…El aviso no logró eliminar de su mente sus ojos, ni su sonrisa, trataba
de encontrar pruebas de su huida y la de
su amiga; las ventanas estaban perfectamente cerradas por dentro, todo recogido
como si no desearan ser tomadas por unas pobres señoras de su hogar. Incluso
encontraron un sobre entreabierto con
dinero y una nota para que se hiciera el pago convenido con el
casero que tenía su domicilio en la misma Plaza de San Roque, frente a las Puertas de Tierra. Ninguna
explicación podría ser válida salvo que hubieran huido por la misma puerta, delante de las narices de seis infantes de
marina a los que desde luego aquello traería consecuencias, quizá fueron
avisadas, nada se podía desechar por el
momento. Tras un día entero de búsqueda en toda la ciudad, se abandonó esta conformándose con la “caza mayor” del falso Vizconde, el
jinete y la aparente destrucción del entramado de espías sobre los tráficos
mercantes entre la Metrópoli y la
España del otro hemisferio.
“El Tuerto” fue el refugio de ambos amigos al caer la noche,
mas bien la cueva donde sumergir dolores
y frustraciones en caldos de infame condición. Pero antes de llegarse a
semejante tugurio y tras comunicar con bastante
enojo la pérdida de las dos mujeres se fueron al Hospedaje donde recuperar el resuello de aquella mañana
cargada de sorpresas sin razón ni vanas
explicaciones. Almorzaron en silencio,
Segisfredo, relajado tras todos los avatares sin freno sufridos se retiró de nuevo, con pestillo trabado, a su habitación mientras
Daniel se decidió a caminar; tan solo alcanzó la Puerta del Mar
según abandonó la plaza mayor repleta de bullicio. Sentado sobre la
tierra teniendo a su mirar la bahía que se recogía entre Matagorda, el
Puntal y el Castillo de Santa Catalina al frente, al fin se decidió a abrir
una carta que temía leer por lo que le dijera, fuera mentira o verdad, pues ambas cosas iban a herirle de muerte.
Pero tras tantos mares violentos, frente a vientos contrarios y pólvora
sobre ferro candente con el filo del
zuncho de abordaje en la boca, todo ello sin mas
miedo que su aleatorio destino tras la muerte le dieron la razón por la que no
arredrarse ante las letras de quien creyó algo que ya no parecía ser. Con el
temblor inevitable sus manos rompieron el lacre y se dejo llevar por sus ojos ya sin freno.
“Mi
deseado Daniel:
Cuando
estés leyendo esta carta seguramente ya no seré lo que fui para ti, amor mío. Todo lo que aquí
te muestre, te trate de explicar quizá ni siquiera te
alumbre tu corazón seguro sombrío, donde para ti el tan manido dicho de
que todo lo que nace ha de morir será tan verdadero como mi ausencia. Más no
has de creerlo, aunque esto sea una luz tan inútil como la luciérnaga al
amanecer, luz es al fin y al cabo, brillo verdadero de mi amor por ti.
Es
cierto que te engañé, que te utilicé como a tantos en el último año por orden de otros tan reales y viles como los engañados que pretenden lo mismo, solo que bajo banderas y reyes distintos.
Nada espero de razones, patrias y reinos,
pues fue encontrarte en el vacío silente de mi corazón, baldío pañol de
podredumbre acostumbrado a no sentir, cuando ya mi razón dejó de atinar, pero mi voluntad, aun como
mecanismo de cuerda, continuó con sus
cometidos, aunque ya no fuera mas que un mecanismo
al que trabar. Aun así no tuve el valor de hacer frente a quienes
tanto tiempo me han tenido en su poder, hermanos de mi misma sangre britana.
Esta
cobardía supuso el torpe accidente de abandonar lo que se quiere por algo que
no se sabe siquiera qué es, torpe suceso por el que el dolor no cejó desde
entonces en vomitar sobre mí. Al fin todo se ha descubierto con la sentencia
cruel y vergonzosa de la huida y tu pérdida o
ser presa para perderte también. Huí hace unos días cuando todo aún
estaba libre de vigilancia, pues aunque no lo parezca mis ahora hermanastros tienen más ojos de los que tú crees en esta ciudad.
Déjame devolverte traición por traición y
haz que se lleguen y sin despertar sospechas por el Mentidero, la plaza
de San Antonio y el Hospital Real donde entre sus servidores pueden encontrar y ver lo que siempre ha estado en estos meses al menos y
nadie se ha parado a observar.
Daniel,
recuérdame, yo no podré olvidarte nunca mientras trato que la razón doblegue a
mi sangre hirviente por volver a verte, mientras evito que mi corazón se
retuerza tratando de recuperar el pálpito de tus caricias y la furia de tus
abrazos. No soy ahora para ti nada más
que un trozo de falsedad astillado y roto, pero si me devuelves el brillo de
tus ojos vestido de esperanza por lo que puedo ser, por lo que podríamos lograr
en nuestro deseo alcanzar, puede que todo no haya sido en vano y tras este suicidio mutuo de sentimientos
pueda esto resucitar en aquellos parajes lejanos que en un instante perfecto me
ofreciste devolviendo mi estima y mi ánimo a otros tiempos en los que todo prometía y nada amenazaba el fracaso.
No te
olvidaré, Daniel. ¡Nunca! Solo puedo prometerte que algún día, antes de que mi
sangre se doblegue definitivamente a la razón
me presentaré donde estés para implorarte el perdón y tratar de volver a
sentir el calor de tu piel fundida
sobre mi. Solo después, si tú lo desearas abandonaré tu vida, olvidaré
mis sueños para convivir en la nocturnidad de la tristeza claramente merecida.
Hasta
ese momento, Daniel. Hasta que los
vientos que tú tanto deseas, amas y temes nos vuelvan a presentar el uno al
otro.
Te
amo.
Dora
Macleod.
No
tengo otro nombre para ti, no quiero otro nombre para mí.
Dentro de la carta un minúsculo brazalete a modo de
pulsera de tela con leves bordados de
caracteres célticos en fondo verde se trabó entre los dedos de Daniel. Con el
cuidado de una reliquia propia de santo
bajo el ara de la Catedral lo
sostuvo y lo guardó. Herido de muerte
como esperaba, nada lo calmaba, la rabia de sentirse engañado el amor profundo
y ciego que todo lo consume sin explicación ni certeza sobre el rumbo vital que tomar sobre la carta de su vida, quizá una derrota que persiga el viento bueno de la razón, flujo
sereno y constante que a buen puerto le
lleve, libre de temporales que sufrir, mas vacío también de temporales que
vivir, o quizá otra derrota en la misma carta
donde seguir el viento traidor del sentimiento, viento racheado capaz de
desarbolar el mejor navío de cualquier armada en un suspiro inesperado, derrota
esta donde el viento al que aferrase
sabedor de que nada será seguro,
ni eterno, derrota donde la vida se sostendrá por el puro deseo de vivirla
mientras quizá en un golpe del mismo
viento desaparezca esta y con ella todo.
Nada valía, pues
sabía lo que era debido pero también lo
que deseaba su corazón. Ninguna cosa
extrañó a su amigo Segisfredo después de dos
jarras de mal vino en el tuerto compartidas con Daniel. Mil más cosas
vividas en diferentes momentos, con diferentes mujeres, distintos mundos e intereses, pero la misma realidad. El alba
los sorprendió mas unidos que nunca…
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