martes, 21 de agosto de 2007

Nada (7)

...
- Es toda una aventura, podrías escribir un relato para el verano.
Su cará cambió.

- Bueno, ahora en serio, creo que si lo que dices lo viviste de verdad y no fue una mezcla de varias estupendas copas de algún combinado yankee, hay para mi dos cosas claras.
- Continua, por favor.
- La primera es que esa gente te estará buscando y tarde o temprano localizarán al amigo tuyo ese, ¿es de fiar?.
- Solo es un compañero de trabajo tan sólo como yo.
“Tan sólo como yo, eso suena bien, ya somos tres solos”, pensé para mí entre tanto golpe de sensaciones
- Pues entonces no es de fiar y encontrarán primero la calle, o sea, que al poco tiempo los tendremos en esta casa. La segunda cosa clara es que para saber qué pasa y poder tener algo con qué ir a la policía hay que descubrir todo este embrollo.


Ya me estaba metiendo por enésima vez en los problemas de los que me rodeaban, fueran conocidos o desconocidos. Mis moratones aún no habían remitido y ya estaba “en faena”. La verdad es que esta vez estaba sintiendo algo distinto, eso me daba más miedo pero, como cuando ves la atracción mas peligrosa de un parque temático de esas que hay tantas por el Levante, hasta que no te lanzas no descansas y yo en aquel momento era un kamikaze gritando ¡banzai!.
Salimos juntos, ¡qué bien suena eso!, hacia su domicilio. Patricia vivía en el barrio barroco de la ciudad, donde brilla la pasta. Cogimos el número 12 hasta el mismo centro de la ciudad. No cruzamos ninguna palabra; ella, supongo que metida en sus inminentes problemas, yo, metido en ella. Anduvimos ligeros entre boutiques y supermercados repletos de delicatessen.


- No te apures, Aníbal, estamos ya. Al doblar la esquina es el primer portal que te encuentr...
No terminó la frase, sin tiempo a reaccionar se giró abalanzándose sobre mí. Un apasionado beso que parecía iba a comerme la campanilla me destrozó la cintura; todas las estanterías mentales que había montado meticulosamente en mi cerebro sobre ella y mis posibilidades se derrumbaron como un alud en medio de los Alpes primaverales. Se apretaba a mi empujándome hacia la esquina, al doblarla se despegó de mis labios que la reclamaban a gritos desesperados.

- Perdona Aníbal, sólo se me ocurrió eso. Mi casa esta atestada de policías.
“¿solo?, ¡Quiero que se te ocurran mas!”, pensé mientras recuperaba la compostura intentado recoger la “estantería mental” hecha añicos en mi cabeza. No te preocupes. Quédate aquí mientras me paso por el portal. A mi no me conocen...

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