viernes, 20 de julio de 2007

Perdido (y fin)

En mi corto radio de acción busqué hasta encontrar algo que me ayudara a flotar y fuera manejable. Encontré un trozo de tallo de no sé que planta, para mí era un tronco manejable y eso era lo que necesitaba. Con el tronco aferrado a mi cuerpo como si de mi segunda alma fuera, me lancé contra la marea creciente. Tenia que aprovechar una ola suave besando la orilla para ello. Llegó el momento, como un surfista a la búsqueda de la ola buena planeé sobre la espuma, la temperatura del agua me dio alas.

Nadé, nadé lo que pude, lo que supe, pasé dos olas que en mi vida "normal" me hubiesen hecho cosquillas y ahora eran el mismo Tsunami del Indico, cogí aire y pude observar que estaba en el camino de conseguirlo. Sabia desde mi infancia que Poseidón era caprichoso y tenia la manía o la costumbre de mandar las olas de tres en tres. Aproveché y braceando avancé hasta superar la zona a partir de la que rompían. Había superado la zona verdaderamente mortal, ahora quedaba alejarme hasta estar seguro de que la marea no fuese capaz de arrastrarme hacia la orilla. Volví a bracear, quizá ahora con un ímpetu distinto, el que se produce cuando la victoria la sientes cerca de ti, cuando la tocas con tus manos. No sabia qué me deparaba el futuro inmediato, había pasado el primer mal trago pero todo seguía en el aire.
Me apoye como pude sobre el tallo aquel que hacia las veces de tronco para descansar de tanto esfuerzo, podía observar las gigantescas gaviotas revolotear alrededor de algún foco de basura dejada por algún turista de mínima conciencia, era majestuoso ver los picados que, como "stukas" alemanes, dibujaban en el aire; menos mal que la insignificancia de mi tamaño me hacía un bocado poco interesante.
Me encontraba bien que hasta disfrutaba del momento, no recordaba nada del otro mundo, ese en el que sobrevivían atrincherados todos esos problemas que defendían a muerte su indudable importancia y necesidad de "ser". Casi sin poder reaccionar la mar comenzó a moverse con pequeñas olas. Me gire hacia estas y no me fue posible más, la proa de esa chalupa que me había traído hasta allí se echó sobre mí golpeándome la cabeza, perdí el sentido. Parecía el fin.
Como se ve, no era tal pues os lo estoy contando. Abrí mis ojos en una camilla roja en movimiento parecido al vaivén de un tiovivo. Una ancha espalda blanca con una cruz roja en el centro no me permitía ver hacia donde me llevaban. Había un bullicio propio de una playa con accidentado incluido. Giré como pude el cuello, pude ver a un grupo de gente alrededor de aquella chalupa gesticulando con intensidad, como queriendo explicarse como había ocurrido lo que no habían visto. Al volverme conseguí ver lo que quedaba de aquel majestuoso castillo. A duras penas la torre del homenaje resistiría otro embate mas, el agua la rodeaba por completo, las suaves olas que morían en él, morirían con él.
Me reanimaron, me curaron la herida en la cabeza; intente contar a los socorristas de la playa mi extraña aventura pero fue ver sus expresiones para desistir.Hoy, ya en casa, después de dos meses desde aquello aun no me atrevo a bajar solo a mi playa de San Lorenzo, en esta otra parte del Océano y ya en otoño, no seria capaz de salvar una ola montado en un trozo de alga.
Isla Canela / Águilas


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