sábado, 29 de agosto de 2009

Despegamos...


Suena la señal, alarmas desconectadas, rutinas de trabajos detenidos, las mismas esquinas dobladas que dejan de serlo por un instante pequeño. Por fin zarpa esta nave entre las mismas estrellas que tantas veces se esconden encima de las nubes, que el eterno y húmedo viento del noroeste acapara sobre Cimavilla después de recoger aguas del Atlántico, océano que tantas veces he sentido bajo varias cubiertas mientras lo atravesaba en un sentido o en el otro.


A estas horas las ruedas del avión habrán roto su contacto con la tierra al norte de esta España para horadar sin tregua bocanadas de aire rumbo al sur bendito, casi dos mil millas que años atrás llevaban cinco días si el tiempo era benévolo a bordo del “Lekeitio” y ahora serán escasas tres horas metido en esta tuneladora del aire con alas.



El viejo "Lekeitio" que ya hace años que entregó sus cuadernas a Poseidón


Siento que lo necesitaba, esta desconexión de aires algo viciados, de energías un tanto agotadas hacían que mi osamenta y lo que con ella viaja demandase un rotura en el espacio. Poder sentir el sol siempre que lo quieras, poder sentir directamente el viento del Océano sin intermediarios, volver a ver aguas que surqué antes entre guardias, bregas, peleas y pocas horas de sueño a bordo de metálicos navíos en los que había que avivar su existencia cada día, sentir sus ruidos y tras mirar al horizonte adivinar lo que lo esperaba.


Quince singladuras son desde hoy las que deseo como alma en pena en las que recuperar y cargar de paisajes, de sueños que transcribir en este pequeño cajón en el que comparto con todos vosotros tantas historias. No me he olvidado de Miguel, Daniel, María de momento en la Sevilla del XVIII y tantos más que aún tiene tanta vida por delante, mas tuve que darles respiro entre la presión y los temporales propios de la rutina que a ratos son más que lluvias sin viento, convirtiéndose en feroces temporales en los que la zozobra puede partir de plano la quilla del mas recio ánimo.




Ilusión imberbe en ruta desde Gijón a Arguineguin. (Agosto de 1988)


Deseo tocar tierra ya en Arrecife, son menos de tres horas pero parecen ya tres días, Playa Blanca espera y ojalá alguna embarcación lleve el cartel de “se alquila”, porque entonces será posible volver a romper alguna ola sobre el océano con buen viento canario. Recuerdo Arguineguin en el 88 cuando desembarqué por primera vez, luego Santa Cruz, Las Palmas; islas que a mí me dieron la sensación de afortunado por mil cosas tan pequeñas como ser mi primer puerto después de dejar la península en mi primera “gran travesía”, el primer puerto y las primeras palabras en el español dulce tras una larga campaña haciendo “sures” africanos durante meses…

Ya se oyen las señales de los cinturones, todos empiezan a sentir que el morro de este avión ya cansado por la velocidad y la enorme carga de ilusión a bordo rinde el morro hacia tierra. Desaparezco así aunque sigo soñando con historias, batallas, poemas y lo que los mares de las Damas y de las Yeguas, que a ambos espera tocar mi piel, tengan a bien darme de su infinita energía.


Gracias por darme el aliento para escribir sabiéndome leído por quienes así lo hacéis.

Foto sacada a 100 millas al sur de Maspalomas en ruta desde Cabo Blanco a bordo del Lekeitio. Eran las 8 de la mañana al salir de la guardia de noche.

miércoles, 26 de agosto de 2009

La Nave varada...




La nave continúa varada, no sabe quién largará ese cabo, maroma o estacha de vida que le dé de nuevo el miedo que demuestra a la vida de nuevo en marcha. Ese miedo a la próxima ola que quizá le rompa cuadernas sin inmutarse, sin pedir permiso al viejo Poseidón que duerme entre sirenas y tritones. Miles de pequeñas figuras humanas se acercan al acantilado desde donde observar con la falsa compasión de quién se sabe seguro y sin intención de ayudar desde su caparazón. Mientras la nave los observa desde sus decenas de ojos de buey que en otro tiempo fueron puertas de entrada del aire limpio y salado sobre las almas que viajaban con él. Esos ojos los observan sin que las pequeñas figuras humanas lleguen a saberse observadas, entretanto algún alma gemela con sentimiento de culpa por no disponer del vapor y la hélice que sacara a la nave a la pura batalla frente a la realidad lo rodea en su estela con un golpe en el pecho y la pura congoja atrapada entre costillas y esternón.


La nave se sabe cansada y desea descansar, los demás la ven como un despojo de óxido, remaches y viejos colores de pinturas ya desaparecidas por el duro bregar sin recibir. Nadie lo sabe, nadie lo imagina pero hay otra nave, hija de esta que es como ella y más pronto que tarde se hará a la mar del mundo real desde su interior durmiente hoy entre cuadernas aún robustas de su madre, hermana, de su clónico ser. Ahí dentro en lo más profundo de su ser y saber se está preparado para salir mientras todos desde el acantilado ven solo lo que ven sin darse cuenta que hay mucho mas detrás de lo que simplemente se puede ver.

Será el Destino el que de alas a la nave, quizá con carbón, con velas, qué más da. Volará sin más entre crestas y valles mientras los pequeños figurines que observen tal cosa se convencerán a sí mismos que es otro loco más el que navega libre, mientras quedan como siempre aferrados a la línea de flotación que tan sólo es el asidero por el que sobrevivir mientras aparentan la seguridad que no es propia, sino del suelo prestado de quien se lo cede.


Mientras, la incertidumbre, la desazón y el sentir la carga de tanto embate sin espera predecible no hace sino cegar los ojos tantas veces abiertos frente al recio viento que golpea amuras sin compasión. Su proa aguanta, casi se puede percibir una sonrisa en la oxidada roda que mantiene erguida las formas de la nave. Ella se siente bien a pesar de todo, pues sabe lo que hará su alma tras salir desde sus cuadernas con la vida de ella misma; volará sobre la mar con los mismos deseos, pues estos son los que le dan la razón de su existencia aunque nuevas rocas surjan, solo serán nada más que un freno temporal, nunca la propia muerte, imagen de quien la contempla desde sus atalayas de prestado.

Y la nave va, despierta por el golpe de una estacha firme que alguien le ha lanzado desde su viejo remolcador, como aquél de nombre Yelcho y pabellón chileno que también trajo la vida porque la esperanza nunca la habían perdido los sufridos tripulantes del Endurance de Shackleton.


Ya no hay nave varada, y su pequeño clon interior se ha vuelto parte de su gran clon primigenio que no era el primero sino su propia fuerza sombreada con forma de pequeña nave para sentirla entra tanta pesadumbre sin luz proa avante de su mirar.


Navegas, aunque no lo creas pues desde mi nave puedo sentir la espuma de tu proa romper la nube real de la mar y puedo escuchar el pantoque castigando tanta mediocridad flotante de forma rotunda.





Para la Dueña y Señora del Rayo que bien sabe ella que lo es aunque lo crea apagado de tanto disparar.














viernes, 14 de agosto de 2009

American Star. La estrella varada





Nevando queda el desierto sobre su propia desesperación
con ardientes copos surtiendo de fuego desde cada solitaria duna
de lomas inmóviles, expectantes, unas frente a otras sin ansia ninguna
pues sin ojos nunca verán los viejos espejismos que forjó su ilusión.



Manecillas de brillo constante, imparables cortando el tiempo sin pudor
que en falsa e indolente quietud ellas desprecian con una falsa levedad
sin saber qué es lo que las tensa, abate, las humilla frente a la eterna soledad
amiga de vientos soplando silentes, arañando sus remaches vitales cual gris roedor.


Sólo son mansos que así esperan porque nunca lo han sabido jamás,
corriendo sin pensar hasta alcanzar raquíticos sueños que otros les brindaron
sin distinguir entre el sueño bastardo del rio y su cauce, del océano libre sin más.

Te espero buen viento, aire que duro viertas bocanadas de la verdad inconclusa
mientras pervive esta condena que me encalla sobre el viejo desierto de la comodidad
indultando mi alma metálica de la noche oscura para entre tritones encontrar la eternidad.


Menda, me ha tocado tu post (http://laolvidostreet.blogspot.com/2009/08/la-estrella-varada.html) y es que mamparo, remache junto a agua y sal es pura vida.

Gracias, va por ti y tu barco

martes, 11 de agosto de 2009

¿Por qué lloráis?



Mil puntos veloces y brillantes sobresalen del eterno tapiz oscuro
que tus ojos observan tras incontables horas de cálida espera.
Miras abajo donde cien mil almas hacen ya del sueño su bandera
mientras arriba es cada punto un sueño con deseo seguro.

No lloréis mas, será vuestro padre a lomos de Pegaso quien os proteja
de Medusas enfundadas en mentiras y fracasos brotando en plena ebullición,
desde el vil agujero que pervive seguro sin pudor ni divina turbación
pues siempre habrá Grayas que las guarden como nocivo hilo en madeja.

Observas, escuchas y sueñas sobre el tapiz en continuo movimiento cenital
despedidas y reencuentros, sonidos ya pasados por otros que nacerán,
vida sentida a veces como el hastío de la espera gris en la sala de un hospital.

Como para Perseo fue, es tu escudo honrado el espejo de sus males,
reflejo capaz de destruir su imagen frente al mas débil de los mortales.
Medusas o Cetus, hambres o guerras, su fin será siempre nuestra decisión.



sábado, 8 de agosto de 2009

"Tu rey es tu rey"

“…Y era allí, en el patio de los Reales Alcázares de Sevilla. Donde yo empezaba a penetrar la enjundia de aquel singular dogma que no supe entender en su momento: la lealtad que el capitán Alatriste profesaba, no al joven rubio que ahora estaba ante él, ni a su majestad católica, ni a la verdadera religión, ni a la idea que uno y otros representaban sobre la tierra; sino a la simple norma personal, libremente elegida a falta de otra mejor, resto del naufragio de ideas más generales y entusiastas, desvanecidas con la inocencia y la juventud. La regla que, fuera cual fuese, cierta o errada, lógica o no, justa o injusta, con razón o sin ella, los hombres como Diego Alatriste necesitaron siempre para ordenar- y soportar- el aparente caos de la vida. Y de ese modo , paradójicamente, mi amo se descubría con escrupuloso respeto ante su rey, no por resignación, ni por disciplina, sino por desesperanza. A fin de cuentas, a falta de viejos dioses en que confiar, y de grandes palabras que vocear durante el combate, siempre era bueno para la honra de cada cual, o al menos mejor que nada, tener a mano un rey por el que luchar y ante el que descubrirse, incluso aunque no se creyera en él…”



“El oro del rey” (Serie del Capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte)



¿Tu rey, cuál es?


Diego Alatriste en su desesperanza por que este mundo comenzase el verdadero tornaviaje hacía su origen primigenio, de manera pragmática, fría, cruel y si cabe sin temor, llevó el mundo a la suma de posibles e imposibles dejando para los cuartos ocultos del alma las amistades, obligaciones y verdaderas Lealtades por quienes son su razón.

Mil veces chocamos nosotros con semejantes en cuerpo mortal que rebuscan entre la miseria los dolores ajenos para servirse de ellos. Mil veces recuperamos el resuello ante la última traición apenas trazada en lo más superficial de la piel de uno de forma casi imperceptible. Mil veces traicionamos nosotros mismos de manera insignificante e indolora incluso para el mismo traicionado y seguimos adelante junto a él mismo en el caminar de su misma vida. Sabemos que lo que queda por delante es una repetición de golpes y abrazos tan virtuales como los que se esconden entre los leves reflejos de las pupilas de quien te observa. Planteas tus ánimos en orden frente a lo que crees como caos sin saber a ciencia cierta si tú eres ese mismo caos como desorden propio de la vida convulsa que provoca la humana contradicción.


Ves enfrente la lealtad que deseas hasta que esta se parece desmoronar por algún mal viento que golpeó tu propio aparejo y velamen, dándote una visión distinta de su rumbo y perfil sobre la mar de la Vida por la que navegáis “en conserva”. Al fin decides, en gran medida por factores casi siempre no percibidos por el ánimo que te mueve, romper los cabos de remolque, de arrastre, o de manera inversa largar otra maroma que te una y mantenga así los diferentes destinos de cada razón que perviven en común tránsito.

Lealtades que como al Capitán te dan orden y razón ante el caos del viaje salino por el viejo mar vital. Lealtades que por la Odisea que mil recaladas provoquen bajo la quilla de la nave de tu vida, mantenga el brazo firme de tu alma como piloto a bordo de esta. Orden que dirija la espada contra el dolor y claven la daga para siempre en el puro motivo de tu Gracia uniéndote a ella hasta el fin que paciente espera sin estridencias por tu tardanza.


Mientras, el caos acecha sabedor de que en su energía infinita reside la clave de su victoria, pues el orden y la razón sobre tu vida solo es una constante lucha sin fin para no caer entre las mesnadas del caos en perfecto cuadro de ataque y defensa, con las picas al en ángulo y los arcabuces humeando mechas prestos a la ofensiva final. Sabe también tu pequeña fuerza que su espíritu y convencimiento ante el enemigo perpetuo es la clave para resistir aunque nunca vencer.

Quizá sea así como se sentía el Capitán, quizá ser leal a tu rey, el que sea de tal nombre por ti de carne o idea, solo sea por desesperanza, por ser bueno como una bandera en forma de argumento, de motivo, de motor para continuar. Quizá la Lealtad sea el arma para sobrevivir como ser humano, quizá sea la medicina para curar el infame sentimiento del temor por la pura sensación de soledad cuando el caos te invade y te ves envuelto en el torbellino de las mil y una sensaciones sin control alguno por tu razón.


Quién no daría medio brazo por perderse entre las brumas de otro destino diferente del que puede vislumbrar algunas veces, esas cuando la resaca en plena bajamar del ánimo le muestra a uno los escollos en los que más tarde o más temprano descansarán las cuadernas con las que hizo el camino. Pero, como Diego Alatriste, en estos tiempos en los que toca bandear sin más conocimiento que los del viejo capitán por muy avanzados tengamos la técnica, dejaremos que el orden y la razón sean nuestros maestros aunque sin dejar nunca cerrado el paso al sueño vivo, al sueño consciente que permita sentir que tras la bruma de mil destinos recorridos no hay sino lo que deseas mientras lo vives despierto entre letras, cuentos, relatos y algún que otro golpe de mar real a bordo de algún pequeño cascarón que sin saberlo te permita rozar ese cielo de otra forma inalcanzable.





Por eso ruego mi lealtad se mantenga conmigo tan leal yo a ella como ella a mí…