viernes, 30 de marzo de 2012

De faros y mares. (I)




Faro Espartel
Faro como la torre que es, señal verdadera a los navegantes que se aventuran por los mares reales  de agua y sal en los que cualquier atisbo de luz en lontananza nos  devuelve la  seguridad o  al menos retira el olvido  de la inmensidad momentáneamente por ese  golpe de  luz. Un golpe como flechazo que demuestra que hay algo ahí fuera velando por nuestro bien sin pedir, sin exigir reverencia ni  pleitesía. En su soledad enhiesta y segura sobre firme roca las más de las veces desafiante a la mar, esta vez como inmenso remanso líquido de soledad entre tinieblas, y permite marcar el rumbo, la enfilación, la virada si esta se decide desde la propia decisión sobre tu propio gobierno. Pero hay en la mar  real y la vital muchos tipos de faros que merece la pena descubrir y rendir un homenaje desde mi humilde puesto de navegante  aferrado al timón de toda la Vida, mientras lo busco como todos los que son conscientes de que sin éstos minúsculos puntos de la noche nada queda más que abrirse al mar abierto cargado de soledad donde solo queda seguir bregando la mar, capeando, sin poder siquiera arriesgar  aproximando nuestra nave a las costas de vidas ajenas, trabajos de nueva factura, mil sueños y  acciones que  sin su protección humilde, acometerlos pudieran hacernos zozobrar.

Todos hacen  lo mismo con su  secuencia de destellos particular, pero para cada quien son y serán distintos. Hay unos  que siempre me devolverán el recuerdo  maravilloso  que anuncia la proximidad del  objetivo de la próxima recalada tras un largo viaje donde,  el mal tiempo, el calor sofocante, los problemas  en el buque, las  ganas de desembarcar tras mas de cuatro meses perdido hacen que su  primer avistamiento haga golpear con fuerza el corazón y todo lo que has mantenido bajo la piel contenido regrese en forma de olor, de sonrisa, de la grandeza sobre lo más minúsculo para quién lo tiene todos los días.

Faro Finisterre
Para mi siempre serán eso faros como el de Espartel en  Marruecos  tras una travesía larga de sur a norte desde Cabo López en Gabón, Cabinda en Angola, Nohuadibou en Mauritania cargado de crudo o mineral, donde su luz te dice que el Estrecho esta cerca, que ya alcanzas  lo que  deseas; igual, aunque un poco más al norte el de Finisterre  en España; o el de Cabo Palmas entre Costa de Marfil y Liberia, que te confirma al fin donde enfila tu proa  con el millón de barriles de crudo, si hacia la Europa caduca  en su  devenir o al pujante y cargado de consumo de la costa de los Estados unidos; los faros de Antigua y Montserrat que tras 25 días de travesía en  diagonal con rumbo NW desde Angola, al fin te dice que  la puerta del Caribe esta  abriéndose para ti y  podrás pisar la bendita tierra donde se escucha tu propia lengua; los destellos desde Mayyum en las puertas del Mar Rojo tras la sofocante travesía desde la India  sobre un Indico  traidor con su pequeño Mar Arábigo como caldera hirviente y silente al que deseas dejar  para ganar el norte con Suez más cerca y así  los mares que te son cercanos por tu propia vivencia.

Son esos faros que te  dicen sin soberbia, pero con su orgullo silencioso que la recalada esperada tras semanas de travesía en solitario te alcanza, su cadencia, como decía más arriba te lo confirma. La alegría inunda los compartimentos durante la travesía estancos, preparados siempre para lo que pudiera llegar, sin temor pero prevenidos. Siempre buscando, esperando por encontrar la luz que te lo indique para arribar hacia su señal y recalar cuanto antes donde lo que crees estará aguardándote  con las puntas  de hormigón separando las olas de la calma que te parecerán los brazos con los que  llevas soñando en la dura travesía del sentir como de puro abrigo, como la razón por la que has surcado miles de millas   rodeado de la   soledad entre la piel de hierro que has hecho de tu vida como nave en el océano real del día a día.

Pero ese faro en tal océano acaba por aparecer y te muestra su opción, su aviso, su regalo. Sólo has de arribar o continuar en tu derrota    mientras lo dejas  por el través  hasta perderlo  más a popa,  desprecias su luz sospechando que  sea otra falsa señal donde arribar como tantas otras. Si das la virada quizás  otro faro de menor fuerza, pero de mayor cercanía te ilumine el corazón y arriesgues la quilla de tu vida por  largar amarras cerca de su luz. Si no la das será otro faro el que te brinde la oportunidad de cambiar tu derrota más avante, solo estará en tu  gobierno golpear el timón de tu corazón.

Al menos en los faros de la mar todo es sencillo pues están los derroteros, los libros de faros y las propias cartas que nos dicen lo que son, cómo son, lo que dicen, dónde se encuentran y su vista por saber tanto de ellos nos permiten decidir con el pálpito de  estar cerca del deseo por cumplir. En la vida has de confiar en su luz, en tu corazón… y jugártela.

Estambul




lunes, 19 de marzo de 2012

La cima de los vientos. 19/III/1812





Gracias a ellos, y a su ejemplo.

Lejos esta esa cima de los vientos donde la rosa completa se crece y nace para repartir sus esencias por la piel terrestre o marina sin frenos ni ambigüedades. Tan lejos que los que en España, en Cádiz hace ya 200 años como punta de lanza de la libertad, la pujanza y las ganas de progreso liberaron los sueños de españoles aún de ambos hemisferios. Vientos, los unos de rancio real y ultracatólico sermón, los otros de liberal aún sin ese nombre de verdad, algunos desde los más lejanos puntos del imperio hispánico como Morales Duarez del Perú, o Ramos Arizpe de Mexico, Lequerica del Ecuador, Leiva de Chile, todos ellos quienes, mas avanzados los tiempos llevarían a sus futuros países la esencia en forma de viento de libertad. 

Carta magna redactada entre los cañones de un ejército fruto de otra revolución que en su deseo de dominio trató de hacerse con un país en sus horas más bajas, donde una monarquía hija de sus propios vicios y esclava de sus propias decisiones lo había dejado en la más absoluta ignominia, humillación y capacidad de responder ante quienes ya no daba mas de sí. Mientras, la “Grande Armee” arrasaba con lo que encontraba, robando y deshaciendo lo que en el futuro pudiera servir de pilar para poder recuperar el pulso del país. Quizá las ideas que portaban sus pensadores hubieran ganado otro espacio en aquellos años si no hubieran llevado el fusil y la bayoneta tras la pólvora de sus cañones, quizá de otra forma el clero absolutista de la mano de los capellanes de la más rancia furia hispana no hubieran logrado aunar tantos paisanos con ellos para degollar y matar gabachos bajo la bendición del buen dios.

Mientras en ese barco varado frente al océano, amarrado a tierra por el castillo de la Cortadura, la población, de infinitos orígenes se mantenía frente al francés; 20.000 soldados españoles, británicos y portugueses frente a 25.000 soldados franceses. Hoy, hace 200 años en el oratorio de San Felipe Nerí se promulgó nuestra primera constitución regada de festejos y celebraciones en medio de una invasión, asediados, sin otra ayuda que las naves cargadas que arribaban de sus compatriotas del otro hemisferio que acudían llamados por esa en aquél instante cima de los vientos donde poder sentir los soplidos del cuadrante que pudiera ser sin sentir censura, miedo o condena.

Pero la cima de los vientos poco a poco se fue haciendo más inexpugnable. Llegó el Rey prisionero, “El deseado”, alguien que bien podría haber sido pasto del plomo francés para bien de todos. Pero igual que nos trajeron vientos de libertad en cada batalla el francés, también se llevaron tesoros y nos devolvieron la máxima expresión del atraso y la oscuridad. La Carta quedó en la cima sin poder acceder a ella. Este preboste, sin otro destino que hundir aún más a su sociedad, remató su inmerecida estancia en el mundo de los vivos generando junto a su hermano Carlos casi medio siglo de vida de un país sin esperanza; todo por ostentar el poder, viejo motivo que quien lo tiene o lo roza ya no puede dejar.

Y se sucedieron, hijas de la misma madre, algunas más liberales, otras más cerca de la caverna. El siglo se fue ya sin el sueño de los 104 que lo firmaron aquel 19 de marzo. Así, lo que se planteaba como la meta por rozar lo alcanzado por otros países que con ello iban a la vanguardia se hundió en las tinieblas del siglo pasado en el que solo después de una larga travesía en un desierto de sangre y silencio apareció algo que triunfó entre el desengaño de lo pasado, el miedo por lo que pudiera pasar y la esperanza por lo que pasará. Sin grandes celebraciones aún sigue a pesar de que los hijos y nietos de quienes la promulgaron poco a poco la van hundiendo en el valle del desengaño por su propia ambición, falta de respeto por quienes la sustentan y por nuestra propia inacción. 

Fue la Carta de 1812 la cuna de nuestra soberanía como pueblo y a sangre y fuego la apagaron quienes ostentaban el poder. Es la carta de 1978 la que nos devolvió de nuevo la soberanía y somos ahora nosotros mismos quienes la dejamos morir de sed por falta de acción sobre tantos motivos por los que podríamos barrer a quienes con su “marchamo” democrático como coartada se libran de nosotros para beneficiarse desde tantos lugares y despachos sin recato.

 Aunque sea difícil, no renunciemos a nuestros sueños. Sigamos el ejemplo de quienes en medio del mayor desastre de un país supieron sacar lo mejor de cada uno y abrir la espita de lo inimaginable en aquellos momentos, algo como esto. 

“Art. 1. La Nación Española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. 
Art. 2. La Nación Española es libre e independiente, y no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. 
Art. 3. La Soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales. 
Art. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad, y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen. 
Art. 8. También está obligado todo Español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado. 
Art. 15. La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey. 
Art. 16. La potestad de hacer ejecutar las leyes reside en el Rey. 
Art. 17. La potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales reside en los tribunales establecidos por la ley. 
Art. 366. En todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, y el catecismo de la religión católica, que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles”.



domingo, 11 de marzo de 2012

Gulliver





Gigante  en el país de los enanos, verdadera legión tan gratuita como ingrata  en su  deseo de igualdad. Intención sinuosa por la que mediante la destrucción de  lo bueno lo malo sea igual para todos como único derecho inalienable sobre la faz de la inteligencia. Mientras ellos, unidos siempre ante un simple destello solitario, o ante la diferencia que provoca el placer de serlo sin más se rebelan  recelosos por  tener que ver lo que no desean.

Aferrando su ancla, bien fondeada  en el arenoso  surgidero del tiempo, estos enanos tratan de que nadie los  obligue a cambiar nada de su vida en tantas ocasiones gris sin siquiera tonalidades en tal color. Pues cambiar es reconocer, cambiar es tener que  comenzar, de hacer el esfuerzo cuando tu cuerpo, tu mente, tu forma de mirar ya tiene sus llagas, sus rugosidades, el molde esta ya fundido y bien bruñido entre paños y  tiritas  de realidad. ¿Por qué habrían de lanzarse al complicado mundo en el que para una virada han de comenzar a dar explicaciones? Cuántas veces han criticado a quien lo trató de hacer. Y qué decir del que lo hizo, lo logró y sin querer saberlo  en verdad saben que  sus ojos brillan por sentir  algo desconocido para ellos.

Pasan esos locos como tú, pasados ya de la edad en la que se atraviesan túneles y se combate el tedio por tratar de salir  y no repetir lo que vimos antes de comenzar  a ello. Los observas cuando se  acercan y  desde su altura te miran amables, con sus canas, con sus sonrisas y sus “tonterías”, repletos  de  razones para  seguir. Mientras, los enanos se mantienen en sus trece sin dar el salto pues hace ya tiempo que decidieron cortarse las piernas hasta el punto justo en que los ojos ya no alcancen la vista exterior de su patio enladrillado.

Como viejos notarios designados por la gracia de algún dios menor, como los son todos, se dignan en dictar  juicios sin más juez que ellos mismos como escribientes con firma, para  dejar claro que  al final les llegará la cura de humildad por su fracaso, por tratar de volar desde  los suelos inertes a los cielos omnipresentes que son los sueños de vigilia por los hay que pelear sin prisa  pero con la tenacidad de la ilusión a prueba de incendios. Pero no saben que ese privilegio  es opción abierta y está en la mano de quien lo desea el tomarla y quien así la rechaza no hace más que adelantar su fracaso mientras, marchita, su voluntad dormida va dando paso a la resignación.

Con las llaves  en la mano avanzas, las puertas de tu muralla abiertas para siempre, y crece la altura de tu visión mientras  los enanos tratan como  pueden de atarte al suelo de su propia resignación vestida de experiencia y precaución. Pero tales palabras no han de ser sino parte de las velas del barco que te lleve sin más límites que tus deseos frente a cada situación. Poco a poco, cuando tu altura esté claro que no les dañe y por ello siguen seguros embalsados en sus propias aguas mientras tu nadas rio abajo, es entonces cuando vendrán a ti; aunque sea por alguna cosa que  ellos no sean capaces de  hacer y para ti no sea más que un pequeño empujón en forma de ánimo, de abrazo, de  préstamo a fondo perdido, de techo sin prisa por dejar. Y tú se lo darás, pues no es más que lo que te parece que es de ley. Quizá algún enano  pueda crecer gracias a eso y Gulliver ya no sólo seas tú.

Mientras trataremos de emular tus principios. Tu respeto a unos y a otros. Aunque haya reyes liliputienses que  por una supuesta lealtad te obliguen a hacer daño a ciudadanos inocentes simplemente por ser meros enemigos de él. Como   cuando quiso este esclavizar a los blefuscucianos y por negarte pasaste de héroe a traidor. Ni una cosa ni la otra, tan solo eras tú, Gulliver. Pero eso los enanos en su miopía nunca lo podrían entender…

Para Diego y Hernán, Gigantes presentes y futuros






lunes, 5 de marzo de 2012

Tronos, Juegos y Ambición



¿Dónde está el trono que cada uno estamos tentados de abordar? Quizá sea algo posible de alcanzar o quizá sea esa estrella tímida o rutilante, que orgullosa y hasta algunas veces soberbia  te olvida cuando cerca de ti pasa, pero tú no, pues tú la deseas. Quisieras alcanzar ese trono para ti tan real como invisible para tu vecino de vida y sufrir. Y luchas por él con denuedo y ambición por  sentarte en él  antes que nadie. Pero nunca es fácil llegar a  él. Muchas veces tu capacidad no da para ello, otras esta ya ocupado, otras  te rechaza justo cuando crees tenerlo en tu mano por mil razones inesperadas, porque otro con el mismo ardor  o mejores armas lo ha tomado al asalto dejándote a las puertas con la cara de tonto incomprendido que se le queda a uno cuando ya lo creía en su poder.

Pero, ¿Qué debes de mantener ante tu trono soñado? ¿Qué debes de aplicar para no perderlo todo en un mal paso que todo lo quema,  como el hisopo cargado de brea que  todo lo prende hasta hacerlo desaparecer? ¿De qué has de protegerte en  el combate sea  este el que sea?

Tenacidad y paciencia en la brega por alcanzarlo, no desfallecer, no abandonar mientras navegas  a bordo de la paciencia por los golpes de ola  vestidas de incompetencia, de trabas conscientes sobre tus pasos, del descrédito  malquerido y armado de mentiras sobre los  señores del trono contra tu caminar. Repleto esta el océano de semejantes dudas cuando  tu tenacidad te empuja a dar la bordada y enfilar el objetivo, bajíos vestidos en malos deseos de quienes son incapaces de aportar pero cargan sus  cañones oxidados de mil y un  falsos argumentos como metralla mortal para hundir tu  bordada. No importa, la tenacidad guardada de la paciencia serán buen blindaje aunque duela y apetezca vomitar fuego sobre tales bajíos.


Ambición  y conciencia en la misma brega. Sin la primera solo quedarán las excusas a verter en cada esquina por no haber dado el paso lanzado que te lleve al trono  buscado. Bendita ambición  como roda partiendo la mar a cada golpe, dividiendo en dos ese océano aceitoso  que se espesa con cada indecisión hasta cerrarse  en espera del rompehielos  vestido de fuerza de voluntad y reabra de nuevo el océano, permitiendo de nuevo  a la ambición probar su verdad. Mientras todo esto voltea la realidad sin ambages por seguir adelante, como dualidad complementaria será la Conciencia cabalgando a su vera la que mantenga  los mil y un posibles movimientos del gris al oscuro cerrados al golpe de timón, preservando de los atajos que  como en los sueños de Don Francisco siempre acaban por alcanzar el mismo lugar donde el mal crepita y por corto  solo se disfruta mientras crepita, algo que es nada y tras la nada solo queda la ceniza a volar por el soplo justiciero del viento en el que la Conciencia se transforma para dispersar ese mal gratuito tan difícil de asumir.

Al final de todo no hay nada, tan solo cuenta el combate y la lucha por lograr  alcanzar el trono de cada uno, vestido de un puesto en lo más alto, de una persona que nos ame o que podamos amar, de un  modo de vida que nos devuelva a los sueños de la infancia, de algo que nos convierta en el rey de nuestra propia creación imaginaria donde todo nos rinde la pleitesía del reconocimiento, ese amable sentimiento de sentirse bien por el mismo hecho de reinar en tu propio reino creado a base de Ambición, Lucha, Entrega, Paciencia, Espera, Tenacidad, pero sobre todo Conciencia en cada paso a dar con la frente limpia, el paso claro y la espalda cubierta, si  esto último el trono solo será una codena más en el verdadero reino que es el  valle profundo de tu corazón.

Mil tronos cayeron antes que el vuestro
abatidos por luchas entre ambiciones tenaces
sobre el palenque de la vida sin créditos ni avales
en el que solo queda  uno como  vencedor sin daño
sobre los restos de quienes  trataron  en vano
por alcanzar ese objeto que ya sin duda es vuestro.