jueves, 27 de noviembre de 2008

Tu, mi viento




Eolo en ese caprichoso e inexplicable soplar, tan propio de dios que sabe tal, hace que te muevas siempre bajo el cetros de sus cuatro reyes que sustentan la rosa tantas veces mirada con ansia en medio de mares repletos de cresta de espumosas interrogaciones. Llegas desde tierras y mares lejanos cargado de las dádivas que suave, invisible y de forma inevitable recoges en tales viajes.



Si llegas desde el sur, tu peso ligero por la humedad perdida entre amarillos trigales castellanos hace que el calor nos sobre entre las ropas que no sabemos quitar del tacto de nuestra piel acostumbrados a que un brusco viraje traigan el frío que siempre se agazapa tras cualquier loma que surja.



Si, en cambio, nos apareces desde el ignoto oeste, desde lugares donde reinan las borrascas y los valles de agua, tus espaldas imaginarias acuden cargadas del líquido elixir de la vida, sin la sal que allí, con esa clase de quién se hizo a si mismo, sabes abandonar volcándolo sobre nuestros hombros sin remisión, paraguas, boinas, tejadillos, todo con tal de esperar a que escampe cuando tenga a bien su majestad ventosa.


A veces, por extrañas conjunciones de un retorcido Eolo que de tal guisa se alumbró ese día, se hacen aliados temporales su dos reyezuelos menores del norte y sur y una bocanada de puro norte invernal sacude nuestros pómulos, haciéndolos temblar como infantes al que una mala digestión convirtió un cuento en terrible pesadilla nocturna. Nos queda el barómetro y un paseo sobre el rompeolas para sentir lo vivido hace ya mas de diez años en medio de mares impíos.


Pero el momento estelar del día, ese en el que las promesas acaban cumpliéndose siempre por la luz que genera su fuerza, es cuando vienes vestido de viento seco como el del sur, con el frescor que quisiera tener el que del norte viene si pudiera, lanzándote desde la tierra de los viejos francos y, como esa piedra de caras planas y extrema delgadez con la que uno jugaba de pequeño a la rana sobre el lecho de aquél río, de un salto sobre este golfo de Vizcaya te plantas sobre mi acantilado, sobre mi piel anunciando sol, risas e intemporales carreras frentes a olas que suaves se rinden a nuestros pies, mezcla de piel y arena.


Todos, cada uno en su tiempo divino convergen sobre mi como los hierros de aquel navío perdido cercano al polo sur, que directos se abaten sobre la serena y terrible esfinge de los hielos, impasible y paciente, cargada de tantas partes de naves que rompieron vida y se quedaron para siempre allí. Tu, mi viento en mil formas que son mil vidas, converges ocupando un lugar cercano, creando la huella propia de todas esas vidas invisibles sobre mi piel que simula ser esa esfinge. Tu, mi viento te pegas a la memoria de mi piel como lo hacía el oxidado metal a la singular esfinge helada que con tanto detalle me relató Verne.

Vientos que traen historias, vientos que golpean, sonríen, destruyen, secan, riegan, impulsan, hielan, alientan…









Vientos, invisibles como almas.
No los veo pero los siento.




Se que existen,




y es mi alma la que transita en ellos.

martes, 25 de noviembre de 2008

Carta desde Damasco

Salimos de este Damasco casi califal mi anfitrión y yo. Realmente ya salimos hace días de esa maravillosa ciudad, pero se me hace difícil separarme de tantas maravillas y aún hoy siento que estoy saliendo de allí sin desearlo. Tiro nos está esperando, los francos con las cruces en forma de espadas se mantienen expectantes y ansiosos por ser capaces de mantener la ciudad a salvo hasta la llegada de refuerzos. Quizá esperan que su futura sangre vertida permita que no se vierta la que temblorosa baña las almas en Al Kasidiya.


Los francos esperan mientras funden la mirada en la raya que se pierde al oeste de semejante mar, cuna de tantas civilizaciones, rogando que su pequeña sociedad violenta y cruel no desaparezca como amenaza el victorioso ejército entre el que me encuentro. Una vela, una silueta de mísero tamaño que anuncie la llegada de ayuda desde los reinos de donde quizá no debieran haber salido nunca. Gentes que se arrogaron el ser portadores de la verdadera fe, algo que desde que llevo esta misión a cuestas a lo largo de tantas generaciones tengo claro y es que la fe y la verdad nunca podrán ir juntas; lástima que sólo soy yo el que lo tiene claro.



Mientras tanto en este inmenso ejército, el sultán, embebido en su misma verdadera fe, solo que de otro credo cabalga decidido hacia Tiro.


Como digo, me mantengo en esta corte, como antes lo hice en otras cortes, o sociedades, no se confunda quien esto lee, que no soy espía de esos que sirven a múltiples amos, ni nada que tal cosa pudiera parecer. Hace días que vivo sin queja en este cuerpo que me ha tocado de anfitrión; me presento, soy un enviado del eterno pensamiento humano que busca la forma de localizar ese resquicio por donde pueda colar algo de humanidad, entre tantos ídolos por los que se rigen a base de fe desde que comenzó a funcionar la mente en el hombre.


Desde donde provienen mis impulsos y mis acciones no hay dioses ni seres invisibles superiores, tan sólo pensamientos propios de los mismos humanos que al entrelazarse generan destellos de luz, queson los que me mantienen sobre este anfitrión, sin saber cuál será el siguiente, ni en qué año de no sé qué señor seguiré a la búsqueda de tal resquicio.


En todas las ocasiones en que traté de comprender y encontrar la fisura, solo hallé la fiereza ciega de quien se niega a saber la verdad. Casi logro la fisura cuando reposaba en el cuerpo de uno de los alumnos del gran Sócrates, pero el veneno de humanas manos fulminó aquel inicio en los destellos del puro pensamiento. Pasado el fracaso, pasados los oráculos de Delfos de turno, caí en el cuerpo de un mercacder judío que me demostró que si a la ceguera le unimos la sumisión y derrota, entonces es la ira que brota sobre cualquier inocente, como le ocurrió con alguien que estos hombres llaman Isa y que pagó esa frustración del mercader y tantos como él.


Pasé mis peores momentos en Nicea, pues estuve presente en una de las mayores componendas de la humanidad, con aquellos informes directos al pensamiento debería haber desanimado por completo a este, pero este conjunto de destellos brillantes aún cree que puede encontrarse la solución. Insistieron y caí en medio del desierto arábigo, en el maloliente cuerpo de un pastor que me permitió descubrir a un hombre cercano que acababa de encontrar otra revelación. De pastor, mi anfitrión paso a ser soldado, que ciego de fe me dejó en un lugar llamado Kairouan, él, que nunca se hubiera atrevido a cruzar las tierras mas allá de los oasis conocidos.


Ahora, cuando esto relato me encuentro en un momento realmente de excitación en este pueblo tan acostumbrado al fratricidio, la reconquista de Alkasidiya. El argumento es el de echar a los de una religión para recuperar la santa, si, santa ciudad para los fieles al verdadero dios.



Como comprenderán, intento todos los días dar parte a mis jefes que parecen perdidos en sus baños de brillos y explosiones de color con cada cambio de impresiones entre sí. Quizá el tiempo, la educación y el progreso con la debida paciencia acabará por dar esa pequeña victoria en forma de rendija de razón ante la fe, para años mas tarde o siglos después dejar esta llamada virtud por algunos para mantener la esperanzas de que les toque la lotería.



Mañana asaltaremos Tiro por la mayor gloria de Ala y ellos la defenderán por la mayor gloria de la Cruz. ¿será por eso, o eso será lo que crean los que hayan vendido allí su vida sin posible devolución? ¿Qué pensará el califa en Bagdag y el Papa en Roma?




Daría algo por librarme de tal combate y sus horrores para mayor gloria de las respectivas fes. Intentare solicitar cambio de destino a mis jefes, esto de las guerras no me van…

sábado, 22 de noviembre de 2008

Viejo y Gastado Mercante

Hay veces que la luz no permite ver, no deja que los deseos se muestren reales al mirar. Una luz que da un aspecto a cada color distinto en función de la longitud de su onda. No acabas de mostrar el color de la visión propia, porque no existe color estable sino luz y es en ésta donde se encuentran todos ellos.


Como un viejo mercante la roda de mi metálico cuerpo, herrumbrosa y gastada paciente se clava sobre olas siempre nuevas, aunque siempre parecidas y nunca iguales; olas que te transmiten sus propias vibraciones por todo este oxidado esqueleto. El corazón mientras, paciente y sacrificado continúa haciendo girar la empecinada hélice sumergida en esta vida inmensa y desconocida como la propia mar.






A veces, sus giros, por más que se integran entre la inmensa mar trepanándola sin descanso, sin embargo resbalan sobre ella sin dar impulso al cuerpo de metal atacado por la corrosión en que uno se siente. Son estas olas, machaconas, impenitentes las que tratan de que navegues ciando. Decides parar tu corazón, detener el giro de la hélice, sabes que te sobra combustible y dispones de provisiones suficientes vestidas de amor, amistad y de empuje a quién al lado de ti se encuentra. Pero no puedes parar, no debes detener el andar de tu máquina y el giro de tu hélice, son ambas unidas lo que mantienen al barco de tu vida en marcha, gobernado y dando pecho y proa a tu valor.
No hay ola que se plegue ante la propia arrancada de un navío por viejo y gastado que alguna vez se sienta y vea. Cansado unas veces de arrastrar pegados a su casco pequeños moluscos que malviven de tanta herrumbre, desmoralizado otras por la ceguera propia y de la mar que de continuo golpea con cada ola.

Observo la carta desde el puente de gobierno, ojos y oídos de la singladura, en ella se puede observar en carboncillo del lápiz usado la derrota trazada, los estrechos pasados, cabos y corrientes libradas, singladuras cortas por temporales que retrasaron la navegación, cambios de rumbo y golpes bruscos de timón. recierdas al ver una marca sobre ella aquel golpe de pantoque, como tal de terrible trago, que hizo retemblar las viejas nervaduras, baos y cuadernas de este viejo cascarón. Visto desde las millas recorridas se agolpan sobre la carta cruces de tantos puertos sobre los que sus fondos recibieron mi ancla, puertos de abrigo y arribada por los duros temporales que no permitían la lucha contra los elementos; mientras las lágrimas afloran al verlo y recordarlo, continúa mi cuerpo metálico su sereno caminar.

Salgo al alerón desde el puente de gobierno, me giro a popa y con los prismáticos oteo al final, allí donde la estela blanca y burbujeante se confunde con la raya del horizonte se perciben viejos destellos de lejanas tormentas que persiguen a este gastado mercante. Me giro, barajo el horizonte a proa y lo veo, por estribor, aún muy avanteado, los suaves destellos de un faro. Corro al buscar el libro de faros y busco su secuencia… Tres destellos largos, dos cortos, uno largo, tres cortos, cada veinte segundos. ¡Al fin! Es el cabo que estaba esperando.

Mantener el rumbo oeste o doblar el cabo y virar al norte es lo que me queda por hacer. La tormenta en su ciego andar guiada por su propia demencia fustigada de vientos, rayos y truenos aparenta que se mantendrá enfurecida de forma directa. La decisión es clara.

Alegre por la calma obtenida entre tanto marear mi mano aferra el timón, desconecto el moderno piloto automático. Sonrío mientras mi cuerpo metálico vira al oeste, con la suave maniobra la proa dibuja un perfecto arco hacia estribor, mi cuerpo metálico vibra de emoción, la máquina junto a la hélice cavitan de júbilo, el viejo Poseidón sonríe desde su trono.
Mar por la proa...

Gijón, 22 de Noviembre de 2008

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Zarparon las naves... pero volverán,

Volverán protegidos por la amistad, engolfando sus velas de amor, rellenando sus bodegas de tal tesoro, como alma de su compás que nada pide y todo es capaz de dar.
Zarparon las naves... pero ya están volviendo.




Recuéstate,


tu dulce cabecita está agotada.


La noche cae,


has llegado al final del viaje.






Duerme ahora,y sueña


con los que vinieron antes que nosotros.


Te llaman


desde lejanas costas.






¿Por qué sollozas?


¿Qué son estas lágrimas sobre tu rostro?


Pronto te darás cuenta


de que tus miedos van a desaparecer.


Estás a salvo en mis brazos,


dormido.






¿Qué ves en el horizonte?


¿Por qué llaman las blancas gaviotas?


Cruzando el mar,


una pálida luna se eleva.


Las naves han venido para llevarte a casa.








El alba se volverá


cristal de plata,


destello en el agua.


Todas las almas se marchan.








La esperanza se desvanece


en el mundo de la noche,


entre sombras que caen


del tiempo y la memoria.








No digas


que todo ha terminado.


Blancas costas nos llaman.


Volveremos a encontrarnos.








Y estarás aquí en mis brazos,


dormido.






¿Qué ves


en el horizonte?


¿Por qué llaman las blancas gaviotas?


Cruzando el mar,


una pálida luna se eleva.


Las naves han llegado para llevarte a casa.








Y todo se volverá


cristal de plata,


destello en el agua.


Las naves grises zarpan


hacia el oeste.








Y zarparon las naves,
apoyadas en profundos pilares
ligeros como verdades.
Ha poco que lo hicieron,
mas estoy seguro que volverán
entre brillo, vítores y honores
por ser fieles a la amistad.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (18)


2ª Parte

Abril de 1199, Marrakech en primavera era una verdadera lujuria de colores, de olores y vida. Tello, junto a varios hombres que como él eran cristianos en tierra musulmana, paseaba cerca de los magníficos jardines que llamaban de Agdal. Andaba algo rezagado y pensativo de sus dos compañeros en tierra Extraña, Juan de Haza y Conrado Méndez, que habían sido enviados un año antes desde la Sevilla almohade; estaban ocurriendo cosas importantes en esos momentos en la capital del inmenso imperio Almohade y se mantenían juntos el mayor tiempo posible.

El resto de los hombres fueron mantenidos allí en los vergeles que rodeaban al palacio de Al Buhayra como cárcel de oro, jalonado de sables de acero afilado que no dudaría en cercenar sus vidas ante una ruptura de tregua desde la Castilla de Don Alfonso.

Habían pasado ya casi veinte meses de aquel momento en que el impulso de Don Tello lo trajo hasta Sevilla primero y Marrakech meses más tarde. Pudo así desconocer los momentos de la boda de Berenguela en primera mano aquel mes de Noviembre de 1197 en Valladolid. Tan sólo tuvo palabras y abrazos para su hermana Berengaria y su Madre Doña Sancha en Burgos, quizá nunca viera a ambas, no sabía lo que había allí donde se había postulado él mismo voluntario. Si atendía a las voces del pueblo, el mismo infierno entre salvajes encontraría a su próximo devenir en tierra extraña, si escuchaba la voz de su dolido tutor, Don Diego, entre la crueldad y el refinamiento extremo será los virajes posibles los que le llevaría la estancia en tan lejanas tierras. Estancia incógnita en el tiempo y sentida en parte en el alma de Tello como una nueva aventura que poner enfrente de su vida.

Así, antes de entrar la natividad por las puertas de Castilla, ya entraban los diez caballeros elegidos por el Muladar hacia el sur mientras otros diez iguales lo hacían desde el Muladar hacía el norte. Sevilla los recibía al cruzar el puente que unía esta con Triana. La sorpresa en los ojos de Tello no terminaba de culminar, las ciudades atravesadas hasta aquel momento eran un bullir de mercancías, de tierras cultivadas de forma extensa y con sabiduría; la Buhayra fue el postre a tal cabalgada desde la recia y austera Castilla. Abu Yusuf ibnYakub al-Mumin los recibió como verdaderos embajadores llegados de lejanas tierras; aquella imagen copada de una inmensa luz salpicada por las sombras de naranjos, cipreses, palmeras, limoneros entre el sonido envolvente de un continuo brotar de agua desde innumerables fuentes lo embargó hasta llegar a sentir dudas de las razones por las la guerra imperaba en aquella tierra que pisaba.
Bajo palabra de caballero disfrutaron de libertad suficiente para conocer aquella ciudad en incesante crecimiento, en aquellos momentos pudo disfrutar de la vista de las torres defensivas del Oro y La Plata, del gigantesco minarete construido para conmemorar la derrota de Alarcos, de los palacios y de las calles siempre angostas por el inmenso tráfico de personas. Pasó el año y a la vista de los problemas que amenazaban a su inmenso imperio por el sur el califa decidió cruzar el estrecho para tomar medidas ante tales situaciones. Entre sus decisiones estuvo la de llevar a tres de los diez rehenes; para ello les concedió el derecho de que fueran ellos mismos los que decidiesen quién de los diez acompañasen a su comitiva imperial.
Tello, esta vez mas por sus ansias de aventura y conocimiento de su fascinante enemigo se presentó como tal, los otros dos fueron elegidos por sorteo eliminatorio. Aquella actitud de Tello no fue del todo comprendida por sus compañeros, aunque agradecieron el gesto.
Ciento veinte leguas que los llevaron a través de ciudades como Rabat, sintiendo los roces de abruptos desiertos y las refrescantes caricias bajo la sombra de oasis como vergeles de verdaderos paraísos en la tierra. Casi un mes fue el tiempo que duró semejante viaje por tierras desconocidas que curtieron el alma y la piel de nuestro caballero, ya con la mente en otras cábalas que apuntaban el sentido de su vivir. Sólo un medallón continuaba pegado a su pecho como parte de él, como anaquel donde mantener la jarra del vino de sus orígenes. Marrakech abría sus puertas a la comitiva imperial aquel abril del año del señor de 1198.


Tras atravesar la muralla que podría llegar a las dos leguas en su perímetro, fue de impacto verdadero encontrarse cabalgando sobre un pavimentado suelo, poder sentir el fluir del agua dominada y conducida entre labrados canales que rodeaban aquél minarete tan parecidos al que había dejado en sevilla un mes antes. Mas tarde, después de dejar la enorme mezquita, continuaron su caminar a través de un enorme zoco salpicado de aguadores y sus voces desmedidas, niños que ofrecían todos los servicios del mundo conocido, encantadores de serpientes, echadores de la buenaventura, una locura vital que con un año entre tal cultura aún se hacía extraño para aquellas almas cristianas tan acostumbradas al duro y, a veces, aislado carácter de la fría meseta castellana.

El trato fue al menos de la misma categoría que el recibido desde los inicios de su dorado cautiverio. Tello, en sus ansias por saber y descubrir nacidas en aquel gustoso cautiverio se interesó por los enormes conocimientos de ciencias que allí se concentraban; la biblioteca anexa al palacio le permitió abrir sus ojos y su mirada mas allá de los campanarios y las espadas. El califa, ágil como su difunto padre en conocer el alma de los hombres, durante aquella larga cabalgada captó la verdadera valía de Tello y para él lo quiso atraer. Por eso no tuvo inconveniente en presentar a su maestro científico y rey en aquella biblioteca llamado Ahmad Tabriz. Mientras, Juan de Haza y Conrado Méndez sólo dedicaban los minutos en pensar la forma de regresar a la península, Tello se zambullía entre mundos nuevos y sin fin…



domingo, 16 de noviembre de 2008

Tus brazos, mis brazos, sus brazos


Malos vientos parecen soplar
desde interiores, recónditos lugares,
bastiones humanos difíciles de encontrar
tras ramajes como hastío, vacío dormir y olvidar

Brazos firmes que poden semejante bosque,
malas hierbas, madera que pudre sin piedad
por dañar el corazón que da vida sin maldad.
Mientras, los elementos viejos pesan como yunque
empeñados en hundir cuello con soga en la procelosa profundidad
en una mar de ruda desesperanza que solo lleva al tiempo de soledad



Estos son tus brazos,
esos son mis brazos
aquellos son los brazos.
Todos juntos somos tus brazos,
podaremos malas hierbas, bosques y ramajes
hasta encontrar el corazón que hay tras sus negros presagios.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Buscando la Fórmula

Antes de seguir leyendo semejante historia, algo que me embarga y me transporta a parajes de épocas donde la vida pendía de un hilo, de un sentimiento, de un grito o de una victoria desesperada, necesito tomarme un respiro que me permita dar alcance a tantas sensaciones vividas en cada párrafo leído.

Por más que he buscado estos días las andanzas de un tal Don Tello Pérez de Guzmán nada se me ha parado entre mis manos que nombrara tal personaje. Hombre nuevo que al parecer vivió el momento transcendente de un reino que, luchando por su supervivencia acabó sobreviviendo a todos los demás incluso a él mismo. Tello, caballero que porfiaba tenaz como los deseos de alguien que cree y confía en lo que emprende estuvo allí.


Por más que he buscado en los entresijos de la gran Berenguela, no encuentro vida de tal noble caballero, sin embargo en estos pergaminos, hijos de la noche de los tiempos, de forma nítida percibo el amor refulgente de ese hombre sobre semejante mujer y de tal sobre él. Algo tan real en cada palabra que hasta las manchas oscuras, seguramente producto de cualquier otras razones, incrustadas en los legajos en según qué trazos de historia las percibo como restos de sangre de combate mortal o cercos de lágrimas por un amor concebido, mas nunca alumbrado.

Quizá los mundos no serían como son hoy día si personas como Tello y Berenguela hubieran roto con lo que alguien dijo que se llamaba deber, lealtad, patriotismo; todas ellas palabras heroicas en su musicalidad, pero paja vana de burdas celebraciones si no van acompañadas del verdadero objeto. Pero, ¿cuál es ese codiciado objeto que oculta el saber? ¿Cuál es la razón verdadera, la piedra filosofal que dotase del brillo final a un conjunto de palabras que de por sí su brillo es sólo fachada?

Nadie creo ha sabido, ha descubierto su fórmula, su color, su peso. Todos los que se embriagaron de las bellas palabras que he nombrado líneas atrás, hasta este momento en el que descanso frente a un acantilado que ronda cercano a mi casa, se montaron a lomos de un caballo abanderado de un país, una idea, una religión, o peor, contra una bandera, un país o una religión. Derramaron su sangre, murieron y el homenaje seguro que fue digno de recordar. Y ese sacrificio, ese dolor, esas guerras, hambre y destrucción, fueron realmente acciones basadas en valores absolutos en tales situaciones.

¿Cómo se define un valor absoluto en este mundo? Por supuesto, no valen los valores absolutos propugnados por religión de turno, pues cualquiera es capaz de tal cosa teniendo su libro de reclamaciones al otro lado de la vida.






Maurice de Tayllerand en uno de sus momentos bajos de su larga historia dijo, “La traición no es más que una cuestión de fechas”. Creo que es un buen punto de apoyo para saber que lo bueno de hoy es lo malo de mañana y viceversa; que no hay patria, lealtad o deber que no sea una oleada de opiniones más o menos manipuladas por mentes perversas. Mentes que serán capaces de usar sus reducidos escrúpulos ante las almas nobles para que sean éstas las que empujen hacía delante, con el voluntarismo, amor y fuerza de su propia razón, lo que las personas de natural sin escrúpulo y manipuladoras, con ese sempiterno halo de perfección e incapacidad de llevar por si solas cualquier acción, arrastren a corazones bajo un grito como el de ¡por Castilla!, ¡Remerber the Maine!, ¡ Ala es Grande!, o…

La brisa es fría, muy fría, me alcanzan las gotas de agua mezcladas con sal en forma de pequeños aerosoles. que empujados por esta brisa se desgajan de los embates entre mar y roca hasta arribar a la piel de este rostro, que por mas que perfora las oscuridad de esta noche no alcanza a encontrar el final de esta mar negra como manto de realidad oculta.

Cierro el cuaderno y recojo los pergaminos. Van a estropearse y estoy deseando que amanezca para seguir con la 2ª parte de esta epopeya, que me da la vida conociendo personas que mil años antes también creían en algo. Lealtad, amor, patriotismo, confianza, voluntad, soñar en vela, tantas cosas son las que revivo con Don Tello que estoy seguro que no me defraudará.



2ª Parte
Abril de 1198, Marrakech en primavera era…

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (17)


…Berenguela, turbada por la presencia tan cercana de Tello, miró a su madre como una hija sólo sabe hacer en los momentos donde no queda nada más que la verdad.

- Madre, dejadme unos momentos con él, nada habéis de temer, mas necesito hablarle por última vez.
El gesto severo de Doña Leonor se tornó más liviano sin cejar en su gravedad.
- Así sea por última vez, como bien decís Berenguela. Despídete de Don Tello. Vos, Don Tello, no he de deciros que esta será la última vez que entabléis conversación con mi hija y futura reina de León, salvo que esta se dirija a vos como tal. No disponéis de mucho tiempo. Id al interior de la Iglesia, mientras os esperaré en el carruaje. ¡Soldados, que nadie entre en la iglesia hasta que doña Berenguela haya abandonado esta!
- Gracias, madre.
Con rapidez y en silencio entraron en la pequeña iglesia de San Lázaro. Los soldados cerraron las puertas con un sonoro y seco golpe, dando paso al silencio propio de aquél lugar de recogimiento y oración.
- Tello, en esta ciudad casaron Don Rodrigo y Doña Jimena hace ya más de cien años. Ellos ya no son de este mundo pero su amor sigue en el aire que aquí se respira.
- Berenguela…
- No, Tello. Escúchame, sólo quiero que sepas que es ése amor el que ha perdurado hasta nuestros sentidos, pues ellos ya son tierra y polvo como dice la Biblia. Mi corazón eso será a partir de ahora, tierra y polvo, pues aunque nunca soñé con desposarme contigo, tampoco deseaba hacerlo con otro hombre. Cuando la boda sea ya un hecho mi corazón habrá muerto en vida y dos cosas quedarán presentes que mi existencia así justifiquen. El triunfo de Castilla frente a sus enemigos y saber de ti allá donde tu corazón esté, saber de ti como feliz hombre y mejor caballero. Sera nuestro Señor en la otra vida el que nos vuelva a dar la oportunidad perdida en este lugar de sacrificio y superación.
- Berenguela, os amo. Así será, pues así está escrito. Habéis leído mis pensamientos y nada me queda por decir. Tan solo enseñaros el medallón que vos me disteis durante la vela de mis armas de caballero. La leo cuando os añoro, “Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad”, solo pido que me enseñe que de cumplir me encargaré yo. Dejadme repetiros mi señora que os amo, nunca olvidéis tal cosa.

Berenguela acarició su rostro, rudo y agreste por las últimas jornadas en las que sólo hubo tiempo de cabalgar por alcanzar un sueño perdido; mientras, con la otra mano cogió el medallón besándolo sin quitar su mirada de él.

- Adiós, Tello, adiós. Nos veremos de nuevo, pero seremos ya extraños hasta el fin. Nunca os olvidaré.

Lentamente abandonó la pequeña iglesia. Con unos suaves golpes de aldaba, prestos los soldados abrieron las puertas que dieron paso a la inmensa luz de aquel sol castellano. No dio tiempo para recuperar la visión en los ojos de Tello por tal deslumbramiento, cuando ya se podía escuchar los relinchos de los caballos tirando del carruaje real.
Solo ya, encaminó sin aparente decisión sus pasos hacia su caballo al que, como único compañero en esos momentos, llevo con él en dirección al castillo donde había dejado a Don Alfonso con su particular partida de ajedrez político. Se preguntaba por los sueños, si habría logrado el sueño perseguido o lo habría perdido. Realmente él la amaba igual que antes, ella le correspondía, ¿era eso el objeto del amor verdadero? Sabía que no; el fin de un amor comenzaba al tenerla en sus brazos, al acariciar su piel con la libertad del amante sobre su amada, el percibir sus sentidos desbocados entremezclados de ceguera momentánea por la lujuria provocada en el fragor de la pasión; no había llegado ese momento y diáfana era la perspectiva que nunca llegaría. También en eso Tello había dado un paso importante, aunque esta vez con dolor por no ser él quien desposara con Berenguela.
Pocas horas después, con un suave trota, Barmante y Tello partieron en silencio hacia el sur. Don Diego esperaba noticias y órdenes que cumplir; la vida continuaba y él no era quién a detener su imparable trajín entre almas, soles, lunas, vidas y muertes. Dos días le llevó alcanzar Plasencia. Las noticias se festejaron por todos, Tello con esfuerzo y algo de tiempo logró interiorizar sus anhelos rotos, involucrándose con los demás en las celebraciones. La paz estaba ya cerca, la paz entre la Hispania cristiana, pero no con la Hispania musulmana.

A pesar de todo, la guerra menguó en su virulencia, los musulmanes sabedores de que no serían sus incursiones tan sencillas pasaron a una actitud más conservadora. Llegó el otoño, las negociaciones de la boda de estado estaba casi en su culmen para ser celebrada. El califa Abu Yusuf , como si de un regalo de Dios se tratase, ofreció tregua a Don Alfonso.
La curia castellana se encontraba en Toledo en aquel mes de Noviembre preparando la boda que habría de celebrarse en Valladolid. Abu Yusuf esperaba contestación a su propuesta, no podría imaginar Don Alfonso tal situación un año antes. Había que actuar con celeridad y presteza. Tello, Don Diego, Los Aza, Don Manrique y Don Álvaro González de Lara, Don Rodrigo Girón todos los hombres de confianza estaban allí, junto a ellos los escribanos, el mayordomo real y su alférez.
- Mis fieles vasallos, este es el momento que no imaginábamos, pero que la divina providencia aquí nos ha puesto para sacar provecho. Hemos de celebrar el desposorio antes de que nos alcance el sagrado tiempo de adviento, pues en ese tiempo están prohibidas las velaciones. Cualquier retraso o contratiempo en tal unión podría ser aprovechado por los enemigos de Castilla. Pero antes de la unión hemos de cerrar la tregua con el Miramamolín. Don Manrique, decís vos que están los embajadores del califa en Talavera, ¿es así?
- Así es, majestad. Antes de partid hasta Toledo me dieron las condiciones de las treguas que aquí os entrego.
- Dádmelas entonces y vos, Don Diego y vuestro hermano Don Álvaro, acompañadme para comprobar las exigencias de tales infieles.

Se retiraron a estudiar tales propuestas mientras los demás quedamos allí a la espera de sus conclusiones. Varias horas más tarde el cónclave real había terminado. El rey nos habló.

- Después de leer sus exigencias está claro que desean la paz tanto como nos. Están sus campos, hombres y ciudades, agotados como los nuestros. Exigen la no agresión durante cinco años en ambos sentidos, ni por nuestras fuerzas, ni a través de reinos terceros por alianza nuestra, el mantenimiento de las actuales fronteras sin hombre armado a menos de diez leguas de tal linde por el norte o el sur. Además habremos de entregar una serie de caballeros como rehenes al igual que ellos en garantía del cumplimiento de esta tregua. Sus vidas dependerán de la palabra de cada parte.
¡Esa era mi vida! Huir de aquella tortura que significase saber de Berenguela casada, de verla desposada frente a un rey que sólo nos trajo dolor y pérdidas. Quién sabe, después de todo quizá encontrase entre los reinos infieles a Don Pedro, el de los Castro. Sin pensar lo que decía, lo dije

- ¡Majestad, yo soy uno de esos caballeros!

Un silencio como grito de piedra inundó la estancia, todos me miraban, Don Diego furioso me miraba, Don Alfonso sorprendido continuó…

Fin de la primera Parte.

Valladolid, a 25 de Marzo del año del Señor de 1587

lunes, 10 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (16)

…Palencia recibió a Tello con los cerrojos sellados. La noche no daba paso a extraños en la ciudad, aunque este fuera un brazo de Don Alfonso. Tello, agotado por dentro y por fuera, con su caballo reventado, exhausto el animal por cumplir los deseos de su amo porveyó una sola elección, buscaría una zona protegida de extrañas sorpresas nocturnas y tomaría el descanso que le concediera el astro rey hasta su nuevo alumbramiento. Era una medida forzosa pero, como buenos renglones torcidos del Señor, darían a Tello la calma y el espacio para asentar sus deseos junto a sus posibilidades. A pocas varas del camino real, una loma casi como mota de vigilancia se elevaba sobre los campos de trigo, que la luna tiznaba de mortecino color blanco. Varios olivos de seguro milenarios le ayudarían a ocultarse entre ellos y dejar segura la cabalgadura, mientras el sueño le invadiera de forma imparable.



El sosiego alcanzó antes de lo que pensaba su hirviente cabeza. Su caballo muy pronto encontró la hierba que llevarse al hocico; el sonido de aquel fiel animal engullendo la hierba, junto con su cuerpo tendido sobre la capa bajo aquél olivo que permitía adivinar estrellas entre su ramaje, lo llevó a la reflexión de aquella locura iniciada poco después de rayar el alba en Burgos. La calma anunció a la razón sobre su pensar, no era él hombre para desposar con Berenguela, princesa de Castilla, instrumento de reyes para manipular políticas y reinos a su antojo. Enemigos que por un báculo se transformaban en amigos eternos. Política bastarda que gobernaba el mundo y que el que esto escribe puede confirmar que así continúa en esta época de imperios, de Austrias, Oranges y Valois.
Lágrimas en solitario, tan sólo presente estaban la luna y sus damas de compañía las estrellas, que en silencio contemplaban aquella rotura de la fe infantil en el amor real. Amor que era verdadero pero que nunca sería real. Sus brazos eran de Castilla y por ende del Rey, su corazón era suyo y por ende de Berenguela; aquél sería ya su credo, su religión. Castilla por delante, Berenguela en su alma hasta el fin. Parecía entonces sonreír la luna lectora de los pensamientos nocturnos, astro que tantas vidas y tantos sueños vio romperse unos y lograrse otros en sus millares de noches veladas a corazones sedientos de amor, lujuria, de promesas eternas en vanos cumplimientos. Aquella noche un varón se hizo hombre sin dañarse a sí, ni a quien amaba, hízose con dolor pero sin consecuencias.
Un relincho de aquél fiel y bello animal lo devolvió a la realidad de la fresca noche en aquel verano castellano de 1197. Se levantó y salió fuera del frondoso ramaje que tejían aquellos olivos. Enorme el tapiz casi blanco sobre un negro proceloso que saludaba a su vista. A su derecha se distinguían las sombras de Palencia alumbrada por la luna casi llena. Un golpe a su espalda lo sacó del trance, era su caballo que golpeaba suave el hocico en su espalda.
- Bramante, mi fiel caballo. Mala es la vida que te doy, mas tú resistes fiel ante mis impulsos. La vida es dura para ambos pero los dos hacemos uno frente a quién planta acero al Rey. Mi vida te debo, mañana como dioses entraremos en Palencia, al rey veremos y lo que este escrito, eso se cumplirá.
Lentamente se acercó al olivar, ató a Bramante y se echó a descansar. No hizo falta arrullo ni nana que durmiese al hombre calzado ya como tal.
Tímidos golpes de suave luz del alba que daban noticia de la inminencia arribada de los pétreos rayos de sol castellano. Abiertos los ojos a un nuevo día con su nueva perspectiva, solo quedaba enfrentarse a esta en el verdadero campo de la justa; no era este otro que la mirada de Berenguela. No perdió un tiempo que ya empezaba a cabalgar, ensilló a Bramante y puso las riendas sobre el camino real hacia Palencia. La luz del nuevo día, su escudo con las armas de caballero del rey le dieron paso hasta el castillo donde los reyes habían plantado sus reales.

Sin más y con la debida anunciación al rey se presentó ante él y su curia reunida en la torre del homenaje. Frente a una enorme chimenea, que crepitaba como bruja sobre hoguera, los hombres del rey discutían sobre legajos junto a varios escribanos de nariz judía como casi todos los que esa profesión se dedicaban. Tello rodilla en tierra se presentó ante Don Alfonso.
- ¡Majestad, Don Tello Pérez de Carrión para serviros a vos y a Castilla!
- ¡Don Tello, sed bienvenidos!¡Levantaos y contadme qué os trae hasta aquí! Os hacía en Plasencia junto a Don Diego.
- Majestad, os traigo mensaje con urgencia desde allí. La situación ha menguado en el núemro de enfrentamientos con los leoneses. Parece que se retiran sin que sepamos con certeza la razón. Mi señor, Don Diego os solicita autorización para acometer el asedio a Coria.
- Caballeros, escuchen lo que nos trae nuestro valeroso Don Tello. Las huestes de León han aflojado la tensión en la Extremadura. El pacto está funcionando. Don Tello, habéis de saber que se están debatiendo las partidas y contrapartidas para llevar a buen fin el casamiento de mi buena hija Berenguela con mi sobrino Alfonso de León. Por lo que me decís los efectos ya se aprecian en las zonas más belicosas entre nuestros dos reinos.
Las miradas y los gestos de aprobación de aquella, para mi entonces camada de víboras que hacían la guerra con corazones ajenos a sus pechos, me resultaron despreciables y dignos de arrojarse a la misma hoguera en la que calentaban sus pobres vidas. Don Alfonso se dirigió a mi.
- Don Tello, tomaos un oportuno descanso y partid tras él a dar el aviso de que la paz con León se acerca. Mantened la guardia pero no actuéis salvo en defensa propia, haced acopio de provisiones mientras dure la calma, que nunca se sabe si tendremos boda o romperemos con el pacto. Id, pues, descansad y partid antes de la noche. Que nuestro Señor os bendiga a Don Diego a vuestros hombres y a vos.

Con presteza Tello abandonó aquella estancia donde se cocían los barruntos de chamanes y brujos de la política regia. No deseaba descansar sino encontrarse aunque sea sin palabras con ella. Buscó sin preguntar y al fin supo de ella, estaba junto a su madre, la reina Leonor; oraban en la iglesia de San Lázaro. Humilde casa de Dios, herencia de Don Rodrigo Díaz, brazo primigenio de Castilla, lugar por ello doblemente sagrado. Una pequeña guardia custodiaba sus puertas robustas y austeras en ornamentos que le cerraron el paso.
- ¡Alto! ¡¿Quién sois!?
- ¡Don Tello Pérez de Carrión, caballero del Rey! Vengo a ver a su majestad Doña Leonor con mensaje de Don Alfonso! ¡Dejadme pasar!

En aquella pugna se encontraban cuando las puertas tornaron de oscura madera a luz real.
- ¡Tello! Vos aquí…

sábado, 8 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y las Navas (15)

…Castilla recobró parte de la moral de triunfo perdida, más aquél año continuo en sus tintes negros entre sus fronteras, el sultán había declarado la guerra santa contra Castilla; la Trasierra, Toledo, Talavera, como minúsculos acantilados frente al océano musulmán en su máximo apogeo resistían sin tacha pero con una debilidad cada vez mayor. La condena era la misma para Talavera, Toledo, Plasencia y tantos lugares más, destrucción, incendios, árboles derribados, cosechas destruidas. Ante las huestes del Islam rpensentes como una fuerza que se debatía entre la retirada ordenada y la resistencia suicida; el dolor en la moral de combate se hacía aún mayor cuando veían entre las huestes infieles flamear al viento los pendones leoneses, con la cabeza de su rey en ocasiones golpeando sin piedad sobre soldados de su misma religión.

Don Alfonso VIII mediante embajadores de todo tipo, con las negociaciones abiertas hasta las máximas posibilidades, solicitaba el establecimiento de tregua militar frente al califa Yusuf y su gran general Al Mansur. El Califa, sabedor de su poder no daba tal descanso y mantenía en jaque las fortalezas últimas de los castellanos a pocas leguas de Toledo y Talavera. Mientras, Don Tello mantenía su caballo entre Burgos y Toledo, entre el amor y la guerra. Dos nombres copaban su sentido, Al Mansur y Berenguela. Atrás quedaba febrero y su entrada triunfal a Burgos, atrás quedaban aquellas horas de dulces sensaciones, por las que mantenía vivo el ánimo en aquél trance de desazón ante una media luna brillante como el propio sol de mediodía. Cómo no recordar lo que desbordaba el corazón, los paseos en el pequeño claustro con la connivencia y protección de los hábitos de Berengaria. Quizá a quién esto lea provoque en su rostro un esbozo de sonrisa por parecer infantil y sin sentido, más recuerdo que de reina futura y caballero del rey se trataban el encantamiento, almas jóvenes y embebidas entre caballerías propias del inmortal Garci Rodríguez de Montalvo, que a tales personajes pudo haber tomado de modelo en su Amadís.
Así se vieron durante los meses, durante los casi dos años de guerras y breves descansos que daba aquella lucha por la supervivencia castellana. Conversaciones, roces intencionados entre el sigilo y protección de una hermana que sufría por aquellas almas, que sabía perdidas en un amor caminante a través de túnel sin luz al final. Sufría por su hermano y su destino si todo aquello se supiera; sufría en silencio por ambos a cada minuto que percibía el incremento de la fuerza que unían ambas almas, como dos manos firmes frente a un pulso mortal.
Llegó el año 1197 y llegó como el anterior, Don Alfonso IX, Don Pedro Fernández de Castro, sus mesnadas en las que los moros eran parte importante, la saña y deseo de destrucción era la misma, nada había cambiado. Al final dos cosas tornaron en claro el panorama del reino tras la desastrosa primavera. Don Alfonso dirigió su diplomacia hacia el Papa en intento desesperado de detener la unión “antinatura” entre cristianos y musulmanes. Celestino III, el Papa de aquél entonces excomulgó a Don Alfonso IX y Don Pedro. Aquella palabra que tanto mal acarreaba en un reino en el que todo se regía desde un campanario, logró romper la unión entre Al Mansur y León, mas la virulencia continuaba aunque fuera por separado. La alianza entre Castilla y Aragón junto con la salida de los almohades de León hizo que las victorias cayeran del lado castellano de forma temporal, Zamora y Salamanca sucumbieron bajo el pendón de Castilla. Aun así la guerra fratricida continuaba y los almohades al sur sacaban provecho sobre el flanco sur de Toledo y la Trasierra.



Fue ese verano, tras seis meses de combates sin cuartel entre asedios y huidas ante enemigos de mayor número, cuando Don Tello supo al fin lo que era vivir con un corazón muerto bajo el dolorido costillar, lo que significada sentir el vacio de transitar alma y cuerpo en el abismo de la frustración. Fue Doña Leonor la que supo ver la salida a la angustiada situación de su reino y con su visión de futuro, su capacidad de convencimiento y sobre todo superando el dolor que causaba en ella aquél paso, convenció a Don Alfonso de tal decisión que no solo hirió a Padre y Madre, sino a que destruyó las ilusiones, los sueños y devolvió a Don Tello a los fatídicos días de julio de 1195.


Abatimiento, derrota y soledad, sentimientos que sólo eran mitigados por el empuje de Don Diego en sus cabalgas y la compañía de su espada, que se mantenía fiel a su vida como ya lo fue a la de su padre Don Guzmán. La noticia la tuvo en Burgos de manos de su amada hermana Berengaria, pues fue ella a la que pudo ver en vez de a Doña Berenguela.

- ¡Hermana! ¿Qué sucede? Nadie me da razón de la reina y su hija. Don Diego me ha enviado con dos mensajes para el Rey y me dice su alférez que han partido a Palencia.
- Tello, mi buen Tello. Hay nuevas en el reino que acaban de darse todavía en forma de secreto. Yo las sé por nuestra madre que las ha compartido entre todas las hermanas bajo secreto de confesión. Sé que esto que voy a cometer en breves momentos es pecado grave, de mortal destino es revelar tal secreto, pero he de decírtelo pues tu corazón y vida se que van en ello.
- ¡Dejaros de rodeos, hermana! ¡hablad ya, no sé si podré aguantar más la espera!

Berengaria le miró con ternura y amor, con el dolor por saber que ella iba a ser la mano que clavara puñal en su corazón noble y leal. Mientras las lágrimas pugnaban por vencer la fuerza de Berengaria por contenerlas, esta habló
- Tello, tu sabes lo que estáis sufriendo frente a tanto enemigo que nos quiere hacer desparecer de este mundo. Tarde o temprano caerá Toledo y, a pesar de Aragón, Navarra y León continúan minando la fuerza de nuestro reino. Nuestros padres, sus majestades Don Alfonso y Doña Leonor, han tomado una decisión, dura para ellos, dura para todos y sé que será dura para ti. Han acordado casar a su hija Berenguela con Don Alfonso IX, Rey de León. La supervivencia de Castilla como reino depende del tiempo que se gane en recuperar la fuerza y para ello hay que tener a León como aliado. Tello, hermano has de comprender que…
- ¡Comprender, qué! ¡Que contra quien hemos dejado nuestros brazos, derramado nuestra sangre, contra quien se ha aliado la muerte y el infiel, va a ser a quien nuestro rey entregue a la flor de Castilla! No me pidas que comprenda semejante herejía contra la nobleza y la hidalguía.
- Pero Tello, comprende que Castilla esta delante de hombres y reyes, esta por delante de nuestros sentimientos. ¡Tello, vuelve!

Tello apartó la mano cálida y frágil de su hermana. Con una mirada como despedida, mirada de rabia y orgullo deshilachado por la incomprensión de la política del hombre abandonó el monasterio. A lomos de su caballo, sin piedad sobre él, hizo las doce leguas que separaban Burgos de Palencia. Debía ver a Berenguela antes de que el telón tocase a su fin para siempre.


martes, 4 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (14)

…Seis de febrero de 1196, a la vista del Castillo que defendía Burgos sobre el cerro de San Miguel los hombres tomaron pie a tierra para establecer el campamento mientras quedaban a la espera de Don Alfonso que llegaría antes o después. Esa era la orden recibida por un mensajero que los alcanzó a media distancia de Alfoz. No había más de dos leguas entre las tiendas de aquel campamento improvisado y las Huelgas en la capital del Reino. Las guardias dispuestas, los hombres relajados, Tello mientras, paseaba sobre el linde de la loma que los separaba de Quintanadueñas, un pequeño villorrio que anunciaba Burgos más al sur.

Su mirada se perdía hacía ese sur mientras sus pensamientos maldecían la espera obligada a la comitiva real. Nada le importaban las glorias logradas, todo lo cambiaba por estar a la vera de la guardia de la princesa, ser libre para encadenarse a ella a pesar de que solo tenía de ella una voz en la penumbra de la capilla, un olor con su invisible tacto y una medalla que tantas cosas podría decir, que tantas cosas podría jurar, amor eterno, fidelidad al reino, sumisión al rey, pasaporte y razón de la huida de ambos junto a la bendita locura del amor verdadero. Todas cabían en aquél medallón, todas cabían en la mente de un joven con la ilusión y el sueño abierto a mil veredas posibles de una vida por forjar.
- Don Tello, refresca ya y el sol no tardará en desaparecer. Venid a la tienda con los capitanes. Celebraremos una corta reunión con la curia que aquí estamos para retirar nuestros cuerpos pronto y darnos merecido descanso. Don Alfonso no llegará hasta mañana y debemos presentar honores en buena presencia ante nuestro señor.
- Voy con vos, Don Diego. Nada queda ya hasta mañana
- Os veo pensativo. Lo que sea no vale la pena, mañana seréis vos quien cabalgue a la diestra de Don Alfonso, los demás seremos vuestra escolta. ¡Ea! ¡Andando que algo de vino han conseguido por aquí y hay que celebrar los momentos de calma que son pocos y hay que cazarlos al vuelo!

Pasó la velada sin sobresaltos, fría fuera tras las telas de la tienda, calurosa en su interior entre tanta alma y cuerpo en continua destilación de calores humanos. Todos descansaron menos uno que se adentró en un mundo repleto de sueños en colores vivos, a veces de bellos contrastes, otras negros como presagios de futuros sentimientos con el dolor impregnado en los gestos, como señales de bajíos a navío ignorante de tales costas por las que baraja su corazón.

Siete de febrero ya, la mesnada formada, el campamento recogido y en espera de la llegada del Rey. Varios hombres salieron en busca de este al alba, faltaba poco para la hora sexta cuando por el oeste se divisó un jinete al galope en dirección a ellos. Como designio divino pensaron muchos la coincidencia de la hora sexta, el sol en su mayor altura y el rey en el mismo momento que se presentaban ante ellos.
- ¡Caballeros, es ya la hora! ¡En marcha tras de mi alférez!¡ Orgullosos y dignos bajo el pendón de los Lopez de Haro!
Con un suave trote los hombres, casi doscientos, fueron al encuentro de Don Alfonso. Pasado el mediodía en un tiempo prolongado, al fin las dos huestes se encontraron. Testigos del encuentro fueron los llanos entre Estépar y Cavia con una legua de distancia entre las pequeñas villas, no habría más aunque pareciese el mar océano por su ausencia de hombres y animales.
- ¡Tello, Conmigo!
Se separaron de sus soldados ambos acercándose a Don Alfonso VIII, un hombre de amplias espaldas, yelmo dorado sobre su testa y barba clara que, ayudado por el polvo del camino, impedía adivinar su tez, aunque nada podría evitar distinguir el brillo vivo y penetrante de su mirada. Don Diego y Tello descabalgaron, acercándose hasta arrodillarse ante su señor. Don Alfonso, de un gesto los conmino a levantarse

- ¡Don Diego y Don Tello! Habéis cumplido con creces vuestros destinos. Vos, Don Tello cabalgaréis a mi diestra. Deseo conocer de vuestra voz la táctica empelada para descabalgar y meter el rabo entre sus malditas piernas a ese traidor de Don Pedro. ¡Adelante, nos esperan en Burgos!
Así fue el trayecto que restaba hasta la cabeza de Castilla, no mas de tres leguas en las que el Rey disfrutó como infante del relato de Tello. Alegría en los gestos reales, nervios entre las palabras de Tello pero sobre todo cielos que se oscurecían tras su triunfo; no eran estos oscuros por la promesa de Don Pedro, que a enemigo al frente no hay mas temor que la valía de uno mismo, sino por la ciega y vana envidia de tanto caballero que nunca osaría imaginar cabalgar tan cerca de Don Alfonso. Uno de estos hombres portaba el nombre de Juan de Haza, guerrero de poco empuje, que mas debía su nombre a argucias y esfuerzos ajenos que a su propia valía y fortaleza de brazo.
En la ciudad, los habitantes avisados por los emisarios enviados horas antes, esperaban a sus héroes para el debido y merecido recibimiento. Tello se sintió en algo que suponía ser el cielo en la tierra, sólo faltaba su padre para ser ya real la sensación de paraíso de aquellos momentos. Al fin, Santa María la Real cerraba el desfile de los soldados. En su entrada, Doña Leonor, Doña Berenguela encabezando la comitiva de recepción, una fila mas atrás su madre, Doña Sancha y entre los hábitos que poblaban la entrada estaba su querida hermana Berengaria.
Los temblores que no le surgieron frente a la muerte, aparecían ahora frente a un amor que aún era de espíritu, de miradas y gestos. El corazón humano, la nobleza en el alma, pero sobre todo el convencimiento y la confianza da alas, mientras que la inseguridad y la desconfianza provoca el temor a perder lo deseado con el instantáneo parto del miedo, que tan presto y dispuesto esta a surgir en cualquier situación. El miedo del amor posible se incrustó en sus piernas y manos que a duras penas lograba serenar.
Don Alfonso y tras él, Don Tello, descabalgaron y se presentaron a pie ya frente a reina y princesa, Don Tello se arrodilló mientras una corona de flores y laurel colocaba de manera suave y pausada Doña Berenguela en su cuello.


- Don Tello Pérez de Carrión, orgullo de Castilla, yo, Leonor de Inglaterra y vuestra reina, os felicito en nombre del pueblo de Burgos aquí presente. ¡Levantaos y saludad ahora a vuestros compatriotas que desean conocer el rostro de su héroe!
El júbilo retumbó entre las calles de aquella ciudad que se hacía pequeña acogotada por la locura que engendraba el entusiasmo. Era el primer triunfo claro sobre los enemigos declarados de Castilla desde Alarcos. Un sentimiento de orgullo recuperado comenzaba a calar entre las pieles castellanas y Tello volaba sobre sus alas…

lunes, 3 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (13)


…Los hombres de Don Pedro permanecían quietos, descabalgados, desarmados, con la esperanza en la recuperación de su capitán miraban a Don Tello. Éste, con el brillo de la victoria grabada a fuego, resplandeciente por saberse portador del triunfo por sí mismo y sus fieles caballeros, de un salto se plantó a pie junto al cuerpo tendido de su enemigo derrotado.

- ¡Agua!

Un chorro de agua gélida, recién descongelada de los hielos que anegaban la llanura fue arrojada desde el yelmo de uno de sus fieles. Podría atreverme a jurar que más dolor pudo causar semejante golpe de frio en su cara, que el golpe de acero con el que Don Tello lo dejó fuera de combate. Como el verdadero bálsamo de Fierabrás sus ojos se abrieron, mas lo que vieron no pudo ser de su gusto, era don Tello con su mirada fija en la punta de su espada que con escasa holgura se separaba de la nariz de Don Pedro.

- Bienvenido al mundo de los vivos Don Pedro, de los Fernández Castro. Dad gracias al cielo por seguir en este mundo, aunque quizá esto sólo sea, porque en aquél nadie os desea por traidor y cruel. Aprovechad tal ocasión para enmendar vuestros pecados y vuestras deudas ante vuestros hermanos.

Don Pedro, a pesar de su complicada situación, no se apreciaba en el atisbo alguno de nerviosismo o derrumbamiento. En verdad era un hombre admirable en su valor, a fe que se podía enfrentar a quién fuera y con quién fuere hombre de tal enjundia. Se incorporó hasta sentar sus posaderas sobre roca cercana, mientras la espada de Don Tello lo seguía como sombra de muerte.

- Habéis luchado bien… Cómo os llamabais. ¡Ah! ¡sí! Don Tello, hijo de Don Guzmán, valeroso caballero…
- ¡Gracias al cielo que al fin lo reconocéis, aunque sólo sea frente a su espada, recio acero con el que puedo reuniros con él en cualquier momento!

La mirada de Don Pedro se tornó algo mas vidriosa
- Calmaos, Don Tello, me habéis vencido. Habéis demostrado valor y conocimiento en el arte de la guerra. Solo espero que también sepáis de compromisos y deudas entre nobles caballeros.

Tello torció el gesto, sabía a lo que se estaba refiriendo. Recordaba con dolor cuando dejó a su padre muerto en el castillo de Alarcos, mientras se retiraban gracias al pasillo concedido por Don Pedro para librar las hueste de Al Mansur. La mesnada de Don Diego ya estaba allí. Don Diego con sus hombres enfundando las espadas al ver la batalla terminada, caminando se acercaron al lugar donde todo esto que relato sucedía.

- Razón tenéis, con la diferencia que ahora derrotado estáis por soldados cristianos y en Alarcos eran los moros los que aún nos debían de derrotar. Mas mi corazón es grande pues abarca el de Don Guzmán, mi padre, que así no desea veros muerto sino en combate a muerte de igual a igual. ¡Marchad antes de que el sol marque su altura mayor! Dejad vuestras armas aquí y cabalgad como raposos sin pieza y rabo entre las piernas!

Don Pedro se levantó, con un gesto sus hombres dejaron caer sus armas y como raposos frente a hombres cogieron sus caballos sin esperar a su señor.
- Don Pedro, dadme vuestra espada. Si tenemos la divina oportunidad de enfrentarnos en juicio de Dios, os juro que de ella dispondréis, mientras tanto será mi trofeo hasta ver vuestra sangre bajo las uñas de mi cabalgadura.
- Me voy. Nuestra deuda esta saldada, mas os juro que pagaréis semejante afrenta con vuestras manos rogando piedad, algo que no existe entre los Fernández de Castro. ¡Nos veremos, Don Tello!

Partió a uña de caballo hacia Valencia de Campos, donde poder limpiar sus heridas antes de enfrentarse al Rey al que ahora rendía su respeto, Don Alfonso IX de León. Don Diego, orgulloso por lo visto, por saberse acertado cuando ahijó a Tello, como un oso le abrazó mientras los vivas se perdían entre las lindes de la tierra vista.

- Don Tello, ante vos descubro mi orgullo, habéis doblegado al doble de hombres con vuestra táctica nueva, atrevida y de bella factura. Por nuestro lado los objetivos cumplidos están, los vuestros son ya sobrados y nuestro Rey a esta horas estará reforzando Urueña y sus alrededores antes de regresar a Burgos.
- ¿Cuál es ahora nuestro destino, Don Diego?
- ¿Nuestro destino? ¡Regresar entre vítores y gloria para vos por vuestra lid sin tacha ni enmienda! Preparemos el regreso, aunque antes demos sepultura a quienes han caído en tan singular batalla.



Durante la tarde el tiempo consintió un respiro, que permitió romper la helada tierra sobre la primitiva loma que tornó de parapeto a eterno lecho de hombres que entre sí lucharon y juntos para siempre reposarán. Con la inminente llegada de la noche partieron el ahora numeroso ejército hasta alcanzar con la medianoche la villa de Villafrades, acampando en sus afueras junto al río Sequillo en tierras ya Castellanas. Pocas viandas y menos los caldos a degustar hubo aquella noche invernal, mas la fiesta fue sonada que una victoria da alas, produce sabores y es capaz de embriagar como verdadero Festín.

Amaneció, la hueste tomó el camino a Burgos, Don Diego mandó a dos emisarios a dar la noticia a la reina de la victoria sobre León y los Castro. Apretaban el paso, Tello con poco disimulo el que más, mientras cabalgaba a la cabeza junto a Don Diego. Deseaba llegar a Burgos con el ansia de ver los ojos de la princesa, se imaginaba relatando su hazaña mientras una de sus manos atenazaba las riendas y la otra acariciaba aquel medallón. “Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad”, frase de piedra que como tal losa debía sentir, aunque consciente de ello no fuera entre tanta honra, gloria, honor, y leguas recorridas a lomos de su caballo...