…la puerta como el papel rasgado cedió a tanta sed de pasión contenida por Daniel. Sin máscaras, sin telas que cerrasen el paso al tacto de piel con piel, los labios, las manos de ambos barajaban pieles como quien trata de encontrar el escondite perfecto de algún corsario al servicio de los límites y la paciente contrición. Cobarde tal monarca no apareció mientras la marea de pasión inundaba aquellas costas de pasión incontenible.
Nombres inconclusos susurrados casi imperceptibles y diluidos entre los abrazos que los hacían uno a esos dos corazones a los que ya nada importaba fueron dando paso a la luz que brota de la oscuridad sin astro rey ni luna acobardada por no dar la talla ante el nuevo universo de furia y pasión, destello corto e intenso en el que todo era sobrante salvo su fieros deseos por invadir al otro.
El ocaso en su paz rota parecía observar como un escenario contempla humilde lo que otros representan, en este caso sin papel, sin apuntador que marcarse el ritmo y el discurso de algo que salía sin más de las almas de ambos. Un primer golpe de mano como cabeza de playa sobre la tierra del puro amor dio paso a la calma que permitió a ambos observarse, cruzar las miradas tras la acción como combate vital. Caricias, conversación, tratar de comprender lo sucedido desde la visión de un hombre cargado de obligaciones autoimpuestas desde su interior que como puede quiere hacerlo y sorber mas de aquel manantial de felicidad intensa como regalo inesperado.
- Daniel, me habéis dado lo que no sabría expresar con palabras. Vuestra fuerza lo ha hecho todo en mi interior olvidado por la tristeza de la soledad y la lejanía de mi hogar materno. Abrazadme, os lo ruego
Daniel la cogió con suavidad pero serena contundencia, sintiendo sus líneas de agua contra él como verdadero certificado de realidad de aquellos momentos. No hubo palabras tras el interminable silencio acompasado por su respiración; de nuevo los besos alumbraron la oscuridad de la estancia y con ellos las mil y una caricias que devolvieron el combate sobre la paz de sus sentimientos.
La noche se retiraba entregada y rendida por lo vivido, la tenue penumbra del alba parecía querer entrar de manera oblicua a través de la ventana que miraba por encima de la puerta de La Caleta sobre los mares donde todo era más sencillo y tantas veces intenso. Daniel, realmente derrotado en fuerzas como si del abordaje de dos navíos de rey enemigo se tratase, pero alistado en ánimo por lo vivido como triunfo ya estaba despierto contemplando de manera alterna por un lado la mar que besaba en generosa pleamar las rocas de la Caleta y por otro la piel desnuda semioculta entre los pliegues de las mantas sobre el lecho que ni siquiera había tenido la capacidad ni el interés de observar durante la brava noche de furia sin cuartel. Mientras observaba con la extraña sensación de la plenitud el cuerpo de su amada y memorizaba su fragancia de mujer verdadera la penumbra como ariete dio paso al verdadero amanecer y con él Dora Macleod al fin despertó de su caprichoso letargo.
- Buenos días, Princesa de estos vientos que no se siquiera de donde provienen con tanta furia.
- Con tales palabras no sé qué deciros, capitán Fueyo. Venid, ayudadme a incorporarme y tratemos de reponer las fuerzas perdidas. Seguro que encontraremos con que saciar el apetito de la nueva mañana.
Daniel se acercó y la recogió entre sus brazos hasta llevarla en volandas a la vista del Océano naciente entre las rocas de La Caleta y sin final en el imaginario sur. En aquél momento un bergantín arribaba desde el sureste hacia la rada gaditana, parecía cargado hasta los topes.
- Mirad, Dora. Un pequeño bergantín cargado hasta los topes. Seguro que viene de Nápoles o Siracusa cargado de mercancías con las que dar vida a quienes lo sirven. Lo que daría por pisar sus baos, por avistar desde la galleta las costas de cualquier parte.
- No os aflijáis, capitán, que estoy seguro que buen navío os coronará vuestra Armada antes de que lo podáis imaginar. Y mientras, ¿no os sirven estos brazos como palos a los que aferrar las velas de vuestros sueños?
Como navío cargado de la mejor pólvora del rey os siento ahora mismo y cual corsario no tendréis opción a este abordaje frente al que nada podrán hacer vuestros tiradores, ni siquiera las tres cubiertas vomitando fuego, pues solo queda ya el que os dará este corsario sin temor.
Con aquella arenga la furia de nuevo volvió a hacer de la estancia un temporal en el que cualquier alma deseosa de piel, corazón, de vida frente a su propia vida no dudaría en partir la quilla de su nave. Nada de lo que pudiera servir de desayuno hizo falta aquella bendita mañana en los apetitos del Daniel Fueyo.
Por el otro lado de esta historia, el teniente Cefontes bien pronto se apercibió de la calidad humana de la compañera que le tornó a él en ciernes en aquél tácito reparto de féminas. Tras algunos escarceos entre banales conversaciones le dio a Segisfredo Cefontes por sospechar de la actitud tan próxima en aquella primera cita real. No casaba tal actitud con dama de la contenida y católica Irlanda, por lo que tomó ciertas medidas que en muy poco tiempo acabaron por desbaratar lo que a primera vista había parecido un prometedor encuentro. Se despidieron y con la mosca detrás de la oreja nuestro Teniente tornó sus entorchados de marino por los de policiaco sabueso. La mañana le alcanzó cerca de la posada “La candelaria” sin idea alguna de lo que representaba la dama Irlandesa en el Cádiz cosmopolita en el que gastaba aquellos días. Pero la presencia de Doña Ana, la casera del hospedaje, mujer entrada en años y por ello de seguro con posibilidad de recabar mayor información entre sus conocidos le llevaron a apuntar con la mira de sus cañones sobre la marchita dama que no se lo esperaba…
1 comentario:
Pues...
¡Cuánta pasión!
Distinto a los demás. Ya te lo dije.
Felicitaciones. ¿Vos cómo andás? Hace mucho nada sé de tu vida.
Alicia
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