viernes, 30 de diciembre de 2011

Recalada antes de volver a Empezar







De recalada entre los tiempos como mares largo el ferro entre los brazos protectores  que dibujan una rada imaginaria. Fondeo  breve para volver a  vibrar en plena cuesta  de enero como vieja condena rutinaria de este mudo reino del consumo. Se acaba el tiempo cíclico  de  periplo  sobre el sol. Un año  en el que del otoño hemos pasado a primavera, de esta al verano y a primavera sin que el  crudo invierno lograra un resquicio de  victoria a pesar de tantas batallas presentadas en sendos frentes de diferentes pelajes, todos librados con mayor o menor gloria, siempre con el presente como moneda de avance.

Doblamos el Cabo de la Esperanza  con la carta  de navegación por dibujar al fin, tras  lanzar por la borda la carta tantas veces garabateada, agujereada por el compás de puntas  sin encontrar el buen rumbo. Carta limpia de derrotas y abatimientos, como si hubiéramos salido de la escuela  en el mismo momento de dejar tan difícil cabo por la aleta de babor. Incertidumbre cargada de esperanza por no saber, por no  tener siquiera idea de lo que   pudiera aparecer a proa. Y poco a poco fueron apareciendo luces con sus sombras, misteriosas unas, ilegibles otras, algunas claras como el agua, otras enrevesadas  con cierto deje de  arteros modos que a cada milla recorrida como día vivido más difusos y faltos de efecto acababan por desparecer a cada golpe de ola.

Grises fueron los tonos al doblar aquel cabo para cambiar gradualmente su color  hasta tomar la fuerza de la pura pasión escondida tanto tiempo entre los pliegues creados bajo este  gastado corazón. Recuperada mi chica de hierro a la que abandonada tuve  y al fin reencontré, con la que la carretera ha vuelto a ser un lugar de  encuentro con el viento cuando no hay mar por avante.  Rueda, pedal y asfalto por el que sentirse libre, alegre y dispuesto a abrazar a quien  antes de salir igual tan solo merecía un “buenos días”.

Y qué decir de quien como mi hermana   siento ya del todo recuperada casi sin esfuerzo alguno, pues quien fue como ella, es, quien es como ella, será y es que ella es de otra pasta.  No olvidaré nunca las escalas de aquellos dos días entre las carreteras recorridas de nuevo como lo fueron durante  la adolescencia entre San Sebastián, Lekeitio y Bilbao donde los amores (no muchos), los  misterios (tantos) se convirtieron en pequeñas historias reencontradas en  familia con Amaia y Gari. Veinte años no son nada y a fe mía que así me pareció tal fin de semana.

 Pero no todo fueron buenos vientos que dieran alas a este corazón expectante por lo que encontrar. Un lingote de platino, de ojos   y mirada limpia,  acicate para quienes  a su lado tuvieran; una mujer en toda la expresión de su palabra, con su sentimiento  puesto en todo lo que de verdad amaba, alguien que unía y daba vida a quien  de tal cosa  muchas veces  le podría faltar. Ese diamante nos dejó como era ella, de forma sencilla, sin molestar, humilde y sin llamar para despedirse, quizá porque  aún no se ha ido, porque  parece que sigue aquí, regalando sus deseos de bien. Sé que por aquí sigues, no te veo pero te siento en muchos lugares y  junto a Alejandro he dado de baja a mis ángeles de la guarda por saberos bien cerca a  vosotros, ya no puedo quereros pero  si que puedo recordaros en tantas cosas por las que me encuentro, algunas cargadas de salitre, otras de sonrisas plenas a punto de estallar  en risa sin freno.



Sueños que han ido formándose en puras realidades alrededor de valores absolutos como mi señora del rayo, que bien sabe ella que lo es, valerosa y con  el espíritu enorme  en generosidad, en lealtad, en verdad, solo falto de un  golpe de  viento que la haga volar como de verdad merece. Estuvo allí, está aquí y sé que siempre estará donde lo necesite. Faro sobre  el que poder tomar referencia de tantas cosas, luz verdadera  sin vuelta encontrada a la que respetar y sentir como un verdadero honor su  amistad hacia  este que orgulloso lo escribe.



Un personaje he de decir aquí, teniente a más señas de la Real Armada en mi mundo paralelo, verdadero también ha sido y lo está siendo aunque en su realidad  sea más bien capitán de un pequeño barco de orgulloso nombre por llevar el de su propia sangre, “Santa Olaya”. Segis, otro  amigo  convertido a mayores si cabe en  este año de duras situaciones en lo personal y a veces en lo laboral para ambos. Situaciones que juntos estamos aprendiendo que se sale si se  mantiene la calma mientras golpea el temporal, ya sea este de  puro desamor o  de gratuito  soportar a mediocres al mando de  lo que cualquiera que lo pretenda tiene claro  que no están preparados. Siempre nos quedarán los vaivenes de la mar tendida del noroeste entre Luarca y Candás y quién sabe si mi Holandés  supera a tu Santa Olaya en un buen vendaval.

Pero este año que tanto me ha dado no parece terminar de tal guisa pues   entre sus broches de oro quizá  logremos encontrar cubierta propia para este aprendiz de capitán y sus dos tenientes, las dos joyas, serenas  en el tiempo sereno, pero cargadas de pasión por lo que   se vive como ilusión. Pintar la patente, reparar las drizas,  restaurar los camarotes, colocar las luces de babor y estribor, juntos, en medio de historias, risas, sonrisas y planes sin fin. Hernán, Diego, este aprendiz y “El Holandés”  como cuarteto letal, verdaderos corsarios sin patente real  con que sembrar el terror por los mares del golfo de Vizcaya mientras buscan  tres princesas que secuestrar y encerrar en  sus respectivos corazones.










Murió el pasado ciclo con la incertidumbre cargada de esperanza, muere este  de la misma forma pues estamos vivos y con ganas de  seguir descubriendo segundos, minutos y horas de nuevas sensaciones cargadas de las mismas historias que no son otras que disfrutar del presente para ganar el futuro, peleando, sufriendo, riendo y perdiendo, que al final es la única forma de ganarle  al tiempo sus dorados hilos, escasos filamentos de felicidad.

 Solo quería compartir esto con muchos de los que aquí están y todos los demás que no he podido  dibujar pero que siento, daros las gracias por ser y estar, por permanecer y por saber que  así  siempre lo harán.

Solo os deseo a todos incertidumbres cargadas de esperanzas por las que batirse el cobre  hasta llegar al límite, donde si logras llegar  esta claro que habrá otro a mas andar.


FELICIDADES y GRACIAS POR TODO


miércoles, 28 de diciembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (129)


…la oscuridad del local y  los clientes ruidosos entre mujeres de mil bordos y viradas que fomentaban el bullicioso ambiente permitió a Luis Peláez y al Teniente Cefontes  mantener la conversación con la debida  intimidad  y sin riesgos a malas lenguas que los espiaran.

-          Mi teniente, las dos damas no son de mejor catadura que las que por aquí  ya sentís, aunque estoy seguro que de tal cosas vos estaréis bragado y no he de  descubriros semejante hallazgo.  En los saraos a los que van, siempre van con el Vizconde de Azcárraga, título que he logrado por varios conductos saber que no existe en las cristianas tierras de nuestro rey católico. Hasta aquí nada que no suceda en cuatro de  cada cinco títulos  que con ardorosas ínfulas  alardea tanto petimetre   rodeado de damas  en  caza de  buen partido. Al parecer este hombre es dueño de la compañía  de importación y exportación de paños Marcos & Ferrero. Tiene un pequeño almacén en Chipiona, lugar extraño para esto y un pequeño tinglado en el puerto, muy cerca de aquí con el nombre en su entrada de Textiles Ferrero. No se observa mucho  movimiento en ese almacén por lo que me cuentan. Al parecer tiene  representantes en París y Amberes, pero sus movimientos en la Casa de Contratación son de poca monta para el nivel que  representan con ese  despliegue internacional. Como comprenderéis  tal cosa no me huele bien.
-          ¿Queréis decir que puede que sus intereses quizá vayan por otros derroteros?
-     Pues sí. Supongo que sabéis que desde  que nuestro Rey está reforzando nuestra armada y recobrando el poderío que  habíamos perdido  las posibilidades de comercio de esos britanos en nuestros dominios son cada vez menores, nuestra armada de barlovento cada vez apresa mas  naves  britanas en el  Caribe y  los comerciantes ingleses presionan mas cada día que pasa al gobierno inglés mientras sus beneficios menguan para romper con el tratado que tan solo les permite un navío legal al año con el que comerciar mientras sus contrabandistas lo tienen cada vez más difícil. Malditos sean ellos y sus hipócritas leyes, que bien se nutren por el viejo tratado del comercio de negros a costa de la vida de estos y nuestra riqueza.  Pero como os digo, la tensión poco a poco va incrementándose entre nuestros gobiernos, algo que seguro pone nuestra  villa en su objetivo como núcleo del comercio con  América y con ello la necesidad de información militar y comercial.
-          ¡¿Ese  simple  un espía?! Luis, el cazalla os ha destruido el cerebro.
-      Pues eso,  mi teniente. Los mas indolentes desde fuera son quienes mejor se infiltran. Creo que aunque vuestras razones fueran las de la leal amistad y la protección a un amigo, algo que sin duda os honra como hombre y caballero, creo que ahora esto supera tal  honrosa razón para ser una cuestión de  lealtad a nuestro Rey y salvaguarda de nuestra nación. Sin renunciar a vuestro ofrecimiento de compensación que ya en el futuro os  demandaré, creo que debemos descubrir  lo que  se cuece sin demora. Os propongo que  sin perder de vista  a vuestro amigo por ser tal guardemos esto en el más rotundo secreto y cacemos al vizconde para  triunfo de nuestro rey y regocijo de nuestros bolsillos.

Sin pestañear, el teniente Cefontes no sabía si golpear a ese  abyecto personaje o  estrechar su sudorosa mano. Su amigo y lo que acababa de escuchar le convenció por lo segundo.

-          Estoy con lo que  proponéis aunque me quedo únicamente con la defensa de mi reino y de mi amigo, lo demás es cosa vuestra e incluso  una buena compensación por mi parte llegado el caso.

No gustó esto último al escribiente, pero se contuvo

-          Muy bien, teniente asi será, si así lo deseáis.

Horas antes, Daniel Fueyo con la furia de quien  ama en medio del asedio por la incomprensión, había salido capaz de matar a quien se pudiera delante de su camino.  Quemando las  varas de distancia entre la Alameda y  el baluarte de Santa Catalina cuando la calma acudió en su ayuda poco a poco fue  olvidando lo que no deseaba recordar. Se sentó sobre uno de los bancos en los que dominaba la sombra  y se puso a escribir una nota  de forma apresurada, aunque algo interrumpida por su inseguirdad ante lo que debía decir hacía Dora MacLeod. Al fin,  llamó a un zagal que por allí corría sin más acierto que el de seguir  a los militares que por allí circulaban.

-          Diga señor.
-          ¿Quieres ganarte algo, zagal?
-          ¡¿Qué he de hacer, Señor?!
-          Lleva esta nota y entrégala en la mano de una Dama de cabellos rubios que vive en aquél portal. Solo habrás de entregársela a ella y esperar su respuesta. Cuando regreses te daré el doble de lo que doy. ¿Al punto?
-          ¡Como las balas, señor!

Como bala rasa entró  veloz el niño en el portal seguido  a prudente distancia de la mirada de Daniel Fueyo. La dama estaba en su casa y leyó la nota  arrugada de Daniel.
“Dora, os echo de menos, os deseo ver  cuanto antes. Si tuvierais a bien  os espero en  junto al baluarte de Santa Catalina. Vuestro, Daniel”

El zagal con la contestación salió como  toro de toriles buscando su recompensa con la respuesta de la dama.  Algo que recibió con mil genuflexiones y postreros saltos de alegría por no verse con  tanto dinero  en su corta existencia.

-          ¿Y bien?
-     ¡Señor, la dama  espera encontraros con vuestra merced en media hora escasa donde habéis indicado!

Media hora como medio siglo  de espera. Parecía sentirse observado por todo lo que   tuviera o aparentase vida a su alrededor, ya fuera  la guardia, los paseantes, el mismo sol apretando  el calor de junio. No pasaban los minutos,  todo parecía detenerse, tal que  mar  en calma y sin viento con el enemigo a batir a  la vista y sin alcance. Nada más  enervante que desear algo de lo que uno no tiene el poder ni los resortes para lograr y sólo le quede  esperar.

Al fin el brillo  del sol se reflejó en su silueta al salir de su portal.  Caminaron lo justo para  poder encontrase a la luz del día si  despertar rumores ni sospechas y  comenzar así un paseo al rumor del viento de levante mientras las sombras del paseo de la Alameda  los refrescaban en su ardor escondido…





lunes, 26 de diciembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (128)


…Doña Ana  ya lo esperaba abaluartada  tras sus mejores trajes ya algo marchitos como su mirada entre seca y que a duras penas ocultaba  sus tristezas en su fondo. La  gloriosa dama de otros tiempos se había topado sin esperarlo  con una  singladura  de posible pasión artificiada, pero pasión al fin y al cabo, en aquél teniente joven y estaba dispuesta a  dar  la orden de abordaje a todos  los poros de su piel  en la menor oportunidad que sus  anquilosados garfios la dieran razón a ello.

-          Buenas tardes tenga vuestra señoría, Doña Ana. ¿Habrá un jerez para este teniente?
-          Buenas tenga vos, mi teniente. No habrá uno, sino dos que la fonda queda cerrada para parlamento  entre vos y esta dama que  algo os debe  pues   así se había comprometido.

La actitud de Doña Ana por imaginada no  dejó de sorprender a Segisfredo que bien está definido todo  en la frase  sobre el amor y la guerra donde todo está permitido.  El abordaje se planteaba de manera y forma inminente y Cefontes si algo tenía claro  era que a todo estaba dispuesto si lograba  su objetivo  en pos de la  seguridad de su amigo. Mechas retardadas ya prendidas y listas para  aquél combate. Un sorbo de jerez fino y fresco era lo que daba salida

-          ¿Y bien, mi señora? ¿Habéis encontrado algo digno de mención sobre ese trío al que os pedí información?
-          Pues algo tengo y si me permitís os lo relato. Sobre las dos damas en cuestión, deciros que nadie en realidad las conoce mucho. Solo que viven juntas en una casa de dos plantas  muy cerca de la puerta de la Caleta. Tiene su casa alquilada para todo el año a Doña Manuela Ginés, vieja amiga de mi vecina Dolores que  a punto esta de morirse del reuma y…
-          ¡Bueno, vale de reumas y Dolores y al grano… mi reina!
-          Perdón, teniente pero   siempre trato de ser lo más  completa en mis compromisos con quienes  lo merecen como vos. Si me permitís continuaré.

Otro sorbo  lento y sin esfuerzo un poco más cerca de Segisfredo

-          Lo que os digo, Teniente. Las dos  damas parecen irlandesas refugiadas de los britanos, aunque nadie sabe cómo llegaron a Cádiz ya hace más de  un año. Solo se sabe que ese, al parecer hidalgo y futuro Vizconde de Azcárraga, las apadrina en todos los saraos, que como sabéis muchos son en esta villa de tanto comerciante.  Mas aparte de todo eso no  se las conoce de nada.
-          ¿Y del futuro vizconde?
-          ¡Ah! Don Alfonso de Marcos. Otro personaje del que en realidad  tampoco se sabe gran cosa sobre su origen. Al parecer  desde su entorno se dice que procede de una familia de  noble ascendencia en las tierras del norte del reino, pero  como os podréis imaginar en esta ciudad lo que prima en estos tiempos de bonanza  son los caudales y sus beneficios. Pues si alguna villa del reino de nuestro señor, Don Felipe,  valora  el progreso sobre la sangre es esta y a nadie se  le plantean problemas de nobleza si acarrea en sus  tratos riqueza, y este es el caso de Don Alfonso que  dirige su  firma de  comercio e importación de paños europeos.  Volviendo al trío en su unidad, solo puedo deciros que  salvo cuando una de ellas encuentra amorío o cortejo  a la vista, siempre  acuden en coyunda. Dadme alguna razón más para buscar y os prometo mas de lo que ya os dí, mi teniente…

Segisfredo se quedó con todo lo que le fue contando al mismo tiempo que trataba de no romper aquella
fuente de información aún, según su parecer, sin explotar del todo; tenía que dar sin darlo todo  por  no
desear hacerlo y por mantener la cuerda tensa. La miró, encontrando una dama ya entrada en la
cuarentena, flor de pétalos por no caídos ya hirsutos y de artificioso brillo, mujer que  no desmereciera
para quién por algo ese quien sintiera, mas no él. Aún así  tenía más deseo de información que reparos y
sin mediar a la vista de nadie  abrazó a esta  besando de la forma menos intensa posible sus labios.

-          Caramba, te… teniente. No pensé que esta pobre información calase de tal guisa sobre vuestro ánimo.
-          Perdonad mi atrevimiento, señora. Más sería este con vos, pero he de encontrar mas datos y esta noche he concertado cita con alguien que  quizá también me de algo de interés sobre  este trío misterioso
-          Mientras sea hombre os fío en la espera por vuestro ánimo.
-          Lo es, mi señora. Seguid en la búsqueda que volveré a veros.
-          Asi lo espero, mi teniente

Con una sonrisa en  el rostro de Doña Ana, fruto de una fugaz ilusión recobrada de la que seguro no deseaba bajo ningún concepto aferrar sus velas Segisfredo se despidió ágil, no se sabe si por abandonar el campo de batalla o por cumplir con la cita en la Fonda “El tuerto” cerca del puerto, en el barrio de la Merced.

A la hora convenida, con la noche y la hora de cenar en coincidente compás sobre ambos, Luis Peláez y Segisfredo Cefontes se encontraron en  la barra grasienta de “El Tuerto”. Humo de tabaco tratando de disimular los olores humanos que emanaba aquél garito poco ventilado y peor iluminado los permitió sentarse en una  mesa de tosca fábrica que se pegaba a la pared  seguramente mal encalada, aunque en aquella oscuridad poco importaba. Del vino pasaron   al cazalla, más propio de la hora y el lugar.

-          Mi teniente, no ha sido fácil sacar información sobre vuestros intereses, pero sabéis como yo que  los favores dados en momentos verdaderos  y no cobrados con premura alcanzan valores más propios de imperio si se dejan decantar. Eso y el dinero que todo lo hace florecer ha logrado  que alcancemos un mínimo éxito entre  tanto  obstáculo. Pero no me andaré con más rodeos teniente que incluso a mi me han sorprendido estas cosas y  de ello habremos de hablar tras  el relato oportuno…




viernes, 16 de diciembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (127)


…Escondido tras una muralla desvencijada de pergaminos plagados de nombres de navíos, tipos de mercancías y sus mercaderes, papeles entintados y suciedad casi disimulada por la penumbra de la estancia donde pergeñaba Luis Peláez con mas acierto del que aparentaba. Perfecto ratón de los legajos, reyezuelo entre leguleyos de postín, sabedor de los gustos y querencias de  los públicos representantes legales de su majestad aquél soberano  subterráneo de la Casa daba paso  a unas y cerraba el mismo a otras mercancías que no portasen  el oportuno fielato invisible  a cada banda del porte con la oportuna descarga sobre sus costales para el buen gobierno del tráfico y riqueza del reino sin por ello detrimento de todos sus intermediarios.

-          ¡Buen día, primo!
-          Bueno y  con sorpresa por veros aquí a vuestras mercedes. ¿Qué os trae por estos lugares tan poco cargados de bellezas y  naves?
-          Mi amigo el teniente Cefontes  deseaba  alguna información que de seguro  vos tendréis o sabréis obtener con facilidad.

Luis Peláez  miró al Teniente  y tras comprobar la decisión de su mirada adaptó su   tono a  la situación como otra fuente de ingresos sin cuantificar todavía el valor de estos.

-          Pues  como bien sabes, primo. Para eso estamos lo amigos, para ayudarnos entre nosotros. Dadme una hora en la que aligere esta correspondencia y nos podremos ver en  el café que dobla la esquina.
-          Muy Bien. En una hora allí estaremos.

La hora pasó sin pena ni gloria mientras la actividad iba menguando al acercarse el orto  con el calor del verano en ciernes   en el que no había casaca de  fiero león que aguantase  sobre humana osamenta. Refugiados en la tasca  esperaron a Peláez con unos trozos de tortilla regados alternativamente por un vino gordo que a duras penas  se dejaba trasegar. La hora se hizo algo larga pero como todo en lo que el tiempo tiene algo que decir, este lo acaba por marcar mientras se va sin vuelta atrás. Como siempre, sudoroso y con el aspecto de  necesitar un buen chorro de agua limpia con alguna esencia neutralizadora, Luis Peláez envuelto en su oronda humanidad se presentó en la tasca como quien  entrase por su propio hogar.

-          Pues aquí me tienen vuestras mercedes para lo que gusten. Pero esperen, antes  he de confirmar lo de siempre a ese tabernero holgazán. ¡Mariano,  lo de siempre, esta vez no te quedes corto con las guindillas!

Se sentó mientras el también orondo aunque más ágil tabernero se  puso a cumplir las órdenes del escribiente  de la Casa. Unos huevos  con patatas fritas bien guarnecidos del tocino mas suntuoso de la comarca.

-          ¡Un vaso para este caballero! Me permitís degustar de vuestra frasca, ¿verdad?. Soy todo vuestro ya, caballeros.

Antúnez comenzó la explicación sobre  las damas irlandesas y su extraño protector hasta que  Segisfredo lo interrumpió  tratando de   entrar al máximo en los detalles que deseaba aclarar con su ayuda.

-          Así que, según vos decís, esas damas  algo deben de ocultar o al menos  no parecen del todo “católicas” podríamos decir.
-          Pues eso creo yo, Peláez. Mucho   pretendía  la que a mi se me presento en  frente. Temperance creo que se llamaba. Parecía desear  entablar ligazón y tras de aquello algo más, pero no atine a descubrir porque no vio en mi  posibilidad de ello y me abandonó sin decoro ni explicación alguna. Sin embargo, mi amigo, el capitán Daniel Fueyo  no  ha resultado de la misma condición para la otra  dama y  necesito saber. Me dice vuestro primo  que sois capaz de conseguir semejante información tanto de ellas como de ese petimetre de tres al cuarto que las ronda como mariposa sin colores. Estoy dispuesto a compensar vuestra información en la medida de mis posibilidades.
-          Por tal cosa no habéis de preocuparos que no es caudal lo que os demando. Llegará el momento en que os lo demande y estoy seguro que vos como caballero seréis quien a corresponder.
-          Así será siempre que no traicione a mi honor y al de mi rey.
-          Así será Cefontes, no temáis.

Con los nombres de las dos damas y el del acompañante mas la dirección que tenía de  ellas Cefontes, el primo de Antúnez  regresó a su trabajo una vez hubo deglutido los huevos con patatas y tocino que esta vez si debían estar al gusto en el picor para el escribiente de la Casa de Contratación. Con hambre, pero sin tanta pasión por la grasa Cefontes invitó a Antúnez a una taberna de mejor postín cerca de su hospedaje para hacer tiempo hasta poder hablar con Doña Ana sobre el mismo tema.

Tras la comida ambos se despidieron  hasta  volver a verse en capitanía o si terciase en la siguiente fiesta a la que  acudir con más suerte en lo tocante a las féminas. Aún faltaba tiempo para la cita con la casera con lo que se aventuró a subir a la habitación que compartía con su amigo Daniel.  Lo encontró despierto  aunque más bien perdido entre  sus pensamientos que de seguro lo aturdían  en plena batalla de las razones sin sentido que provoca la pasión.

-          Hola Daniel. ¿Has logrado descansar?
-          Hola Segisfredo. La verdad es  que no estoy seguro.  Creo que sí. Hermano, tengo  una congoja en mi pecho que no la entiendo. Nunca  había pensado que amar produjese semejante  sentimiento.  Creí que todo sería pura felicidad por lo vivido y por lo que pueda llegar.

Aquél razonamiento le devolvió a Segisfredo  sus recuerdos sobre Mª Jesús y el dolor que significa sentir sin saber si volverás a recibir el mismo sentimiento, el temor a perder lo  tan débilmente ganado. Recordar como las penas  con sus alabardas de doble filo, largas como  las esperas en tiempo se agolpan lentas en su marcha para desangrar el corazón rechazado por olvidado siquiera unas horas, unos días que puede llegar a parecer una eternidad. El martirio  vestido de deseo inconcluso que acaba por  descubrir las sospechas nunca peor justificadas, entre suspiros sin explicación  rodeados de melancolía. Algo que tan feliz te  vuelve  al comenzar a sufrir con el dolor por amar sin más. Pero no eran esos los tiempos  de recordar, sino los de salvar a su amigo de algo que sospechaba en nada bueno iba a terminar.

-          Daniel. Se lo que sientes, pues como sabes yo lo he vivido también. Eso es algo que ya no se elimina de tu sangre, que cada vez que atraviesa el corazón es como otra daga que se clava mientras vuelve a recorrer el cuerpo una y otra vez  con el mismo rojo febril  que la sangre. Has de  tratar de verlo con cautela y espera, no conoces su  alma, tan solo su piel, sus besos y caricias que  poco serán en diferentes de las de otra aunque para ti lo sean sin discusión.
-          ¡Basta Segisfredo! ¡No te consiento que hables a si de ella! ¡Sé que es mi vida ya y que nadie puede tal cosa remediar, cambiar o  destruir!  ¡Al diablo, tu y tus razones sin más sustento que tu propio fracaso! ¡No será este el caso, vive  el océano que nos une!

De un portazo abandonó la estancia dejando a su amigo triste  aunque  sabedor por lo vivido que  estaba de su mano sacar a su amigo de aquél entuerto como lo hizo este en tiempos pasados. El tiempo corría y la hora de hablar con la casera ya había llegado…


miércoles, 14 de diciembre de 2011

No habrá montaña mas alta.. (126)


El Mentidero
… Con el fresco de la mañana despegó Daniel el lazo de piel que lo mantenía  aferrado a Dora Macleod. Un beso brindado con la esperanza de recuperarlo con creces antes de que el sol de la siguiente jornada tratase de abrir un alba nueva fue el sello de partida con el que Daniel Fueyo ya recorría la ciudad  tan desorientado como falto de ganas por recuperar rumbo y demora con el Hospedaje y su habitación. Dando bordadas entre las estrechas callejuelas de aquella ciudad más parecida a nave blindada fondeada para siempre acabó por  salirse de nuevo a la parte exterior y  con la fortaleza de Santa Catalina como resguardo  para atacar de nuevo la ciudad por el Mentidero, la plaza de San Antonio  en la que ya con el sol en plena faena  se topó con compañeros como él ganando tiempo mientras este, necio y castigador, se  detenía como  verdadera condena ante ellos sin embarque y con la paga tan exigua como sus expectativas de tal. Daniel en su misma situación, sin embargo se sentía en esos instantes como quien comandase la escuadra del Océano en pleno con destino a los Downs donde bloquear al  inglés  en sus propias narices. Eso no era sino el  sentimiento  culminante de la felicidad  rozando con sus leves dedos  la nuca del joven capitán, nada más que eso, algo que el mismo  en aquellos instantes no podía ser consciente como humano en su propia levedad y cortedad en el tiempo.

Decidió no recogerse al pasar por el hospedaje y desde la plaza en la que se encontraba este dobló a la izquierda y tras la Puerta de mar se encaminó sobre los muelles  donde  el bergantín que pocas horas antes había avistado desde la alcoba de Dora comenzaba las maniobras de aproximación ayudado por el esquife de la propia nave que, con denuedo y a golpe de remo por quienes ya olían el regusto de la tierra y su catálogo de tesoros  tan poco valorados por quienes  de ellos disponían cada amanecer, acercaba sus costados a besar los del embarcadero. poyado en la muralla, con la mirada perdida  en la maniobra y su mente  en lo vivido,  que según decantaba en el tiempo mas difícil se le hacía de creer,  fue una voz la que le devolvió al real de los tiempos como un un golpe, sacándolo como digo de su melancólico letargo.

-          ¡Daniel! ¡¿Dónde te metiste, gañán?! ¡¿Es que ahora vas a ser tú el de los triunfos y yo el de las esperas?! Hace rato que desayuné con nuestra bella casera con la que tuve buena conversación. Anda, cuenta. Ahórrate detalles pero cuenta, cuenta.

Con desgana por  tratar como siempre de asimilar en su soledad  las grandes  cosas que le pasaban de vez en cuando por su vida, pero en realidad deseando compartir su felicidad con quien  también compartía amistad verdadera Daniel le relató  lo vivido las pasadas horas  como un verdadero colegial. Segisfredo  lo escuchaba con agrado por ver a su amigo en  ese trance tan maravilloso que es sentir  el amor como  viento sin vela capaz de  detenerlo ni recogerlo en  aspa de molino  del mismo  Don Alonso Quijano. A pesar de esos momentos de euforia  y tras lo visto con la amiga de su amada,  el Teniente Cefontes no las tenía todas claras.

-          Capitán, creo que  un buen chocolate con  bizcocho recién hecho nos hará bien.  Se de un buen café donde lo sirven, pero antes demos un paseo que  nos despierte a cada uno de nuestros  mundos respectivos.

Caminaron ya dentro de las murallas, tras la aduana se dieron un tiempo por entre la alameda coronada al final por el bastión de la Candelaria que ponía en firme a nave que osara  acercar sus cuadernas más cerca de lo debido sin permiso de  los que allí la servían. Desde allí una virada de 90 grados a la izquierda y el café, de nombre “La Reina”, ya se hacía oler a chocolate escondido en la pequeña plaza de San Francisco. Sentados antes dos tazas sobradas de reconfortante chocolate Daniel se vaciaba con la cascada de sentimientos encontrados en lo mas profundo de su corazón,  lugar tanto tiempo encerrado y protegido del exterior como santabárbara de navío del rey, que ahora reventaba al contacto con la explosiva sensación del amor encontrado sin saber siquiera lo que esto había sido en ninguna  situación antes vivida. Su amigo Segisfredo lo acompañó en la escucha  y  tras ello lo dejó descansado en el lecho del Hospedaje mientras él,  casi sin poder aguantar más, se ponía sin más dilación sobre la pista de todo aquello.

Un par de horas antes, el teniente Cefontes  con sus halagos y lisonjas a Doña Ana ya poco acostumbrada a tales regalos la convenció en indagar entre sus  conocidos sobre las dos damas católicas irlandesas y su  educado protector don Alfonso de Marcos. Solo esperaba que la información  que pensaba conseguir de la dueña de la posada no fuera a cambio de otras lisonjas menos deseables por él mismo. No volvería a verla  hasta  más allá del atardecer así que  se encaminó hacia la taberna “El estribo” en plenos muelles de la villa. Allí  estaña seguro de encontrar a Antúnez o si no fuera así  tenía claro que le darían sus señas  para llegar hasta él.

No hizo falta, allí mismo se encontraba, recién llegado de Capitanía con la misma letanía sobre su embarque que los días pasados ya. Con una frasca de  vino y dos vasos Segisfredo se sentó en la mesa donde  sin  más el  vino de Antúnez escaso ya se calentaba en exceso.

-          ¡Cefontes, vaya sorpresa! ¿Qué se os ofrece por estos  lugares?
-          ¿Acaso no es de ley compartir  la sangre de nuestro Señor con otro cristiano y además compañero de fatigas? ¿Me permitís  invitaros, Antúnez?
-          Cómo no. Haced los honores y  de paso alegradme el día con buenas historias, ya sean de  vuestras  batallas  al enemigo del rey o de vuestras victorias frente a dama que se haya plantado ante vuestro afamado nombre.
-          Pues de batallas igual lo dejamos que  bastante es  tenerlas para después tener que contarlas como  nuestros mayores. Y qué decir de nuestro débil flanco  femenino que tan mal se me está dando en estas últimas  lunas.
-          No me creo eso último, teniente. Vuestra fama dobla las millas de aquí hasta el mismo rio de la Plata en  los confines de nuestro imperio. ¿Os encontráis enfermo, quizá? Ja, ja. No me lo toméis en serio, Cefontes que de algo debemos aligerar esta espera como verdadera pena.
-          Pues la verdad es que  últimamente  no me ha ido bien. Además, desde  la última velada en la Casa de Las Lilas hay algo que me   está dando que pensar sobre  alguna de las damas que vos nos presentasteis a mi amigo el Capitán Fueyo y a mi.
-          ¿ Las damas Irlandesas?
-          Si, Antúnez. Creo que no son trigo limpio. Y no me refiero a su largueza en  virtud y moral que nada mas deseamos vos y yo. Me refiero a que esas damas y quizá ese engolado  que aparenta  como su protector algo se traen entre manos.
-          ¡Bah! ¡No os preocupéis por  ellas! Esta la ciudad repleta de  otras que mil vueltas las dan y  encima mejor se las entiende.
-          Estoy de acuerdo, Antúnez. Pero creo que el Capitán Fueyo  no piensa lo mismo y  necesito saber si   la tierra que pisa  es más cenagosa de lo que habitualmente  es en esto del sexo contrario.  Creo que mi capitán  está navegando a ciegas y con todo el trapo… ¿Me comprendéis?
-          Creo que sí. Pues acabemos esta frasca que  mi buen primo, al que bien conocéis, Luis Peláez, está al  cabo de la calle, pues para eso está en  la Casa de Contratación y lo que no sepa, dad por seguro que lo  consigue conocer antes de que el sol  vuelva a pasar por el mismo lugar.



Con el culo de la frasca seco, las monedas  por su  precio al lado de esta, ambos marinos  pusieron destino a la Casa de Contratación…


lunes, 12 de diciembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (125)


…la puerta  como el papel rasgado  cedió a tanta sed de pasión contenida por  Daniel.   Sin máscaras, sin telas que  cerrasen el paso al tacto de piel con piel, los labios, las manos de  ambos barajaban  pieles como quien trata de encontrar el escondite  perfecto de algún  corsario al servicio de los límites y la paciente contrición.  Cobarde tal monarca no apareció mientras la marea de pasión inundaba aquellas costas de  pasión incontenible.


Nombres inconclusos susurrados casi imperceptibles y diluidos entre los abrazos que  los hacían uno a  esos dos corazones a los que ya nada importaba  fueron dando paso a la luz que brota de la oscuridad  sin astro rey ni luna acobardada por  no dar la talla ante   el nuevo universo de furia y pasión, destello corto e intenso en el que todo era sobrante salvo su fieros deseos por invadir al otro.

El ocaso en su paz rota parecía observar   como un escenario  contempla humilde lo que otros representan, en este caso sin papel, sin apuntador que marcarse el ritmo y el discurso de algo que salía sin más de las almas  de ambos. Un primer golpe de mano como cabeza de playa sobre la tierra del puro amor dio paso a la calma  que permitió a ambos observarse, cruzar las miradas tras la acción como combate vital. Caricias, conversación, tratar de comprender lo sucedido desde la visión de un hombre cargado de obligaciones autoimpuestas desde su  interior que  como puede quiere hacerlo y  sorber mas de aquel manantial de felicidad intensa  como regalo inesperado.

-          Daniel,  me habéis dado lo que no  sabría expresar con palabras. Vuestra fuerza lo ha hecho todo en mi interior olvidado por  la tristeza de la soledad y la lejanía de mi hogar materno. Abrazadme, os lo ruego

Daniel la cogió con suavidad pero serena contundencia, sintiendo sus líneas de agua contra él como  verdadero certificado de realidad  de aquellos momentos. No hubo palabras tras el  interminable silencio acompasado por su respiración; de nuevo los besos   alumbraron la oscuridad de la estancia y  con ellos las mil  y una caricias que  devolvieron el combate  sobre la paz de  sus  sentimientos.

La noche se retiraba entregada y rendida por  lo  vivido, la tenue penumbra del alba parecía querer entrar de manera oblicua  a través de la ventana que miraba por encima de la puerta de La Caleta  sobre los mares donde todo era más sencillo y tantas veces  intenso. Daniel, realmente derrotado en fuerzas como si del abordaje de dos navíos de rey enemigo se tratase, pero  alistado en ánimo por lo vivido como triunfo  ya estaba despierto contemplando  de manera alterna por un lado la mar que besaba en  generosa pleamar las rocas de la Caleta y  por otro la piel  desnuda semioculta entre los pliegues de  las mantas   sobre el lecho que ni siquiera había tenido la capacidad ni el interés de observar  durante la brava noche de furia sin cuartel.  Mientras observaba con   la extraña sensación de la plenitud el cuerpo de  su amada y  memorizaba  su fragancia  de mujer verdadera la penumbra como ariete dio paso al verdadero  amanecer y con él  Dora Macleod  al fin despertó de su  caprichoso letargo.

-          Buenos días, Princesa de estos vientos  que no se siquiera de donde provienen con tanta furia.
-          Con tales palabras  no sé qué deciros, capitán Fueyo. Venid, ayudadme a incorporarme y tratemos de reponer las fuerzas perdidas. Seguro que  encontraremos con que saciar  el apetito de la nueva mañana.

Daniel se acercó y la recogió entre sus brazos hasta llevarla en volandas a la vista del Océano  naciente entre las rocas de La Caleta y  sin final en el  imaginario sur. En aquél momento un bergantín arribaba desde el sureste hacia  la rada gaditana, parecía  cargado hasta los topes.

-          Mirad, Dora. Un pequeño bergantín cargado hasta los topes. Seguro que  viene de Nápoles o Siracusa cargado de  mercancías con las que  dar vida a quienes lo sirven. Lo que daría por pisar sus baos, por avistar desde la  galleta  las costas de cualquier parte.
-          No os aflijáis, capitán, que estoy seguro  que buen navío os coronará vuestra Armada antes de que lo podáis imaginar. Y mientras, ¿no os sirven estos brazos como  palos a los que aferrar las velas  de vuestros sueños?

Como navío cargado de la mejor pólvora del rey os siento ahora mismo y  cual corsario no tendréis opción a este abordaje  frente al que nada podrán hacer vuestros tiradores, ni  siquiera las tres cubiertas vomitando fuego, pues  solo queda ya el que os dará este corsario sin temor.

Con aquella arenga la furia de nuevo  volvió a  hacer de la estancia  un temporal   en el que   cualquier alma deseosa de  piel, corazón, de vida  frente a su propia vida no dudaría en   partir la quilla de su nave. Nada de lo que pudiera servir de desayuno hizo falta aquella bendita mañana en los apetitos del Daniel Fueyo.

Por el otro lado de esta historia, el teniente Cefontes  bien pronto se apercibió de la calidad  humana de  la  compañera que le tornó a él en ciernes en aquél tácito reparto de féminas.  Tras algunos escarceos entre banales conversaciones le dio  a Segisfredo Cefontes por sospechar de la actitud tan próxima en   aquella primera cita real. No casaba tal actitud con dama  de la  contenida y católica Irlanda, por lo que tomó ciertas medidas que en muy poco tiempo acabaron por desbaratar lo que a primera vista había parecido un prometedor encuentro. Se despidieron y con la mosca detrás de la oreja   nuestro Teniente  tornó sus entorchados de marino por los de  policiaco sabueso. La mañana le alcanzó cerca de la posada “La candelaria” sin idea alguna de lo que   representaba la dama Irlandesa en el Cádiz cosmopolita en el que gastaba aquellos días. Pero la presencia de Doña Ana, la casera del hospedaje, mujer entrada en años y por ello de seguro con  posibilidad de recabar mayor información entre sus conocidos le llevaron a  apuntar con la mira de sus cañones  sobre la marchita dama que no se lo esperaba…



miércoles, 30 de noviembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (124)


…La plaza de  San Juan de Dios  volvía a  abrir sus   límites entre tantas casas de grandes familias. Una de ellas, la que se conocía como de Las Lilas iba a ser esta vez el  nuevo frente de batalla  sin pólvora y con la  única metralla la decisión y bravura sobre el reto de   rendir  el castillo de alguna dama que osara retarlos. En este caso uno  de los dos iba abierto a cualquier fuerte  que  lo hiciera sin menospreciar almena por prometida torre del Homenaje, que las batallas  para este debían de contarse por victorias o retiradas honrosas, nunca derrotas por incomparecencia; sin embargo, el otro ya enfilaba sus huestes azuzadas por el ánimo que se encastra entre los deseos y la ilusión hacia el castillo más  brillante según sus puras sensaciones, aunque éste aún no apuntara sus almenas en la línea del horizonte.

Doblaron las puertas   volviendo a encontrar el gentío del día anterior en la casa de los Lasquetti. Esta vez habían enviado un mensaje a su compañero Antúnez en el que le decían  que se verían en la misma fiesta para  en lo posible evitarlo si el asedio  se presentaba más pronto que tarde. No parecía que todo fuera   a ir como lo habían previsto, pues las dos damas en cuestión no se hacían ver entre tanta máscara.   Ellos lograron hacerse con un burdo  antifaz que  entregaban en la entrada a quienes no lo trajeran, era un mero formalismo pues los dorados de sus uniformes dejaban a las claras quienes eran  con la duda para quienes no los conocieran de sus nombres.

-          Capitán Fueyo, no hay fragata irlandesa a la vista. Creo que debemos otear  nuevas embarcaciones de porte mas hispano que más gracia tendrán.  ¡Mira, por ahí anda Antúnez y parece que bien acompañado! ¡Venga, que no se diga  de  vuestra merced que no se adapta a los mares  tal y como presenten sus respetos!

Daniel no tenía ganas de nuevos escarceos donde  ver lo que no deseaba, pues su  deseo solo descansaba en la obsesión encontrada en una mirada, un aroma y una voz que ansiaba volver a sentir de nuevo sin más. Pero sabía que había que mantener al menos en  mínimo las apariencias y siguió a  su amigo. Como siempre, no muy lejos el primo lejano de Antúnez  mantenía cercada la mesa de las viandas y vigilaba  el acecho de  competidores sobre los licores. Había que reconocer que  sabía cumplimentar a quienes consideraba  de los suyos y en menos que   era capaz de trasegar un cucharón de ponche ya  ofreció dos copas de buen jerez a  los dos marinos recién llegados. Con las copas aferradas a sus manos se presentaron por  las aletas de Antúnez.

-          ¡Capitán Fueyo y teniente Cefontes!  ¡Os echaba de menos! Pero dejadme que os presente a estas damas escondidas tras sus  máscaras. 

Las presentaciones dieron paso a las sonrisas  siempre vigiladas por las  damas de compañía que recelosas acechaban  con no poco acierto ante dorados y entorchados   sin mucho bagaje en  caudales y edad. En eso estaban cuando una voz conocida, sin posibilidad de error por su  acento, alcanzó  el  sentido de Daniel. Un giro fue suficiente para desarbolar y  no poder contestar sin tartamudear. Mientras, por la otra banda  la situación de similar comienzo fue de distinta respuesta. Las frustradas damiselas desinflaron sus mínimas risitas mientras las damas de compañía aprovechaban  semejante ocasión para  mostrarles  lo que significaba todo aquello al alejarse, dejando a Antúnez derrotado frente a los bocaditos de comida como único consuelo momentáneo.

Ambos se  separaron de forma tácita y sin mediar palabra con destinos inciertos.

-          Veo, capitán, que   no permanecéis mucho tiempo en la misma bahía, aunque  sea esta la que os haya ofrecido abrigo…

Tan rojo como bandera de combate trató de contestar.

-          ¡Oh! No se confunda  señorita Macleod. Simplemente dábamos conversación a esas damas  que en realidad acompañaban a nuestro amigo el teniente Antúnez mientras esperábamos encontrarnos con  vuestras mercedes. En realidad es lo que esperaba con deseo… volver a veros.
-          Os creo a vos, que no a vuestro amigo. Pero eso será un problema de Temperance y no mío. ¿Conocéis esta casa, capitán?
-          Daniel, llamadme Daniel si os place, señorita Macleod. No conozco la casa, si eso  querías saber de mi.
-          Pues Daniel, acompañadme    que yo, para vos, Dora, la conozco  gracias a mi amistad con Mariana la menor de la hijas. Venid, os llevaré a los jardines donde escondernos de tanto ruido y nos permitirán ver la bahía desde su altura.

Daniel no daba crédito a su suerte. Sin casi hacer fuego la fragata parecía rendida y  sin esfuerzo arrumbaba  sin resistencia él mismo sus destinos al suave andar de aquella musa para sus deslumbrados ojos. Al fin, tras doblar un largo pasillo ascendente en  dos escalinatas  y sin cruzarse con nadie  apareció un pequeño jardín elevado sobre la casa coronado por dos torres por las  que acostumbraban los dueños de la casa y sus invitados a disfrutar de la vista de la bahía gaditana en todo su esplendor. Sentados entre las dos torres con el puerto y la bahía al fondo de la vista la tensión comenzó a ascender por el  estómago de Daniel.

-          Se por  vuestra fama que os precede en la palabra de vuestros amigos que sois hombre de coraje y dotes de mando, aunque  por vuestro comportamiento ante  esta humilde dama recogida en vuestra patria pareciera lo contrario.  Daniel, contadme de vos, de vuestros viajes y vuestra vida entre mares y guerras. Desde que  atravesé el océano desde Roslare hasta  esta villa mi amor por ese mágico elemento no ha parado de crecer.

Aquella cabeza de puente tendida por Dora dio pie a que Daniel abriese sus  sentimientos vivos  en agua y sal sobre aquella mujer que podía ver la pasión  del capitán Fueyo en el fuego de sus ojos. Mas  lejos el reflejo de la luna ya gibosa en fase creciente sobre  la bahía permitía ver  los palos de  los navíos, algunos listos para virar sus anclas con la marea del día siguiente y otros, más lejanos tras  el estrecho marcado entre Matagorda y el Puntal en puro desarmo por no haber caudales en los arsenales para  pertrecharlos aún. Daniel no se detenía, disfrutaba describiendo las bondades de unos navíos frente a otros y sus sueños   reales sobre  aquella o esta fragata. La luna serena parecía observar desde el cielo sobre la bahía,  sobre tierra su pasión encendida  en volandas crecía, de pronto las yemas del índice y el corazón de Dora se posaron en su boca para  sin vergüenza por ser dama y amparada por la luna que todo lo protege fundió sus labios entre los  de Daniel en un beso tan largo como el placer de tal cosa puede hacer que parezca.



La eternidad se detuvo cuando de uno volvieron a ser dos y sus ojos se reencontraron sin saber  lo que decirse entre más besos que  deslumbraban la luz muerta de la propia luna ahora envidiosa. 

-          Daniel, sois  caballero y marino audaz. Os deseo sin más preámbulos que la vida trata de imponer por no  querer saber que ella misma  tiene final. Mi casa esta  no muy lejos de aquí, cerca de la puerta de La Caleta. Llévame hasta allí, seremos lo que deseemos sin más juez que nuestra propia pasión.

Nada mas tuvo que decirle a Daniel, que  como si  de combate penol a penol con el  cuchillo de abordaje en la boca y la razón de la furia en su cerebro, arrastró a Dora Macleod a través de las callejuelas estrechas y sin el viento  sempiterno de día hasta la casa donde decía alojarse…



lunes, 28 de noviembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (123)



…La velada fue  magnífica por mil razones, por ser inesperada, por  ser un regalo sin siquiera poner un doblón por  disfrutar, pero sobre todo por descubrir el palpito del propio corazón por motivos tan alejados al que  siempre acaba por generar el inminente abordaje  contra los enemigos del Rey o la interminable espera del inmediato golpe de mar contra las amuras de tu  fragata. Esta vez el pálpito era por el sentimiento hacia otra piel, hacia otro corazón desconocido sin razón que lo explicase. La señorita MacLeod había tomado una cabeza de playa en el arenoso corazón de Diego donde a cada pleamar  este trataba siempre de devolverle su fuerza en la segura bajamar, pues  no confiaba en nada que  no temiese a los vientos, que no se  postrase ante  la absoluta inmensidad del océano frente al seguro e impropio orgullo humano por  arrojarse al vacio sin saber  si tras él quien se comparó con sus vientos se lanzó con él. Nunca se sintió tan seguro como sobre la propia cubierta de su nave donde la zozobra era para todos y él se sentía capaz en su dignidad de  llevar a todos consigo en sus  padecimientos, dolores, penas, alegrías y pasiones. Pero todos los escenarios se dan en la vida y al fin en el momento más inesperado y con quien no contaría jamás acabó por darse.   

La velada terminó  con el alba por rayar en menos de una hora. El futuro Vizconde de Azcárraga  como mero chofer,  de postín  eso si, se llevó  a las dos señoritas mientras Cefontes y Fueyo con mas euforia por lo sentido que por lo bebido se largaron como penitentes hacia el muelle donde esperaban encontrar  barra libre en tabernas donde fondear para poder deliberar  de lo vivido aferrados a la frasca de vino, que semejante artefacto siempre  es capaz de sugerir mil y un sentidos a quien los desea encontrar en su fondo.

-          Segis, creo que me han rendido sin siquiera presentar resistencia. No había estado cerca de nadie tan dulce. Es suave en su hablar a pesar de su acento tan poco  agradecido, su mirada parece como si devolviera a uno a  las primeras  mareas y su tacto, su tacto.
-          Bueno, bueno. Creo que  habíamos hablado de  fiesta y  capitanía al amanecer. Lo demás con cuidado y sin cometer errores. Mi amigo, no estás en esto. Realmente no sabemos  nada más que son  bellas y agradables. Quién sabe  de dónde han salido con el  afeminado ese con ínfulas de consorte del rey. Igual son medio monjas, que para que las echen de  Irlanda igual están en la legión de misioneros  por Cristo o vete a saber. No me gustan  amigo y habrá que andarse con tiento.  Deja ver si  Antúnez nos busca otra fiesta para esta noche y las encontramos o mejor, igual aparecen unas verdaderas bellezas de negros cabellos y sonrisa hispana que  las volatilicen   como  si volase la santabárbara  escondida que deben portar entre las fajas que   las rodean como sarraceno a castillo cristiano. 
-          ¿y tu, qué? ¿Acaso no era de merecer la belleza de esa Temp… Temper
-          Temperance, que hay que ser complicado para buscar nombre. Si, podríamos decir que  era de buen ver, pero mas bien me parece que rondaba mucho y poco centraba. Como si fiara en largo el encuentro entre  ambos.  Te lo repito, mi amigo, no parecen  de rumbo claro en ningún sentido. Mejor esperamos. Y mejor que eso, brindamos. ¡Por el embarque que nos van a dar esta mañana que despunta! ¡Y por las que  se ofrezcan que aquí nos tendrán!
-          ¡Por ello!

Como pudieron  llegaron al Hospedaje donde  podría decir que  su dueña pareciera  que los estuviera esperando, aunque en realidad   simplemente no era capaz de dormir muchas horas seguidas pues tan limpio mantenía su  hospedaje como incapaz se sentía de borrar los recuerdos cargados de manchas que la atormentaban  si no encontraba con quien olvidarlos.

-          Buenos días, Doña Ana. 
-          Buenos días, caballeros. ¿desean que les prepare el desayuno?
-          Nos vendrá bien. En menos de una hora   estamos listos. Gracias.

Ágiles por la promesa de un buen desayuno con el que no contaban  subieron para asearse y cambiar sus ropas para presentarse  como debían por su rango  ante la Capitanía.

-          ¡Dios mío que me mantenga estos ojos en dicha perpetua! Da gusto  ver  a caballeros tan distinguidos en mi humilde hospedaje.
-          ¡Déjese de bromas, Doña Ana! Tenemos que acudir a la capitanía y  no era nuestra mejor imagen la que trajimos de la fiesta de los Lasquetti.
-          ¡¿Estuvieron en su palacio?! Cuéntenme por favor, hace tanto que nadie me lleva a esos lugares. ¿Quiénes acudieron? ¿Y los trajes de las damas, cómo eran? ¿Y vuestras mercedes, encontraron con quien conversar?

No pudo más y entre suspiros ni siquiera esperó a la respuesta que no llegaría pues no iban a contar nada aquellos dos hombres que  la hacían sentirse ya  el objeto invisible que  nunca creyó podría a llegar a ser durante los buenos momentos de  su reinado de vanidad. Desayunaron  y con premura  y en un silencio propio ante la niebla que ya presentían frente a la visión de un embarque real, caminaron   entre el frescor de la mañana que pronto se tornaría en  puro calor.

No hubo sorpresas, la espera iba a continuar, aquella niebla se disipó, mas relajados alquilaron un coche descubierto que los llevara a la Hospedería para tomar el descanso de la noche y esperar el aviso de Antúnez para nuevas fiestas a las que acudir.  Pero lo que les aguardaba no era la nota  del teniente de la “Minerva”, sino dos notas en las que  aquellas sirenas de mares más fríos les invitaban a una fiesta que se daría  aquella noche en la Casa de las Lilas. Sería un baile de máscaras. Esta vez no esperarían a Antúnez. La noche prometía de nuevo…