jueves, 24 de abril de 2008

Suave como las Dunas (11)

…Desperté relajado, el sol constante pretendía atravesar los cristales cuasi opacos, mi reloj decía que había dormido bastante, pronto darían las diez de la mañana, había que salir cuanto antes. Miré a mi lado y ella no estaba.
- No busques más, estoy aquí. Hace ya más de dos horas que estoy levantada.

Seguía tan bella como la dejé al caer rendido horas antes. Se había lavado con el resto de agua que nos había quedado y estaba vestida simplemente con la ropa interior. El calor ya era agobiante y la ropa seguía oliendo igual. Me hizo un gesto con las manos como en los anuncios de los detergentes hacía mi ropa interior y eso fue lo que hice, ella me llevaba dos horas de ventaja y sonreía por mi estampa cómica de lavandero nudista desde aquella silla junto a la ventana. Nos miramos y sin mediar palabra hice lo que sentía en ese instante, rocé mis labios con los suyos, su respuesta positiva me hizo sentir bien y me mantuvo la esperanza de que aquello no había sido un mero “golpe de calor”.

Recogimos las cosas y nos enfundamos en nuestros disfraces de mercaderes Sirios. En media hora nos despedimos del casero con diez dólares que casi le hacen entrar en parada cardiaca. Nos acompañó hasta nuestro coche guardado en el establo la noche anterior. Con un montón de aspavientos y grandes palabras de elogio nos despedimos con salida por la carretera del sur para no levantar sospecha. Una vez conectamos el GPS cogimos dirección suroeste adentrándonos en aquellos páramos que ellos llamaban Beluchistán. Un lugar inhóspito sin agua ni ayuda posible. Comprobamos que nuestro comunicador vía satélite estuviera operativo para el caso de una emergencia, aunque dudo que algún equipo de rescate se aventurase allí sin ser detectado por los iraníes o los mismos Pakistaníes.



En cuanto salimos del mundo habitado Elvira se quitó el ropaje de forma parcial, manteniendo éste cerca para volver a disfrazarse. Yo hice lo mismo, durante casi cien kilómetros o dos horas mantuvimos un silencio cómodo por el recién despertar y la tensión de la cercanía aún de Kuzdhar, pero a medida que el tiempo corría y nuestro todo terreno devoraba kilómetros de polvo y roca aquel silencio se fue haciendo más robusto y complicado de romper. ¿Quién de los dos abriría fuego?, creo que aquello nos lo preguntábamos ambos. Al final fui yo, que desde ayer creí que mi inutilidad manifiesta con el sexo femenino empezaba a ser historia estaba lanzado.

- Salvamos ya 100 kilómetros, creo que si aguantamos en marcha hasta oscurecer a eso de las ocho de la noche estaremos cerca de los cuatrocientos Km. La frontera la tendremos frente a nosotros para el día siguiente.
- Eso será si me dejas conducir a mí, porque puedes quedar medio paralítico ocho horas más. Además no veo la prisa, esto está desierto, si no me equivoco en la ruta que nos grabó el sierpe, dentro de doscientos kilómetros hay que hacer ruta oeste a través de los riscos y allí habrá aún menos posibilidades de encontrar a nadie. Estaría bien encontrar algún oasis o refugio similar como en las películas y hacer noche, llevamos adelanto y creo que la gente que nos espera en Chabahar, tal y como dice el sierpe en la hoja de ruta, ya nos estará esperando a cien kilómetros de la frontera, no falta mucho.
- Me gusta lo que dices, me gusta y como encontremos ese oasis con el que sueñas, te juro que me cambio el nombre por Sansón y pongo mi melena a tu disposición querida Dalila

Nos reímos, casi parecía aquello un pequeño rallye en el que competíamos por eso simplemente, sin prisa por alcanzar la meta, pues la meta estaba dentro del coche. Varios saltos sobre la pista al cruzar badenes enormes hicieron que aminorásemos y me devolvieran la atención a la ruta. La incursión contra la barrera de silencio había sido victoriosa, a partir de aquel momento hablamos de todo, de la operación, de Madrid, de nuestras vidas pasadas y presentes, criticamos conjuntamente a compañeros del CNI, esto último ya demostraba que la sintonía era única y fluida.

Sobre las seis de la tarde alcanzamos el punto de desvío en dirección oeste. Nos habíamos retrasado pues divisamos con los prismáticos una lejana caravana de camellos con rumbo sureste, así que decidimos detener el todo terreno para no ser visto por ellos y nos echamos una siesta de media hora por turnos en los bajos del coche. Enfilamos en dirección oeste con el dibujo de un oasis de los del tipo “Ben-Hur” en nuestras mentes. Después de una hora no se divisaba nada mas que riscos medio protegidos, que íbamos desechando en espera de la gran palmera avisadora de nuestro refrescante oasis imaginario.

- Elvira me da que tenemos otra noche de sueños recogidos en el interior de un coche.
- Anda, apura unos kilómetros más que algo saldrá, te echo de menos y no soportaría dormir sobre los asientos sudados y polvorientos de este trasto.
- Como ordenéis, vuestro esclavo hará
Con aquel ambiente mas festivo que de huida entre riscos y dunas fuimos avanzando, yo reduje la marcha mientras Elvira oteaba con los prismáticos, hasta que la suerte volvió a sonreir
- ¡Carlos, allí! ¡Por la derecha!

Justo por su ventana se divisaba unos arbustos o pequeñas palmeras. Nos dirigimos hacía aquella visión en medio del páramo. Según nos acercamos cerramos ventanas y rodeamos aquel minúsculo chaparral para comprobar que estaba tan desierto como el resto del páramo.
- No hay nadie, ¡adentro!
Metimos el todo terreno entre medio de los arbustos camuflándolo lo mejor posible y nos dispusimos a montar nuestro pequeño tendejón en el que dormir. Aquel chaparral no superaba los 20 metros de lado por unos 12 de ancho, lo que nos permitió montar nuestro pequeño refugio en su interior. Preparamos una pequeña hoguera semienterrada para encender en cuanto oscureciese y el frío desértico invadiese sin piedad la noche. Mientras yo colocaba varios detectores de movimiento alrededor de nuestro refugio Elvira dejó listo el pequeño toldo bajo el que descansar. La noche prometía, realmente desde que salimos de Islamabad todo prometía y lo mejor es que sin esperarlo se cumplía. Era feliz en medio de aquel inhóspito lugar en el que quizá no alumbraría vivo en el próximo amanecer.

Con la noche aparecieron las estrellas, no se si la pequeña hoguera semiescondida entre la arena o el enorme brillo que casi las unía a todas en un tapiz de hermosura tejido sobre los sueños, pero mis ojos quedaron perdidos entre sus destellos olvidándome de lo que vivía en aquel instante, recordando lo que malviví, como si realmente aquello fuera el repaso que pretendía ser prólogo de mi nueva existencia durase lo que durase. No lo llegué a saber, dos brazos suaves que lentamente me abrazaron desde mi espalda cerraron el círculo de la reflexión para volar sobre las dunas de la pasión...

3 comentarios:

José Luis dijo...

Siempre he admirado que un escritor pueda situar en medio de las aventuras, el amor, la pareja, la sensualidad. Y tú lo manejas a la perección. Admiro la forma en que desnudas a tus personajes en esos contextos, yo no lo pudiera hacer.

Buena salud a todos.

Anónimo dijo...

qué puedo decir... genial. Me encanta como la aventura se ha ido haciendo una historia de amor.

Armida Leticia dijo...

Mis pensamientos me traicionan cuando leo tus historias, me imaginé que era Isabel, y ahora imagino que soy Elvira...