un amigo, algo que sin duda os honra como hombre y caballero, creo que ahora esto supera tal  honrosa razón para ser una cuestión de  lealtad a nuestro Rey y salvaguarda de nuestra nación. Sin renunciar a vuestro ofrecimiento de compensación que ya en el futuro os  demandaré, creo que debemos descubrir  lo que  se cuece sin demora. Os propongo que  sin perder de vista  a vuestro amigo por ser tal guardemos esto en el más rotundo secreto y cacemos al vizconde para  triunfo de nuestro rey y regocijo de nuestros bolsillos.

Sin pestañear, el teniente Cefontes no sabía si golpear a ese  abyecto personaje o  estrechar su sudorosa mano. Su amigo y lo que acababa de escuchar le convenció por lo segundo.

-          Estoy con lo que  proponéis aunque me quedo únicamente con la defensa de mi reino y de mi amigo, lo demás es cosa vuestra e incluso  una buena compensación por mi parte llegado el caso.

No gustó esto último al escribiente, pero se contuvo

-          Muy bien, teniente asi será, si así lo deseáis.

Horas antes, Daniel Fueyo con la furia de quien  ama en medio del asedio por la incomprensión, había salido capaz de matar a quien se pudiera delante de su camino.  Quemando las  varas de distancia entre la Alameda y  el baluarte de Santa Catalina cuando la calma acudió en su ayuda poco a poco fue  olvidando lo que no deseaba recordar. Se sentó sobre uno de los bancos en los que dominaba la sombra  y se puso a escribir una nota  de forma apresurada, aunque algo interrumpida por su inseguirdad ante lo que debía decir hacía Dora MacLeod. Al fin,  llamó a un zagal que por allí corría sin más acierto que el de seguir  a los militares que por allí circulaban.

-          Diga señor.
-          ¿Quieres ganarte algo, zagal?
-          ¡¿Qué he de hacer, Señor?!
-          Lleva esta nota y entrégala en la mano de una Dama de cabellos rubios que vive en aquél portal. Solo habrás de entregársela a ella y esperar su respuesta. Cuando regreses te daré el doble de lo que doy. ¿Al punto?
-          ¡Como las balas, señor!

Como bala rasa entró  veloz el niño en el portal seguido  a prudente distancia de la mirada de Daniel Fueyo. La dama estaba en su casa y leyó la nota  arrugada de Daniel.
“Dora, os echo de menos, os deseo ver  cuanto antes. Si tuvierais a bien  os espero en  junto al baluarte de Santa Catalina. Vuestro, Daniel”

El zagal con la contestación salió como  toro de toriles buscando su recompensa con la respuesta de la dama.  Algo que recibió con mil genuflexiones y postreros saltos de alegría por no verse con  tanto dinero  en su corta existencia.

-          ¿Y bien?
-     ¡Señor, la dama  espera encontraros con vuestra merced en media hora escasa donde habéis indicado!

Media hora como medio siglo  de espera. Parecía sentirse observado por todo lo que   tuviera o aparentase vida a su alrededor, ya fuera  la guardia, los paseantes, el mismo sol apretando  el calor de junio. No pasaban los minutos,  todo parecía detenerse, tal que  mar  en calma y sin viento con el enemigo a batir a  la vista y sin alcance. Nada más  enervante que desear algo de lo que uno no tiene el poder ni los resortes para lograr y sólo le quede  esperar.

Al fin el brillo  del sol se reflejó en su silueta al salir de su portal.  Caminaron lo justo para  poder encontrase a la luz del día si  despertar rumores ni sospechas y  comenzar así un paseo al rumor del viento de levante mientras las sombras del paseo de la Alameda  los refrescaban en su ardor escondido…





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