martes, 29 de abril de 2008

Suave como las Dunas (13)

...me arrastraron hasta ponerme en pie frente al todo terreno, mire hacia Elvira estaba echada sobre el asiento, parecía dormida.

- ¡Abre la puerta y saca a tu hijo!
Me acerqué y golpeé la puerta bruscamente, Elvira me miró y asintió a mi gesto de, “ahora o nunca”. Hubiese dado lo que fuera por ser yo el que estuviera en su puesto. Abrí la puerta y comencé a gritarle mientras la cubría con mi cuerpo a ella que llevaba aferrada entre ambas manos la 9 mm. Salió disimuladamente de forma atropellada, como si mis voces le hubieran asustado, lo que le dio tiempo a apuntar al que me tenía como diana. Un tiro seco en su pecho lo dejo herido de muerte, el efecto sorpresa paralizó al segundo lo justo para arrebatar el subfusil al herido y dejarlo como un colador. Fue un instante, dos segundos quizá, rematados por los últimos ecos de las detonaciones huyendo a través de aquel inhóspito desierto iraní. El que me apuntaba momentos antes agonizaba, así que arrebaté el 9 mm. a Elvira y lo rematé con un tiro de gracia sin mas piedad que la de acortar el sufrimiento a cualquier animal.

- ¡Vamos dentro! ¡Hay dos soldados más!
Con precaución, pero lo mas rápido que pudimos entramos en el cuartel desvencijado, todo continuaba igual, las moscas revoloteaban sobre aquellos dos iraníes borrachos y en estado comatoso que no estaban en condiciones de haber escuchado nada. Cogí su subfusil y se lo cambié por el que llevaba aún caliente de la última ráfaga mortal.

- ¡Vamos, Elvira!¡Larguémonos de aquí! ¡En cualquier momento puede aparecer alguien! ¡La jodida ley de Murphy es infalible en estos casos!

Recogimos el dinero y la cartera, limpiamos todas las huellas y arrancamos como si del “Paris Dakar” se tratase. Corrimos hasta mas allá de lo que era permitido en aquella pista desdibujada por los enormes socavones y badenes que nos hacía volar de nuestros asientos y golpear contra el techo de la cabina. Media hora después aflojamos la marcha, la progresiva calma y apaciguamiento mental nos hizo reflexionar sobre la vida de nuestro todo terreno y su relación directa con nuestra salvación. Las instrucciones eran las de esperar desde aquella noche en el punto indicado por el GPS hasta tomar contacto con ellos, para desde allí partir al sur por la ruta alternativa y ya extinta de las caravanas que cruzaban desde el norte hacía el Indico. Debíamos esperar allí cada noche hasta que apareciesen, permaneciendo refugiados en aquel punto aún sin conocer.

Encontramos el lugar, durante la huida desde la frontera hasta aquel punto cercano a Iranshar por suerte no encontramos a ningún transporte en dirección este. El lugar de encuentro se separaba de la carretera unos dos kilómetros en dirección norte a través de varias lomas; entre setos y pequeños arbustos que disimulaban una depresión seguimos con extrañeza las indicaciones del aparato, que nos obligaba a internarnos en una especie de caldera de casi un kilómetro de diámetro como el ojo de un volcán inactivo. Una vez dentro, la temperatura se incrementó de golpe unos diez grados, cuanto mas al centro el calor era aún mas indefinible, era como si caminásemos sobre un horno solar y en un pollo con ruedas que llevaba nuestros nombres pintados en el motor.

Alcanzamos el centro de aquella ruta extraña donde el GPS con su voz insípida nos recitó su, “ha llegado a su destino”. Al menos parecía seguro que no íbamos a encontrar a nadie en aquel cráter fantasma. Paré el motor y abrí la tapa para que refrigerase si esta palabra era válida en aquel infierno. Elvira bajó con el mismo rostro de incredulidad mirando en derredor de semejante escenario que nos convertía en presa fácil para cualquier loco que nos observara desde su perímetro.

No entendía nada y comencé a preparar un pequeño entoldado desde el Range Rover, extendiéndolo hasta dos palos metálicos como si estuviéramos en medio de un camping sin piscina. Mientras, Elvira comenzó a deambular bajo una gorra empapada en agua, acabé de colocar aquel toldo “de fortuna” y me quedé observando cómo deambulaba, aquello me recordaba a aquella película que tantas veces vi en mi infancia que se titulaba “El vuelo del Fénix” con aquellas locuras individuales en medio de un Sáhara inclemente. Pensaba y recordaba que aquellos hombres se salvaron a si mismos así que nosotros no habríamos de ser distintos, disponíamos de gasolina suficiente para alcanzar el índico y siempre podríamos robra un pesquero y hacer uso de nuestro teléfono vía satélite una vez fuera de la línea de costa. Estaba en aquel maremagnun de derivaciones “hollywodienses” cuando Elvira cayó de rodillas en el suelo como el derrumbe de todo aquel sueño en vela.

- ¡Elvira!
Corrí hacía ella, sintiendo el aire hirviente entrara a gran velocidad por mis pulmones. No se había desmayado solo lloraba sobre aquella arena mezcla de piedra y polvo. La cogí apoyando su cabeza sobre mis rodillas.

- No llores pequeña, no desperdicies agua. Saldremos de esta, solo has de resistir tres o cuatro días mas.

Acariciaba sus mejillas ardientes mientras rebuscaba en lo más profundo de mi repertorio las palabras justas y redentoras que sacaran el ánimo de aquél profundo desván en el que se estaba encerrando ese sueño viviente que tenía pegado a mi. Poco a poco se fue calmando, cuando de pronto algo resulto sospechoso a pocos metros de nosotros. Parecía una plancha de madera. Nos acercamos y con las manos fuimos limpiando aquella madera plana hasta descubrir una enorme plancha de madera de 15 x 7 metros. Como pude corrí hasta el Range Rover y arranqué el toldo. Amarramos dos cabos a dos esquinas de la plancha y tiramos con el “tractel” del todo terreno, lo que vimos juro por dios que no lo esperábamos...

sábado, 26 de abril de 2008

Suave como las Dunas (12)

...¿Nevaba?. No sólo era el frío del inminente amanecer adornado por los infinitos puntos titilando frente a mis ojos. Faltaban minutos para que nuestro Sol desperezase sus rayos y aquella enorme plancha hirviente volviera a eliminar cualquier arruga en nuestra piel. Comprobé la situación mientras retiraba los detectores de movimiento, la vista era única, un sector circular incandescente se abría paso entre aquella infinita línea arenosa intercalada de arbustos y rocas solitarias. Su aún corto perímetro circular se adivinaba cual sonrisa invertida que aún no había girado conmigo en el brutal vuelco en el que estaba inmerso. Sonreí, recogí la electrónica y encaminé mis pasos hacia el Range Rover donde Elvira recogía y aseguraba el material.

- Elvira, mientras relleno el depósito de gasolina intenta borrar al máximo las huellas, enseguida me pongo contigo
- A ver como me sale, vamos.

Creo que dejamos aquello tal y como lo encontramos, quizá las tristes hojas del solitario chaparral ya no lo estuvieran mas desde aquella noche, donde hasta fue posible la fotosíntesis entre tanta luz y reflejos de soles verdaderos. Había que preparar el paso de la frontera y a ello nos pusimos. Una vez en marcha siguiendo aquel GPS al que ya bautizamos como Lazarillo, Elvira sacó de la guantera la hja de ruta que comenzó a leer,




- Según indica el Sierpe, hemos de alcanzar los 27º 12' norte, 63º 9'este, en ese punto hay una pequeña loma bajo la que encontraréis una cueva donde ocultar el coche . En el interior de la cueva, a unos doscientos metros encontraréis gasolina, agua y varios fardos de lana que debéis cargar en la baca del todo terreno para haceros pasar por mercaderes. Os haréis pasar por padre e hijo, normalmente no hay nadie en aquella frontera perdida en medio del desierto, el pequeño edificio que veréis se encuentra en medio de la “raya” que separa los dos países; es un cuartel compartido al que no quiere ir nadie y los soldados que allí hacen guardia agradecen algún regalo y los eternos dólares que abren las puertas de todos los cielos. En el sobre que hay en uno de los fardos viene la dirección de vuestro destino al norte, en la ciudad de Zahedan. Eso, serenidad y suerte será suficiente para pasar la frontera. Desde allí todo al este hasta alcanzar Iranshahr donde os esperará nuestro contacto dos kilómetros antes, la posición está marcada en GPS, desde allí son 200 km. en camello hasta Chambahar.

- ¡Joder! ¡En camello 200 kilómetros! Menos mas que me leí “Los siete Pilares de la Sabiduría” de Lawrence de Arabia, porque es todo lo que se de esos bichos.
- No es complicado, Elvira. Pero si bastante jodido convivir con su olor ácido, el calor y el traqueteo incesante. Me imagino que será la mejor forma de pasar inadvertidos. Lo mejor es aprender a cabalgar dormido, así te cansas igual pero te pasa mas rápido
- Mira, eso si que lo recuerdo de las largas cabalgadas de aquellos locos antes de la toma de Akaba, solo que no me veo tan loca como él.
- Lo conseguiremos, Elvira. No habrá persa alguno entre la frontera y el avión de vuelta a España que me separe de ti.

Un beso, como un roce áspero de nuestros labios con sabor a arena y polvo hirviente de aquel desierto fue lo que selló aquella promesa al viento. Nos pusimos manos a la obra, en dos horas dejamos listo el Range Rover y nos sentamos al "frescor" de 30ºC dentro de aquella cueva a comer algo antes de dar aquel salto.


Arrancamos en dirección al paso fronterizo, intenataba mantener una velocidad suave de unos 30 km hora, el sudor frío de la tensión comenzaba a imponerse sobre el provocado por aquel calor opresivo. Trescientos metros antes de alcanzar la barrera un soldado con aspecto de recién despertado nos hacia gestos con el fusil ametrallador, mientras con la otra mano se ajustaba el uniforme. Solté la mano de Elvira y le intenté enviar una mirada de calma entre los pliegues de la ropa que sólo dejaban ver mi nariz y ojos. Detuve el todo terreno justo a dos metros de aquel hombre. En mi árabe mesopotámico me entendí con él, examinó la documentación, la carga y me indicó que estacionase el coche frente al pequeño cuartel. Con la tensión ya fuera del propio cuerpo aparqué el coche y seguí al soldado, suponía que el paso siguiente era la “donación” de un buen fajo de billetes acordes al calibre del subfusil. La situación no era muy normal, si nos olvidamos de el aspecto desvencijado del puesto fronterizo compartido, dos soldados iraníes tirados en el suelo con una expresiva borrachera corriendo por sus venas. Otro soldado, esta vez pakistaní y demasiado consciente, me dijo que me sentara de maneras bruscas. Comencé a explicarme mientras intentaba extender la documentación. No me dio tiempo a sacarla de la cartera de piel de camello, de un golpe la tiró al suelo mientras el otro soldado me incrustó el cañón del subfusil en la nuca. Querían robarnos y supongo que matarnos, estábamos solos en medio de un desierto en el que nuestros cuerpos darán de comer a un ecosistema ávido de carne fresca. Les intenté convencer de que mi hijo y yo íbamos a Zahedan, les ofrecí todo el dinero y la mercancía a cambio de la vida.


- ¡Tu vida, perro sirio! ¡Estás muerto, tú y tu hijo! ¡Ahora nos quedaremos con tu coche y nos lo jugaremos sobre tu maldito cadáver! ¡Vamos, fuera!


Salimos fuera, no sabía cómo avisar a Elvira. Teníamos dos "9 milímetros", una en la guantera y la otra bajo el asiento trasero. Tenía que sorprenderles, la situación se apretaba en segundos no podía hacer otra cosa, me tiré al suelo...

jueves, 24 de abril de 2008

Suave como las Dunas (11)

…Desperté relajado, el sol constante pretendía atravesar los cristales cuasi opacos, mi reloj decía que había dormido bastante, pronto darían las diez de la mañana, había que salir cuanto antes. Miré a mi lado y ella no estaba.
- No busques más, estoy aquí. Hace ya más de dos horas que estoy levantada.

Seguía tan bella como la dejé al caer rendido horas antes. Se había lavado con el resto de agua que nos había quedado y estaba vestida simplemente con la ropa interior. El calor ya era agobiante y la ropa seguía oliendo igual. Me hizo un gesto con las manos como en los anuncios de los detergentes hacía mi ropa interior y eso fue lo que hice, ella me llevaba dos horas de ventaja y sonreía por mi estampa cómica de lavandero nudista desde aquella silla junto a la ventana. Nos miramos y sin mediar palabra hice lo que sentía en ese instante, rocé mis labios con los suyos, su respuesta positiva me hizo sentir bien y me mantuvo la esperanza de que aquello no había sido un mero “golpe de calor”.

Recogimos las cosas y nos enfundamos en nuestros disfraces de mercaderes Sirios. En media hora nos despedimos del casero con diez dólares que casi le hacen entrar en parada cardiaca. Nos acompañó hasta nuestro coche guardado en el establo la noche anterior. Con un montón de aspavientos y grandes palabras de elogio nos despedimos con salida por la carretera del sur para no levantar sospecha. Una vez conectamos el GPS cogimos dirección suroeste adentrándonos en aquellos páramos que ellos llamaban Beluchistán. Un lugar inhóspito sin agua ni ayuda posible. Comprobamos que nuestro comunicador vía satélite estuviera operativo para el caso de una emergencia, aunque dudo que algún equipo de rescate se aventurase allí sin ser detectado por los iraníes o los mismos Pakistaníes.



En cuanto salimos del mundo habitado Elvira se quitó el ropaje de forma parcial, manteniendo éste cerca para volver a disfrazarse. Yo hice lo mismo, durante casi cien kilómetros o dos horas mantuvimos un silencio cómodo por el recién despertar y la tensión de la cercanía aún de Kuzdhar, pero a medida que el tiempo corría y nuestro todo terreno devoraba kilómetros de polvo y roca aquel silencio se fue haciendo más robusto y complicado de romper. ¿Quién de los dos abriría fuego?, creo que aquello nos lo preguntábamos ambos. Al final fui yo, que desde ayer creí que mi inutilidad manifiesta con el sexo femenino empezaba a ser historia estaba lanzado.

- Salvamos ya 100 kilómetros, creo que si aguantamos en marcha hasta oscurecer a eso de las ocho de la noche estaremos cerca de los cuatrocientos Km. La frontera la tendremos frente a nosotros para el día siguiente.
- Eso será si me dejas conducir a mí, porque puedes quedar medio paralítico ocho horas más. Además no veo la prisa, esto está desierto, si no me equivoco en la ruta que nos grabó el sierpe, dentro de doscientos kilómetros hay que hacer ruta oeste a través de los riscos y allí habrá aún menos posibilidades de encontrar a nadie. Estaría bien encontrar algún oasis o refugio similar como en las películas y hacer noche, llevamos adelanto y creo que la gente que nos espera en Chabahar, tal y como dice el sierpe en la hoja de ruta, ya nos estará esperando a cien kilómetros de la frontera, no falta mucho.
- Me gusta lo que dices, me gusta y como encontremos ese oasis con el que sueñas, te juro que me cambio el nombre por Sansón y pongo mi melena a tu disposición querida Dalila

Nos reímos, casi parecía aquello un pequeño rallye en el que competíamos por eso simplemente, sin prisa por alcanzar la meta, pues la meta estaba dentro del coche. Varios saltos sobre la pista al cruzar badenes enormes hicieron que aminorásemos y me devolvieran la atención a la ruta. La incursión contra la barrera de silencio había sido victoriosa, a partir de aquel momento hablamos de todo, de la operación, de Madrid, de nuestras vidas pasadas y presentes, criticamos conjuntamente a compañeros del CNI, esto último ya demostraba que la sintonía era única y fluida.

Sobre las seis de la tarde alcanzamos el punto de desvío en dirección oeste. Nos habíamos retrasado pues divisamos con los prismáticos una lejana caravana de camellos con rumbo sureste, así que decidimos detener el todo terreno para no ser visto por ellos y nos echamos una siesta de media hora por turnos en los bajos del coche. Enfilamos en dirección oeste con el dibujo de un oasis de los del tipo “Ben-Hur” en nuestras mentes. Después de una hora no se divisaba nada mas que riscos medio protegidos, que íbamos desechando en espera de la gran palmera avisadora de nuestro refrescante oasis imaginario.

- Elvira me da que tenemos otra noche de sueños recogidos en el interior de un coche.
- Anda, apura unos kilómetros más que algo saldrá, te echo de menos y no soportaría dormir sobre los asientos sudados y polvorientos de este trasto.
- Como ordenéis, vuestro esclavo hará
Con aquel ambiente mas festivo que de huida entre riscos y dunas fuimos avanzando, yo reduje la marcha mientras Elvira oteaba con los prismáticos, hasta que la suerte volvió a sonreir
- ¡Carlos, allí! ¡Por la derecha!

Justo por su ventana se divisaba unos arbustos o pequeñas palmeras. Nos dirigimos hacía aquella visión en medio del páramo. Según nos acercamos cerramos ventanas y rodeamos aquel minúsculo chaparral para comprobar que estaba tan desierto como el resto del páramo.
- No hay nadie, ¡adentro!
Metimos el todo terreno entre medio de los arbustos camuflándolo lo mejor posible y nos dispusimos a montar nuestro pequeño tendejón en el que dormir. Aquel chaparral no superaba los 20 metros de lado por unos 12 de ancho, lo que nos permitió montar nuestro pequeño refugio en su interior. Preparamos una pequeña hoguera semienterrada para encender en cuanto oscureciese y el frío desértico invadiese sin piedad la noche. Mientras yo colocaba varios detectores de movimiento alrededor de nuestro refugio Elvira dejó listo el pequeño toldo bajo el que descansar. La noche prometía, realmente desde que salimos de Islamabad todo prometía y lo mejor es que sin esperarlo se cumplía. Era feliz en medio de aquel inhóspito lugar en el que quizá no alumbraría vivo en el próximo amanecer.

Con la noche aparecieron las estrellas, no se si la pequeña hoguera semiescondida entre la arena o el enorme brillo que casi las unía a todas en un tapiz de hermosura tejido sobre los sueños, pero mis ojos quedaron perdidos entre sus destellos olvidándome de lo que vivía en aquel instante, recordando lo que malviví, como si realmente aquello fuera el repaso que pretendía ser prólogo de mi nueva existencia durase lo que durase. No lo llegué a saber, dos brazos suaves que lentamente me abrazaron desde mi espalda cerraron el círculo de la reflexión para volar sobre las dunas de la pasión...

miércoles, 23 de abril de 2008

Suave como las Dunas (10)

...Conduje toda aquella noche, infernal por sentir aún cerca el lugar de la muerte. Elvira se durmió agotada por la situación vivida, el choque entre quien conocía y quien encontró, la muerte sin tapujos, tan sencilla y carente de complejos a esos niveles de subsuelo moral en el que un dios invisible, apoyado sobre las letras de un libro detenido en el tiempo justificaban cualquier cosa en un sentido o en el otro. Mi ánimo estaba en similar estado, pero la atención a cualquier movimiento extraño en aquella carretera solitaria, únicamente alumbrada por los innumerables camiones que hacían la ruta desde la capital a Karachi, me mantenía despierto.

Durante el trayecto hacia Khuzdar las situación se fue haciendo agradable, menos tensa para los dos, los monzones estaban en su agónico final y tuvimos que vadear muchas veces la carretera como si fuera un río desbocado dejando atrás a los sufridos camioneros que cada día de parada era un día más de hambre para sus familias. Nuestro Range Rover devoraba los kilómetros sin piedad, la lejanía en la distancia y en los días fue tranquilizando nuestras almas. Aprovechábamos las gasolineras que encontrábamos en los trayectos nocturnos para recargar el depósito sin tocar las reservas que llevábamos en la trasera del todo terreno. En muchos tramos sin pedirlo, acercaba su mano a la palanca de marchas para que la cogiera. Al principio, con mi habitual incapacidad para detectar los deseos del sexo opuesto no sabía que hacer. La conversación conforme se hacía más y más personal hizo que para el kilómetro 240, mas o menos, ya conociera las líneas de aquella mano izquierda y la profundidad de sus ojos con aspecto de incógnita eterna.

Procuraba circular cercano a los camiones para no levantar sospechas de un coche en solitario a gran velocidad, intentaba aparentar en la velocidad lo que aparentaba el aspecto del vehículo, un trasto usado y de algún lugareño que viajaba de una aldea a otra sin apenas dar los cincuenta kilómetros hora. Así recorrimos la parte sencilla al oeste del Indo hasta alcanzar Khuzdar. Desde allí, las estrellas y el GPS nos darían la respuesta del rumbo a tomar. Habían pasado cuatro días desde que dejamos Islamabad y en aquella pequeña ciudad decidimos hacer noche e intentar quitarnos la costra de polvo y arena húmeda que formaba ya un ropaje pegado como verdadera mucosidad a nuestra verdaera piel. Con mi árabe mesopotámico conseguí de un camellero que circulaba cerca de nosotros que me dijera donde hacer noche. Percibí cierta mirada de sospecha, aunque mis cinco dólares sobre la palma de su mano lo transformó en un gran admirador de los valientes hermanos árabes de la Siria de Saladino, que les traemos tanta riqueza con el comercio. Así que, como ese gran comerciante sirio que nunca fui nos aproximamos un kilómetro mas al este en pleno barrio de los mercaderes, como se conocía aquel amasijo de casas de adobe; allí una casa con un toldo rasgado por el viento del desierto mas al este coincidía con las explicaciones de mi admirador pakistaní. bajamos del coche haciédonos pasar por padre e hijo del mismo Damasco. pedimo habitación con baño, nos entregaron una llave de la habitación, como ducha nos entregaron un barreño de metal como los de las viejas películas del oeste y nos dijeron que en una hora nos subirían el agua caliente y jabón. Todo un lujo oriental.

Sin pensarlo dos veces arrojé aquel envoltorio de túnica maloliente en el que me había convertido sobre el jergón, como siempre empecé bien, las patas infestadas de carcoma cedieron con un estruendo al que siguió una nube de millones de ácaros, tierra y a saber que otros componentes de edades indefinibles en la noche de los tiempos.

- ¡Vaya! Lo siento
- Mas lo sienten mis pulmones. Anda, volvamos a colocar la cama presentable que si no el mulá este igual nos rebana el pescuezo. ¡Imagínate, has destruido de la gran carcoma seguramente descendiente directa de Saladino! No tienes sensibilidad destrozando tesoros históricos de la antigüedad!


La subimos como pudimos justo cuando tocaron la puerta con la bañera de metal y los dos barreños con agua caliente y fría. Elvira seguía vestida para seguir simulando ser mi hijo y se había echado sobre el inestable jergón simulando también dormir. Dos dólares, uno para cada porteador fue suficiente. Vertí una porción de agua fría a la bañera y fui regulando la cantidad de agua caliente para optimizarla y que, sin quemar, fuera agradable. De todas formas el calor de la habitación era casi la temperatura del baño así que no era tan crítica la labor.

- Elvira, cuando quieras, el agua está lista. Mientras te bañas bajaré y vigilaré nuestro coche.
- No te apures Carlos. Me imagino que en tu dilatada vida de espía estarás acostumbrado a ver mujeres ligeras de ropa.
“Ligeras, pesadas, desnudas, acostumbrado lo estaba, si, pero no a verte a ti”, me decía eso a mi mismo mientras la parsimonia de su inesperado strip-tease obligaba a mis ojos a no dirigirse donde luchaba mi deseo. Ella me miraba de forma dulce y sin ningún tipo de pudor mientras a mi el que me quedaba hervía y se esfumaba como el humo de un volcán. Intente evitar aquella situación acercándome a la ventana “amarronada” por la reseca arena mezclada de barro que se pegó tras las últimas lluvias. No pude


- Carlos, ven. Tienes mala cara, ven, por favor, no muerdo y no te haré daño.

Como si de un limitador de pasos se tratara, sentí que se liberaban mis piernas y suavemente me acerqué a ella. No dejaba de mirarme mientras de pie en la bañera, con el agua acariciando sus rodillas, cerca como un sello a su sobre, comenzó a quitarme aquella túnica cargada de barro y maloliente a sudor añejo. Un olor mezcla de su propia transpiración, mezclado por el vapor ascendente del agua y el jabón me transportó a otro lugar en el que las paredes no existían, solo el límite del sonido de su respiración. Sentía sus senos, suaves con las dunas del desierto mientras se desplazan sobre la blanda arena en donde nacen, acariciar mi pecho del que aquel corazón maltratado parecía reventar por exceso de revoluciones. Mientras exploraba su boca lo mas despacio que me permitían mis neuronas, mis manos como expertas topógrafas delimitaban aquella espalda siempre soñada, moldeando la pequeña hendidura que dibujaba su columna vertebral. Sus manos lentas pero decididas, cansadas de rebuscar de caricias mi pelo, se lanzaron sin pudor hacia el centro del mundo en aquellos momentos. En aquel instante, con un gesto suave y decidido la detuve, recogí aquellos dos trapos que querían ser esponjas y le di uno a ella, mientras con el otro comencé a limpiar su cuerpo con suaves recorridos sobre su piel, tersa y húmeda; con una sonrisa luminosa por el reflejo de la triste bombilla en sus labios salivados por mi, comenzó a imitarme.


No hubo tiempo de aclarar aquella espuma repleta de pasión contenida, como una verdadero monzón se desbordó. Nos arrojamos sobre el jergón que terminó por descansar en el suelo mientras los dos éramos una amalgama de polvo, barro, espuma, agua y piel sobre aquella mísera habitación que bien poco nos importaba. Me abrazó como si no fuera soltarme mientras la oscuridad de nuestros ojos sellados por los parpados fue transformándose en la visión de su respiración entrecortada y mi combate por alcanzar el infinito que creí nunca llegaría. Y el infinito nos llegó a los dos mientras una estupefaciente paz nos abrazó...

sábado, 19 de abril de 2008

Suave como las Dunas (9)

…con un suave toque de freno Jorge detuvo el Volvo frente a un bajo, que parecía más un tugurio abandonado sobre aquel cartel desvencijado que quería decir, “Al-Jamda Reparaciones de Calidad”, en los neones fundidos sobre la persiana metálica. Desde nuestro coche, Jorge dio los flases en la cadencia convenida y la persiana subió sola. Un acelerón y ya estábamos dentro con el frenazo tan justo como rápido el cierre trasero de la persiana. Como un flash propio de cien paparazzis a la vez al ver al famoso de turno, las luces del falso taller nos deslumbraron. Con algo de esfuerzo recuperé la visión frente a la desagradable cara del sierpe tan cerca, que podía “degustar” su amargo aliento a tabaco en una dentadura sin lavar desde hace años.

- Llegáis pronto. ¿Algún problema?
- Todo correcto a excepción de un pequeño matiz… Tuve un problema entre esos tipos y me he cargado al embajador.
- ¡Joder con el matiz! ¡Explícate!

Con calma le relaté la película con algún exceso por mi parte, aquel hombre pequeño no se inmutó lo más mínimo, parecía estar acostumbrado a aquellas situaciones sin sentido y sin aparente solución. Le entregué el dossier, me quedé esperando su repuesta mientras revisaba todos los papeles que había dentro de aquella carpeta. Parecía ganar tiempo antes de contestar y mi corazón parecía perder ritmo cada segundo que él ganaba. Después de una profunda calada de aquel winston arrugado y mordido que colgaba de sus dientes se dignó a dictar sentencia,

- Pues sí que la habéis “cagado”. Al menos, el objetivo lo habéis completado, el método ha sido más propio de Mortadelo y Filemón, pero hay que reconocer que tenemos lo que queríamos. Besteiro, en cuanto transmitan desde aquí las posiciones de las bases de Al Qaeda a Madrid y Bruselas, sales con el dossier directo a la embajada. Tenemos aquí material suficiente para que desde Tailandia no se les ocurra airear mucho la muerte de su embajador. Vosotros, a estas horas me da que sois un trofeo para la mitad de los habitantes del país.
- Supongo que la embajada no es buen lugar. ¿Me equivoco?
- Correcto, Buenaparte. Hay que poner en marcha el plan B, o sea fuga y salida del país ya. A estas horas habrán descubierto los cadáveres, así que hay que ganar tiempo. Seguidme.
Comenzábamos a seguirle cuando un hombrecillo de aspecto similar al sierpe salió de otra de las numerosa puertas que tenía aquel taller mecánico con el dossier y se lo entregó a Jorge. Con un gesto nos despedimos de él, mientras este volvía al coche que nos trajo, nosotros pasamos a otro local mas grande a modo de garage de los coches en espera de reparación o ya reparados. Enfrente nuestro había un Range Rover con aspecto de no durar más de dos noticiarios que tapaba a otro similar y un pequeño utilitario Tata.
- No pongas esa cara, Buenaparte, tan solo es el aspecto para no dar el cante por estos lares. Son 3.500 cc., ocho en “v”, sobrealimentado. No encontrarás motor como ese. Además en la trasera van doscientos litros mas de gasolina y raciones para una semana. Saldréis ahora mismo con destino al sur. Vuestro plan de huida acabara frente al Indico en Irán. Todo esta en el GPS de la guantera, os cuento brevemente: desde Rawalpindi cogéis la carretera 15 en dirección hacia Talagang. Desde allí tomáis la carretera hacía el sur que recorre la parte oeste del valle del Indo hacia Khuzdar. El Beluchistan y su maldito desierto os aguarda hasta cruzar la frontera con Irán. El punto donde debéis cruzar la frontera está en el GPS, hacedlo cuando falte una hora aproximadamente para que amanezca y por favor, no se os ocurra entrar por otro sitio que no sea ese. Una vez atravesada la frontera habréis de bajar a la costa hasta alcanzar Chabahar. Allí en diez días a contar desde mañana arribará un pesquero con nombre de la Reina más famosa de la antigüedad que hubo por aquí. Es un pesquero típico de la zona con el nombre “SABA”. Lo demás es ya cosa de otros.¿Ok?

- Ok. Pero, ¿cómo estás tan seguro de que no nos seguirán?
- ¡Pues porque salimos en otro vehículo igual en dirección a Kabul con un montón de pistas falsas tras él! ¡Después de dos días de ventaja lo dejaremos abandonado y volveremos a nuestro estilo!
- ¿Estilo? No sabía que había estilos en la huida.
- ¿Eres fontanero o espía? ¡Hasta la huida es un verdadero arte y estás ante el mas escurridizo de los profesionales de la huida! A veces pienso si no he hecho otra cosa en mi vida ¡Venga, en marcha!

Subimos al todo terreno, que era igual de cutre en su interior que lo que vimos por fuera. Fue al arrancar cuando percibí aquella sinfonía mecánica. Sonaba como un verdadero pura sangre, el Sierpe nos despidió con una mirada poco usual en los pocos días que traté con él. Un escueto “suerte” que sentí como los vocablos mas sinceros que pudieron salir de sus labios, me acongojó un alma que permanecía escondida en la boca de mi estómago. Nos dimos la mano y salimos con la noche aún joven con mas de 1.300 Km. por delante hasta alcanzar el Indico azul, cálido y esperanzador.

Una vez fuera de Islamabad, antes de entrar en Rawalpindi nos quitamos las ropas que nos definían como occidentales y nos convertimos al Islam bajo los ropajes propios de aquel país salvaje para algunos, pero digno de conocer en su interior agreste y poco civilizado. La suerte volvía a estar echada, una suerte esquiva hasta ahora conmigo en cuestión de amores, que me daba una ocasión envenenada con diez días repletos de oportunidades, diez días de tensiones, de incógnitas que me hacían recobrar la ilusión en medio de un mar de enemigos disfrazados como nosotros; supongo que uno no elige la dirección del viento, solo lucha contra él o se deja llevar, creo que mi opción fue la segunda sin saber por qué, pero convencido de que era mi verdadera oportunidad en medio de aquella muerte que nos perseguía se encontraba la razón de mis sueños y a fe que lucharía por refutarla.
Cruzamos Rawalpindi sin problemas, por delante una carretera en mal estado se iba abriendo por efecto de los faros que penetraban en aquella oscuridad protectora...

viernes, 18 de abril de 2008

Suave como las Dunas (8)

…No sabía la razón de aquel desastre, ni qué argumento injustificable descubriría ese energúmeno para golpear así a Elvira. Daba lo mismo, aproveché la confusión de mi aparición sorpresa para saltar sobre la espalda del embajador. Lo inmovilicé con mi brazo derecho, mientras simulaba una pistola con la estilográfica presionando como si quisiera hacerle un túnel en sus riñones.
- ¡Dígales que suelten la armas!¡vamos!

Dejaron los cuchillos de matarife sobre la mesa justo a cada lado del aquel dossier.
- ¡He dicho todas! ¡No quiero juegos!¡venga!
De sus camisas brotaron sendas pistolas del calibre 9 mm. Rápidamente cogí una con la mano derecha y lancé al suelo al embajador, mientras me quedaba con el resto del arsenal. En aquel momento todos mis recursos se acababan, no podía salir sin que me detuvieran la guardia de la embajada, que tenía claro no estaba al corriente de las actividades de su respetable embajador. Me acerqué a Elvira que seguía sin reaccionar, al menos comprobé que respiraba y el pulso era constante y normal.

Fue en aquel pequeño instante de reposo interior, cuando uno de aquellos “guerreros de dios” se abalanzó con otro cuchillo en su mano. No tuve elección y de un disparo certero le encaje una bala donde antes tenía su nariz larguirucha y delgada. Quedó sobre el despacho llenando la mesa de su líquido rojo, tan rojo como debía de ser el mío. No había posibilidad de elección, ellos ya lo habían hecho por mí. Rápidamente cerré la puerta por la que había accedido. No sabía si fuera del despacho habían escuchado el disparo con la escandalera que llegaba, pero suponía que algún escolta aun se mantendría en condiciones de escucha, por lo que había que salir volando de allí.

Recogí aquella documentación, podría ser un buen pasaporte pegado al culo del embajador para salir de allí, a los dos espectros con sus miedos queriendo salir de allí cuanto antes, les mandé coger el cuerpo de Elvira y ligeros como la brisa del desierto salimos por la puerta de la derecha, que fue por la que entraron ellos.
- ¡Jorge!¡Me escuchas, Jorge! ¡Contesta, joder!
- Te recibo, estaba preocupado, no recibía nada de Elvira desde hacía un cuarto de hora y me supuse…
- ¡Cierra el pico y pon el volvo en marcha!¡Estate preparado, no se por donde saldré de aquí pero necesito que saques los caballos del sueco por el maletero si es preciso!
- ¡No te preocupes! ¿doy aviso?
- ¡No, de momento vamos a ver en qué termina todo esto!

Cortamos las comunicaciones, aquel pasadizo, largo como el camino a la morgue de un hospital acababa en los garajes de la embajada. Llegamos, comprobé que no había nadie y les ordené que la dejaran sobre el suelo; junto a ella reptaba una manguera que seguramente emplearía el chofer del embajador para lavar su coche. Con un buen chorro de agua fría retorné a Elvira al mundo de los vivos, bueno, aún le faltarían más de media hora en responder como tal, pero al menos se mantenía en pie mas o menos.

Mientras ella se situaba me hice con un buen trapo húmedo, tupido del negro de algún cambio de aceite y lo coloqué a modo de silenciador. Con la tensión encerrada en una capa de frialdad, con el sudor frío que produce la inminente ejecución sin encomienda a nadie mas que tu acalorada y ciega conciencia del instante me los cargué sin piedad ni perdón. Al embajador le dediqué una frase, quizá de película de serie “B” diciendo un segundo antes descargar la pistola en su boca, “esto por lo de Bankgok”.

Después de intentar crear un escenario que diese una falsa impresión de ajuste de cuentas, tiroteo y suicidio del embajador ante la situación, dejé la pistola en la boca de este cogida de su propia mano. Cogí de la mano a la aún atónita Elvira y con sigilo me acerqué a la salida del garaje. El portón estaba entreabierto y con la penumbra que dejaba entrever la salida, pude comprobar que se podía acceder al aparcamiento exterior habilitado para la fiesta. Esperé varios minutos a que Elvira espabilase algo más, la necesitaba más ágil para salir de allí, con los gestos precisos le indiqué como a mi señal saldríamos pegados a la rampa interior del garaje hasta los setos que separaban la salida de los automóviles del jardín donde atronaba la fiesta.
- ¡Jorge! ¡Atento a la salida desde el garaje, saldremos por ahí!
- Entendido, estoy ahí en dos minutos de reloj.

Con la señal convenida salimos arrastrando nuestros cuerpos por el liso asfalto, temía por Elvira, no había salido aún del shock de lo visto antes; afortunadamente funcionaba como un autómata tras de mis pies. Cuanto más cerca del seto nos encontrábamos, el bum-bum de la música a todo volumen que acompañaban a los ríos de alcohol y las ganas de fiesta de quien vive en un país musulmán que vive en su radicalidad, golpeaba nuestras cabezas, pero también nos ayudaba a encontrar con facilidad el parking exterior. Al final lo logramos, el tufo del tubo de escape delató la presencia de nuestra salvación con forma de volvo sin luces. Jorge llegó suavemente. Abrió la puerta trasera del lado del conductor y como verdaderas serpientes reptamos hasta su interior.

- Por lo que más quieras, Jorge. Arranca, directo a la dirección que nos dejo el sierpe.
Jorge, sin mediar palabra arrancó suavemente hasta desaparecer de la embajada. En cuanto cogimos la calle principal el volvo aceleró con ansias por refugiarse en el lugar convenido con el sierpe donde nos estarían esperando.

Elvira, con el vacío que queda después de una situación extremadamente tensa, se derrumbó sobre mi pecho y rompió a llorar. La sentí como alguien pequeño, alguien a quien recoger en sus pedacitos y recomponer suavemente, sin maldad; acaricié aquel pelo revuelto y sucio, con olor a ron y pegajoso de la maldita Coca Cola, aquel tacto me parecía el más sedoso y delicado que nunca tuve entre mis dedos. Veinte minutos después nos acercábamos ya a la cita siguiente, Jorge hacia diez que conducía el volvo con la suavidad de un verdadero chofer de embajada…


jueves, 17 de abril de 2008

Suave como las Dunas (7)

...El semblante de aquel hombre de porte sereno se tornó de sorpresa, al principio se quedó mirándola, no podría asegurar esto último, pero mantuvieron su mirada mientras ella le hablaba, se decían algo que nunca sabré, maldito Besteiro y sus falsos escrúpulos. Poco después se abrazaron suavemente mientras él le diría lo hermosa que era y que estaba en aquella ocasión; estaba cayéndome aún peor el asiático este. Se acercaron a la barra bajo la carpa de la fiesta y perfectamente pude ver como el camarero les “largaba” dos copazos de ese ron Jamaicano que ella siempre se empeñaba en pedir, “Capitán Morgan”, parecía algo en común como si estuvieran recuperando el tiempo perdido a partir del ron. Lo que daría por tener los auriculares de Jorge para no tener que imaginar aquella conversación.

Se apartaron de la vista, cosa que me dolió; mientras, seguí con aquellas conversaciones informales y sin sentido entre mis colegas que ya se notaban algo cargados debido a la ya "larga" lucha contra la sed. Me agaché como si fuese a atarme los cordones de los zapatos
- Jorge. ¿todo bien?
- la cosa pita, no se si conseguirá la llave pero pita, vaya que si pita.
- ¡Cabrón! Y yo aquí con tanto panoli alrededor.
- Anda, que vas como un tiro desde que llegamos aquí. No te lo creías ni tu. Para panoli la cara que llevabas ayer del brazo de ella.
- Vale, vale. ¡Hala, sigue controlando!

Seguía esperando, con la excusa de la copa vacía me acerqué a la barra, no se les veía por ninguna parte.
- Ron y Coca-Cola. “Capitán Morgan”, por favor.

De pronto aparecieron los dos algo acaramelados, ella se sacudía las manos de él con una sonrisa fresca y rebosante de hipócrita y placentera situación, o eso era lo que yo quería creer. No me dio tiempo a que unos celos sin derecho a crecer creciesen, pues ella me vio y con un gesto de sorpresa perfectamente ensayado le hizo otro a él de espera y se aproximó hacia mí. No la veía a ella, mis celos dirigían la mirada a la de él, estupido rival virtual concentrado en el contorneo de su sensual espina dorsal al descubierto.

- ¡Carlos! ¡Mírame a mi y deja que babee! Cuanto mas mejor.
Mientras se acercaba, acabó pegándose a mi para poder hablar conmigo con la excusa del ruido. Me dejó caer algo metálico entre mi pecho y la camisa, que cayó como un plomo hasta quedar semienterrada en la cintura de mi pantalón, a modo de una daga fría y envenenada según sentía su voz y olía su perfume tan cercano.

- Me iré con él por ahí, si tuviera algún problema Jorge estará al otro lado. Todo tuyo en la planta de acceso bajo la escaleras como dijo el sierpe. Suerte. Le diré que me lleve a casa, que paso de ti, no estas a su altura.
- Gracias por el cumplido.
- Lo es, no lo dudes Carlos.



Y así se fue , esta vez la espalda me tocó a mi, pero creo que mi mueca al oír eso se transformó en sonrisa y hasta en carcajada muda. Poco a poco me alejé hasta alcanzar el hall y, con la excusa del baño, ver la posibilidad de entrar en esa especie de oficina oculta. El guarda ya se dejaba querer por algunas "locas" embebidas de espirituosos licores y algo ya salidas por aquellos músculos, que prometían placer a bajo coste a miles de Km. de sus honrados hogares. Esperé mi oportunidad y en un “golpe de grupa” que
la mujer del embajador canadiense le dio al pretendiente, me lancé con éxito entrando en aquella cueva sin luz. Agachado palpe y escuché hasta encender la estilográfica que por su lado de escritura alumbraba como un pequeño faro alejandrino. Era un despacho con tres puertas, una por la que yo entre, otras dos justo detrás de la silla del despacho. Sobre la mesa había una carpeta con el texto en “Lao” que decía, objetivos sagrados, antes de abrirlo seguí barajando el despacho sobre el que descansaba la enorme escalera. Eran paredes limpias decoradas de un estuco veneciano recargado de color rosado. Dos cajones era todo lo que había en la mesa y cerca de la puerta de la derecha, según yo lo miraba, un armario sin cerradura que guardaba algunas ropas con olor intenso a naftalina de no haber sido abierto hacía mucho tiempo.
Abrí el dossier, había dos pasaportes falsos afganos, direcciones en árabe, un sobre con mas de tres mil dólares y dos documentos lacrados en los que seguramente estarían las instrucciones para algún iluminado cabecilla. Encontré las fotos de nuestros comandantes y los mapas de ubicación de sus células y nuestra base en Herat. ¡No habría mas de 50 km. entre ellos y nosotros!

Aquella estupenda estilográfica ahora por la parte contraria, riánse del James ese britano que solo sabe beber martinis agitados, me sirvió de estupenda cámara para inmortalizar todo aquello. Con sigilo abrí cada una de las puertas; ambas daban a sendos pasillos que se internaban en el interior de la embajada, creo que en sentido descendente. Decidí no seguirlas, como pude me acomodé entre las bolas de naftalina, el receptor tras aquel escudo patriótico lo coloqué para que su recepción fuera la mejor posible captando de manera los mas clara posible lo que sucediera y quedara así para nuestros muchachos en Madrid.
Solo quedaba esperar, aunque Elvira no debió ser muy asertiva con sus aspiraciones, porque este orangután se la trajo hasta allí desde una de las puertas. Por lo que escuchaba aquél hombre tan caballeroso estaba fuera de sí. Comenzó a golpearla mientras ella parecía defenderse. Desde aquel cubil en el que me encontraba, resistía mis deseos de salir hasta el último segundo para no abortar la operación. Me equivoqué, no lo sé, pero un golpe sonoro la dejó sin sentido, el ruido sordo y seco de un cuerpo que cae inanimado sobre un suelo de madera, es bastante definitorio de lo que les cuento. Decidí continuar en el cubil. Él, a grito pelado, llamó desde su móvil a alguien y se sentó, solo escuchaba murmuraciones mecánicas como de rezos entre los jadeos de su acelerada respiración.

Al poco se presentaron los que esperaba. De malas maneras les entregó los pasaportes, el dinero, los mensajes y les dio alguna instrucción verbal. Después cambió el tono y con una voz mas marcial les ordenó algo en árabe, que confirmé al instante escuchando el desenvainar de filos metálicos, ¡al carajo la operación!...

miércoles, 16 de abril de 2008

Suave como las Dunas (6)

…pasamos un día propio de situaciones ajenas al lugar y a lo que estábamos a punto de vivir, parecía el típico verano de nuestra adolescencia en un pueblo veraniego del levante mediterráneo, pero sin mar al que descargar la mirada. Percibí una mejoría en su estado ánimo, también cómo un sentimiento de amistad, que no deseaba ni por asomo, iba invadiendo nuestra relación. Conforme pasó la tarde que nos tomamos libre y nos acercábamos a la legación su comportamiento dejo de ser tan íntimo, para volver a ser aquella profesional que debía ser; la operación tenía riesgo y pedía tensión en los comportamientos.

Jorge cogió el Volvo después de efectuar todas las comprobaciones y enfiló hacia la embajada de Tailandia. Nosotros íbamos en el asiento trasero acodados a cada ventanilla, un enorme muro de aire con olor a tapicería de coche nos separaba en un invisible silencio.
- Bien, Jorge. Tú quedarás en el coche que aparcarás en la zona habilitada para los invitados, situado en la parte exterior de la embajada. Nosotros entraremos como invitados. El sierpe habrá dejado los equipos en los baños de la planta principal, en el interior de sus cisternas, tal y como prometió. En caso de no recibir los dos pings míos y los tres de Elvira antes de treinta minutos la operación será abortada. Nos recoges al final de la fiesta y pasamos al plan “B”.
- En cuanto dispongamos de los equipos colocados y listos, me dirijo al Embajador. No sé cómo responderá
- No te preocupes. Ya sea de baboso deseoso de recuperar “viejos tiempos”, o de asustado hombre temeroso de su reputación, será un golpe de efecto suficiente para que te dedique el tiempo necesario para despedirte o abrazarte. Conseguirás la llave, me la pasaras y lo demás es cosa mía. Jorge, en cuanto tenga a los hombres, los marco y te los cargas. ¿Ok?

No hubo respuesta, esta se encontraba en el propio run-run del coche acercándose a la embajada. Fue un impulso, justo antes de flanquear la puerta de acceso al recinto de la embajada cogí la mano a Elvira. Esta vez no la retiró inmediatamente, primero me sonrió y después lo hizo. Abrimos la puerta del Volvo, comenzaba la actuación; nuestras sonrisas aumentaban conforme nos acercábamos al control de entrada. Mientras, Jorge se retiró al parking especial preparado fuera de la legación. La suerte estaba echada.

- Embajada Española. Muy bien, nuestro servicio les acompañará hacia el jardín trasero después de registrarles. Les pido disculpas por las molestias, es por seguridad.

Nos registraron con suavidad aunque no se dejaron ningún hueco, parecía aquello el ingreso en algún penal en vez de una fiesta. Atravesamos aquel hall principal bajo una enorme lámpara de araña sobre la que más de 50 bombillas, como antiguas candelas, hacían de las bellezas y los vestidos femeninos un crisol de brillos y reflejos, que más me hacían en el harén del Califato Omeya, que en una embajada de un país asiático. La escalera principal de amplio y suave acceso ascendente, se estrechaba al final para desdoblarse en dos escaleras laterales perfectas para ver bajar a la Señorita Escarlata. Las paredes recargadas de retorcidos dorados, mas barrocos que el propio barroco español, espejos y cuadros de mal gusto recargados igual que su marcos como queriendo adecuarse los lienzos a sus marcos, más que estos a los primeros. Por fin pasamos al jardín, que tenía un aspecto más británico, naturaleza reprimida entre caminos, fuentes, bancos de madera y su carpa, donde se daría la fiesta después del discurso del embajador.

Nos ubicamos entre los delegados de las embajadas de México y Colombia que departían en su sonoro y rico acento respectivo. A un gesto de ella me dirigí al servicio donde encontré lo que buscaba, me coloqué la pluma fotográfica y el broche con el escudo de España que llevaba el trasmisor y arrojé los mismos elementos que traía por la taza del wc. El guardián que custodiaba el acceso a los baños nada percibió y me incorporé a mi grupo en el que reían a carcajadas de un delegado de la embajada de Kuwait, que ya había trastocado los preceptos de la ley islámica con la tercera copa de whisky.

Elvira hizo lo mismo, esta vez con sus pendientes de azabache asturianos en los que ocultaba un transmisor de posición y un micrófono dual.

La tarde, ya mas noche, continuó con el discurso del embajador sobre la Independencia de los Holandeses, sobre la grandeza del país, su pueblo fiel y trabajador y todas esas cosas que son tan fáciles de pronunciar y tan raras de respetar. El embajador finalizó y con un gesto por parte de su agregado comercial, un tipo que realmente hacía de “mayordomo del general”, dio paso a dos enormes hileras de camareros que fueron trayendo a ritmo de polca los platos fríos y calientes, todo entreverado por guapas camareras ataviadas de los preciosos trajes tailandeses, piadosas almas que nos mantenían la sed a raya.


La fiesta continuaba y llegaba el momento, la media de concentración de alcohol en sangre del “personal” estaba en un punto adecuado para intervenir, con un gesto de ánimo despedí a Elvira. Mientras su espectacular espalda al aire me decía adiós, yo continué elogiando nuestras grandezas con mis colegas de México y Colombia. Nos reíamos, pero mi corazón bombeaba tensión por ella…

martes, 15 de abril de 2008

Suave como las Dunas (5)

... me costó conciliar el sueño, mis hormonas se agolpaban en el cerebelo pidiendo paso hasta la zona de los sueños. Mientras, una barrera de neuronas maduras y conscientes de mi necesidad de reposo se prestaban a mantener cerrado el paso a tanta hormona desbocada. Creo que la línea Maginot fue mas resistente en 1940 que esas pobres neuronas debilitadas por algun sorbo excesivo de alcohol. Mi última imagen antes de que Morfeo derrotase por fin a ese puñado de hormonas salvajes fue la risa de ella durante la cena.

La mañana luminosa de ese verano en el norte de Pakistán nunca me había parecido tan perfecta. Una ducha rápida y un buen afeitado era todo lo necesario. Ante el espejo me di cuenta que seguía siendo el mismo tipo que suspiraba por un minuto de su atención en Madrid, el mismo que, a miles de Kilómetros más al oeste, ella me iba a dedicar un desayuno continental en una de las áreas mas “vip” de Islamabad. “Recuerda, Carlos. Eres el mismo de siempre, no la cagues”, aquella frase fue retumbándome la cabeza durante el trayecto del ascensor hasta la planta de acceso donde me esperaba ella.

- Buenos días, Carlos. ¿Con hambre?
- La verdad es que cada vez me comporto mas británico, me devoraría un buey a estas horas. Esto de vivir en un mundo dominado por los “anglos” hace que te adaptes a ellos.
- Bueno pero no me negarás que una buena paella enfrente de la Malvarrosa a eso de las cuatro de la tarde tiene su “aquél”...

Así fuimos sin darnos cuenta al restaurante cafetería de la esquina de los apartamentos, un lugar que en vez de llamarse “Gyros”, deberían haberlo bautizado como “Babel”, por la cantidad de lenguas que uno podía escuchar que nunca antes pensó que existieran. Nos sentamos en una mesa para cuatro que quedaba libre pegada a una de las esquinas.

- Two english breakfast, please!
- Ok, sir.
- Carlos, te harás mil preguntas sobre todo lo que te vaya a contar. No es tan importante, bueno para mi lo fue, pero creo que para el resto del mundo es una historia mas. Ahora, con este giro que ha dado todo necesito contárselo a alguien y creo que tu eres la persona perfecta; se que me... me tienes mucha consideración y te agradezco de antemano todo el “rollo” que te voy a dar. Intentaré ser breve.
Le cogí de la mano para intentar darle un poco de calor, sólo fue un enorme segundo que finalizó con su retirada adornada con una temblorosa sonrisa.
- Perdona, Elvira. Te escucho
La miraba mientras me contaba cómo estaba destinada en la embajada de España de Tailandia, cuando aquel terrible Tsunami arrasó con la costa este del golfo de Bengala. La provincia de Nan quedó muy afectada, por lo que desde el gobierno la nombraron para hacer de puente entre el gobierno de Tailandia y la Cooperación Española. Aquello fue el verdadero tsunami que aceleró su corazón como una locomotora desbocada. En el segundo avión fletado por el gobierno, su asiento de primera clase miraba al de Amien, el responsable de las medidas de urgencia en la zona devastada. Aquel hombre de poco mas de la cuarentena, moreno de facciones agraciadas, con un tono menos aceitunado que los demás asiáticos lo sedujo sin esfuerzo. Su voz fue lo que le atrajo, hablaba en un inglés propio de quién había vivido en la cuna de aquella lengua. Pronto establecieron complicidad, las musas se concentraron entre los dos uniendo sus pieles hasta que aquella relación cobró la intensidad y la pasión de dos grandes océanos que se encuentran desatando temporales imposibles de conseguir en el mismo mar. Su cabo de Hornos particular era un pequeño pueblo cercano a Bangkok, un poco hacia el oeste en el mismo mar interior del país, se llamaba Had Puek Tian. Las citas se multiplicaban, brotaban planes de huida juntos para siempre, los sueños propios de dos planetas que se encuentran y ven los brillos del otro reflejados en ellos mismos. Planetas que creían haber encontrado su sol definitivo, ese en el que orbitar hasta el fin de los tiempos, que no eran otros que la muerte de uno de los dos.

Las cosas fluyeron como ríos de montaña, violentas pasiones que los fundían gimiendo entre las húmedas noches acorralados por el calor de la bahía en el pecho y la frescura de la selva en sus espaldas, que los sellaban en minutos de tamaño infinito. Un día en medio de los monzones Amien llegó a su refugio con el gesto de alguien derrotado, de quien no es ya quien era sino quien debe de ser. Su mundo había sido descubierto, su religión, su gobierno, su futuro era la perenne realidad, la que siempre espera detrás. No hubo mas palabras, solo una invitación por parte del gobierno de Tailandia a la que el homónimo español acepto sin reservas, enviándola a casa. Bueno, como comprenderéis los que hayáis leido estos dos últimos párrafos, ella fue algo mas escueta. Es que a uno le gusta a veces dárselas de Corín Tellado.

Pequeñas lágrimas patinaban sobre aquel rostro, alguien a la que estaba descubriendo con la simple contemplación, con un poco de paciencia y de un corto viaje a su pasado entre las notas de su voz. Creo que si antes ya estaba rendido en sus manos, ahora ya no estaba en ellas, pagaría por deslizarme en los toboganes de sus suaves líneas.

- Elvira, no se que decir. Pero hoy puede ser un gran día. Hoy puedes romper lo que dejó el a medias con su golpe. Hoy puedes cortar tu, que todo lo que te rodee desde que lo veas, valga la pena ante él y contra él. ¡Vamos, tenemos todo el día hasta las cuatro que tenemos que preparar lo que nos falta en la legación! ¡Te invito a ver esta capital artificial de un verdadero país cuando cruzas sus límites!
Se cogió a mi brazo y salimos a un establecimiento de alquiler de coches dos esquinas mas abajo...

domingo, 13 de abril de 2008

Suave como las Dunas (4)

...Fuimos los tres juntos en un taxi esta vez mas “vip” que el que nos trajo a la embajada, para eso estábamos en el área diplomática. Seguimos a Elvira, que después de una semana en la legación se conocía al dedillo el edificio. En la última planta, atravesamos una enorme terraza que daba al sur bajo un enorme toldo que la defendía del incisivo sol pakistaní hasta llegar una sala de amplias cristaleras y con una temperatura perfecta de 21ºC. La mesa era la típica de todas las salas de juntas, con su proyector en el techo frente a una pantalla blanca dispuesta a recibir todo lo que saliese por aquel ojo eléctrico. Lo que no dejaba de ser irritante tan lejos de esta Europa decadente y tantas veces volteada sobre si misma, es que los cuadros fueran los mismo desgarros contra el buen gusto que acostumbraban a colgar en las oficinas del viejo continente. Cualquier pintor de brocha gorda del bazar mas céntrico de Islamabad, tendría algo mejor entre sus lienzos que enmarcar para admiración de los que por allí pasaran, gente no dudaría de la autoría de algún excelso pintor chií o suní. Esta globalización solo exporta lo malo.

Allí nos esperaba nuestro informador, Luis Gago, era conocido por todas las legaciones como “el sierpes”, era un tipo bajito y de moreno castellano, entrado en huesos, “tocado por Dios” en su coronilla y con una mirada indefinible, pues no era capaz de mantenerla mas de un milisegundo frente a la de uno. Nos saludamos y, sin excesivos preámbulos, entramos en lo que nos llevaba tan lejos de casa.
- Os presento, Luis Gago, Carlos Buenaparte y Jorge Besteiro
- Un placer. Bueno, la misión que tenemos por delante es la de recabar la información precisa sobre la ubicación de las células de Al Qaeda que están empezando a hostigar de manera mas intensa a nuestros muchachos. La razón de que estéis aquí es que desde un sector del gobierno Indonesio se está apoyando a esa gente. La embajada es su sistema de comunicación y su mayor valedor es nada mas y nada menos que Amien Sanit.

- ¡El embajador! Pero...
El semblante de Elvira mudó a un blanco nunca antes visto por mí. No sabía la razón, pero este “sierpe” me lo iba a descifrar en pocos segundos.
- Si Elvira, Amien, tu Amien. Es un fanático captado a través de sus hijos y esas madrasas que los retrotraen a oscuros mundos del medievo. Bueno, pues este hombre es el que mantiene su soporte en armas y dinero. Sabemos que mañana tendrán una reunión en su despacho con algunos miembros nuevos que van a enviar a la zona noroeste. Mañana es 18 y celebrarán la recepción con motivo de la independencia de los Holandeses, así que tú Elvira irás de la mano de Buenaparte, mientras desde fuera, Besteiro controlará la situación y se mantendrá en contacto con vosotros. Entablarás contacto con Amien para ralentizar su acceso al despacho, así darás tiempo a Buenaparte para colocarse en posición de escucha y recopilar fotos de los mapas en cuanto localice la ubicación de estos. Cuando sepáis a donde se dirigen los nuevos enviados, los seguís y os los cargáis. Tú, Elvira te vuelves a la legación y vosotros os cogéis un taxi a la dirección que encontraréis en la guantera del coche. Allí os estarán esperando…



Escuchamos atentamente las explicaciones de Sierpes, Elvira no daba crédito a que aquél hombre, con el que parecía que había vivido alguna historia especial en Bankgok, pudiera estar con aquellos iluminados sacados de la mismas entrañas de la madre de Yusuf Ibn Tasufin hace mil años ya. Sierpes continuó con sus explicaciones.
- … en el garaje de la embajada tenéis el coche preparado, es un Volvo 550 y estas son sus llaves. Besteiro, todos los equipos que encontrarás allí son conocidos por ti, así que me ahorro dar explicaciones. Mucha suerte y hasta pronto.

Como llegamos nos fuimos, Sierpes por la puerta que daba al norte y nosotros a través de la terraza que en aquel mes de agosto y ya con el sol de retirada, quemaba nuestros zapatos. Bajamos a ver el coche, comprobamos que todo se encontraba en orden, Elvira, mientras tanto quedó absorta en sus pensamientos apoyada sobre el Volvo. La vi débil, sin esa tensión muscular que nos imponía tanto miedo a cualquier pretendiente que la rondase, me apetecía abrazarla sin saber por qué, tan solo para transmitirle mi energía positiva sin ninguna otra intención.

- ¿Estás bien, Elvira?
- Si, gracias Carlos. Solo es la impresión de volver a escuchar su nombre. Sabía que mi venida aquí estaba relacionada con él, pero no de esta forma.
- No sé quién es ese Amien, no hace falta que me cuentes nada, pero estoy aquí por si te hace falta. Anda cojamos un taxi y vámonos al restaurante que hay debajo de los apartamentos los tres. Os invito a cenar mientras nos reímos de todo esto frente a una tortilla de patatas pakistaní.

Me sonrió, cogió mi brazo y con Jorge caminando detrás de nosotros con sus pupilas dilatadas por aquella visión nunca imaginada de una mujer agarrada a mi nos fuimos a cenar. No sé si estábamos en fase de luna llena, nueva o estaba nublado, solo sé que su brillo quedó tatuado en mi recuerdo aquella noche. Cenamos los tres unas pizzas algo chamuscadas entre sorbos de cerveza helada que nos hizo entonar el final de aquel duro día, sobre todo a Elvira que parecía menos “tocada” desde aquel jarro de agua fría vomitado por el Sierpes. Para mi fue una cena inolvidable,




- Carlos, te invito a desayunar
La expresión estúpida de mi cara, en medio de una parálisis facial la hizo reír a carcajadas
- Carlos, solo a desayunar después de dormir cada uno en su apartamento.
Nos reímos todos de aquella situación, mientras el camarero nos miraba con la duda de llamar a la policía o al servicio de salud mental...

viernes, 11 de abril de 2008

Suave como las Dunas (3)

...aquella falda ajustada que, por mucho esfuerzo, no alcanzaría nunca sus rodillas, la blusa escotada orbitando sobre su piel morena en contraste tras el colgante de oro con la figura de la rosa de los vientos, me hicieron bajar la mirada por una mezcla de timidez, de temor a que descubriera lo que ella ya sabía. Creo que la hemorragia aumentaba por momentos al olor de inminente aterrizaje en mi pituitaria de su perfume cuando me senté a su lado. Ni con la sangre de una vaca tendría litros para salvarme. “La misión, la misión, concéntrate Carlos”, por mas que me golpeaba rítmicamente la cabeza con esa frase, nada podía con este corazón necio y ansioso que quería salirse de entre mis costillas para pedir asilo entre las suyas. Nos sentamos alrededor de la pequeña mesa de reuniones que tenía Victoria en su despacho. Sobre ella un mapa de la zona lleno de cruces rojas y azules, varias zonas rayadas y dos banderitas españolas, las de las bases españolas en el área.

- Bueno, no creo que sea necesarias las presentaciones, como sabéis ella es Elvira Vallina y hasta ahora ha estado haciendo diversos trabajos de asesoramiento a nuestras embajadas de la zona sur asiática.

Mientras decía esto, que yo ya conocía al dedillo, me preguntaba qué pintaba una diplomática de rango creciente con aspiraciones a medio plazo a alguna embajada, en un operativo arriesgado en medio del Islam mas radicalizado desde la invasión del país. No había problema, tenía a mi maravillosa jefa que, de un momento a otro, iba a “desfacer tal entuerto”.

- Elvira no es de nuestro equipo y no esta preparada para actuar en campo. La razón de que la introduzcamos en él es su conocimiento personal y buena relación con el actual embajador de Indonesia en Pakistán. Por ello, el plan a seguir ira en dos caminos paralelos. Vosotros dos partiréis a Islamabad como agregados a la embajada en calidad de técnicos para las instalaciones. Elvira será la nueva secretaria del embajador, por enfermedad de la actual mientras dure su “convalecencia”. Las demás instrucciones os llegarán en la propia embajada por los métodos acostumbrados. De momento eso es todo. Preguntas.

Aquí estaba el preguntón, o sea yo, con un tono de cierta seguridad algo chulesca me atreví a decir sin mirarla,

- Entiendo lo de ir a Islamabad, pero no la relación con la señorita Vallina.
- Carlos, no seas ciego. Si tienes que aclarar algo con Elvira. Pregúntaselo directamente a ella.

Cerré mi estúpida bolsa de dientes, la situación me podía en ese momento, por una vez yo era el líder frente a ella y la volvía “a cagar”.Ella sin inmutarse nos dio un apretón de manos mientras aquellos labios dejaban salir un lacónico, “nos vemos en la embajada, Ma’a elSalama””, o sea, adiós pringaos, y encima tenía razón en lo último, al menos por mi cara de embobado en el brillo que sin ganas destilaba su escueta sonrisa.


No volví a verla hasta que aquel taxista, con sus gestos amanerados y ese eterno vaivén en la cabeza que tiene todos los hindis de la India o del Pakistán, nos despidió con la baba en riesgo de caída al sentir el tacto la propina en dólares que le dejamos al bajarnos frente a nuestra embajada en el Enclave Diplomático de la capital. Tres horas antes, al bajar en Faisalabad del agotador viaje desde Zurich con la KLM, el golpe de calor y el olor distinto me hizo darme cuenta que volvía a mi hogar, a la casa sin paredes de la pura soledad física, mi segundo pensamiento fue para ella, Elvira estaba en mi casa esta vez, veríamos si no la volvía a “cagar” de nuevo.

Nos recibió el embajador, Elvira había llegado una semana antes y su casto beso me sorprendió frente al rugiente apretón de manos en Madrid. El embajador no levantaba mas de dos cuartas del suelo, habían cambiado al que yo conocí en mi último viaje, para los amigos Paco, una fiera escondiendo el clandestino alcohol en su estómago, “por seguridad” decía él. Este otro me parecía un burócrata de los que se adivinaba su estancia de paso, de los que no desean problemas y enredos, hasta conseguir un destino con mas “glamour” en la “ilustrada” Europa.

- Bienvenidos Señores Buenaparte y Besteiro, a Doña Elvira ya la conocen. Su alojamiento será en los apartamentos de la embajada dos calles mas abajo. Esta tarde se pondrán en contacto con ustedes Luis Gago, nuestro mejor hombre en el país. A partir de ese momento no quiero saber nada de los tres hasta que les expida los billetes a España, con sus pasaportes de salida. ¿Alguna pregunta?

Estaba todo realmente claro, solo era un burócrata mas puesto por el partido de turno, algo muy tradicional. No hubo preguntas

- Muy bien, en ese caso les acompañaré a la salida, donde Carolina les buscará un transporte para llevarles a sus alojamientos. Adiós y buena suerte.

Elvira nos acompañó para mostrarnos los apartamentos, nos despedimos quedando para la tarde en la embajada. La cosa mejoraba, había perdido esa seguridad insultante de la tercera planta, la notaba mas cercana a nosotros, pobres terrícolas con ansias de mujer. Solo quedaba que, de “cercana a nosotros” pasase a “cercana a mi”. Bueno y la misión, claro...

jueves, 10 de abril de 2008

Suave como las Dunas (2)

...Con la resaca de la “cena para uno” en mi propio restaurante frente al televisor, eso sí, cena de cinco tenedores, a saber: de menú un buen lenguado “salvaje” regado de un Tinto Valbuena nº5, postres variados y un generosa copa de Lepanto al lado del café solo, este último en solidaridad con mi propio estado desde sus posos mas profundos. Pues lo que decía, con la resaca propia de haberme acostado tarde y algo “cargado”, encaminaba mis pasos a la sala de reuniones con diez minutos de retraso, los justos para evitar escuchar las mejores jugadas de la jornada liguera del pasado domingo.
- Buenos días y perdón por el retraso, pero es lo que tiene las sábanas limpias, que se pegan mas.
- No seas guarro, Carlos. Venga, ya estamos todos, así que comencemos la reunión. Jorge, los procedimientos, ¿terminados?
- Si, jefa, no hay escuchas ni nada que temamos.

Jorge era nuestro “electrónico”, responsable de seguir los procedimientos antes de cada reunión para detectar posibles escuchas o sistemas que captasen información de las reuniones. Era un genio de los “chips”, aunque algo pardillo cuando le sacaban de “la casa”. En su última misión en Malabo casi nos fríen los guardaespaldas de Obiang por un descuido de Jorge con los transmisores. Menos mal que no eran muy duchos en la electrónica aquellos gorilas. Victoria era nuestra coordinadora, la llamábamos “la jefa” con cariño. Ya no salía de “la casa”, pero era una flecha encontrando información, detectando el objetivo del problema cuando los demás nos dedicábamos a revolotear entre los papeles, videos, archivos como las mariposas sin saber que flor libar. Debió ser un gran agente, lástima que su época transcurriese cuando los usos del CNI no eran lo “políticamente correctos” que deberían ser.

La reunión transcurrió con los temas de rigor, el problema palestino como primer punto, en el que nosotros éramos meros peones en un tablero donde los alfiles, con domicilio en otras latitudes, marcaban la cuestión. Decidimos varias acciones a tomar en el Líbano para proteger más a nuestros muchachos y preparamos la “huida” de Kosovo del todo y con el sigilo que fuera posible. A la hora de entrar con los Afganos la cosa se puso tensa, no había solución de continuidad. Nuestro presidente se empeñaba en no enviar a ningún soldado más y la cosa se estaba poniendo cada vez más fea. Nuestra jefa comenzó con las fotos enviadas desde Herat por los satélites y el avión espía que habían enviado recientemente después de pasearlo en el desfile de la Fuerzas Armadas.

- Como veis la zona esta cada vez mas despoblada. En esta foto sacada con el avión espía se puede ver esa pequeña mancha gris, es un afgano apostado al otro lado de la duna en la pista de acceso a nuestra base. Cada vez se acercan mas y casi sin ocultarse, no tengo que recordaros las dos bombas que pusieron al paso de un convoy hace un mes.
- Vale, jefa. Pero con la política del gobierno de estar sin estar, pues como que creo que nada vaya a mejorar. Hace falta material y más soldados en la zona y me da que lo que quieren es seguir aguantando para contentar a unos y que no se enfaden en el parlamento. La cosa pinta fea, Victoria
- Gracias por descubrirnos la pólvora, Carlos. De esto va la reunión hoy. Todo lo demás no da para mucho como os habréis dado cuenta. Las cosas se están poniendo muy negras y desde “arriba” nos piden informes, propuestas, soluciones y todo lo que sea, que luego venderán como sus grandes proyectos.
- Pero Sellán acaba de llegar con una bala en la pierna derecha y los de su equipo están “recogidos” en la zona verde de Bagdag, que no sé qué es peor. O sea, que no hay nadie, es decir que…
- ¡Exacto, Jorge! Es decir, que hay aquí dos valientes que van a preparar el neceser en menos que canta un gallo para unirse a una tercera persona que nos hará falta en la primera zona de operaciones.
Un silencio oscuro nos envolvió a todos. Con cara de resignación, mirando a nuestra “jefa”, quedamos a la espera de los nombres, aunque el enorme gafe que anda pegado a mi sombra desde mi separación de Adela, me susurraba al oído que tenía las papeletas de uno de uno de los dos, todas en mi bolsillo. Victoria se encargó de aseverar el susurro que crei escuchar de aquel demonio que se llamaba Adela.

- Uno será Jorge Besteiro y el otro Carlos Buenaparte, así que, si no tenéis nada más que comentar, el resto nos vemos mas tarde. Vosotros dos, acompañadme a mi despacho, que ya hace diez minutos que nos espera vuestra compañera para poner todo en marcha.
Nos apresuramos detrás de Victoria, a sus 47 años mantenía sus líneas en perfecto estado de revista, como diría Jorge Besteiro en una de sus charlas excelsas sobre su dominio del sexo opuesto acodado sobre la caoba de un buen bar de embajada. No me dio tiempo de plantearme la posible compañera de viaje.

- Hola Carlos,
Creo qu el desierto había empezado a devorarme, era ella…

martes, 8 de abril de 2008

Suave como las Dunas (1)

Al salir a la parada de taxis del aeropuerto la lluvia amenazaba con romper aguas, al menos el fluir de taxis era continuo y el riesgo no acabó por cumplirse.
- Buenos días, lléveme al CNI, en la Av/ Padre Huidobro.
- ¡Marchando, jefe! Vaya día que tenemos para ir a trabajar, ¿eh?. Entre la lluvia y estos mantas del Madrid, que todo lo que nos ganan fuera lo desparraman en el Bernabeu no es el mejor lunes.

“Me tuvo que tocar el charlatán pesado de los lunes de fútbol”, pensaba para mi, mientras el taxi cogía la M-40 para atascarse entre la manada de resignados conductores, que de la misma forma que nosotros se acercaban a sus trabajos. Los observaba a través de la ventanilla, era algo curioso y entretenido; los había que hablaban de forma acelerada, gesticulando ante el blue-tooh del coche como quién declamara “La Venganza de Don Mendo”, otros iban ensimismados, absortos en medio de la nube que conformaban los recuerdos del domingo pasado junto a su familia, o su amante, o en el partido, los miedos de ver al jefe al llegar al trabajo y la crispación que lentamente inyectaban de forma indolora los comentaristas de la radio, ese tipo de gente que aparenta saber mucho y lo único que tiene es un tiempo mas que los demás en leer las noticias, pulirlas a su albedrío y vomitarlas sobre nuestras conciencias.

Después de ver como se metía con cada político que nombraban y acordarse de la madre del entrenador del Real Madrid, por fin el hombre me dejó en la entrada principal del CNI. El día gris, a punto de romper a llover me quitó la “secadera” que traía de mi última misión en Basora. Si los viandantes supieran que los que nos habíamos retirado de Irak con aquella parafernalia, seguíamos allí de manera encubierta trabajando para los norteamericanos se iba a montar una buena. El caso es que terminé la misión de información para los “aliados” con relativo éxito y enorme buena suerte. Mi gaznate seguía uniendo mi cabeza al resto del cuerpo y eso era la razón de todo al final. Mi aspecto moreno y mi estatura de casi 1,70 mts. me permitió diluirme entre la multitud sudorosa, hambrienta y enfadada de aquel país, así pude introducirme en dos células de resistencia Iraquí. Puedo decir, después de salir de estas con la información bajo el brazo, que no estaba seguro del todo si ellos estaba seguros de que, cada cosa que hacían, era por su dios, si era por el país, si era contra el asesino americano. Nosotros, los demócratas occidentales, les habíamos metido el catalizador que hizo estallar aquella violencia semienterrada durante décadas de sufrimiento sobre ellos y de ellos con sus hermanos, sus vecinos con razones en este tiempo de lo más primitivas y perentorias, pero que descansaban en otras cuyo nacimiento manaba de injusticias, desigualdades, incultura e ignorancia de siglos.

Al fin estoy aquí, cerca ya de mi oficina, mi PC, mis compañeros de café y a la espera de alguna misión.
- ¡Buenos días, Carlos! ¡Bienvenido a la casa!. No te has perdido nada, el Madrid como siempre...
- Ya, ya. Anda, Diego que ya sabes que no me gusta el fútbol, “salao”...

Perdón, he olvidado presentarme, me llamo Carlos Buenaparte, no Bonaparte como se ríen de mi los que me conocen. Soy de un pueblecito de Valladolid, aunque eso da igual, nací hace cuarenta y un años y me dedico a esto del espionaje por cuenta de mi gobierno. La verdad es que me encanta sentir el peligro de la desprotección total, de saberte dueño de ti y ser tu propio compañero en medio de ambientes hostiles. Hablando de estas situaciones, digamos hostiles, deciros que trabajo en el Edificio Principal II del CNI, en la planta segunda, donde a veces no me cuesta nada subir a la planta tercera donde me encuentro en esas mismas situaciones, sólo que sin las dietas de mi gobierno. Allí trabaja Elvira Vallina, mi hostilidad doméstica. Cuando llegó de la embajada de Bangkok quedé para siempre enamorado de Tailandia y de ella; realmente Tailandia no la conozco pero debe de ser maravillosa por dejar marchar bellezas así. Su sonrisa, su mirada parda y pelo rizado abultado, con sus gestos decididos y sus andares de mujer de verdad, me hirieron de muerte. El problema es que ella no se decide a matarme de amor y sigo desangrándome por las esquinas del CNI.


No puedo contar todos los métodos que he podido emplear para que se tapase mi hemorragia con resultado negativo, intentos propios de un espía como yo, de adolescente, de hombre maduro; todos al mismo tiempo y por separado y nada, sigo sangrando mientras ella me sigue sonriendo suavemente con ese “tempo” cruel de saberse por encima de uno. No se prefiero las otras zonas hostiles aunque acabe con un trozo de plomo entre pecho y espalda.

Pasaron dos semanas de relativa calma entre informes y reuniones para cerrar la misión, este tiempo suele ser un buen periodo de descompresión, aunque le falta el poder contar tus malos ratos pasados, pero en este trabajo eso has de comértelo tú mismo. El lunes siguiente amaneció con la reunión quincenal de los que llevábamos la zona de Oriente Medio y Asia. No esperaba mucho nuevo, pues las cosas parecían tranquilas salvo algunos disturbios que se estaban dando en la zona noroeste de Afganistán que controlaban nuestros soldados. No esperaba que tuviera que coger un avión tan pronto y de la peor forma para un agente, acompañado...

domingo, 6 de abril de 2008

Ilusión entre la Amarga Espera


Espera que permanece en sus trece,
trémula añagaza que anula la primera
paz por el deseo de bendita ensoñación,
por la tremenda ventura de lo que vendrá.

Valiente cerrazón la que provoca esta
extrema minutada sin sencillo perdón
larga estación en la que mi mente desvive
por mantenerse a flote, en calma y sin dolor

Sueño que sueño, pero tan solo hago
que aburrir de sobrado al propio dueño,
el que lo es sin rival de mi corazón


La púrpura, brillante y bendita ilusión

viernes, 4 de abril de 2008

Mas vale morir una vez (y final)

… Mi sorpresa se tornó en temor por lo que podría ser aquella pregunta. Don Pedro se había quedado parado en el combés dando algunas instrucciones, por la forma de hacerlo tenían todo el aspecto de la instrucciones para la maniobra de zarpar. Contesté

- Yo soy al servicio de vos y de su Majestad Católica
- Tengo este mensaje para vos del Virrey al que debo dar la respuesta que vos tengáis a bien decir.
Me entrego un legajo lacrado con el sello del Virrey. Mientras lo rompía me fui acercando al bauprés donde poder sentarme y sentir al menos el olor de la bahía. El mensaje del Virrey decía así:

“ Por la presente os comunico, Don Martín de Oca, Capitán de la expedición a las Salomón, al servicio de su Almirante Don Álvaro de Mendaña y Doña Isabel de Barroto que quedáis relevado de tal cargo con tal mando en esta.

Por expreso deseo de su Almiranta, debido todo ello a la bravura en la jornada, la decisión y arrojo personal para sofocar la rebelión habida en la Isla de Santa Cruz, por sus demostradas dotes de mando; por todo ello le nombro maestre sin tercio con derecho a paga anual de 5.000 escudos reales.

Además, por el mismo deseo, nos realizará las labores oportunas ante su nueva Majestad Don Felipe III para la obtención del título de Conde de Santa Cruz del Mar de Sur para vos y vuestros descendientes.
Yo, el Virrey
Nueva España, 20 de Enero de 1597

Había otro documento que continué leyendo
“Por todo esto que habéis leído en el anterior documento os felicito y os propongo vuestra colaboración en armas y bagages para la consolidación de nuestra presencia en nuestros puertos más al norte. Necesitamos hombres de su valía, que dejen claro al resto de las potencias donde no deben arribar. Dispongo de soldados que seguro vos podréis convertir en verdadero tercio y proporcionar seguridad a nuestros asentamientos, abrir otras guarniciones que hagan que nuestros colonos se aventuren a establecer sus familias y posesiones, enriqueciendo de esta manera el reino de nuestro Rey. Tendréis todo el apoyo de nuestra parte en pertrechos, dinero y pólvora; aparte del quinto que corresponde a su Majestad, todo lo que vuestra excelencia logre como ganancia será para vos y vuestro tercio.

Espero vuestra confirmación o negativa, en cuyo caso lo lamentaré profundamente pero, Dios
lo sabe, os deseo la mayor de las suertes en nuestro Perú hermano."

Yo, el Virrey
Nueva España, 20 de enero de 1597

Enrollé de nuevo los dos legajos sin dejar de mirar al palmeral que se dejaba acariciar por la brisa frente la proa de “San Gerónimo”. No podía pensar en nada, solo recordaba mi pequeña aldea de Villahoz de las arras del Cid, intentaba dibujar los rostros de mis padres a los que creo que no vería más en la tierra. Las ovejas, Lerma, mis sueños imposibles de cumplir entre la enjuta y agreste tierra castellana. Qué es la felicidad si no es posible compartirla con quien amas, solo sueños reales, pero sueños. Don Pedro, mi amigo, mi verdadero amigo, mi familia actual. ¿Qué hacer? Leguas al norte estaba lo inexplorado, la gloria y la vida, o la muerte con la eterna e inútil gloria postrer. Al sur El Callao, Lima, Cuzco, viejos recuerdos con dolor, pero con la savia nueva de una vida recuperada. Aquel emisario permanecía firmes esperando la respuesta que llevar, el sol caía con rigor a pesar del invierno y su frente brillaba bajo el casco reluciente.
- Esperad aquí, mensajero. Iré a escribir vuestra respuesta.
Hablé con Don Pedro, me sonrió sin decir nada, simplemente me abrazó como si de mi ya se despidiera, mientras se encaminaba con lágrimas en los ojos a cubierta simplemente me dijo, “Suerte, vos os la merecéis toda”, y se fue a preparar la salida con la pleamar del atardecer.

- Aquí está mi respuesta. Decidle al Virrey que en menos de un mes estaré en palacio a sus órdenes.
El emisario partió raudo dejando una nube de polvo tras su cabalgadura. Con el atardecer ya tenía mis pequeños bártulos en la casa de unos colonos que se ofrecieron gustosos a alojarme. Uno de sus hijos menores, Sebastián, con unos ojos que alumbraban por si solos la bahía me acompañó. En él veíame a mi en otras cuitas, en otro hemisferio viendo a hombres con armadura como dioses terrenales; en este caso de seguro que algo de dios tendría yo para el muchacho. Nos apostamos en el malecón que hacía las veces de pequeña contención de los mares furibundos, para ver cómo lentamente nos pasaba por su costado de estribor El "San Gerónimo". Desde el galeón dos salvas rompieron el suave arrullo de las olas calmas sobre el malecón. No pude evitar que nuevas lágrimas brotasen de mi rostro que lo creía seco. Poco después pude ver el espejo de popa del “San Gerónimo” alejarse de la boca de la bahía mientras en él encendían sus faroles.

- ¿Te gustaría embarcar, eh? Hay un mundo por descubrir ahí fuera, Sebastián.

- Daría lo que soy por seguiros, Don Martín.

- Ya, ya. Tranquilo mozo que todo nos alcanza en esta vida y tu acabas de zarpar.



Ya de anochecida me retiré a descansar en la cómoda cama que me ofrecieron. Una vida nueva, nuevas ilusiones, peligros, logros, amores, amigos; no podría explicar cómo se puede alcanzar lo deseado, solo creo que hay que estar seguro de ello y mantenerse en su lucha. Los caminos serán siempre inescrutables para todos, pero no será eso lo que ha de atormentarnos.

Aquí termino esta historia que pretende ser una pequeña parte de un pequeño hombre en la gran montaña que es la humanidad. Quizá si mis manos me lo permiten o si Sebastián me ayuda les relate a ustedes mis peripecias frente a tanta tierra por descubrir, personas por conocer y sensaciones por revivir.
Siempre servidor de vos.

Don Martín de Oca, Conde de las Islas de Santa Cruz del Mar del Sur.
San Diego, a 3 de abril de 1635.

ç
Esta historia que tanto gusto me ha dado escribirla fue real en casi todo. Don Martín ha sido mi otro yo, mi personaje ficticio con quién modelar mis ilusiones, mis frustraciones, mis sueños que son, en definitiva, lo que a uno le da las razones para partir los mares de una vida que a veces es demasiado tosca y sin brillos en su diario devenir. Pues bien, esta historia la dedico a todos los que desde vuestra paciencia me leéis. Sois mi acicate y mi permanente ilusión. Gracias a los que os conozco de piel o de red de redes, a los que no os conozco también.

Gracias a Armida, Alicia, Mili, Jose Luís, Pilar, Ví, Enrique, Lúcida, Ana, Yolanda, mi padre, Galilea, a tantos que no conozco pero que sé que ahí están.






Gracias por estar ahí.

jueves, 3 de abril de 2008

Mas vale morir una vez (15)

…14 de enero de 1597
Hace ya varios días que arribamos a Acapulco, todo lo que me contaran los marineros sobre la villa fue poco para lo que realmente inundaron mis ojos. La luz de la bahía parecía multiplicarse, la villa no era muy grande aunque se ve que vive en continuo crecimiento. Además nadie duda que los britanos intentarán atacar cualquier lugar donde la riqueza del Rey y el reino de la Iglesia verdadera campen libremente y este es uno de ellos. Al día de arribar las autoridades nos recibieron con todos los honores, Don Pedro entregó los documentos de parte del Gobernador de Filipinas para su entrega al Virrey de Nueva España. Un correo partió con ellos a uña de caballo hacía la capital.


- Don Martín tenemos al menos una semana hasta que retorne el correo con la respuesta del virrey, si es que la hubiera. Así que vayamos a celebrar que nuestro "San Gerónimo" nos trajo sanos y salvos.

Dejamos el galeón que había sido nuestro mundo durante cinco meses bajo la responsabilidad de Maseda y nos adentramos por las estrechas callejuelas de la ciudad. Desde lo alto del entrante sobre el que descansaba el apostadero, un pequeño fuerte dominaba la vista. “Algún día construirán algo de más envergadura”, pensé mientras aquellas callejuelas me retrotrajeron a mis correrías de pequeño bravo por las callejuelas de Madrid, hasta que topé con quién me diera la oportunidad de alcanzar esta tierra aún libre de cortesías y cortesanos, aunque me temo que no por mucho tiempo más. Dos esquinas de mampostería mas dobladas y dimos con la taberna del puerto, oscura y de difícil acceso como tantas otras antaño recorridas. Me negué ante Don Pedro a entrar con excusas de incierto argumento,
- Vamos Don Martín, ¿ya no recordáis que sois Don Martín, Caballero de la Jornada de Salomón? ¡Ja! ¡Ja! Vamos, que no se hagan comentarios de un hidalgo como vos rehuyendo la entrada a un bar de poca monta.
- Como queráis.

Entramos, comprobé que nada había cambiado, realmente no habían transcurrido ni siquiera dos años desde que huí de aquella otra taberna. Esta era casi de planta octogonal, aunque los templarios habían mudado por bebedores adictos a las barajas marcadas. Había tres mesas con sus jugadores, a los que las dos mesoneras, de belleza indefinible por la pobre luz de cuatro candiles servían, no se sabe si las jarras de vino o sus vergüenzas mundanas sobre las mesas grasientas mezcla de vino, resto de comida y sudor. Nos acercamos a la barra donde un hombre con la cara marcada por alguna deuda no saldada nos atendió bruscamente.
- Vino y jamón, solo eso tengo, caballeros. Decídanse
- Ponga una jarra del mejor que tenga, el jamón lo veremos con la prueba del vino
Con una mirada de desdén nos puso la jarra de formas bastas con un golpe que salpicó a Don Pedro en su único traje presentable que le quedaba. El hombre con el mismo desdén no dejó los dos vasos. Don Pedro se enfadó, pero no me dio tiempo a detenerlo. Estaba claro que aquello era la trampa justa para desvalijarnos.

- ¡Tú! ¡Villano! ¡Has manchado mis ropajes! ¡No te enseñaron a servir a un caballero!
La suerte estaba echada, dos hombres que estaban simulando seguir el juego de naipes en una mesa se levantaron acercándose con miradas amenazantes. El tabernero se aproximó directo a Don Pedro.
- ¡Oh, majestad! ¡Perdonad mi atrevimiento!¿Llamaréis a la guardia del Virrey? ¡Tomad este trapo y lavaros si sabéis!
Le lanzó un trapo mugriento empapado en un líquido nada agradable que lo manchó por completo. Don Pedro desenvainó, yo desenvainé, no había otra opción. Los dos hombres se lanzaron en pos nuestra, mientras a traición, el tabernero rompió la jarra de aquel vino agrio en la cabeza de mi amigo que se defendía de uno de los matones. Don Pedro cayó al suelo y quedé yo como tantas veces. Los matones, en verdad eran de poca monta y sus estocadas no tenían peligro verdadero. Temía más mi espalda que sus rostros. A un descuido del más alto al retirar su brazo de un estoque suyo al vacío, le clavé mi espada en el muslo mientras lograba detener el estoque del matón mas bajo con mi fiel vizcaína. Con la mano tapándose la herida fue retirándose del campo de lucha, así que me centré en el bajo que luchaba mal pero con el miedo en el cuerpo y eso es un acicate que puede llegar a salvar la propia vida. La expectación por parte de los parroquianos era propia de los entremeses del teatro en medio de la Capital del Reino. Eso sí, afortunadamente nadie ayudaba a estos matones, en eso creo que quedaba demostrado que el mundo no es lo suficientemente grande para que las actitudes humanas difieran en demasía.

Continúo con la lucha. Mi cuerpo llevaba dos años de duro entrenamiento en combate y sufrimiento, sin hablar de la experiencia de años de bravo; aquel bajito no estaba acostumbrado a tal nivel en el batimiento, así que fue menguando su confianza hasta que apoyó su espalda en el pilar de madera que sujetaba parte del bar en su parte central. Con un giro rápido de muñeca sobre el filo de mi espada desarmé su brazo y marqué con decisión la punta de mi espada en su nuez, hasta que un hilillo de sangre comenzó a brotar de ella.

- ¡Escúchame bien, hijo de rabiza britana! ¡Escuchadme bien, todos! ¡Yo, Don Martín de Oca, estoy aquí de paso con rumbo a El Callao; pronto me iré, pero eso no habrá de ser óbice, valladar o cortapisa para hacer valer nuestro derecho a ser respetados en esta villa del Rey, Nuestro Señor! ¡Si hay algún hombre que en este tugurio malparido quiera probar el acero de un bravo del Rey, hágalo ahora o lárguese con viento fresco con los demás cobardes! ¡Veo que nadie hay! ¡así que fuera! ¡Menos tú, tabernero de tres al cuarto! ¡Prepara trapos, agua y el mejor vino que tengas!

Como roedores en un barco que zozobra, salieron todos deprisa y en silencio atropellándose entre sí. Mientras, el sucio tabernero con el temblor hasta en su efímera cabellera me ayudó a recuperar a Don Pedro.

- ¿Qué ha pasado? ¡Martin, estáis bien! ¡Gracias a Dios! Mi cabeza, siento como si me hubiera caído el palo mayor entre ceja y ceja…
Con un carro que trajo el tabernero nos acercamos hasta nuestro Galeón. Después de aquel susto nos dedicamos a saborear las tardes de Acapulco desde nuestro galeón, paseando por la playa o asistiendo a las pequeñas fiestas que organizaban los colonos en nuestro honor, pues no solía haber animación y gente de tanta alcurnia por esos lares cuando zarpaba el galeón de Manila. Pasados casi los diez días, un mensajero a caballo acompañado del alcalde de la ciudad se presentó a bordo con las noticias del Virrey. Don Pedro y el mensajero se reunieron en la cámara; mientras, yo departía con el alcalde a proa hasta que salieron de la cámara en dirección nuestra, al alcanzarnos el mensajero del virrey se dirigió a mi
- ¿Es usted Don Martín de Oca?...