Acabo de leer esto; "El buen navegante es aquel capaz de encontrar el rumbo correcto en medio de la tempestad".
Imagino aquel buque en medio de una mar, mezcla de azul y gris, sobre sus crestas más elevadas unos mantos blancos a modo de alfombras aladas que desan resbalar por el valle salado que se cierne delante. La luz intermitente de los relámpagos deja una atisbo de esperanza frente a un escollo malparido que se semiesconda entre tanto movimiento. El navegante atento a su giroscópica, firme sus brazos al timón, procurando no encabritar a su buque, a su nave, la que le da lo que él espera.
La brújula le dará una idea del rumbo, la mar una opción de este y su continuo barruntar le definirá a qué banda virar en cada golpe.
La Tempestad, como virreina del Emperador de los Mares cumplirá sus ordenes y dejará paso a quien lo merezca, a quien saque la proa del fondo del valle escupiendo agua y sal por los imbornales plantándose firme frente a ella, pues es ese el rumbo correcto, proa avante, siempre. El destino es lo de menos pues la mar no tiene caminos y, como en la vida misma, lo importante es arribar, no cuándo se arribe.
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