sábado, 30 de octubre de 2010

No habrá montaña mas alta...(90)


...el tiempo ahora parecía ser tan lento como rápido semejaban acercarse las rocas de aquellos acantilados considerados portugueses por los hombres del “Santa Rosa” sin saber que eran ya costa gallega, donde el atisbo de esperanza comenzaba a convertirse en algo real. Mientras, la dotación completa combatía por mantener el bergantín proa hacia el oeste contra la mar abierta en carnes frente a sus rostros, intentando ganar cable a cable distancia sobre la muerte vestida de piedra cuando al fin un grito desde el pequeño alcázar de proa como verdadero trueno de luz liberadora corrió como pólvora seca hasta el fanal de popa, donde resistía Segisfredo aferrado a la rueda del timón ya puro apéndice propio de su magullado cuerpo. 
- ¡Capitán! ¡El acantilado desaparece más al norte! ¡Mirad, parece un cabo!

- ¡Un cabo, un cabo, no será…! ¡Cabo Silleiro! ¡Por la virgen del Buen Aire, estamos en costa española! ¡Los dioses nos dan una oportunidad!
La oportunidad se presentó como se presentan los clavos a los que el instinto te ordena aferrar lo que tenga fuerza de tu alma ya sea en forma de brazos, dientes o de puro pecho. El hueco enorme con buen tiempo era ahora el de una aguja por la que enhebrar el bergantín con su frágil gobierno sobre semejante tempestad. Agotamiento, hambre y frío nada tenían contra la vida, contra la pura supervivencia si esta peligraba. La suerte estaba echada, había que orzar sobre la tempestad con el arrojo de la vida por vivir. Y se orzó. Quizá fueran los dioses, que respetuosos con quien porta el valor y el ánimo como presentación menguaron su ímpetu, quizá simplemente fuera suerte o las oraciones a la buena Virgen del Buen Aire tantas como tripulante se mantenía firme a bordo, quizá todo ello al mismo tiempo, pero el “Santa Rosa” de pura empopada logró sortear los bajíos para bajo la atenta mirada secular de la majestuosa Fortaleza del Castillo de Bayona librar forzando al extremo las islas Estelas, hijas de Monteferro hasta que las Cíes dieron tregua de mar y viento y largar como cadenas todos los ferros de que disponían en el bergantín correo sobre los arenosos fondos de la playa de Rodas en la isla mayor de las Cíes.

El temporal seguían enfurecido y sin atisbos de correr al interior de la ría o rolar hacía el sur, pero tras las suaves lomas de la Isla parecía que la calma más absoluta inundaba sus sentidos. Aún así no se podía perder la noción de la crítica situación del navío, por lo que el comandante que ya no sabía cuántas promesas debía de cumplir frente a la imagen de la virgen cuando tocara tierra, dio orden de mantener las guardias sobre el fondeo pues en cualquier momento los cables podrían romper o simplemente el bergantín podría comenzar a garrear de forma silente aprovechando agotamientos humanos para llevarlos al desastre después de haber ganado la partida cuando esta se batía en retirada.

La noche a pesar de los incesantes movimientos del correo, de los endemoniados silbidos del viento sobre la jarcia que parecían tenebrosos lamentos de tritones frustrados por no llevar los triunfos a su amo y dueño Poseidón, no malograron el descanso a quienes libraban guardia. Fue la mañana del 11 de abril la que permitió observar los estragos de la tempestad sobre la nave. Mientras vientos y aguaceros huían en busca de nuevas víctimas, sobre un viento suave y el típico orvallo que lento pero seguro calaba hasta el tuétano de cada uno, repasaron los daños sobre el barco. Segisfredo una vez asegurada la nave con mayor aplomo y tras comprobar que la furia había desaparecido del radio de visión de su largomira dio descanso a casi toda la dotación a excepción de sus maestros carpintero y calafate que debían confirmarle el estado de la nave y junto al Nostromo se dispuso a comprobar la seguridad de esta para arribar cuanto antes al arsenal de Ferrol a unas 120 millas al norte de su actual posición. La reunión para la valoración de todo ello la estableció Segisfredo al alba del 12 de abril.

- ¿Y bien maestro carpintero? Informe de la situación.

- Capitán, amén del palo del trinquete al que haría falta trincar con mayor seguridad con dos obenques a cada banda, tenemos una pequeña vía de agua sobre la carlinga de ese palo que debió abrirse en el golpe de mar contra este. La bomba de achique puede mantener la inundación controlada aunque creo que sería adecuado reparar desde fuera aislándola de la mejor manera con lona de respeto hasta llegar a Ferrol. Así reduciríamos la vía y dispondríamos de más hombres para la maniobra o lo que fuera menester.

Por desgracia ese “menester” podrían ser los britanos husmeando sobre la entrada a Ferrol y haría falta el mayor número de hombres en caso de enfrentamiento.
- ¿Y vos, maestro calafate? ¿Aprobáis la solución del maestro carpintero?

- Sí, mi capitán. Aunque para ello deberíamos desplazar el mayor peso hacia popa para elevar la proa lo máximo y poder reparar desde el fondo con mayor acceso sobre la grieta. Disponemos de plomo para montar tapabalazos pero no sirven en este caso así que estoy con el carpintero y le garantizo que alcanzaremos Ferrol sin emplear la bomba de achique, Capitán.

- Pues así será. Desde este momento quiero a todo el mundo en los trabajos de traslado conmigo mientras los maestros y su grupo preparan el avío. ¡Todos al trabajo! Quiero arribar al Arsenal para honrar a San Telmo en su día por devolvernos la vida.

Y San Telmo tuvo a bien escuchar tal mandato sin marcar a fuego entenas y crucetas bajo incipiente temporal. La calma tras la tempestad permitió los trabajos a pura boga de ariete como si del mismo Ben Hur se tratase, logrando que maltrecho, pero con la dignidad de haber vencido aquella batalla contra la Naturaleza arribara orgulloso el “Santa Rosa” con el castillo de San Felipe a babor y el de La Palma a su estribor. Las expresiones de los hombres a bordo nada tenían que ver con los bronces y sonrisas al dejar por la popa el Castillo del Morro de los Tres Reyes en la Habana. Barbas sin cuidado, largas que apuntaban hacia los jirones de harapos en la brega sin descanso en que se habían convertido las prendas de ordenanza con que zarparon de la Perla, que bueno era el capitán en esto del vestuario y la buena planta sobre navío de su majestad. Pero ahora todo eso quedaba atrás, bajo miles de litros de agua en esos instantes suave y remolona contra las orillas de la protegida ría ferrolana.


No me he olvidado de nuestro otro hombre y principal personaje hasta ahora Don Daniel Fueyo en estos momentos a bordo del “Santiago” como oficial de mar a las ordenes de Don Blas de Lezo. Aquél 15 de de abril de 1732 ya se encontraba en la rada del puerto de Alicante para preparar la jornada de Orán. Actividad febril naval y militar para castigar semejante nido de piratería. Pero aún faltaban al menos dos meses para el momento de la verdad contra el Bey de esa ciudad perdida y por recuperar de nuevo para las armas del Rey Católico…
 
 

miércoles, 27 de octubre de 2010

Rayos escondidos


Racimos de rayos escondidos por resignados
ante la lluvia  tenebrosa como mil bombas trenzadas
por  hilos líquidos helados y sin fuerza propia,
amorfos, sin otra historia que el desprecio de etéreas nubes.


Donde está lo que no se encuentra
tras un corazón que llora sin sal
olvidado entre algún cabo perdido tras la última esquina
en la que se olvidó la ensenada donde la nave moraba
expectante por tu risa, ansiando las huellas de tu mirada,
porfiando  por sentirte tensar sus escotas,
deseando estar lista para la próxima virada de tu  esquivo corazón.

En silencio, ciego y sin rumbo pervive decorando sin alumbrar
desde sus ojos que añoran el flamear de tus velas
como miradas golpeando  su suerte, avivando su corazón,
sin escuchar latidos, sin percibir sentidos  perdidos,
entre temores inventados a los que disculpar sin remisión
la ceguera de no ver tu proa apuntando  serena y sin temor.

Luz de alcance, tope de proa y faro del fin.
Como nave perdida entre mas naves de igual canción
todo se lleva  cómodo entre el arco gris de la resignación
sin esperas, sin encuentros de nuevas crestas
que las lunas reflejen en las noches de ardiente navegación
sorteando  a la suerte esquiva para así lograr encontrarla
cuando huya por preferir otro lugar y diferente canción.



Medio brazo por un golpe que  abra en carnes la mar perdida por no saber encontrarla.

domingo, 24 de octubre de 2010

El tablero de la vida


Ya hace mas de un día que terminó la partida. Fue en un pueblo cercano a Cimavilla donde vivo. Acudí a él como miembro suplente del equipo de ajedrez  en el que  juega mi hijo mayor. Faltó uno de los  que debían estar en la  partida y  allí me presenté a rememorar viejos momentos en los que  con mas brío y demasiada ansia mis manos desplazaban piezas,  que ese mismo ansia las acabaría  lanzando  al abismo para sin más   ser “devoradas” por el enemigo menos ansioso y mas calmado en sus movimientos. Como digo, eran tres almas  candentes sin falta de forja, pues  bastaban sus  pocos años para mantener hirvientes sus impulsos  con las que  chocaban insultantes las canas que, este  que esto escribe portaba donde  la naturaleza determinó mantener cabellera. Así, los cuatro jinetes íbamos a mantener el duelo contra otros cuatro idénticos caballeros frente a un tablero de 64 casillas y 32 figuras milenarias.


La jornada terminó con dos victorias para ellos y dos para los nuestros, en mi caso fue derrota el resultado.  Algo negativo en principio que se vio compensado de forma enorme y  revelador por ver la mirada de felicidad  de un infante al haber vencido a un “viejo”, el que  con la seriedad de tal infundía ya  respeto y hasta la casi segura derrota por ello asumida por el niño. Todo tiene algo positivo, siempre. Pero bueno, lo que deseo contar no ees tanto eso como que  la derrota  me volvió a demostrar cosas que todos sabemos pero no queremos aceptar, empezando por uno mismo que incluso escribiendo esto, desde su fuero interno es consciente de saberse igual de reacio en tantas ocasiones a hacerlo.

Brevemente  la jugada  del niño fue un ataque con su dama sobre el rey con dos peones suyos flanqueando a ésta. Yo defendí a mi rey con mi Dama y  tras un movimiento de la suya en craso error, mi objeto y mirada  se mantenía más centrado en atacar el suyo sin observar que  podía herir de muerte su ataque y su futuro   comiéndome la dama; pero no fue así y seguí   adelante con mis planes  de ataque, salvó su dama y me remató a este canoso como a un verdadero colegial. Tenía la respuesta frente a mí, la salida a la posible derrota pero no la quise ver en el momento crítico y perdí.

Cuantas veces tienes la respuesta a tus problemas frente a ti y no eres capaz de distinguir su silueta porque no lo deseas, mientras los que cerca de ti están porque te quieren o por que te observan simplemente, lo ven sin más. Unos lo ven y callan porque no desean tu bien o desean que el mal sea tu compañero, otros te lo dicen pero no los escuchas verdaderamente porque supondría tal cosa el cambio que añoras pero como humano temes. El paso  que te liberará, que te abrirá horizontes ignorados sobre caminos imaginados  que en cierta manera a veces deseas seguir imaginando cuando, con un leve paso sobre el imaginario Rubicón este hará que la temible frase del César, “Alea jacta est”, te libere de tus miedos interiores, te devuelva la calma  que tus cuadernas habían olvidado mientras la sangre de la tensión por el combate del exterior, la  acción  sobre los vientos humanos  a los que llevar hacia tus velas vuelva a tener el sentido de la vida.

Quizá simplemente no lo ves porque  no deseas hacerlo, pues siempre ha estado contigo ese minúsculo reloj  que llevamos encastrado entre las calderas humeantes de nuestro corazón que nos marca el ritmo y la acción, y solo será cuando en él la hora sea la convenida, cuando se mostrará la respuesta y con esta la orden de cruzarlo. De seguro que será brillante y clara, sencilla en sus formas, serena y sin estridencias, simplemente será dar el paso que tenga a bien nuestra voluntad dar.

Somos humanos y como tales contrarios a los cambios, temerosos de ellos desde la política, pasando por el trabajo hasta en la misma familia. Todo lo que supone cambio supone nuevos retos que  no sabemos  lo que conllevarán mientras que las miserias conocidas por serlo ya son hasta llevaderas, sintiéndolas como  parte de la propia familia. Mil razones para no ver  sobre ti lo que otros ven tan claro.  Una tarde de ajedrez, dos contrincantes sobre un tablero y varios espectadores; Como el título de una película: "La vida sobre el tablero", tú actuando como tú mismo, el Destino interpretado por tu contrincante,  tus   seres queridos en cualquier nivel interpretados por los espectadores y la Vida en el papel principal  sobre el tablero inmemorial con sus 64 casillas. ¿Perdí la partida? Técnicamente sí,  mas creo que gane en su reflexión mientras aguardaba al resto de mis compañeros.


Igual en la próxima logro  dar mate al Destino, de momento seguiré practicando.

Besos, abrazos a todos,  estoy deseando volver a esta vuestra casa

domingo, 17 de octubre de 2010

Triste ruge la tempestad





Triste ruge la tempestad
como si su alma hubiera despertado,
como si   con la realidad se hubiera topado
mientras soñaba con el otro lado de la mar
creyendo así poderlo tocar.

Gris fue siempre el color  al que su esencia arrumbar
sin pensar, sin mayor revelación que infinitos  espejos y vidas
vistos como  olas que  le mostraban su acierto permanente.
Enfados y golpes que de  su propio viento iniciados
las  elevaba hasta que en nívea  espuma  las sentía reventar
llenas por la gula de saberse poderosas anclas sobre su mente.

Miedo a alcanzar el deseo escondido al parecer perdido,
al que nunca había renunciado en cada uno de sus bramidos
hundido bajos  sus valles tras las eternas  crestas
 en la  gris  existencia propia de huracán contenido.

Miedo como el ancla que garrea consciente de su poder
verdadero envite, pura contradicción de su propio crédito
sin fondeo, perdido  en el inmenso mar  de los gigantes
luchando sin saber por qué, sin tener la razón y su alcance
pues sus luces  se hundieron en la sangre de un corazón sin pálpito.


Triste ruge la tempestad
devorando vientos de lealtad
sin encontrar el empuje de la verdad.
Triste  ruge esperando sin esperar.





domingo, 3 de octubre de 2010

Ulises y la Felicidad



Tengo un cuadro que me ha perseguido durante ya bastante tiempo y en realidad de alguna manera lo sigue haciendo en este mismo instante, en cualquier momento en el que se me ocurra suspirar mientras me planteo el nadar sobre la mar de esta vida. No es otro que la imagen pintada de Ulises atado sobre el mástil de su nave mientras sus hombres, con los oídos cubiertos de cera, mantenían serena la cadencia de sus estrepadas para llevar la nave hacía la meta que la razón primigenia sostuvo definiendo la derrota sobre la carta en la hora de zarpar desde las arenas troyanas.



Escuchar el canto de las sirenas como atracción en verdad placentera de lo bueno porque sí, por uno mismo sin más hubiera llevado a Ulises y a cualquier ser humano hacia la pura felicidad como momento excelso, en el ejercicio del puro derecho humano que en estos momentos nos aturde en mitad de una sociedad enfocada para tal objeto. Por supuesto me refiero a esta Sociedad en la que mis experiencias se manejan, donde las expectativas a día de hoy han sido ya cubiertas; líbreme el cielo de mezclar en esto a las sociedades donde la riqueza material aún no ha inundado sus bodegas expulsando la Ilusión y la Esperanza  que bogaban junto a los repletos bancos de sus forzados ciudadanos vestidos  sobre cadenas de galeotes.

Quizá si Ulises fuera un comandante de una nave actual hubiera desechado el fijarse al mástil, quizá en aras de la propia obligación por ser feliz como absoluta razón vital diese orden de virar  su nave hacia tal sonido enfilando su ánimo a la verdad imperante.

Las rocas y los rápidos hubieran hecho su parte para dejar su nave y sus sueños anclados en medio del Tártaro vestido de frustración por la felicidad absoluta lograda  que, como verdadero gas liviano de forma inevitable se escaparía de entre sus dedos sin más que la lamentación sin posibilidad de regreso al perder su propia nave vital en el empeño.

¿Alguien se ha parado a pensar en esta Sociedad vestida de nave infinita sobre la que cada uno de nosotros ejercemos de  aislados comandantes propios  y su derrota sobre la carta establecida por también nosotros?
Desechando la palabra y el significado de la ilusión como leal autoengaño sobre la esperanza que nos da alas para seguir disfrutando de las mil y una tonalidades del sempiterno gris que nos acompaña, miles de vidas en forma de pensamientos se exigen como norma vital la felicidad pura viendo lo que así no es, como fracaso y cúmulo de desgracias.

Este que  aquí firma se queda junto a Ulises en su larga travesía hacía Itaca donde lo importante será vivir la pura singladura en la que sufrir o disfrutar con ella mientras añoras lo vivido y vives lo encontrado en cada recalada en cada beso real o imaginado, en cada desencuentro inesperado. Este marinero se queda en las mil posibles recaladas sobre ensenadas inconclusas donde encontrar quien comparta sueños o palabras para soñar mientras disfrutas de su cercanía o le deseas buena mar a quien se despide.

Existimos y la felicidad es algo fútil que se va como viene, a la que  en estos tiempos pensamos por error  tener derecho sobre su posesión sin aceptar que Ella y solo Ella elije cuando tocarte con su  brillo para irse al poco de hacerlo sin despedirse siquiera. Su majestuoso roce sobre tu piel  será siempre un regalo, un milagro al que   volver en su recuerdo cuando se halla ido sin nostalgia, pues en cualquier momento podrá  tener a bien volver y  no nos debe encontrar agrios por no estar.


(Itaca. Kavafis)


Buena mar a todos, buen destino al que mucho sea el tiempo  gastado por llegar a él, pues en el viaje esta el secreto de   encontrar  a ratos algo de felicidad.