lunes, 30 de junio de 2008

Oro en Cipango (7)

...Pocos hombres quedaban con vida, pocas razones encontraban los heridos de muerte a su fin anunciado, las mismas pobres razones que los indígenas huyendo sin saber a quién habían hecho enfurecer para recibir semejante castigo. Después de asegurar nuestro pequeño asentamiento, intentamos socorrer a tanto herido y recuperar el armamento desperdigado en el campo del combate a muerte que había sido aquello horas antes. Al fin encontramos a Don Fadrique Román, con una herida de muy mal aspecto en su pierna derecha. Por suerte el cirujano que los acompañaba desde la partida estaba en buenas condiciones así que trasladamos a Don Fadrique sobre unas parihuelas y al Cirujano, casi a empellones, lo enfrentamos con la triste razón de su existencia, sierra, láudano y aguardiente. La amputación estaba servida.

Con la aquiescencia de don Juan de Arana decidimos establecer nuestro campamento, durante al menos dos semanas, hasta estar en condiciones de regresar a la Capital con la seguridad garantizada ante posibles nuevos ataques de los indígenas de aquellas tierras. Hombres estos rudos, a los que respetaba como demanda la buena ley ante quien se defiende y lucha por lo que considera suyo. Lástima que el mundo gire en el mismo sentido, sentido que no ofrece grandes posibilidades al débil. Mundo que se rige por la razón del vencedor. A Nuestro Señor rezo y agradezco que nos tenga en su regazo de gloria y nos de la fuerza para alcanzar la victoria. Aunque también creo que su Grandeza estriba en su postrer castigo a quienes no se deban a la piedad y la comprensión del que se tiene enfrente. Este mundo que gira cruel en manos del Santo Oficio y de la ceguera que produce la intolerancia nos acabará trayendo desgracias a nuestra España. El que esto lea de seguro se santiguará asustado, pero a estas horas finales de mi humana existencia nada me importa decir sin temor a ser preso, pues ya de la Muerte lo soy y a ella sola espero.

Pasaron varios días sin ataques, las tropas sanaron y Don Fadrique se restableció ya tullido y con un humor de perros, cosa que Don Sebastián Vizcaíno me confirmó ya tenía con ambas piernas. Tanto el maestre tullido como mi señor, Don Juan, entablaron buenas migas, cosa que no me dio grandes elogios hacia el tullido. Don Juan convocó una reunión a la que los cuatros nos vimos enfrentados.

- Bien, caballeros. La derrota habremos de olvidar, pues es hora de recuperar la iniciativa y dar el justo castigo a estos ignorantes del verdadero Dios.
- ¡Si señor! ¡Ese ha de ser el proceder antes semejantes bárbaros, cobardes en su emboscada y ruines en su avidez de sangre española!
- Perdonad mi atrevimiento maestre Román, no hay mejores hombres ante una emboscada que los nuestros en Flandes, ni aguerridos y bravos guerreros en un abordaje que nuestro marinos. Solo habéis de preguntar a los holandeses o a los britanos cuando estos últimos enseñan la popa ante el mínimo atisbo de lucha entre penoles.

La mirada de Don Fadrique terció en banda de picas, su piel enrojecida bramó
- ¡Quién sois vos! ¡Acaso un indio disfrazado de lustroso español! ¡Vive Dios que esa chusma no son humanos de talla sino gente de morralla!
Iba a contestar, mas un suave golpe en mi hombro por parte de Don Sebastián dio paso a zanjar aquella peligrosa disputa.

- Caballeros, dejemos a nuestros enemigos el valor de su arrojo y no permitamos que nos dividan por tan pequeña disputa.
- Don Sebastián lleva razón en sus palabras. Dejemos tales ofensas sin sentido y continuemos con lo que verdaderamente nos interesa. La situación parece ya normal. Los hombres que tenemos listos para continuar son ya mil quinientos, por lo que dispongo que con mil partamos Don Fadrique y mi persona hacia la capital, mientras vos, Don Martín y vos, Don Sebastián, permaneceréis con los demás para mantener ocupados a los posibles enemigos durante nuestra marcha. Quizá recuperemos algún hombre más en vuestra espera que no ha de ser menor de una semana y mayor de dos.

Iba mi carácter y mi espíritu, cada vez mas enconado hacia la persona de Don Juan por tantas otras razones, a responder ante tal estúpida estrategia, cuando un gesto de Don Sebastián me hizo retroceder.

- Bien nos parece, que ambos caballeros de relevancia sois para nuestra España y nuestro Virrey y tal escolta merecen vuestras personas. Nosotros os cubriremos la marcha y antes de dos semanas alcanzaremos la capital.

El rostro de don Juan era una mezcla de sorpresa, enfado y asentimiento.

- Bien dicho queda, o así lo parece. Esta misma tarde partiremos hacía la Ciudad de México para dar cuenta al Virrey de la situación. Don Martín, considero que Sebastián, su
Alférez dirija nuestras tropas hasta allí.


Con el atardecer, en la cobarde oscuridad pude ver alejarse a nuestras gallardas tropas al mando de dos hombres a los que ya nunca tuve por bravos españoles, sino verdaderos cortesanos que al amparo de la noche huían. Aquella mala imagen quedó borrada al instante, quinientos bravos, Don Sebastián Vizcaíno y yo nos valíamos ante cualquier reto que Nuestro Señor pusiere frente a nos. Montamos las guardias como era menester; sin cirujano mas parecido a carpintero, pero con las pocas nociones que había aprendido entre los pobladores de aquellas tierras fuimos recuperando a los heridos y dando cristiana sepultura a los que abandonaban aquella tierra aún indómita a pesar de nuestro dominio...

sábado, 28 de junio de 2008

Oro en Cipango (6)

...fueron días, semanas que ya rayaban el mes en los que mi vida transcurría entre una amanecida violentamente dulce unas veces, sensual y sin tapujos mojigatos otras y la dura milicia con el anciano Don Juan de Arana, un hombre que se hacía respetar ante mi y mis hombres de forma un tanto risible por cortesana y poco aguerrida. Aquello provocaba instantes de hilaridad entre los soldados a los que debía de atajar al látigo. Mi pensar no dejaba en ningún momento de refugiarse en los recuerdos de la última velada con mi musa invisible a los ojos de nadie mas que mi persona y la espera ansiosa por retornar a su abrigada rada, donde hacer ferro a la merced de sus brazos.

Las citas pasaron de la continuidad casi diaria a ser mas espaciadas en el tiempo. Esto, al principio comprensible por el decoro de no ser descubiertos, acabó por convertirse en tortura propia del Santo Oficio. No entendía aquellos rechazos que alcanzaban a trastocar mi ser y mi ánimo, provocando comportamientos hacia mis soldados que nunca hubiesen creído ellos ni yo mismo de mi persona. Mi simple y primitivo razonar en asuntos de mujer no me ayudaba a descubrir aquella estratagema tan bien calculada. Con valiosos agasajos en los que mi alma atormentada por su indefrencia, obligaba a mi cuerpo a desprenderse de grandes tesoros, muchosde ellos de incalculable valor personal, que pasaban a sus delicadas, pero expertas manos en el arte del encantamiento amoroso.



Mi fiel Sebastián volvía, cuando mi humor se lo permitía, a la carga contra aquella relación propia de un enfermo para el que sus males solo la cura de soledad darían remedio. Mas de una vez lo maltraté, lo vejé sin miramiento alguno hacia su lealtad. Es triste arribar a viejo para comprender que la pasión sin medida solo alcanza su a saciarse con la muerte o la destrucción del alma y la vida, máxime si frente a ella pervive la crueldad perversa de la manipulación.

Sirio debía estar alumbrando en aquellos momentos, la canícula en el mayor de sus apogeos martirizaba mi ya dañada sesera mientras cabalgaba a lomos de Rebeco en dirección a la Villa Rica de la Vera Cruz. Hacía dias que nos habían llegado mensajeros con el aviso de la salida de las tropas prometidas por nuestro Rey a las órdenes de Don Fadrique Román; a este pequeño ejército lo acompañaba Don Sebastián Vizcaíno que en aquella Villa se encontraba. Marchábamos al encuentro de aquellos hombres para darlos escolta y guiarlos hasta México. A cuatro jornadas de marcha o quizá cinco, mi cansada mente no es capaz de recordarlo con nitidez, uno de nuestros exploradores nos alcanzó para darnos aviso de que las tropas estaban a menos de un día de allí.

Mandé dar aviso a todos los hombres y nos pusimos en orden de marcha para alcanzar cuanto antes a aquellos hombres. Varias leguas recorridas después un soldado moribundo sujeto a su caballo por las riendas enredadas entre su armadura nos hizo temer lo peor. Después de reanimarlo conseguimos saber que había sido atacados por indígenas emboscados mientras caminaban sin guardia ni protección como las ordenanzas obligan. Aquellos Viejos Tercios no sabían que su fama de invencibles no era conocida en esta parte del Imperio, no hicieron caso a Don Sebastián y cayeron como infelices imberbes recién alistados en la última leva.

Nos aprestamos al combate o a salvar lo que de aquellos infelices quedara. Pífanos al viento y con los tambores a plena función marchamos veloces hacia donde aquel superviviente nos indicó. Tras la loma la lucha continuaba enconada, la pólvora de los escasos arcabuceros en pie hacía estragos entre los indígenas, mientras los pocos piqueros resistentes hacían lo propio defendiendo a los primeros.

- ¡¡¡Santiago y cierra, España!!!



Aquel grito al unísono fue determinante entre los nuestros y entre los indígenas, nosotros a una como bloque, ellos en retirada con la rabia de haber sentido el roce de la victoria por unos instantes. Allí conocí a Don Sebastián Vizcaíno, hombre que devolvería mi vida al lugar de donde nunca debió salir...

jueves, 26 de junio de 2008

Oro en Cipango (5)

... La noche refrescó la temperatura, más no pude atenuar aquellos infernales ardores que ahogaban mis deseos. Mi sueño no alcanzaba a darme un segundo de cordura, por lo que la espera a la llegada de la hora convenida fue un entero velar sin armas. Mi fiel Sebastián intentó en vano hacerme volver a mi vida de príncipe, reinando entre las pequeñas damas de aquella sociedad aún en miniatura. Por más que intentó transmitirme dosis de razón, de demostrarme que aquella relación iba derecha a la perdición de mi persona como caballero y futuro maestre por ser ella quien era, mis oídos no recibían, mi corazón miraba hacía otro lado, mis ojos miraban hacía la torre de la catedral esperando escuchar la señal convenida para la cita.


Y la hora llegó, dejé mi cabalgadura en manos de José, mi criado más fiel con las instrucciones de disponer de él en los bajos de una casa que había sido abandonada por una familia de nobles trasladados a la villa de Acapulco. Había que estar preparado por si la huida se tornaba en única salida. Con premura, aunque intentando aparentar serenidad me aproximé a la puerta de la servidumbre donde di los tres golpes convenidos. Su dama de compañía con la mirada en el suelo me abrió y con un silencioso gesto por su parte encaminé mis pasos tras los suyos. Mi corazón parecía querer salirse del pecho, la mano izquierda aferrada a un espadín era todo lo que utilizaría en caso de huida como defensa, la espada sólo iba como aderezo a mi persona que, aunque era caballero, también nos tenemos derecho a presumir como ellas lo hacen con sus encantos. La puerta estaba allí, entreabierta como el incierto futuro que rubricaba su paso. Sin encomienda alguna rubriqué.

Aún la noche manteníase cerrada haciendo que la vibración de un pequeño candil de dos velas, exhausto por el esfuerzo de iluminar aquella amplia estancia, hiciera la silueta de Doña Blanca portadora del enigma de su silueta cambiante. El sonido suave de su voz entreverado por el seco y suave del cierre de la puerta me despertó del poder hipnótico de aquella escena.

- Don Martín, pasad, acercaos. Cuánto deseaba estar con vos a solas. Pasad, sentaos

Su voz era un susurro solo comparable en mis sentidos de aquellos instantes al grito de los cuatreros de reses de mi Burgos natal que, a un grito suyo, todas galopaban como si un gran terremoto se hubiera desatado. Así era, todos los músculos de mi cuerpo eran como tales reses, desatadas por aquella suave voz.

- Gracias, mi señora. No os puedo veros como desearían mis ojos, pero vuestra voz y vuestra hermosa figura que mitad percibo, mitad adivino en esta penumbra hacen que lo incierto se torne verdad como rayo liberador...
No acabé de decir lo que de mi corazón brotaba cuando el tacto de unos dedos que se posaban en mis labios y el sonido de sus ropas deslizarse al suelo, testigo de nuestro pecado, fueron uno. Sus formas de mujer anularon el total de mi razón, mis deseos unidos en uno, al igual que una carga a espada, pica y arcabuz en plena inundación, como en Empel años atrás, fueron el comienzo de la pura pasión por el deseo y la lujuria de sentir su respiración sitiando mis oídos. Su boca, sus manos que percibí expertas en el bello y peligroso arte amatorio; “Marín, Martín, mi señor, vuestra soy para los eternos y verdaderos deseos...”, escuchaba sus incendiarias palabras, mi nombre nunca tantas veces pronunciado, el frescor de su boca que quería hacer mía para siempre.
Perdí la noción del mundo, ante mi sólo estaba ella sentada mí cuerpo como verdadero maestre de campo al mando de aquel combate victorioso. Así, de aquella guisa carnal en la que nunca había descubierto a dama ninguna, acariciamos la gloria de la victoria que un hombre y una mujer pueden lograr al explotar los puentes, derribando los muros asediados, inundando los fosos del fortín con los humores de la contienda vencida sin lugar a retorno.

La hora prima rayaba, el sol azteca se reflejaba en las gotas del sudor compartido; había que huir, si, huir pues aquello era una hazaña de la que nadie podría saber. José, fiel a mis órdenes dispuso a “Rebeco” en el lugar convenido. Tan sólo una mirada, una caricia y una promesa de retorno, de continuar la guerra pues aquello no era sino el primer combate de una larga contienda...

lunes, 23 de junio de 2008

San Juan ya esta aquí

Brillos que permanentes conjugan la eternidad
luces sin trabas que anuncian inminente novedad
blanco en las bocas por sonrisas de verdad
perfume que anuncia la alegre humanidad.

Un golpe se escucha suave golpear sobre la arena,
es la ola cayendo suave sobre una orilla en calma
entre alboroto de risas límpidas vertidas a la mar.
Chimeneas huyendo apagadas de un viejo fuego ya sin crepitar
el verano arribó, el sol atracó y la luz entre nosotros quedó.
Es el tiempo de sonrisa, de alegría entre las pieles
que absorben, que lucen, que reflejan pintado flores
como enviadas verdaderas, lisonjas del libre y buen sentir
pues siempre la bella primavera generosa las deja al partir.



Feliz noche a todos los que podáis celebrarlo frente al fuego de una hoguera. Feliz noche a quienes, en otro hemisferio, esto signifique el invierno duro o suave, pero sempiterno gris. A vosostros os guardo un minuto entre crepitares y cánticos pues sois parte de esta fiesta pagana que une las manos.

domingo, 22 de junio de 2008

Oro en Cipango (4)

...entramos en los salones del virrey con calma y algo decepcionado por cambiar aquella bocanada de frescor por el basto perfume de la realidad. Con un gesto Doña Blanca se retiró de forma suave quedándonos solos los caballeros. Aquella tarde iba a conocer las realidades de mi nueva situación.

- Buen paseo que habéis dado a mi señora Don Martín, seguro que no se detendrá ya hasta sus aposentos donde descansar de tan enorme caminata. Habréis de saber que mis ocupaciones y, sobre todo, esta edad que cargan mis espaldas no me permiten, ni por supuesto me dan gozo esos paseos a la luz del cielo que tanto practican los jóvenes. Prefiero la comodidad de una buena butaca regia y una conversación de interés que a buen seguro no saldrá de boca femenina mientras el cielo siga sobre nuestras cabezas.

Una risotada brotó de aquella boca medio desdentada por los años y el descuido. Don Gonzalo le siguió en ella y yo esbocé una sonrisa cumplidora y cortés.

- Bueno, mis queridos caballeros, dejemos tales juicios vanales y pasemos a los que nos trae a esta mesa. La nueva organización de la defensa del virreinato. Nuestro Conde de Campos me ha entregado las nuevas directrices para la organización militar que ordena Su Majestad, nuestro Rey Don Felipe. La amenaza de los britanos se incrementa ahora con los herejes del norte de Flandes, estos holandeses han reforzado su flota y parece que desean tomar bases en nuestras costas a este lado del Reino. Por ello las flotas y las construcciones de las fortalezas van a ser reforzadas y Don Juan, aquí presente, nos llega como gran maestre de nuestro ejército.
- Así es, Excelencia. Yo he llegado como avanzada para supervisar las actuales fuerzas y en breve a estas se añadirán nuevos hombres voluntarios de los tercios viejos. Voluntarios a los que se les dio la opción de venir hasta estas latitudes o pasar a los tercios nuevos. Son hombres, rudos, valientes hasta el arrojo, temerosos sólo de Nuestro Señor y de que su bandera toque el indigno suelo.

Mi mente estaba en sus explicaciones, mi corazón meditaba los planes para ser capaz de volver a sentir aquella presión en mi antebrazo cuanto antes, Doña Blanca campeaba en mis pensamientos.



- Don Martín, he aquí la razón de esta reunión; deseo que vuestras mercedes tengan a bien coordinar sus esfuerzos para unir tales fuerzas. Por ello desearía que en cuanto los Condes de Campos se alojen en su definitivo lugar, vos os pongáis a ello con la voluntad de dos bravos soldados españoles, como se al ciento que lo son.

“Dios mío, es el regalo mas grande que me hayáis concedido”, sólo eso pensaba en aquellos momentos, nada cabía en mi revolucionada mente. Podría, con aquella argucia, estar en contacto con ella más tiempo del que mis sueños manejaran.

- Por supuesto, Excelencia. No dudéis de mi humilde pero firme intención de serviros a vos como hasta este día y desde hoy a su grandeza de España, Don Juan de Arana.

- No esperaba menos de vos, Don Martín. Estoy seguro que esos herejes, ya sean hijos de rabiza britana u holandesa no tendrán valor suficiente para poner sus condenados pies en las tierras de Su Majestad Católica. Sin mas terminemos esta reunión para continuarla en un breve futuro. ¡Brindemos!

Brindamos con buen aguardiente y nos despedimos con la promesa de reunirme con aquel hombre enjuto, desgarbado, pero con ese porte que se dan a sí mismos los que se saben seguros de todo mal por el cobijo al que viven arrimados. Don Juan y yo no podríamos converger en nada bueno, eso saltaba a la vista, mi vida creció desde la más baja catadura del siervo de la tierra y la de él, a leguas se podría ver que nació ya en cumbres donde rayaban cielos de poder. Mi regreso a mi casa fue de un regusto agridulce por la proximidad de ambas personas. Vive Dios que en estos días de despidos y homenajes, mi sabor no percibe ya ningún gusto, que todo es ya desengaño por la ignorancia perdida tras años de brega entre sus brazos.

Pasaron varias semanas entre las que me vi aleccionando a mis hombres, apretando en su formación a la espera de la llegada de aquellos temibles hombres. Mientras esto ocurría, las notas entre la residencia de Doña Blanca y la mía corrían como halcón peregrino en picado frente a una culebra que llevarse al pico. Aprovechábamos los domingos para encontrarnos a la salida de los oficios de la catedral. La sangre aceleraba su paso en nuestros cuerpos, el calor del verano y de su presencia cercana, me causaban dolor en el alma hasta que el corazón vencido me empujó a tomar la decisión.

- Sebastián, haz por entregar en mano esta nota a Doña Blanca. Es de vital importancia que su esposo no esté al corriente de tal acción.
- Mi señor, como padre os tengo y por eso os ruego que os alejéis de tal dama que no os conviene…
- ¡Cierra la boca, imberbe al que todo di! Sed buen soldado y cumplid con la orden. ¡Retiraos ya y no volváis sin respuesta de ella!

Sebastián, al que no podré agradecer nunca todo lo que por este sudario de huesos hizo, partió a uña de caballo y varias horas después la respuesta la tuve en mis manos:



“Mi señor Don Martin, habéis ruborizado mi sensata piel con vuestros elogios a esta humilde persona. Yo también siento lo mismo por vos y vuestra presencia cerca de mi sería un paraíso adelantado a la venidera muerte. Más no se como habremos de vernos en solitaria estancia sin despertar las sospechas de cualquier alma de buena entraña que así nos viera. Aún así mis deseos se avivan al saber que los de vos a la misma hoguera van y por tal razón os propongo nos veamos en mis aposentos de mi residencia antes de la hora prima, pues es en esos momentos cuando la casa es más segura ante cualquier imprevisto. Así pues, os espero esta noche antes de la prima con el ansia de veros y sentiros cerca. Siempre vuestra, Blanca de Valdés”…

viernes, 20 de junio de 2008

Oro en Cipango (3)

...comimos, don Gonzalo presidiendo aquella mesa sin su contraparte femenina al otro lado disfrutaba observando las complicidades en las miradas y gestos. Don Juan de Arana rayaba ya los años del ocaso en la vida de alguien que pretende mantener acero frente al rival. Todo apuntaba a un matrimonio como tantos dela vieja nobleza, en el que el viejo hacendado, noble y grande de España, se hacía con una joven mujer de iguales orígenes pero de menor cuantía en su bolsa de dote. Aunque aquella hembra, que así he de llamarla pues como tales nos comportamos en algunos trances, no era una dulce e inocente damisela que no conociera mas varón que su ya “en desarmo“ esposo, aunque por desgracia aquello no lo viera.

Mis aventuras fueron la atracción de la sobremesa, máxime cuando una bella dama azuzaba en su asombro a cada nueva “proeza” algo elevada en volumen, que todo se ha de decir.

- Don Martín, me asombráis en vuestra valentía y determinación. Nuestro Virrey deberá teneros por pilar y baluarte en estas tierras de nuestro señor Don Felipe.
- No me abruméis, que no es nada frente a lo que nos aguarda oculto y por descubrir hacia donde vuestra hermosa mirada desee poner como luz y destino, señora mía.

En estas andábamos cuando vimos a Don Juan de Arana dormitando la opípara comida en uno de los butacones del Virrey. Don Gonzalo, con un gesto que creí cómplice en aquellos momentos, aunque hoy sé de su intención, me hizo salir a los jardines del palacio. Hinchado cual pavo real salí sintiendo el delicado brazo de Doña Blanca aferrado a mi brazo derecho. Continuamos hablando casi sin dejar tiempo al resuello propio que permite la vital respiración. Ella me hablaba de la corte allá en San Lorenzo de Escorial, sus fiestas y las andanzas de algunos truhanes famosos del Madrid que nunca conoceré. Yo continuaba relatando las maravillas de las islas del Mar del Sur y mis sueños perdidos entre cada isla de las Filipinas. No era ella mi Doña Isabel[1], la de Barroto, perdida en mi memoria, mas nunca en mi corazón. No lo era, su clase nunca alcanzaría la de alguien que supo dirigir una expedición de hombres bravos en medio de mundos desconocidos. No lo era, pero a mi cuerpo no le importaba, había aprendido a separar cuerpo y alma, gran pecado que en estos monentos en los que me despido de la luz del día cada amanecida imploro a nuestro Señor perdone por querer hacer lo que de Él es único menester.

Paseábamos mientras la charla crecía...

- Don Martín, agradezco vuestra compañía por su gran esfuerzo. Reconozco que vos sois un hombre ocupado e importante en esta corte, que tan lejana está de nuestra España.
- No digáis tal cosa, mi señora que es un gran placer caminar a vuestro lado mientras relatáis con esa gracia propia de quien hace poco llegó de España las novedades del Reino.
- Gracias por vuestras palabras que no las merezco. Aunque si vos supierais. Mi soledad es grande en extremo, mi esposo es un hombre importante y muy ocupado. No tiene tiempo para alguien pequeño y sin importancia como mi humilde persona.


Mientras esto relataba, yo sentía, realmente lo estoy sintiendo como si fuera ahora mismo, en mi brazo su presión, su forma encubierta de acariciar mi antebrazo. En aquellos momentos era una diosa la que había llegado para que yo la sirviese. No había ya entendimiento ni razón, sólo voluntad en grado sumo.

- Doña Blanca, podéis contar conmigo en cualquier momento, no dudéis de mi disposición. Mi alférez Sebastián es como un hijo para mí y tan solo tenéis que enviar por él un mensaje, que él me lo comunicará con entera y absoluta discrección.


Sus ojos, su mirada era diferente, la calma de la victoria consumada diría ahora, la mirada del agradecimiento sincero pensaba entonces mi razón anulada, mientras mi corazón se batía en picas y arcabuz por asaltar el suyo. Nos interrumpió un sirviente para reclamarnos en los salones con Don Gonzalo y Don Juan....

[1] Ver el relato “Mas vale morir una vez”

martes, 17 de junio de 2008

Oro en Cipango (2)

... Cuatro de febrero de 1601, corrían buenos vientos a lomos de mi alazán “Rebeco”, la milicia funcionaba como verdaderos tercios, esos que hacían y aún hacen temblar a los enemigos de nuestro reino en cualquier parte de Europa. Sebastián era ya un buen mozo que se bregaba bien con aquellos hombres, dos meses llevaba ya como alférez al frente de ellos. Veníamos de pasar la noche a unas cinco leguas de la capital del Virreinato. Esa costumbre la logré imponer a nuestra pequeña milicia; era la única manera de entrar presentables, limpios y en orden después de muchos días de caminos inagotables, de luchas y sangre vertida nuestra y de tanto indio, humanos inocentes que caían desconociendo la razón de su muerte. A estas alturas yo tampoco la reconozco, pero ya sólo queda que El Altísimo haga justicia de mis acciones.

Como les relato, entrábamos a golpe de tambor mi alférez Sebastián y yo a lomos de nuestras cabalgaduras, siguiéndonos el abanderado con las cinco columnas de soldados tras de sí. Me encantaba creerme un gran maestre al estilo del Spínola de aquellas épocas. Cabalgando de tal guisa en dirección al palacio del Virrey disfrutábamos de los habitantes arremolinados a nuestros flancos agasajándonos con vítores. Fue entomces, al doblar la avenida y enfilar ya el palacio cuando los ojos de quien luego seria el cuerpo de mis desgracias, cruzó su mirada zaina con mis ojos en ese momento engolfados de honores y gloria, ciegos a todo lo que no fuera galanteo y lucimiento. Rebeco continuaba su andar pausado y marcial, mientras mi cuello se veía retorcido por aquella mirada, no podía evitar contemplar su inmaculado rostro agujereado por aquellos dos ojos negros, en su pecho creía ver su corazón palpitar ante mi cuando la realidad era la inversa. Mi cuello se negó a retorcer más sus músculos, con lo que con un gesto de saludo cadencioso, dejando entrever una postrer cita me despedí de aquella dama.

Después de presentar mis hombres a Don Gonzalo les concedí diez jornadas de permiso con paga, sabía que los tendría antes de tres soles en nuestro cuartel sin un ducado después de haber vivido aquellas escasas horas con la intensa devoción de quién sabe que morirá mas temprano que tarde. Mientras rompían filas mis hombres, Don Gonzalo y yo nos dedicamos a despachar los asuntos que él tenía para mi de la Corte y por mi persona le entregué los informes preparados el día antes de alcanzar la capital, aquello era algo que le sorprendía agradablemente a el Virrey

- ¡Caramba, Don Martín! No conozco en todo el reino de este lado del océano ni del otro que tenga siempre a punto sus informes del puño y letra del propio maestre.
- Ya sabe vuestra excelencia que me detengo cercano a la Capital una jornada antes y la dedico entre otros menesteres a este esfuerzo, que no es tal siendo para vos.
- Dejaros de monsergas, Don Martín. Y ahora id a asearos que le espero para comer. Tenemos invitados recién llegados de la corte y deseo presentároslos. Estoy seguro que haréis amena la comida con vuestras aventuras y os garantizo que también lo será para vos la vista, pues acudirán bellas damas

Me despedí y cabalgué raudo hacia mi casa, no quería defraudar a Don Gonzalo ni que las damas que prometía defraudaran su vista con una estampa mejorable de mi persona. Si me permiten un inciso, mírome en estos días postreros al fatal espejo y, aun siendo tarde, descubro la Verdad, pues este fino pellejo que hace de sudario adelantado la permite ver en el interior de mi persona. Quizá el poder saber esto con menos años hubiera significado otra vida, mas no lo sabré nunca.

Pasada la hora sexta, aunque no recuerdo si ya entraba la nona me presenté en el Palacio del Virrey para la comida. Don Gonzalo me recibió alegre como siempre que un jolgorio se cernía sobre él, cosa que cuando mi humilde persona andaba cerca era cosa segura.

- ¡ Don Martín, parecéis el mismo Rey Felipe!
- No os burléis que algo habréis contado a vuestros invitados y había que llegar alistado.
- No seáis quejica, que vuestra fama os precede.

Entramos en el salón con sus ventanales mirando al oeste, giré hacía la chimenea que creía encendida y mi alma se disolvió en mil pedazos ocultándose entre el tuétano de mis costillas.

- Os presentaré. Don Juan de Arana y Bastida, caballero de la orden de Malta, conde de las viejas tierras de Campos y su esposa Doña Blanca de Valdés y Cienfuegos. Don Martín de Oca, Conde de las Islas de Santa Cruz y capitán de nuestra milicia.
No supe que decir solo intentaba evitar su mirada, sus negros ojos....

lunes, 16 de junio de 2008

Oro en Cipango (1)

Corren ya los rigores del verano, a mi sentir más duro que los corridos en mi infancia de Villahoz. Y es que este San Diego de la Españas de nuestro Rey Don Felipe IV es duro con quien ya viste surcos entre la reseca piel como la de este humilde servidor de vuestras mercedes; surcos que no consiguen borrar cicatrices de acero y plomo que me presto a dejar contadas entre pergaminos, si esta vieja salud me deja llegar al final y el bueno de Sebastián se mantien presto a mi lado. Esta maldita gota me está matando y tengo huesos son quebradizos o eso al menos me ha dicho Don Gracián, el cirujano que tenemos el privilegio de compartir toda la villa.

Como les decía, ya están aquí las noches cálidas del verano de este año del Señor de 1634; a mis 65 años mi cuerpo no espera ya nada más que la llegada de la Muerte, que libere este alma a ratos atormentada y a ratos deseosa de volver al reino de los cielos, donde nuestro Señor decidió su condena temporal en este cuerpo maltrecho otrora mas recio y bravío. Será la Muerte mujer seguro de fina estampa, que tendrá a bien ser piadosa dando un rápido salvoconducto sin grandes momentos de dolor a este cuerpo cargado de dolores ya olvidados.


Les había dejado en mi primera historia allá por el año del Señor de 1597 en la hermosa Villa de Acapulco camino a la Ciudad de México. Fue allí donde recibí los primeros años de mi nueva vida como primer Conde de las Islas de Santa Cruz como los sueños cumplidos, soñados después de tantas privaciones, muertes, huidas, duelos y revanchas. Era un noble en una ciudad donde escaseaban los cristianos viejos, donde el dinero casi sobraba frente a un título de nobleza y una prebenda como la mía, otorgada nada menos que por el Virrey de Nueva España Don Gonzalo Méndez de Cancio y Donlebún.

Las “buenas influencias” del virrey me consiguieron una buena casa de dos plantas en la zona más elevada de la ciudad, cercano a todas las “familias respetables” de la capital. El palacio, pues para mi persona así lo sentía, “venía” con tres criados y caballeriza con bello alazán de crines largas y claras. Al principio intenté no dejarme deslumbrar por tanto agasajo, al fina y al cabo mis orígenes fueron los mismos que los de los criados que me tenían por su señor absoluto. Luché los primeros días por hacerles entender que la estancia allí sería para todos lo más placentera posible pero, Dios me perdone cuando me juzgue, me acostumbré a ser el amo y señor.

Acudía a fiestas en las que era invitado como buen partido ante las damitas castellanas en edad de cortejo. Muchas fueron las madres, celestinas que se ofrecían como alcahuetas de sus bellísimas niñas, muchas también las miradas de odio y de rencor por parte de los hidalgos que, aunque cristianos viejos, eran de menor rango y, por ello, “segundos platos” para nuestras damiselas.

Así fue trascurriendo el tiempo desde mi llegada a México hasta el año 1601. Pequeñas expediciones, duro trabajo en la formación de una milicia fuerte, pacificación de zonas rebeldes al poderío de nuestro señor Don Felipe III que en gloria esté, todo ello salpimentado por las fiestas, las bellas mujeres. El hastío me ahogaba, hubo momentos que me soñaba regresado a mi olvidado Villahoz de las tierras del Cid, mis padres, mi familia, la sencillez de las cosas. Todo aquello se borró en aquel año del señor de 1601, un rayo cegador anuló mi voluntad de discernimiento. Una mirada felina, sabedora de las debilidades de un hombre se posó en mi rostro para no dejarme a voluntad mía…


viernes, 13 de junio de 2008

Pequeña celebración, Pequeño Entierro

Estoy triste, llevo así varias semanas, supongo que es el colofón a tantos días de tensa espera, de haber logrado el sueño deseado. Ese este el momento en que queda uno inmóvil después del paso de la meta soñada. Como decía Gandhi, en el camino reside la victoria, una vez alcanzado el objetivo, esta ya queda atrás. Y así me parece estos días en los que lo conseguido se va transformado en lo recordado, en las personas que quedan detrás, que se dejan sin pausa mirando tu marcha sobre el andén de la estación, una estación llena de malos aires, de tóxicos personajes en minoría pero con un cierto poder sobre la mayoría.

Mucha gente que ahora me cruzo por los pasillos del hospital, me sonríen igual que siempre lo hicieron, consiguiendo que ese nudo que ya lleva días de “ocupa” en mi estómago se apriete un poco más. Se dirán las mismas palabras que en tantas ocasiones de parecidas características se dijeron, “nos veremos”, “tenemos que quedar de vez en cuando”. Pero al mismo tiempo que se pronuncian, un regusto amargo resultante de exprimir el cerebro te hace sabedor que será difícil cumplir los deseos y te mata un poco por dentro.

Es esta una pequeña muerte prematura en la finita vida que lentamente fluye hacía un final desconocido en fecha y lugar. Creo que cada cambio importante en el que se deja detrás algo es como el cierre de un capítulo de la historia de tu propia vida. Un cierre que te hace un poco más viejo de forma, quizá algo mas consciente que si ese cambio no se produjera siguiendo una rutina. La dichosa experiencia que va pareja con los golpes de mar y tierra, con las frustraciones y sueños alcanzados, los triunfos , la sangre vertida real y virtual que esta última suele ser menos visible pero más dañina.

Hoy es un día en el que hay que dejar atrás lo que se deseaba hacer pero también hay que dejar lo enormemente bueno que siempre empareja con lo malo, algo que suele ser de mucha mas calidad que lo malo pero que por bueno siempre queda bajo la bota de la pobre maldad que casi siempre domina.

Adiós Gina, Montse, Andrés, Jaime, Lolo, Borja, Ricardo, Cristina, Desireé, Nino, Trabanco, Alicia, Carmen, Begoña, Juan, María, Esther, Pili, Reyes, Susana, Loli.... y todos los casi 460 compañeros, hermanos y verdaderos jabatos de la supervivencia que en semejante Caserón os mantenéis en pie y a flote como buenos navíos esperando al verdadero capitán que sepa gobernar.


ADIOS Y GRACIAS



P.D. : creo que Don Martín de Oca y yo tenemos que zarpar, nos esperan nuevos retos.

jueves, 12 de junio de 2008

A vueltas con quien batiera a "pluma y tinta" el cobre.

A vueltas con Don Francisco, servidor de vos sigo.
Héroe desde que lo leí para siempre fue ya para mí
Orgullo de Santiago y su Orden ya hasta el fin
lujo de España que al mundo humilde ofreció
gallardo sin traba, sin mancha a don Luis fustigó
nariz pegada a un rostro rival con el que a pecho litigó

Es Quevedo y Villegas, es mi cuna y mi sepultura.
Mientras en sueños sin dudar me uno a su locura
en vano cierro los ojos, en un vano intento de acercarlo.
Mas ya sus huesos en Villanueva reposan sin espuelas,
maldigo el caballero que pagó honra y vida por ellas.

Bien dices gran sabio descubridor de lo conocido
aunque de todos interesadamente escondido:
“Naciste para morir y que vives muriendo,
que traes el alma enterrada en el cuerpo
que cuando muere en cierta forma resucita...”

Valiente desde esa ya frágil osamenta que portas
sin ganas de lujos pues la vida inmortal ya ostentas.
En mi corazón pervive tu alma si a bien la aceptas
pues de tus letras presumo me alimentas
y aún de tal guisa a tramos en la vida camino a tientas.

miércoles, 11 de junio de 2008

Buenos deseos, Buenos comienzos

Magnífico fue Goya en tantos aspectos, magnífico escritor con pluma de pincel que, mientras se dedicaba a embelesar los retratos de tantos condes y marqueses, mientras seducía con su arte a tantos “afrancesados” durante la invasión, mientras parecía pintar dulcemente durante esos seis largos años de duras represiones, batallas, luchas entre invasores y un pueblo cargado con el combustible incendiario que brota de la ignorancia e incendiado por las fauces de una Iglesia, nunca mas negra en sus garras por afianzarse al viejo régimen, a sus prebendas reales, a sus diezmos trasnochados, él, a solas con su conciencia, se encontró con la verdadera faz de la violencia, de la guerra fatal, de los Desastres de la guerra.

Por fin un pintor de renombre, de cámara pasó a reflejar la deshumanización, la barbarie, en definitiva la muerte. Hoy en día tenemos premios de periodismo, denuncias del hambre en fotos demoledoras. En los tiempos de Don Francisco era su pluma de pincel la que dictaba la denuncia. No hemos cambiado demasiado los humanos. La lucha entre religiones, países y economías sigue causando los daños similares que doscientos años atrás cuando los Franceses invadieron España, como es este el caso.

Propongo que metidos entre tanta violencia realmente inserta en nuestro código genético a través de siglos, donde los tiempos de paz tan sólo eran pequeños intermedios para coger algo de aire, propongo que retemos a duelo de florete a tal negra Señora. Nuestros movimientos certeros han de llevar el acero hasta alcanzar sus oscuros pensamientos, traspasando sin piedad sus mas negros instintos. Seamos humanos, seamos como Don Diego Alatriste, seamos pecadores pero con los escrúpulos suficientes para saber que la violencia no conduce a nada. Seamos como Don Francisco que retrató con realismo certero, cual el florete de Don Diego, siglo y medio antes, la verdadera cara de la violencia.

Llevemos la espada como la de Don Francisco, pero esta vez de Quevedo y Villegas, que su verdadero acero era el de la conciencia y el honor por tener escrúpulos y saber defenderlos a pesar de quien delante se pusiera. Hagamos que la maldita calle principal, ( de nombre hipocresía), que tan bien dejó definida en uno de esos sueños escritos de su puño se convierta en callejuela sin luz y acera. Que no sea un peligro tener razón, porque sea la justicia la que impere.

Pongamos el sudor sobre el esfuerzo que eso será el mayor paso de la Humanidad y no el hollar un satélite mareado de girar en torno a nosotros.


viernes, 6 de junio de 2008

Tener Fe significa no querer saber la Verdad. (F. Nietzsche)

Esta mañana sobre las 8 y cuarto he terminado un libro que por su dura descripción, su temática y su gran cantidad de páginas, (casi 800), ha conseguido que esta semana de vacaciones antes de mi incorporación a mi nuevo trabajo haya sido diferente a cualquier periodo de descanso anterior.

Conforme avanzaba en su lectura mis entrañas se contraían a ratos, otras veces tenía que dejar de leer para recordar, valorar y con alguna mueca de asentimiento solitario, otros tiempos en los que, sin ser la vida del personaje en cuestión mi vida, hube creído fielmente y estaba dispuesto a “hacer algo por algo”.

En el encontré almas atormentadas en sus contradicciones internas, pero al mismo tiempo convencidas de seguir adelante sin piedad de sus propios corazones por la victoria final de realmente no sabían quién aunque lo tuviesen meridianamente claro. Vidas olvidadas para quienes les servían, útiles simplemente manejados con la promesa de algo que nunca llegó. ¿Cómo se puede abandonar todo por una idea? Yo mismo dría que eso es lo que yo, como humano, hago al cabo del día, abandono todo por la idea que me mueve sea cual sea esta. Pero cuando por la idea que luchas, eres capaz de destruir vidas por el mero hecho de cumplir una orden o de abandonar y destruir la vida de quien te ama por ella. O eres un persona malvada o la Fe te ha inundado y se ha quedado a vivir en el tuétano de tu osamenta. Es en este último caso cuando lo peor siempre estará por llegar. El momento de descubrir que en lo que creías era una enorme fachada con un andamiaje poderoso pero con el único fundamento de utilizarte para sus propios fines, bueno menos en la religión que todo el logro esta después de la vida y así ya están cubiertos. Si, los de enfrente no eran, no son diferentes, pero, ¿por qué no lo fuiste tú?

Ya nada quedará después mas que el lamento por lo perdido, con el dolor aún más grande por que tu lucha fue en vano. Esto último es la parte del lamento equivocado. Tu lucha siempre habrá sido útil si de ellas sacas el provecho de la corrección para el futuro a las generaciones venideras.


Gracias, Jan Valtin. Creo que no olvidaré esas memorias tuyas de aquel periodo sangriento que fue la Alemania de entreguerras. Una época convulsa en la que nuestros pensamientos y maldades mas recónditas dentro de nuestro cuerpo y mente afloraron a la superficie. Una época de muerte y destrucción entre hombres que empuñaban armas y se jugaban su propia vida en pos de un idea que resultó ser el juego entre poderosos, como siempre.

miércoles, 4 de junio de 2008

Viejas Historias Humanas




Creo que sigue nevando en esta curtida y arrugada corteza terrestre. El frio que agarrota tanta miseria humana se mantiene, pervive entre tantos buenos deseos de paz y prosperidad, ahora en Roma, mañana en Porto Alegre, pasado en Nueva York.

Siempre, bueno desde hace bastante tiempo llevo desengañado de los movimientos, las ideas organizadas como el cristianismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo. Para mi este fenómeno último de la globalización ha servido para confirmarme de alguna forma que cualquier orden organizativo en base a una idea teóricamente buena, acaba convirtiéndose al final en un instrumento sucio para el aprovechamiento de los buenos sentimientos humanos.

Por la cruz se abrieron pechos en sangre, se torturaron gentes que dudosamente sabían el por qué de tanto odio bendecido por un pretendido dios cargado de bondad eterna, por la patria de cada uno, ya sea real o viva en sus sueños, se resistieron asedios, murieron niños sin conocer semejante vergel poblado de hierba o arena, por la libertad de proletariado mundial millones de proletarios dejaron el pellejo en condiciones propias a la gleba que querían abandonar. Casi todo ese mundo humano llegó a deshumanizarse por alcanzar ese ideal organizado por un número pequeño en comparación aellos. Pequeño grupo de cabezas tocadas con mitras doradas, o gorras con estrellas rojas de cinco puntas grabadas por mujeres del partido o cubiertos de banderas a modo de esponjas ávidas de su sangre por defenderla de un "enemigo exterior".
















Han pasado guerras y hambres, sigue habiendo guerras y el hambre crece, los de las mitras pierden su terreno a favor de otros que las ocultan bajo disfraces de renovadas religiones, los de la estrella roja malviven después de su siglo del horror, los liberales defensores de tanto orden occidental resisten mientras pueden a base del hambre creciente que los/nos mantienen. Todos ellos, de una forma u otra propagan su mensaje de paz, de hermandad y de futuro en paz, pero siguen mintiendo. Unos escudándose en algo que llaman fe e imaginando/vendiendo un lugar donde todo el mundo será feliz aunque nadie ha podido certificar semejante fiasco, otros anunciaban la felicidad del obrero y la desaparición de la opresión y acabaron levantando un muro para que no escapasen del paraíso esta vez proletario.

Un guerra entre los mismos de siempre con caras de estadistas serios y preocupados por la paz mundial. Sólo hay que verlos en la foto de familia en Postdam, un comunista, un imperial británico venido a menos y el norteamericano que, aunque moribundo el de la foto, se llevaría el gato al agua al final. Al mismo tiempo en el mundo los hombres disparaban sus armas contra los mismo hombres por sus respectivos ideales de patria, comuna o religión contra los del fascismo, la xenofobia, el racismo y la destrucción descarnada de judíos, gitanos, disidentes. ¿Seguro? Ellos pensaban que eso es lo que hacían, estoy seguro que la razón de la guerra fue la de la pérdida del poder mundial, bueno, la amenaza de perderlo. A aquellos tres de Postdam les vino de perlas el reparto a causa de la guerra.



Después del reparto y hasta ahora creo que las muertes y las hambrunas que conocemos y sobre todo las que no conocemos, han perpetuado lo que los nazis deseaban hacer de forma directa, solo que los actuales lo ejecutan todo amparados por un manto de legalidad. Unos se escudan o escudaban en la defensa de la patria proletaria y la libertad socialista, los otros por la familia, la religión y la libertad de mercado. Así, por un lado el poder defensor de la libertad de mercado manipulando las vidas de forma directa al sur de Rio Grande y a sus mismos ciudadanos al norte, por el otro el poder de los soviets de la misma forma en la Europa del este y gran parte de Asia. Por supuesto ambos polos manteniendo África repartida para un buen aprovechamiento de sus recursos.

¿Qué hacer? Escribiendo esto me siento viejo y cansado. Me repugnan las discusiones políticas que escucho a veces cerca de mi contra los de la derecha o los de la izquierda. Carecen de sentido las defensas de postulados políticos o religiosos si antes no nos detenemos y vemos el interior propio, ese que les da tanto miedo a los curas, políticos, imanes y demás santurrones de la paz; es en tu interior donde de verdad reside el verdadero ideario. Quizá rebusque uno y al principio no encuentre nada, pero si se da el tiempo suficiente para olvidarse del diario devenir lo encontrará.

Cuando lo encuentre, sea el que sea su ideario, estoy seguro que habrá descubierto que el tesoro, la libertad, la felicidad y el motivo para seguir esta en las personas que conoce y que seguramente conocerá, son ellas la razón de cualquier lucha.



lunes, 2 de junio de 2008

¡Proa a la Mar!

Nubes grises, frio el viento soplando del oeste.
húmeda sensación después del rudo navegar
desde aquella isla que misterios nos hizo albergar
Recuerdos que se agolpan mientras cierro mis ojos para poder verte.



¡Tierra! Grita el gaviero ¡por estribor la veo!
mis ojos abiertos no reciben su seco sabor,
mis oídos ya ven su perfume salvador.
Mas no deseo arribar donde lo real es falso,
donde lo falso se vende por lo real sin pudor.

¡Caña a babor! ¡Proa a la mar! Donde el miedo es real.
Bajo la quilla de nuestro sueño reposan mil pecios
con derrotas de sueños que ya nunca arribarán,
sobre nuestra quilla revolotean los nuestros inquietos
esperando que seamos salvos por fin a llegar.






Sin saber navegamos, marcado los rumbos con seguridad,
sin saber que no somos sino gotas entre tamaña inmensidad,
sin saber que las estrellas que vemos seguro muertas están.
sin saber lo que navegaremos, ni donde arribaremos.

Se termina la fuerza del Viento y a la Marea yo demando:
Que ella sea quien decida donde deban mis huesos reposar
mientras mi mente vuele a espacios tan inmensos como haya sido capaz de soñar.



domingo, 1 de junio de 2008

Salvado por el Sueño

Caminaba bajo una lluvia que no cesaba de golpearme de forma continua. En fugaces relámpagos podía atisbar las cortinas que dibujaban al caer golpeando las hojas y las ramas en medio de esta isla oculta en la inmensidad del océano. Por el machacado reloj que resistía en mi muñeca hacía unas dos horas que había pasado el mediodía, nadie me creerá pero les juro que era noche cerrada.

Caminaba ahogado entre las ropas empapadas, las botas pegadas ya como segunda piel, deshechas por el trote, semihundidas en un terreno pantanoso. Al fin alcancé la playa que, a pesar del color del cielo y mar oscuro como las esperanzas de sobrevivir, mantenía ese color blanco y ese tacto suave de una verdadera playa del Pacífico sur.
De pronto un golpe inesperado me detuvo, sonaba a una bombarda, un cañonazo o algo parecido. Me arrodillé sobre aquella arena empapada de agua dulce resignado a esperar lo que deparase el destino. Había naufragado procedente de un extraño artilugio volador sobre el que me dejé convencer para subir y huir de la realidad. Un huracán, o eso me pareció a mí, nos estrelló en medio de esta isla tan extraña.

Como les cuento, seguía arrodillado sobre la playa, estaba solo, no había supervivientes, solo esperaba mi fin. Quizá ese cañonazo era el preludio de aquello, ¿por qué no un bergantín cargado de piratas me iba a capturar como divertimento y comida de tiburones? No se confirmó tal cosa, la explosión fue cada vez más frecuente; en mi estado físico y anímico todo me daba lo mismo, por lo que “al arrullo” de tales explosiones me acurruqué y temblando me fui durmiendo esperando no despertar jamás.


Se imaginarán quienes esto lean que no fue aquel mi último sueño, el definitivo. La tormenta amainó antes de la verdadera anochecida, aunque de esto me enteré después, abrí los ojos encontrando frente a mi dos rostros cálidos y sonrientes iluminados por el resplandor de una hoguera vivificadora. Eran ellos, a los que había dejado obnubilados con el Capitán Nemo; ahora lo recordaba, me habían dejado en sueños por él, se habían embarcado en su submarino abandonándome en aquella terrible isla de oscuridad donde creí mi fin llegado.

Una sombra se movía tras ellos que lentamente se fue acercando descubriendo un rostro anguloso, serio y algo marcial. Desde aquella equidistancia entre la luz de la hoguera y la oscuridad de la noche me hizo un gesto con su mano enguantada en negro para acompañarle. Con ayuda de aquellas dos almas me incorporé y nos alejamos de la luz de la hoguera para desparecer en la oscuridad de los sueños mientras el volcán, que era lo que producía a aquellas explosiones continuaba en su afán por ser escuchado allende el horizonte.