…Retornando a la media tarde nos encontramos a Daniel junto a Dora Macleod
tratando de contener una pasión que por tal motivo incrementaba su valor. La Alameda ya no podía ocultar sus caricias verdaderamente
impúdicas por mucho que fuera Cádiz donde
vivieran su amor, ese Cádiz abierto al mundo, al comercio, a las
culturas diversas y a la vida por vivir. Existían unas normas de pura
conveniencia donde el recato y la contención al menos durante las horas de luz
debían mantenerse.
-
Daniel,
no se si mi corazón y mi alma podrán contener mas tiempo a este cuerpo mortal que os desea de nuevo
fundido en mi. Ni siquiera este levante tan fresco cargado de sal en su levedad es capaz de ocultar vuestro perfume, el olor de vuestra
piel que ya no sabría nunca separar de mi propia esencia. ¿Por qué me habéis
condenado a este tormento donde la
felicidad resulta tan etérea? Bien se que os perderé, pues vuestra vida
está más allá de los baluartes que protegen esta ciudad y la mía no es mas que el triste sino de alguien
refugiado en tierra extraña, alguien a quien la vida por su naturaleza injusta solo me llevará a la
soledad entre mínimos destellos de
placer por vuestro recuerdo por siempre vívido en mi.
Sus lágrimas
silenciaron la voz mientras un temblor extraño paralizaba su cuerpo, que sin
los rápidos reflejos de Daniel hubiera golpeado de bruces contra el suelo.
-
¡Dora, amor mío! ¡Qué os sucede! Nada está
escrito, todo lo que se vive es porque
se decide, la derrota de nuestra vida solo es cuestión de nuestros deseos y
nuestra determinación…
-
Daniel. Tu no sabes nada de mi. Mi vida es poca
cosa y cuanto mas te siento empequeñece
aún más. Es mejor que te olvides de mi
nada bueno podré llevarte salvo tristeza y quizá la desolación de…
-
¡De nada! ¡Ven, vamos! Te acompañaré a tu casa
para que descanses, nadie me esta
esperando, nada esta aguardando y no me perdonaría dejarte así como navío en desarmo a la espera de primavera que
no vendrá.
Con la Puerta de La caleta a su derecha doblaron la esquina para subir
a su casa donde no había nadie. Su amiga
Temperance no había dado señales de vida, cosa que a Daniel en nada le ocupó tiempo por encontrar explicación cargado por
la ceguera de un amor encontrado como huracán del Mar Caribe, en el que
desarbolar su aparejo para no salir de
este en tanto la vida a flote mantenga
su ánimo.
Caricias que trajeron primero la
paz sobre los temblores, tras esta se fue abriendo paso el combate piel con piel, el avance de sus los
labios por alcanzar el nácar de su sonrisa cautiva por algo desconocido. La
Caleta y el océano enmarcado por la
ventana observaba enmudecida su orilla
por el levante acompasando la furia de ambos titanes. La noche se llevó el
viento, las estrellas dejaron de mirar por
no poder ser ellas las pretendidas; tras
un tiempo que se vivió como fugaz sin serlo, ambos en una sola parte exhaustos y silentes
dejaron que la escasa brisa nocturna los devolviera a la real y sempiterna
verdad de aquellas cuatro paredes. Por un instante Dora MacLeod brillaba en su
mirada, pero tan solo fue eso, un instante. La verdad que antes la hizo temblar
se impuso.
-
Daniel, amor mío. Tan difícil es huir para mi de
todo esto que me rodea.
-
Dora, nada lo es si en ello va tu razón y tu
deseo en comunión. Me muero por poder lograr vernos juntos, libres y sin más
porvenir que el que nos marque nuestro destino ya juntos. ¡Casémonos! Mi tio
nos ayudará aquí, en Jerez y en Magangue está el resto de mi familia donde
podemos comenzar una nueva vida si deseas escapar por completo de todo esto que
tanto te atormenta.
La mirada de
Dora dio una virada del gris al brillo de la oportunidad.
-
¡Eso es lo que llamáis Tierra firme! ¡Oh,
Daniel, me encantaría! Pero como lograrlo. Es muy difícil embarcarse en una de
esas flotas que parten hacia allí y tu te quedarías aquí.
-
No lo será tanto. Yo puedo conseguirlo a través
de capitanía para ti y en un aviso en el que me enrole podría arribar a
Cartagena antes de lo que imaginas. Nos casaremos allí, con mi familia por
testigo. ¡Qué dices, amor mío!
Dora parecía
volver a temblar, como si algo le partiera por dentro sin remisión.
-
Daniel, eres en extremo generoso, tu corazón
no lo supera el vasto océano que me
propones atravesar. No me merezco tal homenaje, honor por tu parte…
-
Nada sería suficiente si no se logra lo que uno
merece y nos merecemos. ¡¿Aceptas?!
Cayendo en sus
brazos rendida por aquella muestra de valor sobre alguien como ella era y se
sabía las lágrimas comenzaron a derramarse sobre el pecho de Daniel mientras
trataba de articular las palabras que no deseaba pronunciar.
-
Daniel, acepto. Pero debo de decírselo a
Temperance. Ella es todo lo que tenía hasta ahora y debe de saberlo para encubrirme frente al
Vizconde de Azcárraga o no lograré salir de Cádiz. Para ello has de decirme la
fecha de salida de la flota que supongo será cuando arribe la que tiene por
hacer desde Portobelo. Será la mejor
manera de controlar la situación para asi estar prestos en la partida.
La argucia
como un cepo hizo fondo y Daniel aceptó el engaño. Se despidieron de la misma
forma que se amaron aunque la
pasión y el furor del corazón de Dora
tan solo era producto de un dolor merecido por semejante daño causado a quien
había encontrado por fin. Daniel marchó en volandas a la pensión cuando el alba
rayaba sobre las puertas de tierra de la ciudad. Segisfredo, su amigo y hermano
lo esperaba preparado…
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