lunes, 30 de agosto de 2010

A vos, Amaia



A vos, mi hermana

A vos escribo este pequeño poema,

a vos que sois sonrisa en rama

verdadero aire, vendaval en calma

donde encontrar el sueño hecho realidad.



Quien a vos encuentre

allá donde el viento le lleve

sabrá de luz, color y abrazos sin pudor,

de calor y brillo como faro de luz

firme y sereno que de referencia surte

sin más que por saberse observado.




Y yo os digo, dama de sonrisa temprana

que este humilde peón

siempre lo supo

y os tuvo guardado en su corazón

contra rayos y traidoras dagas

entre un “6” y un “3” plagadas.



Seguid pues vuestra senda, hermana

tal que a la nave el viento la lleva,

sea vuestro corazón el que a vos os guíe

bajo estrellas y soles, sobre mares sin pena.



Tal cosa os deseo

tal cosa os demando:

poder verlo con vos

aunque sea como galeote en vuestro navío remando.



viernes, 27 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta...(83)



…la mañana abierta en ciernes permitía distinguir el Cabo de Gata que se erigía como señor de la costa tras la inmensa bahía de los genoveses, viejo nombre para una vieja historia repetida en nuestro mismo relato, la piratería. Casi seis centurias habían pasado desde que Castilla y Génova unidas por el báculo del papado juntaron más de doscientas naves en aquella espectacular bahía para combatir a los piratas berberiscos. Seis centurias han pasado desde aquello y la lucha continúa quién sabe hasta cuando.

El encuentro con el comandante para su segundo fue algo embarazoso pues deseaba ocultar lo sucedido en aras de evitar lo que sabía sería un grave percance en la navegación. Prefería Segisfredo solucionar aquella situación él solo, aunque no estaba seguro de que decisión tomar. En soledad tenía claro el golpe de timón frente al vendaval de sentimientos, mas frente a su mirada el corazón retomaba el mando de su nave sin poder variar una cuarta de su enfilación.

Como pudo trató de evitar el roce con la familia de los Mendoza, durante la mañana procuró descansar de su guardia de noche y en cuanto se sostuvo sobre sus pies fueron los calafates y carpinteros los que sufrieron tales consecuencias sumergidos entre reparaciones y limpiezas de sentinas, pañoles y todo lo que tuviera media astilla revirada sobre su natural descanso. Esto hizo que su aspecto fuera de la tensión al abatimiento sin razón, ciencia o ley que lo regulase. Tal actividad y situación le sirvió para evitar la cena en la cámara con su amigo y los Mendoza, algo que comenzó a hacer pensar a su comandante y amigo Daniel, que no tardó en sospechar y confirmar tales indicios.

La noche ya cerrada mantenía la calma de la anterior velada igual que la tensión también se afincaba entre los nervios de Segisfredo. Aprovechó la entrada de guardia de su segundo para sacar la conversación sobre lo que comenzaba a atormentar también a Daniel Fueyo.

- Hace varias horas que doblamos el cabo, el Estrecho lo tenemos directo a proa, lástima que haya que hacer recalada frente a Málaga. Al menos aumentaremos así el andar de nuestro bergantín cuando dejemos esta tediosa navegación en conserva. Tengo ganas de arribar a Cádiz y dejar por fin a tanto paseante estirado; me da igual que empeoren con eso las cenas de postín con que nos regala el mismo que así se estira y volvamos al rancho  de marinería.

Segisfredo no hablaba mientras miraba de forma continuada la débil luz de la candela que alumbraba al compás.

- ¿Segis?, ¿vives?

- Si, perdona Daniel, es que tengo la cabeza algo embotada entre la brea y…

- ¿Y la dama sin nombre, no? Mira Segis, creo poder comprender tus sentimientos y trataré de respetar lo que por tu interior corra, pero estas a bordo de mi barco y no te voy a recordar de nuevo el riesgo a que te expones y expones a tus compañeros de navegación. Por ello, como comandante de esta nave, si no arreglas tal situación me veré obligado a arrestarte y si mas difícil me lo pones, serás confinado en Málaga para tu traslado Cádiz en otro buque como prisionero a la espera de consejo en el Departamento.

- Se que tienes razón, pero no soy yo el que sube de noche en mi cuarto de guardia. De todas formas y ocurra lo que ocurra, te prometo que trataré de romper este maleficio si osa aparecer esta misma noche sobre la toldilla. Confiad en mi, Capitán.

- Recuerda que estamos en zafarrancho y la falta es muy grave por abandonar la guardia. Por favor si tienes dudas, hazme llamar, no es deshonroso pedir ayuda cuando el peligro que acecha es superior a la respuesta que uno puede ofrecer.

¿Peligro? Cómo podía describir a esa mujer como peligro si era lo más sereno y bello que había conocido, alguien que le transmitía la paz que nunca tuvo. No podía pensar, debía actuar sin otro argumento que la lógica de su amigo y superior o todo se vendría abajo, lo sabía pero como el águila bicéfala su mente se partía en miradas opuestas.

- Daniel, gracias por la oportunidad, no te fallaré.

Pero, al mismo tiempo que se lo decía a su comandante dudaba el mismo de cuanto decía.

La guardia transcurrió serena, nada perturbó el lento discurrir con rumbo a Málaga y el alba del 12 de febrero despertó sin novedad. Hablaron Daniel y Segisfredo pasando las novedades y tras ello el segundo se dirigió sin perder un segundo al pañol donde se almacenaba la lona y cabuyería bajo el castillo de proa. Aliviado por haber pasado la noche sin tener que enfrentarse a sus sentimientos, se puso a inventariar el material almacenado mientras esperaba al maestro cordelero con el que completar el trabajo. pero sucedió lo que no se plantea posible, quien allí acudió no fue el maestro cordelero sino la encarnación de sus temores más íntimos encarnados en Mª Jesús de Mendoza.

- ¡Vos aquí! ¡Marchaos, podrían vernos y sería el fin! …

Ella no le dejó terminar lo que también en su interior alumbraba como señal de alarma. Sin lecciones aprendidas, con la experiencia virtual de la pasión sentida, el golpe del tambucho al cerrarse abrió la espita del deseo contenido sin límites.

El pequeño candil testigo del encuentro daba fe con su luz sobre este. No había lugar ni tiempo para respuestas ni explicaciones mientras parecía que el mismo Poseidón con el oleaje como premio llevó a ambos cuerpos sobre la lona hecha a conciencia para soportar vendavales, temporales de viento agua y sal, y ahora convertida en lecho y testigo del huracán humano.

Dos almas de vidas tan distintas ahogándose entre infinitos besos, recortando curvas de piel como cabos sin esperar por la llegada a ningún puerto. Pieles recorridas sin carta o derrota que defina el rumbo, cálidas lomas en su ascenso que al culminar volcaban el suspiro entrecortado de un corazón ahogado en pálpito sin tiempos ni esperas. La mar, mientras, corría entre ellos separada tan solo por la débil madera del “Santa Rosa” arrullando en su fluir como si deseara ser el ungüento sanador ante aquel arrebato.

Nombres repetidos entre cada beso, entre cada golpe de pasión hasta que una explosión como golpe puro de pantoque sobre mar brava levantando espumas y olas sobre las propias del mar derrotó sus fuerzas retornado la calma sobre el velamen al que nunca sus maestros veleros pensaran sufrieran semejante temporal de sudor y piel.

El silencio acompañado del continuo rumor de la mar los acompañó mientras los pensamientos regresaban a sus mentes. Miedos que como un ejército a la ofensiva se abalanzaban sobre sus pensamientos. Ambos sabían que aquello sería un sello lacrado en sus almas tan imborrable como mácula en el sol de sus respectivos sueños.

- Mª Jesus… No se…

- No hables, Segisfredo. No estropees este momento que quedará con nosotros para siempre. Te lo dije la otra noche y te lo repetiré mil veces si fuera preciso. No tengo explicación ni razón alguna, solo sé que nada me podrá separar de ti en mi corazón. Lucharé por nuestra unión de la forma que fuera, más si como mi padre desea, es otro con el que he de compartir mi vida, esta dejará de serlo pues todo lo que mueven mis ánimos, la vida real por la que uno siente ya perviven en ti y morirán fuera si así ha de ser.

La roda del Santa Rosa pareció certificar tal sentencia hincando su hierro sobre la mar devolviéndolos a la realidad. Guardando los miedos se despidieron en el pañol, Elvira debería estar impacientándose ante su falta mientras trataba de mantener al cordelero entre banalidades a las que no debía negar éste su atención por ser dama de alto rango…

lunes, 23 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta...(82)



…No hacía falta distinguir quién pedía permiso para acceder al castillo de popa. Su  fino talle en la silueta y sobre todo la voz que trataba de camuflar tras el paño  con la excusa de protección frente al frío, determinaba a las claras que su mejor pesadilla empezaba a tomar forma.

- ¡Mª Jesús! Permiso concedido, mas deberíais retornar a vuestra cámara. La noche es fría y podéis enfermar…

- Ya estoy enferma, creo que es algo ya sin cura, aunque creo conocer el remedio que alivie este mal por muchos pasado y por nadie curado cuando como poción se introduce en la sangre.

Segisfredo no estaba seguro de qué hacer ante aquella certeza más clara que la predicción de un cambio repentino de viento anunciando temporal; tenía claro el pronóstico de aquella situación y  quedaba capear o irse a pique con ella. Algo que en nada le iba a beneficiar, algo de lo que ya era consciente y sin embargo la emoción mezcla de miedo y triunfo se colaba por entre sus costillas como lluvia de acero fundido derritiendo todo lo que tocaba.

- ¡Mantenga el rumbo, timonel!

Mientras la orden se aplicaba Segisfredo y Mª Jesús ganaron los escasos pasos que separaban la balconada del timón mas a proa. Así bajo la visión de una estela leve pero continua y algún destello tratando de colarse entre las nubes que jalonaban aquella noche de invierno mediterránea quedaron con la mirada perdida en sus aguas. El fanal de popa sobre sus cabezas parecía menguar en su brillo como deseando no perturbar el instante.

- Mª Jesús, os agradezco vuestra visita, no sabéis en que medida, pero vuestro padre, Don Antonio, estallará en su ánimo por sentirse de nuevo ofendido.

- Dejad a mi padre, que bien duerme ya sea a bordo de vuestro barco, en carruaje a plena carrera o en sus aposentos tras una buena comida bien regada de vino. No temáis por su ánimo, además mi hermana Elvira estará atenta a cualquier cosa que pudiera suceder. Vengo a veros pues deseo hablaros con la sinceridad de alguien que quizá por locura necesita hacerlo.

El “Santa Rosa” seguía con su andar sosegado, podríamos imaginar a su ánimo de vuelta encontrada con los ánimos agitados de Segisfredo que no daba crédito a lo que adivinaba que pudiera suceder. El sueño deseado por nunca esperado iba a ser cumplido.

- Os estaba diciendo que mi mal es ya incurable, que mi remedio solo sois vos pues sois vos mismo la causa del mismo. Os vi, os sentí y os amé desde aquél instante. Mi hermana a quien respeto pero nunca comprendí por sus tiempos gastados entre letras y obras de hombres que nunca conoció, me relataba viejas historias, caballeros y amores por los que morir mientras perdían la conciencia. Cuentos que me divertían pero que nunca creí poder vivir en mi propia vida. ¿Quién podría pensar que una mirada fuera suficiente para encadenar un pensamiento? Vos lo habéis logrado.

Aún recordaba Segisfredo lo último que le espetó su comandante al retirarse mientras lo miraba con ojos de amigo. lector como Elvira le recordó esa vieja sentencia de Don Francisco de Quevedo que dictaba “Una sola piedra puede desmoronar un edificio”. El edificio en verdad se desmoronó sin lugar a andamiaje que un buen libro de fábrica permitiese reconstruir.

- Mª Jesús, me convertís en el hombre mas afortunado que surque mar alguno. Creí percibir tal cosa al conoceros, pero la separación, lo sucedido y los consejos de un buen amigo me demostraron que tal cosa no era posible. Ahora se que argumentos y lógica nada tiene con el sentir. He conocido a otras mujeres que me han demostrado lo que es el lujo de sentirse amado, pero nada tiene tal grandeza como el de amar y recibir tal sentimiento de la persona amada.

Quizá fuera un segundo, pero no lo sabrían nunca, el silencio cubrió la noche con su manto de verdad mientras los labios abrían sus puertas al desconocido tacto de la felicidad compartida. El sello lacrado de la unión había cerrado aquellos corazones para sí, que también  nuestro gran Quevedo dijo que el amor es fe y no ciencia, y me permito añadir humildemente que es capaz de vencer a todo, incluso a la propia conciencia.

Picó el grumete como bien mandaba la ordenanza mientras las confidencias, los ardores contenidos, los miedos consecuentes a su nueva situación los hacían apretarse entre sus brazos, disimular ante la guardia, llorar de emoción liberando la tensión, todo sin orden, con pasión pura aunque contenida. Amor en estado puro, sensación que después de vivida no hay otra que se encuentre y sea de igual rango y altura.


Las dos de la mañana picaba el grumete cuando ella se despidió del segundo oficial con el brillo en los ojos mientras él trataba de recuperar el control de la guardia. Otra mirada esperaba, diferente, a la que enfrentar la situación. Con el alba en ciernes, Daniel Fueyo se haría de nuevo con el bergantín y sería difícil encontrar palabras serenas tras aquella cascada de sensaciones…



viernes, 20 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta...(81)



…A pesar del nombre escrito a popa de la polacra su andar era poco y la llegada a Málaga iba llevar alguna jornada más que las previstas de navegar el “Santa Rosa” en solitario hacía Cádiz. Aquella primera noche tras el combate la mar daba el respiro necesario para poder organizar una cena al máximo nivel en las reducidas dimensiones del bergantín. Las tensiones pasadas entre Don Antonio de Mendoza y el segundo del bergantín habían quedado volatilizadas  al mismo tiempo que la explosión de la santabárbara del jabeque argelino. La vida, siendo la misma, sonreía en ese pequeño pedazo de tierra móvil rodeado de mar.

Las siete de la tarde fue la hora fijada para la cena, se mantenía la situación de zafarrancho y prevención para el combate por lo que Daniel no deseaba alargar en la noche aquella velada. La invitación fue del comandante del bergantín, pero fue Don Antonio quien impuso su deseo de corresponder con sus viandas al convite como muestra de agradecimiento y buena voluntad. Daniel no se negó mas que la correspondiente al protocolo dejando que todo fluyera con facilidad.

Por primera vez pudo contemplar con calma la imagen de su esposa tantas veces retirada de la actividad. Maria Dogherty, mujer de rasgos que invitaban a la calma y al silencio, seguramente la presencia de Don Antonio, hombre activo, impulsivo y en verdad autoritario daban sobradas explicaciones de la postura de su esposa. Ambas hijas sentadas una a cada lado de esta mantenían sus semblantes en silencio con expresión de sonrisa suave y continuada prestas a responder como se esperaba de unas damas de su categoría si es que eran preguntadas y en caso contrario mantener el silencio como su madre.

- Me gustaría decir unas palabras con el permiso de capitán de esta nave. Son simplemente palabras por un lado de agradecimiento por habernos salvado la vida a vuestro segundo comandante, teniente Cefontes, que sin su brava actuación  creo que nos encontraríamos ahora mismo aquí. Qué decir de su valiente acción sobre el jabeque argelino devolviéndonos a todos a la vida sin pecar de avaro en riesgo de la suya propia. Vos, teniente, y gente como vos sois los que hacéis que este humilde comerciante siga creyendo en nuestro futuro como pueblo y como reino. Por otro lado, he de pediros disculpas a vos, Capitán, por mi actuación en los inicios de la acción. Me habéis demostrado que hemos de ser uno con todos para que todos sean uno con nos. Mis respetos y me deuda a ambos para el fin de los tiempos.

- Excusas aceptadas, don Antonio, aunque no eran necesarias, que en esos momentos de tribulación se hace un nudo en la mente sin lograr discernir muchas veces cuál ha de ser el camino correcto. Me felicito por haber encontrado un amigo, pues nadie sabe lo que habremos de pasar en el futuro. Ahora brindemos por todos, por nuestro bergantín y por la vida de nuestro rey Don Felipe que el cielo le conceda larga vida.

Brindaron, entre el choque de los cristales dos miradas chocaron como estrellas de rumbos encontrados mientras el vino algo duro entraba por sus bocas. Vino que dejo sonrisas de húmedos brillos en sus labios pendientes de certificar el amor sin palabras que ya nunca sería mellado por mortal, padre, madre o marido de conveniencia dictado. Segisfredo en su arrojo habitual quiso brindar

- Permitidme hacer otro brindis, Capitán. Por Doña Elvira y Doña Mª Jesús, gracias a ellas este humilde oficial al que vos, Don Antonio, inmerecidamente habéis ensalzado no hubiera siquiera visto la luz del día bajo la cubierta del “Santa Rosa”.

Lo dijo todo mirando de forma alternativa a las hermanas disfrutando del discurso en el trance de su mirada sobre la de Mª Jesús. Don Antonio inicialmente contrariado recuperó el pulso del brindis al final.

- ¡Brindemos pues!

La cena terminó poco después. Daniel y Segisfredo se retiraron de la cámara cedida a los Mendoza para dejarles descansar tras la corta velada. La mar ya en noche cerrada de invierno se mantenía sedosa, acariciada por un viento constante del sur sureste permitiendo  como regalo al fin de la velada una navegación cómoda. El fanal de popa del “Gamo” se distinguía con claridad mientras caminaban hacia popa ambos oficiales.

- Segis, te la jugaste en ese brindis. Déjalo ya, olvida a esa mujer que solo te causará problemas. No está destinada para ti. Don Antonio es un hombre poderoso y puede destruirte como oses meterte donde no tienes vela. Piensa y reflexiona, piensa en el próximo año, en el próximo barco que mandes, piensa en tus sueños, deja atrás sus ojos, su imagen. Olvida lo que puede destruirte aunque lo ames. Aprovecha esta noche hasta el fin de tu guardia  para reflexionar. Haz que me despierten antes del alba si no hay cualquier novedad antes. Necesito descansar y olvidarme un poco de “mendozas”, piratas y prebostes que me esperan en Cádiz con la pluma afilada.

- Descuida, amigo. Solo hemos de alcanzar la Isla de León, nada más. Ahora, descanse mi capitán.

La navegación llevaba a la tranquilidad, tan solo la guardia doblada en prevención hacía diferente la noche a bordo. El pilotín aferrado al timón mantenía la navegación a un largo, el trapo a medias para no dejar atrás a la polacra que manteníase cerca no fuera a repetir la historia vivida el día anterior. Aquella noche iba a ser larga pues su capitán le había ampliado su guardia con tres horas más. Daba igual pues lo necesitaba. Pensar en silencio con el arrullo de aquella ánima viva por el viento sobre sus pies le ayudaría a centrarse tal y como su amigo y capitán le aconsejó.

- Una va de pasada, y en dos muele; más molerá si Dios querrá; a mi Dios pidamos que buen viaje hagamos; y a la que es Madre de Dios y abogada nuestra, que nos libre de agua, de bombas y tormentas” ¡Ah de proa! ¡Alerta y vigilante!

El grumete picaba las doce sobre la campana con su ritual y su centenaria oración cuando una voz cambió la paz por la tormenta.

- Buenas noches Segisfredo. ¿Puedo subir al puente?...


miércoles, 18 de agosto de 2010

No habrá montaña más alta...(80)



…A bordo del navío Santiago las sensaciones se complementaban; el recuerdo dulce de sus navegaciones primeras como alférez a bordo del “Conquistador” por aquellos mismo mares se mezclaban con la consciencia de saberse a bordo de la nave insignia de una escuadra a la que iba a rendir cuentas con ni mas ni menos que con uno de los generales de la Real Armada invicto y por ello reverenciado por él y los de su promoción. Lo llamaban “medio hombre”, pero aun con menos era más que todos los que en aquella cubierta danzaban al pito del nostromo. Hombres como Blas de Lezo o años mas tarde Don Antonio Barceló demostrarían lo que vale la actitud ante los retos y el espíritu, frente a los que se refugian tras un papel o una ordenanza mientras la nave de sus vidas y las de quienes a ellos demandan protección zozobran por no saber poner corazón y mente a proa del propio bien y los miedos a perderlo.

Quizá fuera por haberse prevenido ante lo escuchado sobre sus deformidades a causa de los combates en brazo, pierna y ojo, pues la impresión fue mucho mas amable; su seriedad era la justa hasta el punto necesario entre dos militares de diferentes rangos.

- Teniente de navío Daniel Fueyo, General. Comandante del bergantín correo "Santa Rosa" con destino a Cádiz…

- Bueno, Bueno, teniente, dejemos el formalismo a partir de ahora mismo y por favor dadme cuenta de vuestra situación y lo sucedido hasta ser avistado  por mi escuadra.

Daniel relató el rescate de la polacra y el combate con el jabeque argelino al que al final enviaron a pique. Le informó de los daños y de las necesidades para las reparaciones más perentorias, que por suerte no era muchas, tan solo algunos cables para afianzar más si cabe el trinquete hasta arribar a Cádiz.

- Habéis actuado con arrojo y valentía, creo que esas personas a las que habéis rescatado de su seguro cautiverio os lo agradecerán eternamente y nunca está de más enviar al infierno cualquier artilugio flotante del bey de Argel que el demonio lo confunda. A pesar de todo dudo que esto de lo que hablamos sirva de mucho frente los escribientes de la Real Armada cuando os demanden justificación por los daños y tras ellos vuestro informe alcance a algún marino sin escamas metido en la encomienda del mando en plaza.

- Soy consciente de ello, general. Pero consideraba una ofensa abandonar a su suerte a quienes nos dan la vida y la hacienda entre levas y tributos para que hagamos de la nación un gran reino.

- Sabias palabras para un joven como vos, mas si me aceptáis el consejo dejad esto último en vuestro pañol del pensamiento no sea que las consecuencias agraven lo que de por sí vuestra diligencia y bravura de seguro os traerán. Llevamos rumbo a Génova para reclamar lo que es de nuestro César y buen rey Don Felipe. Dos millones de pesos adeudados por semejantes mercaderes y banqueros hijos de Satanás que rehúsan devolver a las arcas de nuestro señor. Así se han mantenido ricos y pomposos desde que nuestros reyes hace casi dos centurias comenzaron a tratar con semejantes alimañas. No será esta vez en que se salgan con la suya. Volved a vuestro bergantín, poned rumbo a Cádiz y nombrad a esta escuadra y su general en vuestro informe. A mi regreso daré cuenta de vuestro buen hacer y veremos si algún petimetre con ínfulas de almirante de mar océana tiene a bien haceros mal. De la polacra dejad a ellos mismos la decisión de su futuro, si esta es la seguir rumbo a Málaga, escoltadla hasta las cercanías. ¡Suerte, teniente Fueyo!

- Gracias, general. Así lo haré.

Orgulloso en su esquife retornó al Santa Rosa. La actividad era frenética a bordo bajo las órdenes de Segisfredo Cefontes. Como le indicó el General, concedió carta blanca para el capitán de la polacra que decidió continuar rumbo a Málaga.

- En ese caso y tras las honras a los caídos navegaremos en conserva a mis órdenes y con nuestra protección. Ahora regrese a su nave y procure estar listo para partir a la mayor brevedad.

Como antes Daniel sobre Don Blas, el capitán del “Gamo” retornó aliviado a su polacra. Trasladados los pertrechos solicitados por el segundo del Santa Rosa al teniente encargado de tales asuntos en el navío “Santiago” la escuadra partió con la proa en clara enfilación al viejo faro de la ciudad de Génova.

La vista de la escuadra maniobrando con la lentitud propia de los grandes navíos hasta formar la línea fue dando alas a la imaginación y los sueños de Daniel que parecía beber los vientos que se engolfaban en el trapo largado sobre los seis navíos.

- ¿Os embarcarías allí, Daniel?

- ¡Ah! Elvira, vos aquí. Desde luego que si. Daría cualquier cosa por pisar el castillo de popa de alguno de esos navíos. Por poder sentirme parte de semejante grupo, orgulloso por serlo sin más demanda.

- ¿Recordáis la conversación interrumpida, capitán? Vos decíais que vale mas no saber donde esta lo que uno desea encontrar y dejar a la misma mar y al arbitrio de los vientos que sean los que decidan donde se ha de recalar. Creo no haber dejado una palabra de aquello que me quedó para siempre en la memoria.

- Es así, Elvira, lo que uno desea vale mas no saber donde esta pues podría entonces llegar a encontrarlo cuando no había llegado aún su hora. deber ser el arbitrio del viento y la vida los que conduzcan la propia nave, los que te dejen frente a tu sueño. En ese momento la libertad y el deseo propios serán los que decanten la decisión de aceptarlo o pasar de largo.

- Habláis como si supiérais ya lo que va a suceder, como si todo esto fuera solo un río por el que fluir.

- Lo es. Tan solo podemos dar pequeños golpes con nuestro remo imaginario para enfilar nuestros deseos y acercarnos tímidamente si la corriente es capaz de permitirlo. ¿Y vuestro sueño, Elvira? ¿En que orilla se encuentra?

- ¡¡¡Capitán!!! Estamos listos. La polacra confirma su disponibilidad para largar velas.

- Como veis nos vuelven a interrumpir. Pero espero saber de vuestro sueño si tenéis a bien. Con vuestro permiso.

La maniobra era sencilla, mar abierta, viento del sur sureste. Navegación a un largo en conserva hasta Málaga…



jueves, 12 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta... (79)



…El trueno sonó lejano y rotundo. El maltrecho bergantín mantenía el rumbo hacia el corsario que trataba de llevarse la presa lo que hacia que su velocidad fuera menor que la del Santa Rosa al que sus hombres encabezados por el carpintero habían afianzado con seguridad el trinquete dañado al inicio del combate. La visión mas al sur predecían que todo iba a terminar pronto.

- ¡Velas al sur en nuestro rumbo, Capitán!


Mientras esto se gritaba desde lo alto del bergantín el rumbo se mantenía contra la proa de la polacra corsaria. Había que evitar que escapase con el trofeo por el que habían entregado vidas y casi el mismo bergantín. Los Mendoza habían salido ya de su encierro. Don Antonio se dirigió hacía Daniel

- Capitán, mi familia y yo estamos bien y quedamos a su disposición para lo que ordene.

- Gracias Don Antonio. Seguimos en situación de zafarrancho así que les ruego que no entorpezcan las maniobras. Dudo que deseen esos malnacidos plantar combate pero no renunciarán a su presa si nos los cazamos o los acosamos.

- ¿Y aquellos navíos?

- Parecen de los nuestros, desconozco su destino aunque parece que navegan hacia esta posición. Su cañonazo de aviso ha sido claro.

- ¿No deberíamos dejar entonces la caza?

- No mi querido Don Antonio pues aquellas naves están alejadas y escaparían con las desafortunadas almas que nos les quedaría ya mas que el cautiverio y la tortura.

- No veo a su segundo, ¿cayó en la lucha? Si es así lo lamentaría toda mi vida pues a él le debemos estar vivos…

- Mi segundo tiene la piel como el cuero del rinoceronte además de ser demasiado presumido para hacerlo en un simple combate con miserable piratas, él espera algo más grande por  que luego escriban loas con su nombre clavado en cada verso. Si observa aquél pequeño esquife por nuestra aleta de estribor podrá ver a tres hombres, uno de ellos, el de la cabeza vendada es él. No solo salvó a vos y vuestra familia, este barco y quienes aquí nos mantenemos con vida a él también se lo debemos.

- ¡Gracias al señor por permitirme volver a verlo!

- Si todo se cumple como espero, la polacra soltará a su prisionero y podremos recoger a mis hombres, ahora si me disculpa les agradecería se guardaran en prevención de cualquier daño inesperado.

Tal y como esperaba Daniel, la polacra corsaria largó los cabos de remolque tras reembarcar a la tripulación que había trasladado a su presa y dio alas a su aparejo para ganar distancia y salvarse de un final que no deseaba. Un grito de júbilo estalló en el bergantín que no tardó nada en ponerse al pairo junto a la polacra mercante.

Con el lanchón restante del bergantín Daniel Fueyo subió a bordo de la presa liberada, la visión era la propia de la guerra como en tantas ocasiones, ojos cargados de pánico que aun no habían desterrado su terror por verse ya como galeotes en alguna galera argelina o esclavo cautivo a la espera de rescate que arruinaría su familia. En sus ojos se reflejaba el rojo pintado en la cubierta de su propia sangre. Un hombre con restos de lo que sus ropas podrían distinguir como el capitán del mercante se acercó a Daniel.

- Bienvenido a bordo del “Gamo”. Gracias por vuestro arrojo y valentía, nos habéis devuelto a la vida

- Es nuestra obligación, Capitán. ¿Han tenido muchas bajas?

- De los 80 hombres que teníamos como tripulantes quedamos 36. Lo peor es que no sabremos los que van a bordo de su nave ya como esclavos o quién sabe si torturados hasta morir en pago por su derrota. Estamos haciendo el recuento de los cadáveres a bordo y recogiendo los que flotan sobre la mar para al menos darles la despedida que merecen.

- ¿Cuál era su destino?

- Salimos de Palma hacia Málaga con calzado. Así continuaremos si no tiene otra intención vuestra merced.

- Así será, aunque hemos de esperar a la flota que se aproxima para dar cuenta de lo ocurrido y si en su grado de mando tiene otra orden para con nos.

Se aproximó lo necesario la escuadra compuesta de seis navíos  con las distancias propias de la seguridad que requería tales monstruos del mar para evitar averías entre cada uno. Entretanto Daniel había regresado al Bergantín en previsión de la llegada de aquella escuadra. Al mismo tiempo el esquife donde Segisfredo había sido recatado se abarloaba al costado del Santa Rosa un lanchón de buen tamaño se aproximaba sobre el mismo bergantín. Media hora después el teniente de fragata que comandaba la embarcación accedió a la cubierta del bergantín.

- Teniente de fragata Gerardo Herrero de la nave almiranta del general Don Blas de Lezo y Olavarrieta. ¿Vos sois el comandante de esta nave?

- Teniente de navío Don Daniel Fueyo para servir al Rey y a vuestro General.

- Mi general requiere su presencia a bordo de su navío.

- Con orgullo me trasladaré a su nave. Segundo, complete la valoración de daños y ponga a la tripulación sobre ellos.

Con el orgullo de su triunfo sobre los corsarios y la posibilidad de conocer a quien ya era el mayor estratega naval de la historia, la misma que le reservaba todavía la mayor gloria inimaginable atravesó los pocos cables de distancia que había entre ambos navíos…

Don Blas de Lezo y Olavarrieta
 

martes, 10 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta... (78)



…Segisfredo, cubierto por sus compañeros que combatían a popa del Santa Rosa tuvo el tiempo precioso para preparar el material explosivo en una pequeña mochila a modo de macuto. Tras hacer esto se preparó, asiendo con una mano  una de las frascas incendiarias, haciendo firme en una de las escotas del palo mayor para lanzarse desde la galleta de éste hasta donde le alcanzara el impulso sobre el jabeque argelino. Con el sable envainado y un cuchillo de abordaje entre los dientes voló en silencio entre los que vendían caras sus vidas sobre cubierta.

Nadie lo vio, hacía ya casi una hora que la batalla estaba concentrada sobre el mismo lugar sin avance o retroceso, la propia calma de la mar parecía desear que así fuera sin inmiscuirse con oleajes y vientos que perturbasen el odio y la violencia desatadas. Quizá fuera por tal cosa, pero el segundo logró alcanzar la cubierta algo mas allá del pequeño castillo de proa. Antes de que uno de los marineros se diera cuenta ya tenía el cuello abierto al cielo por el que fluía sin obstáculo su pobre vida con derrotero ignorado. Con el mismo silencio comenzó a bajar hacía los sollados donde encontrar la santabárbara no sin antes largar las frascas incendiarias entre él y sus enemigos a proa del jabeque.

El fuego, aliado esta vez de los nuestros comenzó a hacer su trabajo sin tregua ni compasión. La brea alquitranada pegada a sus víctimas de madera, lona y cabo trenzado ganó en tamaño. El grito de alarma no fue necesario, el empuje argelino sobre el Santa Rosa decayó, su navío estaba en verdadero peligro y había que sofocar semejante desastre. La debilidad de los corsarios fue trasformando el puro estado de resistencia de la dotación del Santa Rosa en carga y ataque sobre el jabeque.

Mientras, Segisfredo no lograba encontrar lo que buscaba en el interior del jabeque; humo, tensión y el puro deseo de supervivencia le ofuscaban la vista sobre el depósito de pólvora y balerío en el que detonar los artefactos montados por el artillero de segunda Manuel Paredes. Al final decidió llevar la explosión a lo más profundo del jabeque colocado las tres bombas sobre la carlinga del palo mayor. Paredes le había dicho que tendría dos minutos hasta la explosión por lo que prendió las mechas con fe en lo dicho por el éste y tras ello comenzó una loca carrera hacia cubierta.

Entretanto sobre la popa del Santa Rosa solo quedaban algunos corsarios sin mas fe que la del que se sabe obligado a combatir por no morir tras sus líneas como desertor. Daniel ordenó a sus hombres estar listos para deshacerse del bauprés del jabeque a hachazos y maniobrar con el Santa Rosa hasta poder apuntar con sus cañones sobre la cubierta y destrozar al enemigo a base de metralla. El momento llegó, los corsarios, muertos sobre la mar o renqueando sus heridas sobre el jabeque liberaron al Santa Rosa; fue un instante entre tantos infinitos tiempos sable en mano lo que costó cortar el bauprés y liberar el bergantín.

- ¡Segundo! ¡¿Dónde está el segundo, Nostromo?!

- ¡No lo sé, capitán!

- ¡Capitán, está en el jabeque! ¡Se lanzó sobre este cargado de bombas mientras manteníamos la lucha!

- ¡Mierda! ¡No podemos esperar! ¡Prosigamos con la maniobra hasta plantar el costado a su nave!

Con el temblor en sus piernas por matar a su amigo sin remisión, Daniel escrutó con su largomira la cubierta del jabeque donde reinaba el caos y el desorden plagado de pánico que un incendio a bordo de nave acaba siempre por provocar. No estaba allí. Mientras Segisfredo desconocía ser buscado subía las escaleras hasta cubierta como ángel atrapado en el infierno, un ángel al que uno de los hijos del diablo atrapó y plantó su sable sobre su camino obligando a detener la huida. La furia, la ceguera del odio, la presión por la segura muerte que acechaba sobre sus talones lo hizo combatir sin pensar, sin calcular distancias, impulsos y reacciones contrarias. Quizá fuera eso o quizá otro ángel custodio inesperado pero el sable logró clavarse sobre el estómago del pirata. Corrió hacía cubierta donde el disfraz del caos general logró hacerle pasar desapercibido salvo para el largomira de su amigo y capitán que reconoció a quien no atendía el incendio.

- ¡Atención, cañones a la espera de mi orden! ¡Mientras hagan fuego de mosquete a quien tengan a tiro!

Seguía la huida de Segisfredo cuando una explosión sorda brotó desde el interior del jabeque a la que siguió el estruendo más sosegado pero si cabe más desgarrador de la caída del palo mayor sobre los hombres que trataban de apagar el fuego, un aparejo mayor que se convirtió en leño que añadir a semejante fuego. Segisfredo en la explosión y posterior caída del palo mayor sufrió el empuje de ambas cosas cayendo al agua herido en la cabeza por varios trozos de madera afilados como cuchillos, causa de tantas muertes en los combates navales de este siglo. Como pudo se aferró a varios restos de madera mientras con la poca consciencia que ya le restaba se amarró a ellos sabedor que su vida eran tales restos, dejándose al arbitrio de quien tuviera el designio divino de reconocerle para su salvación.

- ¡Allí, capitán! ¡El segundo esta sobre aquellos maderos!

Era Paredes que lo buscaba también.

- ¡Arriad la lancha y sacadlo de allí! ¡A mi orden fuego de artillería!

En los minutos que duró la maniobra de alejar a Segisfredo de la zona de combate la situación dio otro bandazo. El jabeque comenzó a escorar por su estribor mostrándoles a los hombres del bergantín la cubierta. De pronto observaron un pánico distinto, los corsarios comenzaron a lanzarse al agua mientras su capitán como poseído por viejos demonios gritaba y señalaba a los que aún trataban de pagar el fuego que lo hicieran sobre algo dentro de la nave.

- ¡Maniobra de alejamiento del jabeque! ¡Todo a estribor! ¡Vamos, largad todo el velamen que sea posible!

Lentamente el Santa Rosa comenzó a mostrar su dañada popa sobre el jabeque mientras los hombres de la lancha de rescate de Segisfredo hacían lo mismo. Fueron segundos después de esto, quizá algún minuto, cuando el resplandor quiso competir con el mismo sol. La onda expansiva hizo mella sobre los pocos cristales de la balconada del bergantín mientras la pura explosión de la santabárbara a la que no llegó Segisfredo convirtió en polvo el jabeque. Habían sido más de cuatro horas de muerte y destrucción por sobrevivir. Pero no estaba todo acabado.

- ¡Nostromo, con el carpintero y el calafate quiero el recuento de daños antes de que alcancemos a la polacra y su captor! ¡Virada a babor! Esta vez el barlovento lo llevamos nosotros!

- ¡Capitán, tenemos muchas bajas y sin empezar el recuento creo que los daños son importantes!

- ¡Vos seguid con lo que os he ordenado! ¡Llevamos la victoria sobre alguien superior en los labios y eso nos dará alas contra los que se planten a nuestra proa!

“Si son como todos cortarán los cabos de remolque y escaparán, si no, que la Virgen del Rosario tenga a bien apiadarse de nuestras almas” Tales pensamientos eran los que afloraban en la mente de Daniel. Segisfredo ya recuperado observaba junto a sus salvadores la maniobra

- ¡Van contra la polacra! ¡Es muy arriesgado!

Un trueno se escucho más al sur sobre el que perseguidos y perseguidores giraron sus cabezas, la suerte estaba echada…

sábado, 7 de agosto de 2010

No habrá montaña más alta...(77)


…el bauprés del jabeque clavado sobre la pequeña balconada del Santa Rosa daba el aspecto de un narval con su cornamenta embutida en algún enemigo sobre el frio ártico. A través de este trataban los corsarios abordar el Santa Rosa que lograba mantener tal estrecho paso cerrado como si de un imaginario paso de las Termópilas se tratase. Mientras colgados de cabos y cables con los garfios al final varios de los corsarios lograron abordar desde el aire la cubierta en la que la lucha por la supervivencia mantenía la pugna sangrienta por abrirse hueco los unos y por llevar al oscuro infierno a los otros.
 
 

- ¡Lanzad las frascas los mas a popa del jabeque posible!

- ¡Capitán, nuestros pasajeros, hay que sacarlos de la cámara o serán capturados!

- ¡Segundo, coja tres hombres y llévese a nuestros pasajeros al castillo de proa! ¡Rápido!

Daniel mantenía la tensión junto al timón en una segunda línea de combate dirigiendo la resistencia. Buscaba alcanzar una igualdad tras el primer empuje argelino. El paso a través del bauprés seguía bloqueado a base de sangre tiñendo la mar mientras el fuego cruzado entre mosquetes de ambos bandos causaba la mayor carnicería imaginable. Segisfredo entre tanto había logrado superar los maderos atravesados de baos y varengas destrozados a causa de la embestida, había decidido bajar a buscarlos solo. La estampa era la propia de la guerra sobre civiles. Con sus caras tiznadas del color con que se pinta el terror, la esposa y las hijas de Don Antonio se sostenían hechas un ovillo mientras éste se mantenía expectante con uno de los sables de Daniel que encontró en la cámara a duras penas mantenido con acierto.

- ¡Don Antonio! ¡Coja a su familia y sígame sin detenerse, están sobre nosotros combatiendo y debemos refugiarnos a proa donde estaremos más seguros!

Sin una palabra todos siguieron al segundo del Santa Rosa por entre los escombros de madera hasta la escala que los llevaría a la cubierta principal. De pronto una pequeña explosión inundó de cristales al grupo seguido del grito furioso de un pirata que desde su cabo de abordaje había caído directamente a través de las lumbreras en la cubierta. Aún aturdido por el polvo y las astillas, a Segis le dio tiempo de volver sobre sus pasos e interponerse entre Don Antonio y el oscuro corsario que ya se plantaba presto al combate a sable y cuchillo.

La familia hecha de nuevo un ovillo con sus miradas sobre la espalda del segundo miraba con terror el duelo mortal. la tensión y el miedo eran de tal intensidad que  los gritos, explosiones y golpes que llegaban desde el exterior parecían fluir lentamente y se sentían lejanas al lado de la lucha frente a ellos. No había espacio para la danza previa al choque de aceros, Segisfredo acometió directamente sobre su rostro pero el sable curvo del moror lo detuvo mientras por escasos centímetros el traidor cuchillo de abordaje casi se queda para siempre en el estómago de nuestro segundo. Golpes de acero sobre acero, el argelino llevaba su empuje cada vez mas certero mientras Segisfredo aguantaba el tipo hasta lograr encontrar el punto débil o el fallo de su contrincante, algo que no llegaba.

La tensión se incrementaba y la furia se transformaba en rabia por alcanzar la victoria, fue en este momento cuento Segisfredo de un golpe inesperado por el pirata atravesó el hombro izquierdo que hizo retroceder al herido, mas este paso atrás no fue sino el impulso contra Segisfredo que,  como pudo, aguantó el  golpe mientras caía al suelo perdiendo el sable a metro y medio de su alcance. El pirata recuperado del salto elevó el sable para terminar con su trabajo cuando, como si de Beltrán de Duguesclin fuera cuatro siglos atrás, un tercer sable se clavó por la espalda del corsario. Fue la mano decidida de Mª Jesús que tenía claro su destino. Nadie pronunció sonido alguno, simplemente dejaron el cuerpo inerte del sorprendido corsario y avanzaron hasta el castillo de proa donde Segisfredo ocultó a la familia Mendoza en el pañol del carpintero y el calafate. Les dejó dos pistolones que con el sable que le devolvió la vida servirían para parar un primer golpe.

- ¡Quédense aquí hasta que todo se acabe! ¡Volveré a sacarles de aquí! ¡ Lo juro por mi vida que ya es vuestra!

Con una mirada sin final entre su salvadora y él cerró la puerta mientras se incorporaba al combate. La situación había empeorado a primera vista pues la lucha era ya sobre la cubierta del bergantín donde se defendía cada metro de eslora con sangre y pólvora. Daniel se mantenía esta vez en primera línea con sus hombres, habían cedido algunos metros sobre el castillo de popa pero con gran esfuerzo mantenían el pequeño frente.

- ¡Capitán, aquí me tiene!

- ¡Duro Segis, duro con ellos! ¡Necesitamos hacerles daño en su nave o acabarán por doblegarnos!

- ¡Déjeme eso de mi cuenta!

Daniel lo miró un segundo hasta volver a sumergirse en aquél combate que presagiaba su fin lento o rápido en función de su resistencia. Segisfredo cogió del hombro a uno de los artilleros y se lo llevó de la línea de lucha.

- ¡Manuel, vamos a la santabárbara! ¡Hemos de hacer algo por lo que los nuestros nos habrán de recordar en lo que les quede por vivir!

Con gesto de incredulidad el artillero de segunda Manuel Paredes siguió hasta la Santabárbara a el segundo oficial.

- Hemos de preparar varias bombas incendiarias, hay de acabar con su frente atacándoles el culo. No tenemos mucho tiempo, mientras buscaré si quedan frascas incendiarias para lograr lo que no conseguimos antes de que nos abordaran. ¡Vamos!

El artillero con dominio de su profesión fabricó tres pequeñas bombas compuestas por metralla y mucha pólvora a las que introdujo dos pequeños frascos de alcohol que bien se los hubiera bebido en aquella situación. Con la munición lista volvieron a cubierta, la situación se mantenía, aunque la línea de resistencia era cada vez mas fina.

- Manuel, volved al combate, confío que vuestros artefactos funcionen porque sino vos y yo mismo ya estaremos muertos antes de una hora.

Manuel Paredes de oficio artillero cargó con el grito en la boca y el sable en su mano avivado su ánimo por el arrojo de su segundo. La vida o la muerte, como en tantas ocasiones estaba en manos del caprichoso destino y su amante la suerte…

jueves, 5 de agosto de 2010

Después de tu mirada...




No la habrá, mientras caminas,

mientras la isla que tu miras

te contempla en tu lento andar

sobre arenas vertidas desde la mar,

correos del devenir de tu propia existencia

tantas veces abandonada a su inercia.



No lo habrá mientras dos ojos te miren

como faros brillando entre oscura nocturnidad,

regalando lo que no puedes tomar.

Brisa sofocante entre el gris de la realidad

volcada en infinitos puntos imposibles de contar,

sudor perdido en esfuerzos de pura inutilidad

pues la carrera el mismo fin tendrá.



No habrá montaña, valle o rincón

donde mi pensar descanse por tu imaginar,

huellas de mis pasos te dirán donde me podrás encontrar

mientras estos sin detenerse te esperarán.

Siempre sin sombra, sin artificio que corrompa

lo que invariable y unido nadie lo separará jamás.




No habrá planeta, no habrá estrella, no habrá

muro de piedra que pueda con tus ojos mirando,

con tu mirada hablando sobre mi corazón encogido

sin reacción, triste y sin sentido por desear lo prohibido.



“No habrá montaña que lo cubra, ni tiempo que lo destruya”

 
No hay sueño roto, tan solo esta varado

martes, 3 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta...(76)



…El humo no permitía distinguir con claridad lo que ocurría a más de tres millas de donde el Santa Rosa se encontraba. Estaba claro que aquello era un combate aunque no se podía distinguir banderas aún. La comisión del Capitán del bergantín no era otra que la de llevar con seguridad y eficacia las comunicaciones entre las capitales de los departamentos marítimos, pero estaba claro que aquellas aguas eran de control hispano y no se podía dejar sin al menos supervisar cualquier incidente que se plantara frente a su roda. Tan claro tenía esto último Daniel que ordenó poner proa hacia el penacho de humo que despuntaba sobre su amura de estribor

- ¡Rumbo este sur este! ¡Segundo, toque zafarrancho y prevención para el combate! Vos, doña Elvira, lamento interrumpir nuestra conversación de manera tan abrupta, mas la situación así lo impone. Os ruego que os guardéis en la cámara con vuestra familia hasta que pase esta situación. Le prometo que acabaremos lo que empezado dejamos.

- Me quedo con su promesa. Por favor, cuidad de vuestra vida que es una y de gran interés para cualquiera que os conozca.

- No temáis más que por la vuestra, que la de este humilde capitán no podrá acabarse hasta que su se vea cumplida y no esta ese cumplimiento muy cercano. ¡Izad nuestro pabellón!

El objetivo estaba a barlovento del bergantín lo que les dejaba en clara desventaja ante un eventual enfrentamiento, pero eraesa  la única vía para aproximarse y comprobar lo que estaba ocurriendo. Daniel confiaba en que el entrenamiento de sus hombres, aunque hubiera sido realizado sin fuego real, le diera ventaja ante la desconocida situación. Desde el puesto de vigía en lo alto del aparejo del trinquete iban cantando cualquier novedad y poco a poco se iba descubriendo el pastel que no era en verdad de dulce.

- ¡Dos corsarios atacando a una polacra semiartillada Capitán!

- Parecen un jabeque y una goleta de poco porte, capitán.

- Si, Segis. Pero el poco porte lo llevan hasta arriba de hombres. Prepara la artillería y disparad al jabeque con la banda de babor a mi orden.

Daniel deseaba atraer para sí al navío de mayor porte para dejar a la polacra que se bregase con la goleta; era un combate en condiciones inferiores por la posición y el armamento pero confiaba en que la suerte pusiera algún efecto de su parte en la balanza del arrojo y la razón. Don Antonio surgió del interior del bergantín con el gesto de la ira intentando superar al propio del terror.

- Capitán, debemos retornar el rumbo y dirigirnos a Cádiz, nosotros nos somos navío propio para el combate de piratería. Sus órdenes son las de llevar a mí y a mis hijas a Cádiz. Me veré obligado a informar a sus superiores en caso de que no recupere su rumbo y…

La mirada de Daniel era lo suficientemente elocuente para cerrar de tal guisa las voces del miedo de Don Antonio.

- Con el respeto que vos merece, Don Antonio, podría ser vos y sus dulces hijas los que podrían haber estado en ese barco de trasporte y estoy seguro que su agradecimiento sería infinito en caso de ser rescatados hasta por chalupa de tritones. Quizá sea esta el primer y último combate que vos podáis observar porque nos fulminen esos hijos de Satanás, así que quedaos a observar cómo se bate un navío de nuestro Rey Católico o refugiaros en la cámara a la espera de la calma que deseamos nosotros y seguro sus compatriotas en la polacra atacada. Haced una de las dos cosas pero cerrad la boca o me veré obligado a encerraros en la sentina mas profunda del “Santa Rosa”.

No hizo falta más, Don Antonio lentamente y en silencio se retiró varios pasos hacia la cámara aunque la curiosidad venció al miedo quedando a cubierto pero con posibilidad de contemplar lo que depararía aquella situación.

El combate, mientras tanto continuaba entre la polacra y la goleta algo más parejo, pues el jabeque sabedor de la situación de superioridad enfiló desde su barlovento al Santa Rosa que con mucho esfuerzo ganaba algún nudo sin superar los más de 5 que ya llevaba su enemigo contra ellos. Desde la banda de babor la confirmación de los cañones listos al menos tranquilizó a Daniel en siquiera una ínfima medida. Los seis mejores tiradores con los mosquetes listos se encontraban encaramados sobre el aparejo a la espera de hacer blanco sobre los cabecillas del jabeque, mientras varios hombres con hondas a modo de lanzadores tenían las frascas incendiarias también listas para hacer blanco sobre el enemigo si se pusira a tiro.

Las dos naves iban a encontrarse en pocos cables, parecía que el abordaje iba a ser claro.

- Capitán, nos van a abordar, son más que nosotros, no aguantaremos mucho.

- Lo sé Segis, mantén el rumbo y queda pendiente de mi orden de fuego. ¡Piloto! A mi orden, maniobra a estribor. Nostromo, mantenga a sus hombres listo para la maniobra y que nuestro Señor tenga a bien repartir la suerte.

Con un cable de distancia sobre el que el viento permitía ya escuchar los bramidos y rugidos de odio y sangre que en el jabeque se producían a modo de celebración por la victoria anunciada,Daniel bramó la orden única que podía dar.

- ¡Orzar a estribor!

- El silencio del Santa Rosa roto por los gritos del jabeque argelino se mantuvo mientras la maniobra se ejecutó de forma rápida y con el orden esperado mientras las oraciones al santo de cada uno destilaban como susurros de entre los dientes de quien estuviera a bordo del bergantín. Justo cuando la cara de babor daba plena con el jabeque la orden y la detonación de los pequeños cañones apuntado al aparejo corsario dieron con éste, casi al mismo tiempo desde este en su maniobra contraria hacia lo propio con sus cañones.

La humareda no permitía ver si el daño sobre los argelinos era el esperado, mientras tanto los daños de la andanada corsaria había tocado el trinquete que peligraba sobre su fogonadura. Carpintero y calafate ayudado por varios marineros aparejaban cables de fortuna y descargaban parcialmente el velamen mientras los tiradores a salvo de aquel palo iban como diablos hacia la balconada de popa donde esperaban en cualquier momento sentir el bauprés del jabeque clavado sobre el bergantín.


Eolo tuvo a bien disipar la pólvora gastada en forma de humo descubriendo al jabeque a menos de 50 yardas de su balconada. Los daños de la andanada habían sido menores en el aparejo y el abordaje estaba decidido.

- ¡Preparados para ser abordados! ¡Lancen las frascas incendiarias en cuanto nos aborden! ...