viernes, 30 de julio de 2010

No habrá montaña mas alta...(75)



…Se podía percibir el insano olor atravesando como chuzo de abordaje los cuerpos de los presentes sobre cubierta durante la maniobra de desatraque. El 9 de febrero de 1730, el bergantín Santa Rosa partía remolcado por una vieja galera que ya no servía para más hacia la bocana del puerto milenario de Cartagena. Una leve ventolina del mismo sur al que apuntaba el rumbo de la nave impedía la salida de ésta hacía mar abierto con rumbo a Cádiz. El olor de pútrida suciedad llegaba a veces mezclado del grito inhumano del cómitre mientras chasqueaba el rebenque ora sobre la madera de la podrida cubierta, ora sobre las espaldas abiertas de condenados cristianos o prisioneros capturados en combate.

Preparado el aparejo, listos los hombres para el izado del trapo sobre este, el nostromo esperaba la orden del segundo, atento este al capitán. El leve viento continuaba extrañamente de sur con lo que fue preciso abrir el bergantín un poco mas sobre la bocana del puerto hasta dar con distancia segura para coger ese débil impulso y ganar millas de forma lenta sobre la línea costera. Al final con casi dos millas sobre esta largaron los cabos de remolque de la galera que triste, sucia y quejosa retornó con el propio impulso de quienes allí seguramente acabarían sus vidas. Con menos velocidad pero mayor alegría el “Santa Rosa” fue ganando en su andar con rumbo Este puro la búsqueda de buenos vientos que le permitiesen enfilar el cabo de Gata con velocidad.

Horas antes de la salida, Daniel había mantenido una corta reunión junto con Don Antonio y Segisfredo para clarificar la situación y rebajar los ánimos de aspecto poco halagüeños en una travesía que podría durar mas de cinco días. Antes con Segisfredo había preparado ésta para evitar encontrarse con sorpresas, que el amor se entienda como se entienda puede llevar a resultados tan maravillosos como terribles y era vital tener todas las bitas de aquel navío bien marcadas. En este caso, sin creer en ello, Daniel le vendió a Don Antonio la historia del malentendido y el enfado injustificable de su segundo por una descortesía de aquél otro teniente sobre su hija. Algo que no supieron si llegó a creer el padre, pero que si aceptó como moneda para poder mantener la compostura y las reglas de comportamiento a bordo sin perder esa honra tan dañina que los humanos se plantan delante como escudo de sus miserias ante los mismos escudos de los demás.

- Segundo, mantenemos rumbo Este hasta nueva orden. No hay viento y no parece que vaya a haberlo en las próximas horas. Mantenga la vigilancia ante cualquier vela que se dibuje sobre el horizonte.

- A la orden, Capitán.

Mientras quedaba marcado el rumbo y el mando sobre el segundo, Don Antonio salía de la cámara con su hija Elvira tratando de estirar las piernas sobre cubierta tras la maniobra de salida. Daniel encaminaba sus pasos sobre el costado de babor inspeccionando el estado de su nave, el orden era algo que aprendió con su mentor y maestro Enric Grifols durante aquella primera travesía a bordo de la presa hecha a los piratas al salir de las Canarias rumbo a la Cartagena de las indias. Sabía Daniel que el orden era casi la mitad de una victoria en la situación que fuera. Don Antonio y Elvira apretaron el paso.

- ¡Capitán!

- Buenos días tengan a bordo del Santa Rosa. ¿Tomando un poco el aire? Si gustan les acompañaré.

- Con gusto si no es molestia nos unimos a su compañía. Perdone mi ignorancia, navegamos hacia el sol y si no me equivoco nuestro destino nos daría rumbo sur.

- Buen observador. Simplemente estamos ganando mas millas mar adentro hasta buscar algo de viento que nos lleve hacia Cabo de Gata pues con este suave sur solo haríamos balances y cabeceos sin rentar tal malestar en millas ganadas. Vale mas mantener este rumbo a la espera de que Eolo tenga a bien rolar su caprichoso viento.

El caminar alcanzó el castillo de proa donde la conversación también rolaba hacia situaciones políticas que a Don Antonio le encantaba mantener como tema, pues sin decir nada le permitía sentirse importante. Daniel en cambio guardaba en lo posible argumentos sobre los que mandaban en el reino no fuera a encontrar puñal en su espalda por decir lo que pensaba. En esto alcanzó uno de los criados el lugar donde disfrutaban de aquellos momentos de calma.

- Mi señor, Doña Marie requiere de vuestra presencia en la cámara.

- Está bien Juan, vayamos a ver que se le ofrece a mi santa esposa. Discúlpeme Capitán, pero el mando en el barco de la vida  estoy seguro que vuestra merced bien sabe dónde y quién lo sostiene. Elvira, os dejo en buena compañía.

- No se preocupe Don Antonio. Permitidme aconsejar a vuestra esposa e hija que se mantengan fuera de la cámara el mayor tiempo posible para evitar mareos indeseables que sospecho por tal motivo os reclaman.

- Así se lo haré llegar.

Quedaron solos mientras el padre de Elvira tambaleante por el vaivén del navío se alejaba hacia popa. El viento mantenía constante su tozuda enfilación.

- Suena poético cuando decís que buscáis un mejor viento, como si buscarais otra vida u otra suerte. Decidme, ¿lo encontraréis?

- Quizá avanteando una docena de millas mas encontremos vientos favorables. Esta Señora es muy caprichosa y a veces buscas en su profundidad y solo encuentras silencios y soledad, otras en cambio sin desearlo su furia desata mortales castigos que pueden llegar a destruirte.

- ¿Insinuáis que las damas podemos ser de tal calidad? Os agradezco el cumplido por pareceros de tan inmenso poder, mas considero que nuestro sino no es mas que daros camino para vuestro propio destino si de océano y navío mantenéis la comparanza.

Un poco azorado por la respuesta se avino Daniel a considerar a Elvira en su mismo porte de navío vital, con lo que decidió hablar como de iguales sin más.

- Bueno, no quiero ofenderos a vos ni a vuestra condición femenina. Pero si que siento la compleja relación entre los tiempos naturales en la mar y los de la mujer en su fluir incógnito. A veces creo que nuestros exploradores, ganadores del inmenso imperio ultramarino tuvieron en su empeño mas éxito que nosotros como hombres en el descubrimiento de vuestro ser innato. Aunque si me dejáis…

- Os dejo, os dejo, continuad

- Que vale mas no saber donde esta lo que uno desea encontrar y dejarlo como en la misma mar al arbitrio de los vientos, que sean ellos los que decidan donde se ha de recalar…

- ¡¡¡Velas por estribor!!! ¡¡¡Humo y velas por estribor!!!

Quedó la conversación interrumpida con aquél incierto aviso desde la galleta de la mayor…

 

miércoles, 28 de julio de 2010

No habrá montaña mas alta...(74)



…Los tres días siguientes al incidente en la hacienda de los Mendoza transcurrieron en una calma que fue pasando de tensa a suave como ventolina sin empuje. El estadillo de la nave fue entregado como se pudo por parte del Segundo a su capitán que tras este encomendó a Segisfredo la realización de ejercicios sin tregua de guerra en todos los aspectos, tanto de simulación al cañón como el ejercicio de las tácticas de abordaje, mantenimiento y fabricación de frascas incendiarias y todo lo concerniente a los asuntos de guerra en la mar que pudieran tener cabida en el pequeño navío “Santa Rosa”. Quizá la fuerza del castigo permitió en realidad dar portazo a los pensamientos libres en Segisfredo y de tal guisa arrojar al vacio de la nada imaginaria el nombre de Mª Jesús de Mendoza y Dogherty, pero el coste de los esfuerzos en la dotación fueron para llegar a odiar a tal fémina en el caso de saber la razón de tanto azogue sobre cubierta.

Las fechas no detenían el paso y llegó el momento de la partida

- ¡Capitán, da su permiso!

- Adelante

Sin otro gesto que el saludo protocolario el emisario de Capitanía entregó a Daniel las órdenes lacradas mientras quedaba el primero esperando la contestación si hubiera menester recibirla y por ende, hacer su entrega al oficial correspondiente en el Arsenal. Tras abrir el sobre lacrado y proceder a su lectura, los gestos en el rostro de Daniel fueron elocuentes, pues mostraban contrariedad. Al final se dirigió al correo

- Leído y comprendido. Comunicad a su excelencia que quedamos a la espera de la llegada de lo estipulado en las órdenes para zarpar en cuanto la nave esté lista.

Los saludos de rigor fueron el sello y el correo partió hacia el arsenal sin más dilación. Mientras, Daniel comenzó a recorrer el corto espacio que permitía su cámara con la mirada perdida mientras pensaba deprisa, pues no contaba con tener que cumplir aquellas órdenes. Tenía que decírselo a su segundo y necesitaba tener la mente clara y el espíritu sereno, calculaba que en tres días más podrían hacerse a la mar, no quedaba tiempo. Pocos minutos después, decidido, salió de su pequeña cámara en busca de Segisfredo Cefontes para darle cuenta de las órdenes, de todas. No le costó mucho esfuerzo, pues estaba junto a los artilleros ajustando los cañones de 6 libras cercanos a la amura de estribor. La llegada de Daniel paralizó los encajes de las cureñas y su ajuste sobre las pequeñas portas.

- Segundo, acompáñeme al castillo de proa.

- ¡A la orden, mi capitán! ¡ustedes prosigan en las demás cureñas de la batería de estribor!

Con gesto de alivio por verse alejados del mando, contestaron vivamente deseosos de perder un poco de vista tanta presión y acoso sobre ellos. Mientras, en silencio los dos amigos y oficiales del “Santa Rosa” escalaron los tres peldaños que los ponían sobre el, en aquél momento, solitario castillo de proa.

- ¿Cómo van los trabajos, Segis? ¿Darán la talla en caso de combate?

- Ya lo dieron frente a la fragata britana frente a Gibraltar y estoy seguro que si no me comen antes, no habrá nave de porte parejo o incluso algo superior al nuestro que pueda doblegarnos. Con algún cañón mas de 12 libras daríamos mejor en combate, aunque la cota de nuestra competencia está en muy buen grado y lo compensaremos con sudor y empuje.

- Me alegro porque en dos o tres días zarparemos con destino a Cádiz.

- ¡Bien! ¡Nunca desee con tanto empeño salir de aquí! Necesito plantar millas con Cartagena cuanto antes.

Daniel, serio lo miró con gesto de comprensión y al mismo tiempo de resignación.

- ¡Qué pasa, Capitán! ¿No os alegra haceros a la mar?

- Segis, hay una parte de las órdenes que aún no te he comunicado. Parece que te has dado cuenta de tu comportamiento en la velada de los Mendoza y que esa relación no era buena para ti además de ser imposible. me duel decirte esto, pero en las órdenes se nos indica el embarque de la familia Mendoza y Dogherty con su equipaje y una parte de su servicio para su transporte a Cádiz desde donde ellos se trasladarán a Sevilla. Por mi parte cederé mi cámara a su familia y volveremos a dormir en sagrada compañía mi querido amigo. Al parecer no traerán mucho equipaje pues el grueso de este parte hacia Sevilla por tierra…

- Pero entonces… ¡Ella estará aquí, con nosotros, en menos de 100 pies de largo por 25 de ancho! ¡Malditos sean Poseidón y las Nereidas! Necesito alejarme de esa mujer o caeré como pánfilo sin siquiera presentar combate.

- No lo harás porque eres consciente de ello, deberás mantenerte en la parte opuesta del bergantín de donde ella se encuentre como poco, aunque eso suponga poco o nada. estoy seguro que su padre estará en las mismas y controlará a su hija si esta os ama como pareces creer tú. Será una prueba en la que te juegas tu futuro y tu prestigio, además del de todo el “Santa Rosa”. Confío en ti, Segis, y me tendrás a tu disposición para lo que quieras.

- Gracias, Capitán. Aunque creo que esto ha sido para mi peor que recibir una bala roja de 36 a lumbre de agua.

Como estaba previsto entre el tercer y el cuarto día tras aquella conversación se estibaron tanto las mercancías con destino al arsenal de Cádiz como el propio equipaje de los Mendoza y Dogherty. Al alba del quinto día la comitiva de los Mendoza arribaron al malecón donde aguardaba el “Santa Rosa” listo para zarpar.

Sobre cubierta esperaban Daniel y Segisfredo flanqueados por una pequeña guardia a modo de recibimiento. La cortesía de Don Antonio empezó y terminó en el capitán del “Santa Rosa”, manifestando una cortés frialdad sobre Segisfredo Cefontes, tan solo compensada de forma mínima por parte de Doña Maria Dogherty. Daniel junto con su segundo acompañaron Don Antonio a la antes cámara del comandante y ahora provisional alojamiento de los inesperados pasajeros. Era la mejor forma de evitar encuentro alguno en el mismo embarque de ambos, así, mientras unos acudían a la cámara, otras embarcaban tras el escudo de los tres criados que embarcaban como servicio de los Mendoza.

Maniobra en verdad inútil, pues giró su cabeza el segundo del Santa Rosa intuyendo su error pero sin tratar siquiera de evitar tal giro cruzando de forma directa su mirar con el de la menor de los Mendoza. Todo el blindaje se derritió, ya solo quedaba huir en tan pequeño espacio vital durante casi una interminable semana que de todo podría deparar…

lunes, 26 de julio de 2010

No habrá montaña mas alta...(73)



…Mientras Elvira quedaba en la parte serena del jardín observando el inesperado desorden, Daniel tan rápido como pudo se plantó a la vera de Segisfredo. La estampa era algo cómica si no fuera porque el brillo de los metales envainados amenazaba con demostrar tal reflejo sin vaina que lo impidiera. Antes de que Segisfredo lograse golpear el rostro algo acomodado de un teniente de fragata que parecía ser con quien estaba el litigio, Daniel detuvo el puño de su segundo justo al  inicio del disparo y lo logró retirar mientras trataba de ganar espacio entre ambos. Entre tanto, desde la otra parte, Don Antonio ayudado por dos de sus lacayos logró hacer lo mismo con precisión hasta calmar en lo posible los ánimos presentes.

- ¡Cálmense caballeros, por Dios! ¡No es este lugar ni es momento de refriegas propias de gentes de mala catadura!

Con la furia coloreando la frente de rojo sangre, Segisfredo se dejó llevar como navío tocado en aparejo al remolque de Daniel hacía el extremo del jardín, mientras Don Antonio hacía lo propio con el rival al que por su aspecto no debió ser muy dificultoso su remolque, pues era mas el plumaje vistoso lo que rezumaba indignación que verdaderas ganas de entablar combate alguno. Una vez controlado el entuerto aún sin conocer el motivo, Daniel acudió presto a presentar sus excusas a Don Antonio y despedirse cargadas sus alforjas de vergüenza por la actitud de su segundo.

- Don Antonio, le pido disculpas en mi nombre y en el de mi segundo oficial por lo ocurrido, desconozco las razones y le aseguro que tal afrenta a su generosidad será castigada una vez subamos a bordo de mi nave. Le ruego nos disculpe y permita abandonar la velada que de tan grosera forma hemos alterado. Presente mis respetos su señora y sus dos hijas.

- Está bien, no se azore por tal  desorden Capitán. Es mía la responsabilidad por confiar en una hija que creí ya adulta en esto de la sociedad y sus cortejos. Ahora dejemos que las aguas apacigüen y tengamos el fin de fiesta esperado. No habéis de abandonar la velada, mas si consideráis oportuno tal acción, no os lo reprocharé.

Con todo se despidieron caballerosamente, Segisfredo ya mas calmado tras el lance causado se dejó llevar con Daniel mientras ambos observaban a Mª Jesús que acompañada de madre y hermana entraba con las lágrimas en el rostro en el edificio principal.

Un silencio ensordecedor golpeaba las sienes de Segisfredo que poco a poco iba entrando en sus cauces.

- Te pido perdón, Daniel. No se como me podido poner de tal manera, ha sido…

- ¡Has sido un imbécil! ¡No se que mierda te pasó por esa cabeza poblada de pelo sin domesticar! ¡El gran conquistador que se pierde por una niña sin criar! ¡¿Acaso te olvidas quién eres y lo que representa tu uniforme?!

- No… no lo olvido, pero no se que me paso. Sus ojos que parecían escuchar y ese petimetre que entró a faltar…

- Ese petimetre, de seguro será algún consentido de la maldita corte que bien vivirá mientras tú estés comiendo olas por espuma y tensando aparejo sin escota. Solo somos oficiales de un bergantín y que mucho debemos por tal privilegio. Deja a esa mujer que embelese a quien pueda pagar el fielato debido a su padre, que así es la vida y así debemos acatar por nuestro propio oficio. ¡¿Está claro?!

- Meridianamente, capitán.

- Pues en cuanto nos plantemos a bordo, quiero tener antes del alba el estado del “Santa Rosa” de quilla a perilla. Aparejo, provisiones, dotación, armamento, averías y todo lo que tenga o haya tenido algún contacto con sal marina. ¿Estamos? Después decidiré cuál será la pena a cumplir como oficial de un navío de su Majestad.

Daniel, encendido cada vez mas se diço cuenta y con esfuerzo golpeó el timón de su ánimo para así recobrar paulatinamente la calma que ganaba terreno conforme el aparejo se distinguía en la penumbra del puerto. Deseaba pasar su brazo sobre el hombre de su amigo, pero contuvo tal impulso que la amistad debe saber cuando ser duro con quien la tienes por su propio bien. Segisfredo mientras tanto continuaba cabizbajo sabedor de su falta como oficial, pero sobre todo por saberse tocado y hundido de la forma mas agridulce que un espíritu libre puede llegar a sentir.

Entretanto tras el disgusto, la fiesta continuaba en la hacienda de Don Antonio, mientras Mª Jesús lloraba desconsolada en los brazos de su hermana Elvira.

- Elvira, no se que voy a hacer. Siento eso que he leído tantas veces entre los renglones de tus libros sobre los amores y las desgracias de quien se siente así sin saber lo que le deparará el tiempo más inmediato. Solo con verle y escucharle una vez ya lo sentí, fue como si una gran abertura como infernal sumidero se tragase mi corazón, no se que mas órganos le acompaña mi querida hermana, pero debieron irse todos con él quedando vacío el pecho ante su sola mirada.



Elvira tan sólo trataba de consolar a su hermana, reina perenne y central protagonista de mil historias de amor relatadas por ella, algo que en aquellos momentos le hacía sentir culpable por ser ella la que sin darse cuenta alimentó semejante fuego de la pasión que de latente como una verdadera explosión acababa de trasformase en ardiente…

sábado, 24 de julio de 2010

No habrá montaña mas alta... (72)


…El encuentro fue demoledor para un Segisfredo al que las armas habían inundado su pólvora, rendido antes del combate por el puro sentimiento que cuando abrasa quema como cascada de agua reparadora, no eran sus cuerdas vocales instrumento letal de cortejo como en tantas ocasiones vistas o relatadas podría refrendar su amigo Daniel. Maria Jesús a sus 17 años percibía su propio sentir en la mirada de Segisfredo mientras escuchaba como lejano vibrar la conversación cumplida de Daniel con su padre Don Antonio.

- Buen servicio es el que vuestras naves hacen a las comunicaciones en esta España de malos caminos y peores bandidos. Tras la maldita guerra todo quedó para ser reconstruido, las vías, muchas de ellas del propio imperio romano perdieron puentes y taludes que hacen imposible llevar y traer riquezas entre ciudades.

- Desconozco tal situación en el reino pues mas allá de Cádiz desconozco rutas y caminos. Tenía pocos años cuando atravesé el país desde la Asturias de mis padres hasta Sevilla y tan solo recuerdo la exasperante lentitud bajo el duro sol castellano; fuimos afortunados en semejante viaje pues sólo encontramos buenas gentes a lo largo de él. Mi respetado Sr. Mendoza, como bien dice es este un servicio al que me enorgullece pertenecer, y permítame decirle que a bordo del “Santa Rosa” siempre tendrá un lugar si tiene vuestra merced que trasladarse, o su familia, o cualquiera sea el motivo que sus menesteres demanden. Estoy seguro que en Capitanía nunca pondrían pero alguno a sus necesidades.

- Le agradezco a vos, Capitán Fueyo, su deferencia para conmigo. Aún no he confirmado nada pero he de retornar a Ferrol vía Sevilla por unos negocios que tengo a punto de cerrar con Don José Patiño, de seguro buen nombre para vos, capitán.

- Si, lo es. Es el hombre que ha dado el empuje que merece a nuestra Real Armada y espero que ahora como secretario de Hacienda de su Majestad no nos olvide, que mucho demandan nuestros barcos en hombres y material y mas naves desearían nuestros ojos contemplar sobre la mar.

- No dudéis ni un instante que tal hombre es a dia de hoy lo mejor que tenemos en las alturas del reino, no solo para vos, sino para quienes deseamos el bien y la riqueza del país que en justa proporción será también la nuestra propia. Pero no les molesto más que he de atender él resto de los invitados. Permítame dejarles en la buena compañía de mis hijas. Disfruten de la velada hasta el final que mar seguro les aguarda mas pronto que tarde.

Con un gesto amable y un giro fugaz Don Antonio se zambulló entre el pequeño maremágnum que había formado en su normalmente pacífico jardín. Daniel, sin la presencia del anfitrión al que corresponder creyó relajar su tensión hasta que una copa de vino blanco y una sonrisa dulce lo devolvió al mismo estado esta vez sin necesidad de galones que justificaran tal estado.

- ¿No le gusta el vino, capitán?

- … Pe… perdón por mi descortesía Doña Elvira. Le agradezco su atención. El calor parece que no amaina y…

- Me encanta ese palabrerío marinero que usan ustedes los marinos, hay veces que escuchando las conversaciones en otras fiestas o celebraciones con compañeros suyos creo estar con ciudadanos de otros reinos, de lugares muy lejanos al mío.

Daniel y sus zozobras ante una mirada limpia y directa del sexo opuesto habían entrado en crisis. Valían mil veces los cañones de la fragata dejada frente al Estrecho que los dos ojos claros apuntando como cañones de caza de fragata ligera. El vino entró como bálsamo puro de Fierabrás dando tiempo a pensar maniobras y posibles derroteros a enfilar con semejante reto  cortando su proa.

- Parecemos a veces lejanos, más solo es la mar que nos absorbe en su enorme sentido, divino y natural. Más no habéis de preocuparos, pues trataré de no emplear tal jerga ante vuestra merced o mejor, ante duda que atisbe por avante aquí me tendréis para disiparla.

Como mejor pudo fue saliendo airoso ante cada andanada de Elvira y poco a poco fue encontrándose mas sereno y seguro sobre sus aguas, algo que le permitió ver más allá de aquellos ojos que se mantenían como bien dije antes, tal que cañones a proa de fragata ligera. Elvira era la antítesis de su hermana Maria Jesús, algo mas alta que esta, casi alcanzaba la altura de Daniel con cinco pies y medio contra los 6 de nuestro protagonista. Tez clara como la de su madre, picoteada por pecas que dejaban verse en sus brazos y sus mejillas avivadas por el sol levantino a la que su piel jamás podría acostumbrase. Era ella mujer tranquila rayando ya los 20 años gustosa en el disfrute de la lectura y la literatura en nuestro idioma, tanto  como en el de nuestros enemigos que para eso su madre de origen irlandés así lo había dispuesto su enseñanza. Transmitía calma y quietud en su hablar, haciendo de su conversación un placer al trasmitir inquietudes y saber que en los tiempos que esta historia acontece no eran propios de dama de sociedad.

Quizá por ello Daniel se olvidó de Segisfredo y su estado frente a la hermana de Elvira. Nervioso éste por el sentimiento en pura ebullición que abrumaba su pecho sin poder entenderlo, entrando quizá en ceguera de comportamiento ante acompañantes que como petimetres rondaban a Mª Jesús con sus andares y ademanes de cortesano a la caza de partido. Daniel mientras, se perdía en sus mundos describiendo mares y sensaciones a una Elvira que no sólo asentía como dama educada para ello, sino que sin increpar insistía en sus dudas y objeciones a esto o aquello; situación que daba a Daniel la posibilidad de poder compartir sus secretos, no por deseo propio ocultos, sino por no encontrar con quien compartirlos. Así encontrábanse ambos al fresco de la noche ya presente que el capitán del Santa Rosa no se dio cuenta de la necesidad de ayuda por parte de su segundo y amigo hasta que el tumulto se plantó como gris nubarrón en medio del agasajo…

jueves, 22 de julio de 2010

No habrámontaña mas alta... (71)



… La tarde corrió como fragata furiosa corriendo la mar a un largo con todo el trapo largado al completo, tensas sus escotas al viento propio de las ganas de vivir que la empuja desde la aleta. Ejercicios y pruebas de artillería con andanadas ficticias fue la actividad encomendada a la tripulación siempre bajo las órdenes del segundo y contemplada por entero por su comandante; era un verdadero objetivo el reducir el tiempo entre cada disparo, algo que bien sabían los britanos hacer y que por desgracia siempre llevaríamos la lengua fuera en tal asunto durante la centuria. Como digo fue una tarde corta por la intensa actividad fortalecida por la ilusión de un evento lúdico de semejante magnitud para ambos, aunque esto llevara a su dotación a recordar los santos y las madres de ambos oficiales por el apretón entre carreras y disparos de pega bajo el cartagenero sol de febrero.

Por fin la hora llegó; acicalados y bien bruñidos como sus propios sables, con los uniformes más vistosos que guardaban para las grandes ocasiones tanto de combate como de galanteo, encaminaron sus pasos al nacimiento del malecón donde los esperaba una calesa que los llevaría a las cercanías de una pedanía llamada Pozo Dulce a legua y media del puerto. La hacienda de Don Antonio de Mendoza era un enorme conjunto compuesto de tres edificios que pretendían conformar un gran palacete, aunque se podrían adivinar por cualquiera que eran tres antiguas edificaciones arregladas por quien obtuvo dineros rápidos y quizá por ello suponemos de alguna manera ilícitos moralmente, pues escarbando en su origen podíase uno encontrar con la sangre de sus propios compatriotas en plena guerra de sucesión. Apostó este hombre por la opción del Borbón contra el pretendiente austriaco y ganó el cielo de las prebendas reales con la proclamación de nuestro monarca Don Felipe al fin.

De tal guisa y con tal ventaja sobre sus competidores, hay que reconocer también que por su amplitud de miras, Don Antonio supo estar a la altura dando siempre un poco más de lo que en cada momento escaseaba, pues sabía que los réditos serían ingentes en un reino donde la miseria flotante escondía bajo sus aguas una inmensa riqueza por la que resistir para hacerse con ella.

Así nos encontramos el 5 de febrero de 1730 con un hombre ya rayando los 65 años al que tan sólo le preocupaban dos cosas, acumular más riquezas y los destinos felices de sus dos hijas ya con los 20 años en ciernes y sin un buen partido con el que engastar su apellido y ralea. Pero alcancemos a nuestros dos ilusionados marinos que acababan de salir de Cartagena y alcanzaban la pedanía de Pozo Dulce donde en su pequeña extensión como villorrio se podía percibir que su actividad en esos instantes superaba al puro tedio rutinario de cada jornada. Las verjas que cercaban los dominios de Don Antonio estaban engalanadas con faroles y cordeles de tela vistosos que abrieron los ojos de la expectación de ambos imberbes en el trajín habitual de la vida cortesana. Desde la puerta un lacayo a pie acompañó a la calesa hasta el lugar donde les esperaban dos mujeres, la una era una mujer ya madura en su edad que de seguro sería la anfitriona, mientras que la joven que la acompañaba a todas luces debía ser una criada del servicio, y digo esto por las extremas diferencias entre ambas en su aspecto. La señora, de tez blanca como las nieves que no encontraban sitio en aquellos lares, de alta estatura y pelo claro, mientras a su vera la joven de un moreno racial, propio del sol y las latitudes, delgadas ambas y de buen talle con la propia belleza que da la juventud en la segunda. La sorpresa vendría mas tarde con algo tan sencillo y simple como ver cumplida la frase tantas veces escuchada de “las apariencias engañan”. Segisfredo entretanto no pudo aguantarse a la vista de las que creían señora y criada

- Mi querido y respetado capitán, ¿no será tal recepción una base de espías britanos? Que tal fémina parece mismamente prima del mismo Jorge I.

- Déjate de bromas y muéstrate con el respeto propio de los que portamos este uniforme.

Daniel se sentía nervioso pues para él era algo más, era el comandante de un pequeño navío, correo de la real Armada, pero al fin y al cabo era un comandante y no estaba muy ducho en la forma de representar tal papel con soltura fuera de la vida castrense. Al fin llegaron y al bajar, las risas y bromas anteriores de Segisfredo Cefontes, se tornaron en leves temblores con la incapacidad a articular palabra ni cerrar su boca tras la recepción.

- ¡Don Daniel Fueyo y Liébana y Don Segisfredo Cefontes y Toribios, Comandante y segundo del Correo “Santa Rosa”!

El lacayo los presentó como si entrasen en la cámara real. Tras este rimbombante acto una voz en un español extraño con acento inglés les respondió

- Sean bienvenidos a esta humilde morada de mi esposo Don Antonio de Mendoza, desde este momento me tiene a su disposición como su anfitriona, mi nombre es Doña Marie Dogherty, esta es mi hija Maria Jesús de Mendoza. Será ella la que les acompañe hasta el jardín donde se encontrarán con el resto de invitados a nuestra fiesta de despedida. Sean bienvenidos de nuevo y consideren esta humilde hacienda como suya durante la celebración.

Con un gesto Daniel y Segisfredo recogieron el discurso de bienvenida y se dejaron acompañar por Maria Jesús. Segisfredo había mudado el gesto, sus pálpitos, caprichosos en su ritmo  se quedaron, pasando del intenso al calmo como la propia mar se comporta sin explicación ni excusa ante dioses y humanos. Con una maniobra podríamos decir que de perfecta ejecución marinera ganó el barlovento sobre la joven dejando sotaventeado y algo aturdido a su comandante y amigo, que se percató de la situación.

- Es un honor para nosotros que los marinos de su majestad acudan a nuestra fiesta de despedida. Perdonen mi desconocimiento pero si no entiendo mal vuestras mercedes no son de la base naval.

- Tenéis razón…

- ¡Así es, pertenecemos al departamento naval de Cádiz y hacemos las rutas de comunicación entre los tres departamentos y las Canarias como correo de la Real Armada…!

- Segundo, haga el favor de calmarse que nuestra anfitriona no le va a entender de lo rápido que larga palabras sobre espacios.

Una risa casi imperceptible brotó de su fina boca que remataba la piel morena de un brillo diamantino que hasta entonces había Segisfredo nunca encontrado en su alocado devenir, o quizá si, mas la herida que en pocos segundos parecía haberse desgarrado en su corazón le hacía sentir tal cosa. Sus ojos de un verde que parecían simas profundas y brillantes por un sol que se zambullía hasta alcanzar el fondo interminable de aquella mirada se habían clavado en la del segundo del Santa Rosa sin lugar a posible zafa. Su andar suave sobre unos imaginados zapatos de tacón bajo completaban el levitar en la mirada de Segisfredo, mientras el corsé tirante como escota sobre aparejo en pleno temporal resaltaban el busto y marcaban un talle que pretendía la moda en uso minúsculo sin conseguirlo del todo. El color ligeramente pardo del vestido con estampados en claros colores daba con el contraste de su piel y resaltaban sus dos linternas averdosadas clavadas de forma intermitente pero intensa en los de Segisfredo.



Al final llegaron al jardín donde se celebraba la fiesta, la noche aún no anunciaba su llegada pero se sabía de su puntualidad, por lo que una infinidad de hachas crepitando poblaban el césped como un pequeño bosque de titilantes estrellas aún sin ganar su partida, pues era el Sol quien todavía comandaba el evento. Un escenario remataba las múltiples mesas con viandas y bebidas al instante repuestas por un ingente personal de servicio, que era allí donde se mostraba y demostraba el poderío entre los cortesanos ávidos de apariencia.

Con sendas copas de buen vino quedaron ambos observando el ambiente, buscando Daniel al comandante de la plaza naval a quien debía el saludo. Mientras Segisfredo se mantenía mudo y sin otra razón en esos momentos que seguir con la mirada los derroteros de aquella nave que parecía ser la de su propia vida. Maria Jesús de Mendoza los dejó ante algunos compañeros de la base naval mientras acudía presta a sus quehaceres de anfitriona con su madre en la recepción de los invitados.

- Segis, estas mas blanco que la anfitriona. No te veo con alas ni arrancada para mostrarme tus artes en el dulce océano de la galantería. ¿Estás bien?

No sentía su amigo deseos de contestar, solo de sacudir sus pensamientos la imagen de aquella joven, de sus ojos clavados en él sin poder hacerlo ni siquiera un segundo. Sentía algo que no podía explicar y no se atrevía a imaginar hacerlo siquiera a su amigo, pero Daniel Fueyo en su escasa vida en el sentir y amar tenía algo que su mejor amigo no, la capacidad de percibir el amor sin necesidad de encontrar razón para ello, puro secreto inconfesable que ligado a la intuición le permitía ver, padecer y disfrutar tal sentimiento en él mismo y en sus cercanos.

- …Nada, nada. No se Daniel, no sé qué me pasa, debe de ser este sol cartagenero que me está derritiendo los sesos. Bebamos de los caldos que tiene a bien el anfitrión poder a disposición a ver si así entra este segundo vuestro en acción.

- Segis, que no me la da vuestra merced. Creo que tanto burlador, tanto príncipe del galanteo ha quedado en varada. Creo que la caza ha sido mas corta de lo que soñarais vos jamás. ¡ja, ja, ja!

- ¡No digas sandeces! ¡ Van los escudos de esta jornada hasta Cádiz que algún día tenga cobrados a que tras remojar nuestros gaznates disfrutamos de compañía femenina como mandan las ordenanzas!

En eso estaban, apuestas y bravuconadas cuando la herida se abrió aún más

- Perdonadme de nuevo. Caballeros me gustaría presentar a vuestras mercedes a mi padre, Don Antonio de Mendoza y a mi hermana Elvira…

martes, 20 de julio de 2010

No habrá montaña más alta... (70)



“…Con esto, poco a poco llegué al puerto,

al que los de Cartago dieron nombre,

cerrado a todos vientos y encubierto,

a cuyo claro y singular renombre

se postran cuantos puertos el mar baña

descubre el sol y ha navegado el hombre…”




Con tales letras del insigne Don Miguel de Cervantes escritas sobre la vista que el puerto cerrado e invicto irradiaba, arribaron bergantín y dotación a la Capital del Departamento sin novedad y con algunos kilos de hierro y pólvora menos en la santabárbara. Nada supieron de la fragata britana de la que esperaran que la vista de su popa y pabellón le diera para recordar siempre el nombre y el origen de quien le ajustó las cuentas sin lugar a respuesta. La travesía fue cómoda tras la corta refriega, buenos vientos y mejores soles fueron poco a poco dando con el bergantín en la Cartagena de Levante, hermana de la ciudad del mismo nombre varios miles de millas a poniente, donde ambos amigos no imaginaban el broche con el que glosarían su desconocido devenir, remate que mostraría descubierto al fin el brillo del triunfo o el gris mate fruto del fracaso; disyuntiva que solo con su decisión, arrojo y buen hacer lograrían llegar a definir.

Tras el preceptivo fondeo frente a la ciudad obtuvieron el permiso pronto de atracar el Santa Rosa con su costado de estribor sobre el malecón de madera que en futura muralla pétrea el hijo de Don Felipe el V mandaría erigir dando la forma de verdadero bastión naval a finales de la centuria que nos envuelve. El desembarco y las despedidas fueron los del rigor, pues la burocracia, verdadero imperio allá cualquier sea del reino de que hablemos mandaba como tal. Documentos, inspecciones y demás papeleos como tortura de galeote fueron ejecutados con la misma premura y el idéntico pausado ritmo que miles de años atrás Roma deliberaba sobre Sagunto mientras era asaltada, y es que las prisas nunca fueron la espuela que azuzara funcionario, político o gobierno allá donde hubiera tal.

Tan solo la despedida de Don Roberto, el comandante de los infantes que debían unirse a las fuerzas ya surtas en la base naval, tuvo a bien dedicarle unas palabras a Daniel como representante de la tripulación de mar y guerra que los llevó a buen término desde Cádiz.

- Mi buen comandante Don Daniel Fueyo, os despido con el respeto y la admiración de quien teme a la mar como verdadero enemigo invencible del que solo queda sobrevivir ante su furia cuando esta se desata. Pero mas es mi respeto hacia vos y vuestros hombres si es posible, pues habéis demostrado que nuestra Real Armada está por su empuje y actitud en condiciones de presentar batalla a quien por su proa se plante sin más que el temor a nuestro Señor en su divina providencia. Que los vientos os den la fuerza y nuestro Rey la pólvora que derrote al inglés allá donde bendita se presente la ocasión.

Tras aquel discurso a modo de oración un abrazo terminó por sellar la despedida entre los dos hombres, hombres y escena que representaban el ocaso de una época de dramáticas situaciones en las que pudo el reino haber sucumbido entre los propios hijos de éste y el orto de nuestro comandante del Santa Rosa que apuntaba las maneras del mismo gobierno hispano con la decidida intención de recuperar el espacio perdido en los primeros años del siglo.

Desde el 5 de febrero se mantuvo el “Santa Rosa” amarrado al malecón, sufriendo como digo los lamentos de contadores, inspectores y demás ralea que siendo pertinaz su observancia de la norma y reglamento no ayudaba en nada a incrementar los pañoles medio vacíos de provisión y balerío. La partida parecía saberse por la costumbre cercana al mes de la estancia. Se estaba a la espera de algún pertrecho y documentos de la capitanía que estaban por redactar, fue tal situación contemplada la que dieron a Daniel y su amigo y segundo, Segisfredo Cefontes, el tiempo suficiente para acudir a fiestas y saraos que la pequeña población generaba básicamente entre la oficialidad y sus familias; era aquella la manera de aprovechar cualquier excusa para dar salida al tedio imperante en la pequeña ciudad aún por crecer pocos años más adelante.

- ¡Segundo! ¡¿Cómo tenemos la nave!?

- Lista para hacerse a la mar a órdenes de vuestra excelencia, mi capitán. Todos los hombres a bordo sin mas salidas que las de los oficios en domingo y vigilados sobre los posibles desertores. Pólvora al completo, balerío por encima de los tres cuartos en su capacidad y si en algo estamos cortos es en provisiones que no cumplimos con el reglamento. No tenemos más que para 90 días.

- Muy bien, en tal caso mantenga a los hombres ocupados, he solicitado permiso para salir de la rada y hacer ejercicios de mar. En caso afirmativo por parte de Capitanía mañana zarparemos sin demora.

Mientras así hablaban a golpe de silbo del nostromo la marinería cercana a ellos dejaba el bergantín como “la patena tras el paternóster”. No había pulgada cuadrada que no se estuviera pintando si falta le hiciera, ni cabo revisado hasta su alma, ni suelo que no fuera pulido hasta que las máculas de sangre, pólvora y arena de viejos combates no se vieran trascendidas a lugares más lejanos de la vista real. Mientras tanto un hombre al trote se aproximaba al malecón.

- Capitán, se acerca emisario con nuevas.

- Si, lo veo, sargento. Solo espero que nos den licencia para salir.

Mascullaba para él mientras el resto de la tripulación fuera de servicio seguía con la mirada el trote cansino del aparente emisario de capitanía.

En efecto, ya mas cercano al malecón se pudo distinguir al jinete con el uniforme de alférez de fragata que ya se acercaba ágil sobre el malecón, mientras su cabalgadura olvidando a su orgulloso amo trataba de arrancar algunas hierbas que afloraban debajo de las tablas del muelle. Daniel y Segisfredo acudieron a la plancha de embarque a recibir a su correo.

- ¿Da su permiso para subir a bordo?

- Permiso concedido.

- Se presenta el alférez de fragata Ricardo Molleda. Traigo dos mensajes de Capitanía para el comandante del Santa Rosa

- Aquí me tenéis. Teniente de Navío Daniel Fueyo.

Con solemnidad mas propia de palacio que de bergantín amarrado en el malecón le hizo entrega el alférez al comandante de las dos misivas. La primera era la mala, pues denegaba la salida a la rada exterior para ejercitar a sus hombres, la segunda parecía en verdad la buena por el gesto de Daniel mientras la leía dando ligeros pasos sobre la pulida cubierta del “Santa Rosa”.

- Alférez, podéis regresar a Capitanía, decid al Comandante que aceptamos gustosos la invitación y que prestos allí acudiremos esta noche.

Mientras el alférez partía raudo hacía su siguiente destino, Segisfredo con los ojos y el ansia parejos en tensa emoción se abalanzó sobre su capitán mudado ahora en amigo

- ¡Qué es eso de que acudiremos! ¡¿Adonde si puede este sufrido monje de mar saberlo?!

- Tranquilizaos mi querido y sufrido cartujo amarinado. Acicalaos vuestros rizos y desempolvad los galones, pues tenemos fiesta en la finca de Don Antonio de Mendoza y Montengón, a la sazón conde de Algezares que organiza una fiesta de despedida por su marcha al Ferrol en pocas semanas.

- ¡Al fin un fiesta en condiciones! Buen vino, viandas en regalías y sobre todo damas a las que agasajar con ese arte que aún no has descubierto de tu segundo.

- Bien me parece vuestra alegría, mas ahora mantenga atenta la dotación y no pierda de vista la nave.

- ¡A sus órdenes mi capitán!...

domingo, 18 de julio de 2010

Recalada


Arribada, fondo ferro sobre la rada que me despidió hace ya varias singladuras. El sol aturdido por verse sorprendido comienza a calentar tras quince días oculto entre nubes de diversos espesores por los que en algún momento algo vergonzoso se atrevió a sonreír. Castillos de ensueño que el propio gris del cielo mezclado de verdes empapados daban semejante aparejo de fantasía.


Caminos repletos de calma por los que tensar la cadena vital que vuelva a dar giro a ruedas empantanadas en el barro de la resignación. No fue posible divisar el falso dragón mientras las lluvias arreciaban sobre el lago repleto de agua sin mas, pero si logré divisar el chapuzón de incontables monstruos imaginarios vomitados sin esfuerzo desde la propia mente para verlos despedazarse sobre la rocosa superficie del agua, donde mil ojos trataban de descubrir el invento mas rentable de aquella comarca desde los años 30 del pasado siglo.

Buenos vientos llevaron al navío desde Santander hacia los nortes fríos, pocas nubes nos dieron la oportunidad de cazar el viejo rayo verde antes de que el manto nos tragase en su tapiz negro algo roto, dejando traspasar miles de pequeños puntos de luz que demostraban la existencia de luz tras la oscuridad. Traté de atravesar con mis humildes ojos algunos de aquellos agujeros en el negro manto pero no me fue posible descubrir el otro lado, asi que disfruté del entramado  de sus infinitos puntos luminosos entre la negrura eterna. 


Mientras, de vez en cuando la blanca y metálica proa del “Cap Finisterre” hendía el redondeado filo de su proa en las frías aguas del golfo de Vizcaya a la espera de doblar el maltratado faro de la Isla de Quessant. Su golpe sobre la estructura acababa por morir en medio de mis cuadernas como costillas protectoras de un corazón que deseaba volar entre  sus faros rodeados de mar, para dejarse llevar por las corrientes que a mas de algún navío dio con su quilla entre rocas que, por presentes y conocidas, no dejarían nunca de ser traidoras.

Viejo castillo, portal de la entrada a la Isla de Skye. Por muchos conocido como la morada de Connor Mac Leod en la película de Los Inmortales. Unos minutos donde pensar cómo hace trescientos años, 300 compatriotas resistían  a la espera de una flota  con apoyos que desde España darían la partida por abierta frente a nuestros inmemoriales adversarios britanos. Como siempre había una excusa, esta vez eran los jacobitas y sus aspiraciones al trono inglés, pero eso daba igual el caso era hacer daño al enemigo como ellos hicieron en nuestra casa con mayor éxito entre Borbones y Austrias. Fotos de las ruinas del castillo reconstruido hace no más de 100 años me mostraron que debió ser una lucha entre quienes se veían fuertes con sus tres fragatas al cañón y los nuestros que resistían en el castillo a la espera de una ayuda, que la caprichosa mar al sur de Stornoway tuvo a bien dar la victoria a los britanos obligando a los nuestros a volver por ser imposible superar a quien si así lo desea es del todo inalcanzable. Honra a los 43 que sobrevivieron  junto a los 257 que perecieron tan lejanos a su tierra por los deseos de reyes y magnos poderes que poco tenían en su haber y tanto en su debe para con sus ciudadanos.

La lluvia continuaba con su efecto purificador, sus gotas de calma sobre una tierra hermana de lagos y riachuelos inesperados bajo la misma hierba como vestido de esta hacían de cada día una experiencia diferente de lo que unas vacaciones pueden ser, cuando es a Helio- al que se busca para calentar pieles y sentidos.

Hecha ya la travesía, navegado lo deseado aunque por poco espacio sentido, pero al fin navegado, he aquí mi nave de nuevo con su ferro en la rada de esta ciudad desde la que volver a zarpar en cuanto sean las bodegas repletas de ánimo y rebosante el tanque del tiempo como combustible infinito.



Mareas arrastrando viejos troncos

con sus pieles limpias por la mar

de cortezas que ni el eterno fuego podría quemar

abandonadas como razones que olvidar.

Tifón llamando a embarcar

sobre caminos perdidos

en lugares imposibles de encontrar

sin rendirse a la eterna batalla por olvidar.

Corazones que pudren por recordar

cuando es la mar lo que espera por surcar

como vida libre de estorbo, nueva por recorrer

sin otras señas que tu mano, el timón

y la fuerza del deseo por cumplir.

 
 
 
Nuestro corcel  listo para partir

viernes, 2 de julio de 2010

Partida


Hoy es un día especial pues comienzan mis vacaciones. Han sido estos seis meses muy duros en lo personal y en lo profesional, mas en lo primero pero también en lo segundo. No he escrito todo lo que me empujaba desde el interior, pues muchas válvulas internas se cerraron en momentos en los que sólo quedaba aferrase al tablero flotante de la soledad compartida real, en la que gracias a grandes amigos y mejores personas uno ha ido dándose cuenta que la verdad está dentro de uno, en lo que siente ante lo que va a hacer en cada momento. Que la intuición sobre el viento en plena navegación es la verdadera salvación de una nave, pues no hay fórmulas, ni siquiera argumentos lógicos que permitan dar avante una vida cuando navega esta en contra del viento humano que es el puro sentimiento.


Muchas veces calculamos y valoramos los porqués de cada situación, relación, de cada actuación y justificamos los miedos, las respuestas, los mil y un actos con la pasividad que te permite la ciencia. Se equivocarán en un porcentaje mayor quien sólo pretenda hacer las cosas por la ley de la ciencia social, de la física, de la matemática. Quien ante un inminente desastre analice ya el desastre y su porqué sin lanzarse a detenerlo, sin achicar el agua de la desesperación que acabará realmente por hundir tu nave sin pararse a ver tu pensamiento entretenido en el análisis del desastre.

Han sido seis meses duros en los que la ciencia no logró vencer al corazón en todas sus facetas, en las que los pasos dados y además reaprendidos me han demostrado que se ha de hacer lo que en verdad se siente, sea esto lo que sea y si el viento en ese momento es duro, será más tarde y quizá con un rumbo inesperado con el que tomar de nuevo cuando sea posible las ilusiones y los sueños arrumbados en el pañol más importante que está en el doble fondo de tu corazón.

Mañana zarpamos desde Santander con rumbo a Escocia, el coche, cargado de bicicletas a su popa dormirá en la bodega mientras, después de 15 años de cortas travesías, podré observar las estrellas, las luces rojas o verdes de los mercantes que durante la noche hagan su vida de mar, muchas veces añorada por sentirla este que esto escribe más pura en su terrible soledad. Merak, Dubhé, Septentrión, Andrómeda y mil más que habrá que intentar robar a las nubes por la noche para redescubrirlas, pues ellas siempre estuvieron allí, fui yo el que las olvidé. Sentir de nuevo el zumbido continuo de las máquinas desde el camastro donde la mar tendrá a bien acunar o golpear, que casi lo segundo desearía este mortal para devolver esa sensación que por mucho tiempo  alejada no se olvida ya hasta el final.



Castillos entre lagos y falsos dragones que trataremos de cazar sobre bicicletas de metal, lluvia en pleno julio, silencios entre montañas. Serán las primeras vacaciones libres en el fondo de este corazón que muchas veces siento gastado, pero nunca lo sentí tan libre como ahora, por la simple razón de saber que se debe hacer caso a lo que en verdad se siente sin mas cortapisas.



Un abrazo verdadero a todos los que me leéis, prometo que escribiré más, sacaré el tiempo de cada minuto despistado que los pensamientos me robaron. Volveré a bordo del mismo barco a Santander el próximo 17 y espero estar aquí antes de que el domingo raye en el lunes odiado tras unas buenas vacaciones.



Gracias por leerme, es el verdadero premio que este viejo guererro busca de vuestras mercedes. Algo cojo, algo manco, con la visión tantas veces perdida pero de puro corazón.



Vuestro, Blas, el de Lezo