Viramos el ferro en breve |
No se sorprendan vuestras mercedes y permítanme darles las gracias por seguir aquí a pesar de este periodo imperdonable de vacío cual desarmo de nave en eterna invernada. Cientos de cosas me han sucedido estos meses, las más, dulces, las menos, amargas, pero tanto las unas como las otras me alejaron de este lugar tan acogedor donde trato de dar rienda suelta a mis sueños en forma de aventuras, personajes, navíos, amantes y lo que brote de mi humilde imaginación.
Como podrán leer quien a bien tenga el hacerlo, retomo la historia de Daniel Fueyo, Segisfredo Cefontes y las peripecias al lado de nuestro insigne y nunca derrotado Don Blas de lezo y Olavarrieta. Mas vale morir una vez se llama la historia como ya lo habrán descubierto, aunque no niego que entre una y otra entrega algún tema mas de seguro largaré sobre este pequeño navío de travesía infinita.
Habíamos quedado en el Cádiz de 1733 al inicio del verano, nuestros personajes en tierra sin destino y nuestro almirante convaleciente tras las operaciones sobre Orán y el bloqueo a los turcos en el Mediterráneo. Unos personajes nuevos surgieron, no al parecer de buena catadura de sentimientos y amores, mas, como todos tantas veces hemos sabido y vivido, los unos en carnes propias y otros en carnes ajenas, los males de amores cual brulote ardiente acaban por incediar de forma irreversible vidas claras sin otro despecho por su parte que a la calma de su corazón. Pues esta damas al parecer trataron y alguna debió lograrlo sobre uno de nuestros personajes. Por ello aquí continua tal peripecia en la que nuestro Teniente Cefontes, en otros momentos librado de males mayores por parte de su amigo Daniel, será ahora el que devuelva lo pasado a su amigo por peligrar su vida y futuro en medio de una explosión de sentimientos sin freno.
Nada mas, les dejo con la 130 entrega y vuelvo a agradecer vuestra comprensión por la parada y vuestra lectura de estos humildes párrafos.
…el levante necio pero casi
siempre triunfante trataba de traspasar arboles, edificios y almas que a él se atrevieran a enfrentarse con tal de
besar la rada gaditana. Entre esas almas se encontraban las
de Daniel y Dora, que sin tocarse siquiera, parecían sentir sus pieles unidas
por ese mismo aire cargado de fuerza y movimiento. Entre sus cuerpos separados
por el aire en forma de viento podía
percibirse el sentimiento puro que
se sabe solo cuando se vive aunque ni
siquiera sea en realidad verdadero. Fue
ella, al fin, la que rompió el hechizo
-
Daniel, yo también deseaba veros y volver a
teneros cerca aunque sea de esta forma tan fría. La noche y el día que vivimos no puedo borrarla. Cada minuto trato
de guardar un poco de la sinrazón
de todo lo real para acabar con ella,
pero se incrementa a cada paso. Que Dios nuestro señor me perdone.
-
No, Dora. Dios es amor y nos ha permitido
descubrirlo sin apenas saber cómo. Mas es esta situación embarazosa la que os
aturde, sobre todo para vos que sois dama. Sin saber apenas de los porqués de
los impulsos que no sean de la vida conocida estoy convencido de que este huracán interno es
real y nada mal puede hacernos si lo podemos gobernar, mi señora.
-
¿Gobernar? ¿y cómo, capitán? No hay vela o timón
que virar como vos podríais decir, ni siquiera cañón con el disparar y huir. Solo vos, yo y un mundo
por girar a nuestro sentir.
Caminaron a paso corto, sin ganas de avanzar, pues solo se
trataba de permanecer lo que Cronos les
bendijese hasta que algo o alguien los descubriese y todo tornara a la triste
realidad. Acabó el paseo, el cuartel de aduanas a punto estaban de doblar, los muelles
esperaban mas allá.
-
Daniel, os deseo tener de nuevo en mi propio ser
sin trabas, sin más separación que el propio halito de nuestras
pasiones. Daría mi pobre
vida de apacible refugiada en esta ciudad por escaparme con vos lejos, donde poder sentir
sin temer.
-
Mi señora, lo mismo siento yo. Mas permitidme
deciros que todo es posible si se cree en ello.
Al otro lado del océano hay un mundo
al que aún podemos llamar nuevo, desde la cálida y a veces sofocante
Nueva España hasta el gélido y tantas
veces cruel cabo de Hornos podemos
encontrar nuestro propio mundo sin más trabas que los dictados de nuestro corazón. Solo hay que
proponérselo.
Con las lágrimas en sus ojos se abrazó a él sin temor a ser vistos por
quienes los rodeaban. Fue un impulso al
que siguió la imaginaria huida sin freno hacia el lugar donde rompieron cada uno con sus propios moldes de las
sensaciones ya inventadas pero siempre diferentes. En aquellos instantes
entrelazados ambos, mientras los ojos cerrados les permitía sentirse con mayor
intensidad, nada les importaba salvo ellos…
El día transcurrió sin otras
memorables situaciones, Segisfredo con la información obtenida del
escribiente de la Casa de Contratación Peláez, regresó a cenar a la Fonda de Doña Ana, donde lo
esperaba aquella mujer a quien el verano
hacía tiempo que le había pasado y malvivía en un inaceptable otoño para quien
se supo primavera eterna.
-
Buenas noches, teniente. ¿Va a cenar?
-
Si, Doña Ana. Mi compañero, ¿está en su
habitación?
-
No, no ha aparecido en todo el día. Estamos
solos. Pero siéntese mientras le
caliento la cena y charlamos de
nuestros intereses.
El teniente Cefontes se avino al zafarrancho y cercano combate sentándose tratando de
derivar precisamente las andanadas de
Doña Ana y centrándose en lo que en verdad le interesaba.
-
Huele bien lo que trae
en esa cazuela. ¿Qué es?
-
Guiso de carne
de jabalí.
Le sirvió el plato bien
colmado y tras escanciar dos pintas de
vino se sentó a su lado.
-
¿Consiguió más información?
-
Pues sí, algo más, no demasiada para lo que hubiera
deseado. Al parecer estas dos damas
mucho enredan a la vera de
caballeros, mayormente de la
Real Armada o de la
Casa de Contratación, no me digáis el por qué de semejante
querencia, salvo la buena planta de algunos de sus mandos… No parecen de gran fervor católico, que
no se las ve por la iglesia salvo en grandes
ceremonias donde acuden hasta los
hijos de Belcebú. Del hombre nada saben mis conocidos. Pero no os preocupéis
que continuaré indagando. Y de vos, ¿Qué
podría acabar por conocer mi humilde ánimo en estos momentos, mi teniente?
Como si de bala de obús a punto de ser disparado fuese, Segisfredo apretó los puños
imaginarios de su alma devolviendo beso
por palabra y abrazo por el resto de la información mientras Doña Ana sin
importar el por qué de semejante efusividad
ni el grado de engaño
abarloado entre sus brazos se dejó
atrapar entre semejante fuego.
Con el jabalí y la casera de la
pensión al punto aniquilados, el uno en su materia, la otra en su furor, el
teniente Cefontes prisa se dio en buscar a su compañero de armas Antúnez. Había
que desenmascarar semejante entuerto por
el bien de su amigo y hermano Daniel. Con la luna en su primer octante y el
viento aflojando por una vez en ese junio preludio de noches estrelladas,
topóse con a su amigo en la taberna a la
que últimamente habían cogido el gusto amargo de acudir de nombre “El Tuerto”. Había
que ponerse en marcha antes de que a su
amigo lo hundieran en el fango de la
traición que al mismo tiempo diese con algún daño al Reino a favor de britanos
que bien parecía aquello maniobras de
tales…
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