…Humo suficiente para precisar de
serviola y bocina si no se deseaba golpear el cuerpo indeseable de algún
hambriento de pelea por semejante accidente, olor a vino escanciado en busto de rabiza sin mas
vista por ella en ciernes que el jergón y su mísera paga, ruido, mucho ruido
con el fracasado intento de llegar a cántico. La taberna a esas horas de la
madrugada se encontraba en su apogeo,
entremezclando clases sociales sin pudor con el disfraz del alcohol como
pantalla, donde al alba cada quien retomaría su destino en la recién estrenada
España Borbónica sin remedo en el resto
de la Europa
expectante.
En todo aquél tumulto la suerte
decidió arrumbarse a la estela del Teniente.
-
¡Antunez! ¡Te estaba buscando! ¡Tabernero, dos
jarras como la de mi amigo!
-
¡Volando Almirante!
Junto al grueso caldo que ni frío
entraba, sendas féminas de arrugada estampa e intermitente dentadura enfilaron
la mesa de ambos marinos como promesa de
festejo y buena recaudación. Amazonas que tras cuatro jarras de semejante caldo
sería imposible manifestar cuál de las dos fuese de mayor belleza.
Afortunadamente el grueso vino aun no había transfigurado los paladares de los dos hombres, por lo que tras dos
andanadas de las nombradas, estas dieron la virada en busca de alguna recalada
de mayor provecho. Una vez liberados del tan leve acoso, protegidos por el
incesante alboroto continuaron con su conversación.
-
Tu dirás Segisfredo.
-
Creo que debemos
ponernos en marcha para cazar a esas beatas de postal y su falso noble. ¿Dónde tienes a Peláez?
-
Está en los bares de la Plaza de San Antonio, estos
días algo se trae entre manos y no sale de allí.
-
¡Pues vamos a por él que no queda un segundo que
perder!
Sin dar muerte a las jarras de
vino dejaron el tugurio humeante y ruidoso para recalar en el café “Mercante”
donde, de mejor postín y mas calma, vecinos de los que en “El Tuerto” gritaban
aquí se reían y disimulaban bajo encajes, abanicos y capas que solo disfrazaban parecidas
intenciones. Luis Peláez, sentado en una mesa a la izquierda de la puerta de
entrada en la terraza del café, mantenía una conversación a primera vista
cortés con un caballero de tez clara que
seguramente fuera de tierras mas al
norte del reino de nuestro señor Don Felipe. Al verlos con dos palmadas y algún gesto que escapaba a
nuestros dos hombres pero de seguro
correspondían a código establecido entre ambos lo despidió.
-
¡Teniente
Cefontes, primo Antúnez! Que gusto encontraros por aquí. Por favor tomad
asiento mientras nos sirven mas vino. Lo acaban de descargar desde La Rioja. No se cómo pero por mis muertos que esto va en Tercio de
Frutos a Veracruz en la próxima flota. Pero dejemos los negocios y hablad que os percibo algo lastrados por la
tantas veces inoportuna impaciencia.
Asi fue, y con esa inoportuna
impaciencia de quien quiere que todo se ejecute ya, tal que maniobra frente a
caprichoso viento que rola sin previo aviso, Segisfredo disparó.
-
Luis no me andaré con rodeos. Ya hemos hablado
de esto. Como bien dices ese futuro falso Vizconde de Azcárraga anda liado con
las dos britanas o lo que sean en algún trasfondo. Creo que todo esto hay que desenmascararlo cuanto antes y
para ello cuento con vuestro compromiso y “vuestra mano” en esta ciudad. Yo
estoy dispuesto a seguir al vizconde pero se me escaparían las dos de mi
control con lo que como ya acordamos
vuelvo a aceptar vuestro ofrecimiento…
-
No sigáis, Teniente. No sois hombre para andar
engolfado bajo oscura capa en las noches traicioneras de esta ciudad. Dejadme a
mí, y como bien decis “mi mano” para establecer el seguimiento. Os prometo que
en cuanto surja la primera razón por la
que daros el aviso, lo haré. Mientras, vigilad y controlad a vuestro amigo, a
quien creo el más expuesto sin más causa y razón que Afrodita y Venus en letal conjunción,
presentando sus mansos entrantes como dulces de leche al inicio, que sin llegar
a la boca ya encienden y desbocan el corazón desarmando sentidos, enloqueciendo
brújulas, nortes, trayendo el desvarío para derrotar al fin voluntades como
naves sobre bajíos que sin lástima
cristiana atraparán ya la nave humana hasta desarmarla mientras, con algo de
suerte, quizá esa nave nunca se haya dado cuenta de su propio desvarío, aunque
esto sea caso de rara factura y cuenta
se de, mas ya fuera tarde.
-
Conforme, asi será, vigilaré a mi amigo y quedo
a la espera de vuestras noticias. Antúnez, cuento contigo para lo que se
presente
-
Mi teniente. Sabéis que sobre cubierta o en tierra adentro estoy con
vos.
Los tres hombres se despidieron,
esta vez Antúnez quedó con su primo Peláez mientras Segisfredo dirigió sus pasos a la pensión donde trataría
de alcanzar su habitación zafándose del seguro bloqueo que Doña Ana lo estaría
marcando. Su objetivo era encontrar a Daniel antes de que este se hundiese mas en el fango de la traición,
hasta la luz del siguiente día lo esperaría en su habitación y ya comenzaría su
búsqueda por la ciudad entonces…
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