... me vestí de forma apresurada con la imagen de la mujer sobre la calzada. Dejé la puerta abierta a mis espaldas ni siquiera esperé por el ascensor y baje de tres en tres las escaleras. Fuera del portal el aspecto del día era mas desolador del que se podía apreciar desde la ventana.
Me acerqué a la mujer y si mediar palabra intenté levantarla asiéndola del brazo derecho. Ella, sin mediar palabra, se resistió lanzándome al suelo inundado. Quise hablar con ella y tratar de hacerla comprender que corría peligro, elevó su cabeza y una mirada de furia me taladró el cerebro.
De pronto dos faros se incorporaron de la esquina tal y como el coupe minutos antes, el sonido atronador de la sirena me permitió percatarme de que estaba cerca y de que no pararía. De un salto y placando a la mujer como un balón de rugby me lancé sobre el auto aparcado justo cuando un manto de agua vomitada por los neumáticos del furgón caía sobre nuestros cuerpos. Su cabeza golpeó la aleta trasera del Ford Taurus que resistía el diluvio quedando sin sentido. Eso me permitió transportarla como si de un saco se tratase hasta el ascensor. Entré en mi domicilio dejando un reguero de agua desde la puerta del ascensor y cerré la puerta de una coz. Lo más suavemente que pude la acosté en el sofá. “ A la mierda el sofá de cuero”, pensé aunque no me duró mucho ese pensamiento; fue contemplar la serenidad de su rostro dormido para dar por buena aquella pérdida.
Me acerqué a la mujer y si mediar palabra intenté levantarla asiéndola del brazo derecho. Ella, sin mediar palabra, se resistió lanzándome al suelo inundado. Quise hablar con ella y tratar de hacerla comprender que corría peligro, elevó su cabeza y una mirada de furia me taladró el cerebro.
De pronto dos faros se incorporaron de la esquina tal y como el coupe minutos antes, el sonido atronador de la sirena me permitió percatarme de que estaba cerca y de que no pararía. De un salto y placando a la mujer como un balón de rugby me lancé sobre el auto aparcado justo cuando un manto de agua vomitada por los neumáticos del furgón caía sobre nuestros cuerpos. Su cabeza golpeó la aleta trasera del Ford Taurus que resistía el diluvio quedando sin sentido. Eso me permitió transportarla como si de un saco se tratase hasta el ascensor. Entré en mi domicilio dejando un reguero de agua desde la puerta del ascensor y cerré la puerta de una coz. Lo más suavemente que pude la acosté en el sofá. “ A la mierda el sofá de cuero”, pensé aunque no me duró mucho ese pensamiento; fue contemplar la serenidad de su rostro dormido para dar por buena aquella pérdida.
La desvestí con mimo y algo de timidez. Su cuerpo era perfecto. Al fin y al cabo no era yo precisamente el dueño de una agencia de modelos y no estaba acostumbrado a esa exuberancia. La vestí con uno de mis pijamas y la acoste en mi cama. Tenía algo de fiebre y la suministre un analgésico con una pastilla para dormir.
Revisé sus pertenencias; ya se, ya se que no está bien, pero nada de lo que estaba ocurriendo estaba en sus parámetros normales así que una acción mas en esa línea no iba a notarse. En su D. N. I. leí Patricia Menéndez de Cué, 35 años. Rebuscando en el bolso, tan sólo encontré una cajetilla de Malrboro con dos cigarrillos y una tarjeta “ P.M.C Servicio de Interpretación. Base Naval de Rota”.
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