martes, 25 de enero de 2011

Al teniente Cefontes. De un amigo


Teniente Cefontes, joven que avejentado por cerrar un libro sin final no acaba de saber que   triunfa su ventaja sobre el dolor que le persigue  sabedor de su propia  inferioridad. Viejo se hace por lo vivido, mas nunca por lo sentido, pues es el precio de lo sentido lo que   acaba por  envanecer las velas de la vida por degustar, abriendo el paladar a mil gustos y uno mas, el que no se espera y llega a ti sin horario enganchándote con formas inexplicables donde quizá la pura estética sobre, porque rebose  de humana y grandiosa conectividad con   su propio corazón.



Mirando la vida de frente, asi será como el teniente tumbará sin miedo  a zozobra ni dolor. Virando sobre los riscos vestidos de cortantes bajíos que  semiocultos apuntan en bajamar, pero que traidores atacan cuando la pleamar es plena y todo parece que vale para navegar.

Sentado desde esta torre frente a la mar observo un pequeño petrolero de nombre y acento holandés entrando suavemente al abrigo de El Musel. A su lado, como buitres seguros de su presa, largados su cabos como arañas marinas   lo van llevando al nido de hierro y hormigón al oeste de esta visión. Él, cansado de la brega sobre la mar, sin otra aspiración que el descanso tras la batalla se deja llevar a su hogar de provisión, donde hacer tiempo aunque no en gran medida, pues no es ese su lugar, sino  de nuevo la mar donde con la excusa vana de algo que transportar volver a cruzar  con el rumbo cualquiera de la infinita Rosa de los vientos.

Teniente Cefontes, amigo, que de vos pretendo hablar, sois quien deja a vuestra amada en brazos de fútil y vano hombre como señor de sus sueños. No sea dolor en tiempo   medido mas que la singladura de vuestra despedida hasta  vuestra arribada al Cádiz del viento, el oro, la gloria y la mar, donde olvide vuestra merced a quien en verdad tiene claro de vos olvidarse entre lágrimas sin atisbo de  real verdad.

Vuestro hermano Daniel os espera con Don Blas, nuestro  bravo  marino,  valiente frente a sus  mandos e implacable al britano que aguarda, pues  es Cartagena  y su gran victoria la que busca hombres de verdad. Y ante tal propuesta si ella en verdad os amara allí   enfilaría sus sueños, junto con sus deseos y millas ganadas al tajamar de la realidad. No habéis vos de olvidar que suya es la voluntad y no de quien   comparte vida y ni siquiera es su par.

Teniente, ha de saber que continuamos y es ello tan claro que no habrá montaña más alta para quien en verdad ama o desea de verdad. ¡Largad vuestros miedos! Vuestras equivocadas creencias, pues no es vuestra pretendida amada Mª Jesús quien os da la razón por la que sois vos. Por ellos os  conmino a  manteneros firme a bordo de vuestra propia historia en la que avante los capítulos podréis comprobar que  es en la realidad donde se puede escribir su propia historia con la tinta de uno  que  siempre podrá destilar desde el fondo de corazón.

Proa clavada sobre el inmenso mar furioso,
perdida la vista entre vapores helados
de mares ardientes por sus sueños frustrados
incapaces de ganar barlovento en su océano indeciso.

Golpeando gotas de acero fundido
en forma de agua suave sin ganas
 sobre tu alma perdida entre las calmas
traidoras por entrar en los corazones sin ruido.

Aturdiendo pensamientos, devolviendo lo antiguo
repetición de la vida con rostro nuevo
que devuelve con desprecio tu rostro exiguo.

Larga por esa borda otrora orgullosa
lo que de ti depende mientras te absorbe.
¡Ánimo y fe sobre el baupres de tu nave hermosa!



Mi teniente, mi amigo. Avante sin demora. Por la estela lo que se borra y  a bordo solo lo que en verdad perdura. Suerte y buena mar.


Os espero en “No habrá montaña más alta” que tras un  periodo de obligado fondeo retoma su deseado navegar. (por este que lo escribe al menos)


jueves, 20 de enero de 2011

Te lo prometo



Te lo prometo, de verdad, serán todas tuyas; las olas del mar, algunas furiosas e inalcanzables salvo si debes avanzar a toda costa sobre sus formas, otras suaves y jugadoras sobre tu piel  de naciente melanina. Será tuyo todo, mejor lo será pero toda, la Mar, la que es en verdad mujer para quien  así la ame.  Puede que sobre cualquier nave de orgullosas cubiertas blancas, donde vivas rodeada de actividades insulsas por evitarte su mirada, o sobre viejo velero casi abierto en sus entrañas por viejo a punto de zafarse al fondo de la rada que te insufle los olores de su brea marchita, mientras recibes los eternos rociones que moteando tu piel de sal la refresquen.



Amante desagradecida a veces, donde siempre las decepciones vertidas sobre  tierra se borran por su propia magia a veces dulce y otras letal. Donde sus besos te envenenan por hacerte ya adicto a sus vaivenes, mientras quien a tu lado va te observa en silencio tratando de adivinar tus deseos sin conseguirlo entre cambios de rumbo y golpes de ola que lo devuelven a la realidad  celosa  que es la misma mar sobre sus  amantes  presos de su  cielo  transformado en purgatorio.

Te lo prometo como lo haría  quien sabedor de su destino trata de  trabar  sus musas en los radios de tal rueda para dejarme contigo sin más. Entre crestas níveas, fulgurantes como  si de astros en líquido se trataran, a las que montar  a horcajadas sin más éxito que ser llevada hacia el lugar  donde yo ya descanso. Paraje  donde me encontré con el que fui, donde mil tritones mientras me devuelven trajes perdidos  azuzan a sus  nueve hermanas las musas para   emerger bajo el estrellado cielo testigo de mil descensos y otros tantas exaltaciones.

Pero no lo deseo,  para qué  tritones y musas ajenas cuando la verdadera  eres tú, donde deseo perderme sin  manos con las que templar  alguna escota vestida del brillo falso de la tranquilidad. Zambullir mi alma entre tus burbujas mientras  el picor de la sal  me despierta despidiéndome del viejo sueño correcto para reinar sobre el verdadero sueño incorrecto de  tu tacto sobre mí. Te lo prometo: volar sobre las olas junto al miedo de su furia, al frío de sus corrientes, descansados sobre la blanca arena  entre corales mientras el cielo se tiñe de rojo tras el azul intenso de tu abrazo.

Por qué te lo preguntarás, pero no hay respuesta. No existe explicación. Pues si la hubiera ya no habría promesa, ya no habría donde mirarte sin esperar, tan solo habrían razones y argumentos que tan lúcidos serían hoy como terriblemente errados varias lunas mas tarde. La marea sube mientras  zarpan los sueños para no volver tras cazar los vientos del deseo, aturdidos por no saber  las alas marinas en las que al fin morar sobre su cóncavo seno impulsando lo que  a su mástil  se mantenga aferrado.


 Observadora, la vieja mar espera en sus vaivenes por saber donde habrá de llevar sus olas a las que ordenar servirte como verdadera señora del viejo Mar del Sur que, a fuerza de años perdidos, perdió tal nombre retador por el de Pacífico, maldita palabra  que todo lo  devuelve sin marcas ni tiempos.


Te prometo lo dicho,
lo que es imposible de otorgar:
las olas del viejo mar.
Donde soy capaz de esperar,
donde el mundo deja de girar
donde descubrí el “porque” de seguir deseando amar.