jueves, 30 de julio de 2009

¿La galera de tu vida?


A golpe de remo la bancada cruje en su inerte apariencia

mientras sentado en el banco el galeote nada mas ve que su sino

roto y hundido sin otra esperanza que la vieja galera arribe a destino

en el que el cruel golpear del rebenque marca firme su letal cadencia.

Miras a un cielo libre de viento como cruel e inhumano magistrado,

aliado de olas que buscan su rumbo ofuscadas sin domesticar,

entre humedades convertidas en lluvia libre por la que luchar

con el arma que aún es libre a pesar del cuerpo encadenado.


Es el Pensamiento plagado por sueños vividos entre la piel y tu risa

que destruyendo el maldito rebenque y la mano de quien lo gobierna

apaga la dureza del galeote al palpar al fin sin duda una virtual brisa.


Así es un banco repleto de fina arena en la dicha resuelta

el que atrapa la quilla tenebrosa de semejante galera.

Ya sin remo ni grillete al banco pues arribó la ilusión verdadera.




A Loly, desde el banco de mi galera

martes, 28 de julio de 2009

Alma, mar y melancolía.



Trenes surcando mares infectos de sudores sin piel
que se preguntan por donde se vuelve
si nunca habían partido desde ninguna parte.

Mil mentiras escondidas
entre los viejos islotes de las heridas del mar
como versos pretendiendo nombrar lo innombrable
con requiebros vivos sin palabras que los rematen.
Silencios frente a pinturas de piel
mientras los ojos miran al techo
de su propia timidez sin anunciar.















Sufrir en medio del combate pétreo por inmóvil
en el eterno inconsciente que se cierra a la verdad
entre mentiras que ayudan a flotar el barco vital.



Golpes que deciden sin encontrar el momento
de embestir al viejo molino imaginario
puro motivo irreal, origen de todo lamento
por el que haces del motivo tu razón y corolario,
justificante recién de viejas razones como naufragios
que dan vida un nuevo islote en el eterno mar de la vida
rasgando en salados jirones el alma, la mar y la melancolía.




sábado, 25 de julio de 2009

Meta versus Destino


Cristales pálidos reverberan en el trasluz tu reflejo profundo

sobre el alma por el sueño dormida bajo eternos cielos

sin tejas ni cubiertas bermejas que oculten tus miedos

mientras sonríen tus labios sin dar porqués al viejo mundo.


Caminos que llevan sin ánimo a plantear un dúo como destino,

el uno, sólido como el puro y recio sabor del que vence

el otro, tan amorfo como agua que acepta lo que ni siquiera convence

quedando para sí la vieja duda como amalgama entre meta y destino.


Tardes plomizas que caen en el tedio que produce el camino

tantas veces bebido como deseado bálsamo frente al cieno

creciente cuando el ánimo se detiene sin deseos por conocer tu destino.


Voces silenciosas imaginando esa palabra nunca dicha

grabada en el real e inconsciente dueño de los sentidos

que lo niega, lo aturde y lo aferra al sueño real contra la desdicha.



jueves, 23 de julio de 2009

Sentirlo


¿Sentirlo? Eso ya es vivirlo.

Venas que sienten quemazón tras el frío
que retorna para dejar marcados fuegos
como rios de lava que se refugian como rescoldos
entre los pliegues provocados por la plena ebullición.

Quizá fuera en Utopía, ese lugar nunca encontrado,
isla de tantas costas rodeadas por el mar de la realidad,
enorme islote mil veces golpeado y otras tantas vilipendiado
por quienes son creyentes por en ello no creer,
o por ser videntes ciegos de lo que nunca vieron.
Tristes almas pobres por negar a Utopia
que alimentan sus vidas con la esperanza de otras
a las que se plantean llegar por la propia resignación.

Entretanto marcamos en la carta rumbos
de viajes ocultos, pausados en la verdadera calma,
a la espera que un terral en suave engolfe las velas,
tensando el aparejo dando arrancada,
zarpando al fin desde el viejo abrigo de la necia realidad.

Dibuja el espejo que cierra tu nave la estela definitiva
Caminos que no has de volver a pisar
mientras mil ventanas se despiden sin aún abrirse
sobre las coloreadas fachadas de tu ciudad
todavía dormidas en la noche real
que allí queda vencida para siempre.




Avanzas, tu roda hinca su filo rasgando mares
ahora convertidos en viscosas razones
que pretenden impedir tu partida.

Al fin, como Penélope logró tejer su viejo encargo,
la razón quedó presa en el odiado último jubón,
mientras el sueño lento brotaba indemne
de entre los monstruos de la razón.

Navegas ya, tus recuerdos te siguen mientras se alejan.
Brillos a proa como huracanes templados te empujan
tirando desde el cabo imaginario que es la pura ensoñación.
Utopía espera millas avante de tu situación
donde el sol erguido mantiene en mayúsculas su altura.

Sigues navegando,
tu brazo al timón,
tu mirada al compás,
tu esperanza crecida tras la partida que ha poco empezó.











Yo, El rey de las Islas Escindidas

miércoles, 22 de julio de 2009

No habrá montaña más alta (16)


Justificar a ambos lados
- Don Francisco, a pesar de su porte de viejo almirante acabó sentado en una pequeña cinta en otro tiempo de cortantes aristas de piedra que hacía de bordillo ante un portón que se veía trancado desde hacía bastante tiempo. Con la débil luz de un candil que parpadeaba a la vez que temblaba al unísono la mano del criado que lo portaba, Don Francisco leía la carta de su Hija Isabel. La misiva decía algo como esto:



“Padre:
Vos sois lo que más quiero en este mundo en el que me habéis hecho sentir querida y orgullosa de teneros como tal. Mi madre que casi no conocí salvo por vuestras confidencias os tuvo que amar como verdadera flor que espera la salida del sol cada mañana para recoger la fuerza de su calor.



Padre mío, vos sois todo eso que os digo, aunque como sé quien sois y vuestro lugar en la sociedad esta que tantas mentiras aguarda sobre la verdad absoluta, también comprendo que rechacéis de frente con espada al aire y sin temor este golpe que sin desearlo os estoy dando, mas debéis entender que el amor es algo que no entiende de ningún fundamento, como el vendaval que primero suave y tan pronto agreste se cierne contra el débil corazón que no lo espera por ser libre para ser devorado como bajel que, como en tantas viejas historias me relatasteis vos, es engullido sin mas por no prevenir tal contingencia. Diréis que mala hembra soy yo, vuestra hija, por no prever tal hecho, pero ¿se ha de prevenir uno contra la verdad del amor?, ¿acaso la felicidad se construye mediante algún plan preconcebido? ¿O simplemente se encuentra en la siguiente ola tras la última que a su vieja nave casi destruye?



Mi respetado padre, no os aflijáis por esto que ahora os diré, pues no es mi intención traeros mal después de una vida salpicada por tal concepto de forma acechante en cada vuelta del camino. Habéis denunciado a mi amado Juan por el que ya no sabría sonreír si supiera de su mal. Vuestras influencias lo han dejado para que la muerte lenta y dolorosa del banco de una galera o la terrible desaparición encadenado al banco en su naufragio acabe con sus deseos de vida, cosa que lo mismo hará con mi espíritu. Por tal hecho no estoy dispuesta a volver con vos si Juan no es liberado. Os prometo que si garantizáis su vida y le permitís la libertad que vos mismo disfrutáis, volveré por mi propio pie a vuestro lado. En tal caso mi deseo será el que lo aceptéis como vuestro hijo al lado mío o que nos dejéis partir tan lejos como la soberbia de vuestra honra mancillada os permita.



Si tal cosa no sois capaces de disponer no volveréis a saber de mí en lo que nuestras respectivas vidas permitan ser con la venia de nuestro Señor. Tenéis hasta una hora antes del fin de los tres días dispuestos por el alcaide para dar en firme la condena a galeras. Dad vuestra respuesta a María, nuestra cocinera, ella sabrá hacer llegar el mensaje al sitio oportuno.
Padre, pensad en lo que de verdad importa en la vida, que solo es una y a cada instante más cercana al final. Nunca olvidéis que os quiero como a nadie en el mundo.

Vuestra hija.
Isabel de Mallaina y Trujillo
Sevilla, a 2 de Abril de año del Señor de 1669”




Don Francisco quedó inmóvil, tan sólo el flamear del candil simulaba el aspecto de viveza en su piel, pero su mirada perdida, como si tratara de atravesar el sucio pavimento daba a aquél hombre la apariencia de pura catalepsia. La familia de Juan Delgado miraba de forma temerosa la estampa creada de forma tan inusual, alternado con miradas de interrogación hacia mi madre que era la única que conocía el contenido de la carta de Isabel. En esto estaban cuando Don Francisco, como un sonámbulo, sin mediar gesto o palabra alguna, se incorporó y desapareció acompañado por la penumbra de los candiles que portaban sus criados, pequeñas luces irrisorias que lograban distorsionar las alargadas sombras producidas por las pobres antorchas que pretendían iluminar las calles de aquella noche triste. Mi padre quiso saltar y detener la marcha de su antiguo amigo, pero un oportuno tirón en el antebrazo de mi madre lo detuvo. Su mirada le bastó para saber que no debía interrumpir el dolor de Don Francisco.



- Pero Agustín, si así me permite llamarle, ¿Dónde estaba Isabel? Era una niña y no creo que en esta ciudad hubiera en aquellos tiempos, ni creo que en estos tampoco, lugar de refugio para una niña sin que se acabara por saber antes que después.
- Podéis llamarme Agustín si así lo deseáis. Vos habéis estado con mi hermano y sois al fin y al cabo el nexo que tengo con él al que ya quizá no vea hasta dejar este mundo, por lo que para mi sois ya casi como hermana, Doña Maria.



María sonrió de forma suave mientras Agustín Delgado prosiguió con el relato. Sobre el puente de barcas caminaban ya sobre su medianía; el castillo de San Jorge comenzaba ya a ser algo más que un castillo para ser una sombre que empezaba a turbar su alma tras el esfuerzo por recordar lo ocurrido en él medio siglo atrás.


- Mi madre le puso al corriente de todo a mi padre, que entre tanta desgracia creo recordar hasta atisbó alguna sonrisa pues en su sentir fluían los mismos sentimientos que conformaban su forma de ver la vida. Veía el amor de su hijo como el de él mismo sobre su querida Augusta tras el que nada permitió interponer obstáculo. Decidieron esperar al final de los plazos que no llegaban ya ni a las 20 horas. Mientras Isabel, para colmar vuestra ansia de saber su escondite, no fue a esconderse a otro lugar que el que donde vos me encontraron el día de ayer, el Convento de Santa Inés de las Clarisas de San Francisco. Ella siempre fue devota de nuestra Santa y mantenía una relación muy cercana con la congregación tanto por su persona de natural afable y cariñosa, además de por sus donativos a la orden que de recursos le puedo garantizar que nunca hemos estado afortunados.


- Al final Don Francisco se avino a razones o…




- Al principio a razones se avino pero…

viernes, 17 de julio de 2009

No habrá montaña mas alta (15)


- Con la sarna imaginaria que ya un preso del rey porta sin más entre los grilletes del alguacil entró Juan a través de la puerta de hierro de la Cárcel Real, por ella atravesó los corredores hasta quedar en el rancho que se conoce como “Venta” donde quedaban los presos nuevos. No puedo aún imaginar aquél primer golpe real, que la mala vida sin consciencia aún por parte de Juan, le sacudió al verse entre la penumbra de antorchas sin casi lumbre rodeado de rufianes y maestros de la pendencia. Este corazón casi seco aún es capaz de arrugar su pequeña forma al imaginarlo. Pero no estaba lo malo por cumplido, pues al despuntar el día fue mi hermano conducido sin preámbulo o explicación mal dada al sótano, donde tras atravesar la galera vieja fue llevado por la galera nueva hacia el rancho llamado de Crujía donde quedan los futuros galeotes del Rey. Supimos tal cosa horas más tarde pues un escribano de la Cárcel escoltado por dos alguaciles acudió a nuestro hogar roto por tanto dolor sin explicación con un documento firmado por el Alcaide en el que se informaba de tal situación temporal y en la que se conminaba a presentar las alegaciones oportunas antes de tres días para su redención de tal pena por otra, o su confirmación y traslado a la villa de Cartagena en próxima cadena de galeotes. Mi padre no podía entender aquella desdicha y con las mismas acudió a la casa de don Francisco Mallaina. Fuimos con él mi hermano mayor Paulino y yo que nadie pudo impedir que presenciara todo. Tras varios llamados al fin la puerta se abrió, no intermedió criado alguno pues fue Don Francisco el que lo recibió y la conversación con el posible error que tantos años puedan provocar creo que transcurrió en estos derroteros...


Habían los tres alcanzado el mismo puente de Barcas y el sacristán la invitó a cruzar éste con él mientras intentaba reproducir aquella conversación



- Don Francisco, ha de creer vuestra merced en mi sinceridad cuando le juro por mi familia que desconozco el mal que ha hecho mi hijo Juan sobre vuestra vida o hacienda. Le suplico me abra los ojos a la verdad que me atormenta en esta espera inexplicable pues a mi hijo se lo llevan de galeote. ¡Sabéis vos que tal cosa es la pura muerte en vida! Os lo ruego mi respetado almirante, por nuestra amistad de años, os pido me expliquéis la razón de este terrible momento.


- ¡Basta, Don José! Nada tengo contra vos que sé de qué madera es vuestra persona mas no parece que vuestro hijo haya heredado tal señorío de vuestra merced. Ese gañán ha osado mancillar la honra de esta familia teniendo relación no sé hasta que punto de humillante propósito con mi hija Isabel. No sólo eso, sino que valiéndose de puros sortilegios propios de varón que a encantar hembras y beneficiarse de tal indigna forma se dedica, tengo a mi pequeña perdida en locuras falsas de amor por vuestro malnacido vástago. Quiera Dios que nada de lo que pueda arrepentirse haya sucedido entre ambos pues os prometo que en tal caso no llegará vuestro hijo a galera del Rey.
- Don Francisco, entiendo ahora vuestra furia y os ruego recapacitéis ante la situación de mi hijo que seguro nada más es cosa de juegos y chanzas de jóvenes en plena efervescencia y agitación. Vos habéis sido joven y sabéis como yo que ese gas que parece reventar bolsa que ose contenerlo al fin pierde el fuelle y retorna al éter de la pura racionalidad. Liberadle y os prometo que pagará su castigo tan lejos como puedan estar las islas Filipinas en la otra orilla del mar del Sur. Nunca más volveréis a saber de él.

José Delgado quedó en silencio, arrodillado con la mirada fija en la de su hasta aquél momento amigo Francisco Mallaina. Las palabras de José habían calado en el alma de aquél padre atormentado por la deshonra y humillación de su apellido.


- Decís que aún faltan tres días para que la condena se haga firme. Dos días necesitan mi mujer y las matronas para concluir si esto tiene remedio, en cuyo caso nada más deseo que desaparezca de aquí para siempre, mas si no hay remedio las galeras serán su destino. Vive Dios que tal cosa será. Ahora, Don Juan, marchad y esperadme frente a la Cárcel pasadas dos noches que allí le prometo dar contestación.

Con la derrota igualmente clavada del pecho, aunque esperanzado por la posibilidad de librar a Juan de las galeras se dejó llevar por mi hermano Paulino hasta la casa donde esperaba el resto de la familia entre novenas y llantos por mi hermano.


- Don Agustín aún no nos ha hablado casi de Isabel. ¿Dónde estaba ella?
- Calmaos señora que todo a su tiempo vendrá sin otra dilación, más me veo obligado a contaros los hechos como los tengo en mi dolorida memoria. Como os contaba regresamos a nuestro hogar donde la espera se hizo terrible. Mi padre enfermó de pena y angustia mientras mi señora madre, Doña Augusta, se refugió entre novenas y rosarios sin querer aceptar el destino de su hijo Agustín. Son pobres las imágenes que tengo de aquellos días en la casa pues mi hermano Paulino me mantuvo cuanto pudo disperso entre los muelles por los que ahora paseamos observando galeones, urcas, barcas y las terribles galeras que atormentaban en aquellos momentos a Juan desde la cárcel, despidiendo aquel hediondo perfume a putrefacción humana. Lo que ocurrió el día en que habían pactado Don Francisco y mi padre no puedo deciros de primera mano lo que fue, mas tengo algo que a vos, Inés de León, que lo habéis demandado os complacerá pues apareció en nuestra casa Isabel de forma inesperada y con total sorpresa. Yo tan sólo pude observar como entregaba una carta a mi madre con la angustia temblándole en las manos y los gestos de desaprobación por parte de mi madre sin éxito. Después se acerco a mí y me abrazó como si de su propio hijo se tratara entre lloros y lágrimas que quedaron sobre mi piel empapada por tal mezcla de agua y sal.


- ¿Qué decía aquella carta?
- Después de despedirse de mí salió apresuradamente y tan sólo pude escuchar el golpe de cascos al trote alejándose hacía el sur de la ciudad. Mi madre nerviosa como nunca la había visto mandó a mi hermano Paulino llamar a mi padre que partió precipitado hacía la calle Sierpes donde la renegrida cárcel está. Mientras, en la entrada de la cárcel Don Francisco iba a comunicar su fatal decisión a mi padre cuando la interrupción de mi hermano Paulino los hizo acudir de inmediato a nuestra casa acompañados de dos alguaciles del Alcaide en prevención de lo que desconocían encontrar. Fue allí donde mi madre Augusta le entregó la carta a Don Francisco que a cada renglón su ira superaba el color que la producía en el rostro…

miércoles, 15 de julio de 2009

No habrá montaña más alta... (14)

…El nuevo día llegó al fin, aquél 15 de octubre del año del Señor de 1722 lucía un puro color otoñal de corte gris entre nubes que reflejaban tal tono sobre el tácito fluir de la corriente del río. El día corrió rápido entre cuentas, cálculos, reuniones, idas y venidas de los mercaderes entre cada alojamiento respectivo. La tarde para todos al fin llegó y las tres mujeres acordaron dejar con Francisca a Miguel y Daniel mientras María e Inés irían a ver al sacristán. No sabían qué nuevas les depararía su conversación, quizá Doña Isabel o como él la llamó, la hermana Piedad, aún estuviera viva a pesar de los años transcurridos, o qué fue lo que sucedió entre la separación de Juan Delgado y el devenir de tantos días hasta alcanzar los actuales. Caminaron en silencio, cada una con sus propios temores golpeando pensamientos como el puro pálpito del corazón sobre las sienes. Inés con la angustia del retorno a Beteta donde nada esperaba, tan sólo la marca de una promesa rota hecha a si misma que la dejaría marcada hasta el fin de sus días; por el otro lado estab María con el deseo ferviente de cumplir y volver a sentir a Juan Delgado a través de su hermano Agustín.


Llegaron al rio tras callejear entre el gentío de todo tipo de pelajes respirando el aire manchado por los olores propios de la brea que exhalaban las atarazanas a pleno rendimiento en la orilla opuesta de Triana y el que brotaba desde los desperdicios en diferentes grados de putrefacción de tantos navíos abarloado entre sí que esperaban carga hacía no se sabe que otros países o descargaban mercancía con la que justificar sus quillas ocultas al sol. El puente quedaba algo más arriba del punto en el que alcanzaron el rio y así encaminaron sus pasos hacía él. Agustín Delgado los esperaba apoyado sobre una roca de redondeadas formas desde la que observaba absorto el paso de carruajes y personas hacía Triana o Sevilla. Parecía imaginar las personas que sobre ella había hecho lo mismo quizá despidiendo a alguien o esperando que ese alguien retornase al fin tras una indefinible travesía a través de la mar y el tiempo que tantas veces lo mismo son.

- Buenas tardes tengáis vos, Don Agustín
- ¡Alabado sea Dios, habéis venido!
- ¿Por qué habríamos de faltar a nuestra cita después de tanto buscar por Doña Isabel?
- Tenéis razón, pero es que todo me resulta tan poco real todo esta situación que esta noche me cuestionaba si vuestra visita de ayer fue la simple resulta de un sueño creado por mi propia digestión, que últimamente profeso más de lo que debiera el pecado de la gula.
- Pues buena demostración de que somos reales es que nos permita descansar sobre la piedra y nos cuente como prometió acerca de Doña Isabel de Mallaina y Trujillo, que perdido un poco el juicio con la espera nos tiene desde que lo encontramos a vos el día de ayer.
- ¡Inés! Un poco de respeto al señor sacristán. Perdone vuestra merced a Doña Inés a la que a veces la pasión le hace perder las formas. Cuando desee puede relatarnos su historia que nosotras le escucharemos de a pie.

Una sonrisa torció las arrugas del viejo sacristán que sin pensarlo un solo instante les cedió el pétreo banco.

- No hay que disculparse por tal arrebato más si cuidarse de él que nada bueno trae cuando se le da patente para dominar el mar de la propia voluntad. Como les prometí les voy a contar en la medida que mis reflejos y memoria me traigan de nuevo al bueno de mi hermano Juan y a Isabel, verdaderas luces de esta por momentos oscura historia.



El silencio brotaba desde ambas mujeres levemente barnizado por el suave silbar del viento entre los aparejos navales y las voces y pasos de arrieros y sus carruajes sobre el puente de Barcas.


- No recuerdo bien las fechas de cuando las cosas comenzaron a marcar los destinos de estas dos almas, pero quizá estábamos en las navidades del año 1668. Aquella natividad la misa del Gallo para mí fue una más en la entonces aún mayor Catedral, pues bien mozo era y todo se hace mayor cuanto de más niño lo percibe uno. Pero mi hermano Juan, que me doblaba en la edad, a sus 20 años ya era un zagal de buen porte y mejor presencia. Nuestro padre, Don José Delgado era por aquél entonces escribano de la Casa de Contratación. Su trabajo en la lonja le había granjeado grandes amistades que aún no siendo él de raíces nobles muchos así le trataban por su honradez, lealtad y las múltiples veces que había ayudado a unos y otros cuando la plata no arribaba a tiempo desde las Indias. Así estábamos aquella santa velada la familia completa cuando apareció Doña Isabel del brazo de su viudo padre Don Francisco Mallaina, viejo almirante de escuadra que ejercía el magisterio de mareantes en el Colegio de San Telmo. Don Francisco era gran amigo de mi padre pues este le mantenía siempre al día de las nuevas de las flotas, algo que daba aire fresco a Don Francisco. A su vez Don Francisco ayudó a que mis dos hermanos mayores, Paulino y Fernando, llegaran a ser pilotos mayores en la Carrera de las Indias con grandes logros sobre el océano al principio, aunque este los devorase sin dejar señal en alguna entre las miles de leguas que hay entre España y las Indias. No hizo falta ni esfuerzo para que Juan cayera abatido por la presencia de Isabel, mujer casi niña de 16 años que en aquél momento no podría explicar ni su atuendo ni su porte, pero que andados los días aprovechando el uno y la otra de mi inocencia fuera indirecta escusa también para mi para poder verla. De otra forma difernete que la de mi hermano pero tampoco yo podría olvidar sus ojos de negro azabache cuando se agachaba para darme algún dulce, aún creo poder oler el extraño perfume tan penetrante que me tranquilizaba mientras sentía la mano temblorosa de mi hermano que sujetándome se hacía pasar por hombre derecho en apariencia.


Las campanas ya anunciaban las siete de aquella tarde de otoño mientras el sacristán continuaba su relato, las dos mujeres andaban fijas en su atención, perdidas cada una en sus propias ensoñaciones, la una imaginándose a ella en tal trance, la otra viendo los ojos de Juan tan vivos como cuando le relató sus vivencias leguas más al norte. Agustín Delgado proseguía.

- Varias semanas fueron pasando hasta que los pasos, las cofradías y todo su esplendor de dorados, velas, imágenes y fervor invadieron las calles de esta ciudad, algo que si no lo han vivido les recomiendo que hagan pues no hay en el orbe cristiano lugar donde se sienta el sacrificio de nuestro Señor de forma más intensa. A mi hermano y a Doña Isabel nada les detenía en su sofocante amor que trastocaba hasta las fechas de respeto y dolor. De tal manera las cosa fueron que entre el gentío silente que vivía el viernes santo ellos vivieron su propia resurrección. Las citas con precaución dieron paso a mas citas en la que esta se fue perdiendo y vuestras mercedes podrán imaginar lo que acabó por ocurrir. Alguien de lengua hecha para traer y llevar le fue con el fatal envío a Don Francisco que sin otro envite, pues primero y último fue su impulso, denunció a Juan que fue arrestado por los alguaciles quedando a disposición de la Audiencia de Sevilla en su Cárcel Real. Puedo recordar todavía la presencia en la calle a Don Francisco viendo marchar preso a Juan mientras mi padre lloraba de incomprensión a los pies del viejo almirante en demanda de clemencia sin saber el delito cometido.


Con un gesto el sacristán las invitó a caminar mientras el relato proseguía…

lunes, 13 de julio de 2009

No habra montaña más alta... (13)


- ¡Hermano!

Pedro León las esperaba en el pequeño salón que los dueños del hospedaje les habían alquilado junto con tres habitaciones para él, Francisca e Inés y María con sus dos hijos respectivamente; los criados y demás personal que con ellos venía quedaron en dos establos secos cercanos a las cuadras donde mantenían en unos los animales y junto a ellos la mercancía que habían de embarcar cuando ello fuera posible.

El gesto de Pedro León era significativo en su expresión pues las noticias no eran buenas, al menos para él y sus planes establecidos de partida. María era la que más temía el resultado de aquella reunión no por esperada menos sorprendente. Tras la euforia del encuentro con Agustín Delgado, los ánimos en alza dieron paso a la pura expectación por las nuevas de Pedro al mismo tiempo que iban sentándose todos alrededor de la mesa rectangular de madera de algún viejo nogal ya trepanada por la termita. María dio permiso a sus vástagos para escapar de allí y correr a jugar con los criados y los animales.


- Francisca, sírvenos agua fresca que traigo la garganta áspera y seca del viaje! Don José de Guimaraes nos ha traído a uña de caballo, su maldita desconfianza para con su gente nos ha arrastrado de tal manera, pues no quería poner más horas de por medio entre su cargamento y su distinguida avaricia. ¡Que el Señor lo castigue por semejante cabalgada!
Francisca, siempre resuelta a cualquier orden de su hermano mayor, fue con dilección al caño que había en la calle a pocas yardas a por el agua demandada. Mientras, Pedro León comenzó a informar a las mujeres que allí quedaban.

- Como todas sabéis la flota ya partió. Concretamente fue el pasado 7 de agosto al mando de Don Fernando Chacón con 19 navíos hacia Jalapa, Veracruz y Nombre de Dios. Ya dábamos cuenta que no arribaríamos a Sevilla con la suerte de embarcar en la flota, pero sí contábamos con embarcar en la de los galeones. Desde la Casa de Contratación nos informan que hemos de esperar sin fecha cierta su partida pues no hay nave conformada, ni posibilidades de armar tal escuadra debido a la situación del Reino tras tanto descalabro después de la maldita guerra que don Carlos II nos dejó.
- Querido hermano, tal cosa ¿qué significa en tiempo de espera? ¿Os lo dijeron allá en Cádiz?
- Con bastante desprecio se dignaron a escupirnos este documento un escribiente que mas pareciera rey de alguna ínsula imaginaria que botarate chupatintas en el que nos conmina a dar noticia de nuestra carga para la reserva de los espacios y valorar así el volumen de la escuadra. Además de pasar por la Casa de Contratación de forma periódica a recabar nuevas de la formación de flota mercante.

Pedro León les mostró el documento con el desdén propio del que muestra su derrota. Francisca, que hacía rato que se había reincorporado fue directa a su hermano

- Pedro, ¿Qué opinas que habremos de hacer entretanto?
- Francisca, la espera tiene un límite. Nuestros caudales son buenos mas no nos podrán mantener más de cuatro meses aquí, tanto a nosotros como a los criados y las caballerías. De los animales contaba con su venta para reunir más dinero antes de partir y ahora sólo servirán para mantener la espera.
- Don Pedro, no habéis de preocuparos por mis hijos y por mí que nos os causaré carga ni perjuicio alguno.


Pedro León sentía aquellas palabras como puro dardo ardiente en su contrita alma de mercader castellano, nada le causaría más perjuicio y dolor que perder ahora a María a la que su frío corazón había sentido ya como la mujer que debía marcar sus pasos algún día.


- No habéis de preocuparos, María. De una forma u otra vos ya sois parte de este paño que ha de luchar por no serlo de lágrimas. Creo que hemos de pensar en todas las posibilidades y mantener la vista y el oído atento a cualquier información sobre el despacho de flota o asunto parejo. También creo que debemos ir planteando nuestro traslado a la bahía gaditana donde las noticias serán más ágiles en su caza y el clima es más benigno si es que aquí nos debemos de quedar por un tiempo indefinido. Demos estos días espacio para la reflexión y mantengamos la calma y fe en que encontraremos la solución. Ahora os dejo, deseo revisar nuestra mercancía antes de cenar.

Sin más se levantó y con el paso decidido enfiló el mismo camino que antes hicieran los niños, aunque esta vez las razones fueran las de la propia labor de mercader que con un ojo compra y con el otro vigila mientras su mano lo vende. El silencio de su marcha duró poco, pues las tres comenzaron a elucubrar sobre Cádiz, imaginando la espera en algún lugar de la bahía dibujada de mil formas y ninguna real hasta que las divagaciones dieron paso a la hora de cenar y como ello significa, a preparar el condumio de guiso y buen pan por las mujeres.

Durante la cena María comenzó a relatarle el conocimiento trabado por Inés y ella misma en el Monasterio de Santa Inés con el hermano de Juan Delgado. De cómo al día siguiente irían a verlo a la margen izquierda del puente de Barcas donde al fin sabrían algo sobre Isabel de Mallaina. Entre risas por la emoción la exultante imaginación de Inés dedujo que seguramente la familia de Isabel fuera alguien de elevada posición que los diera alas hasta la partida de la siguiente flota. Las carcajadas fueron grandes y la felicidad de todos se demostró viva a pesar de las zancadillas que parecían trabar el paso de aquel grupo decidido en su afán por alcanzar las Indias como verdadero cielo en la tierra.

La velada transcurrió entre chanzas hasta que las campanas de la catedral dictaron el momento del descanso. La jornada siguiente prometía la intensidad de lo nuevo y sobre todo deseado…




viernes, 10 de julio de 2009

No habrá montaña mas alta (12)

Hace tiempo relatábamos de esta guisa

... Inés con suavidad aunque decidida sacó al anciano de los sueños quizá aun rebeldes a su vida real.
- Disculpen, señoras. ¿En qué les puedo ayudar? La hora de confesión es por la mañana…
- No venimos a confesar que ya cumplimos el sacramento de buena mañana. Venimos por una asunto personal que desearíamos saber si vuestra persona nos sacaría de las tinieblas sobre las que nos encontramos.
- Pues vuestras mercedes dirán.
- Por lo que vemos es usted ya persona de larga vida consagrada al Señor y que se la conserve aún muchos años más. Nosotras veníamos buscando a una mujer que hace unos cincuenta años entro a profesar los votos de la religión. Tenemos un encargo de alguien que hace los mismos años debió dejar Sevilla. La caridad que nuestro Señor nos mostros cual teologal virtud nos obliga a cumplir con el último deseo de este señor, hombre bueno y que ya no está entre nosotros. De nombre Juan Delgado con ya más de los 70 años vividos nos pidió desde las lejanas tierras de Asturias que entregásemos unos objetos de incalculable valor humano a una mujer de nombre Isabel de Mallaina y Trujillo…
- ¡Isabel… perdón, la madre Piedad!
Inés y María se miraron con la dicha desbordando sus ojos mientras aquél sacristán miraba hacía la pared entretejida por los hilos que pintaban las fisuras sobre la cal que humildemente vestía la sacristía como perdido entre medio siglo vuelto a encontrar…

Y ahora retomamos con la misma felicidad



…- Entonces, ¿conocéis vos a Doña Isabel?

El sacristán con la mirada en claro retorno hacia viejas ensoñaciones como recuerdos que aún por lejanos los sentía perdidos, lentamente cruzó sus miradas con las de Inés quien era la que en verdad estaba resuelta en su actitud, quedando María a la zaga pero sin perder un ápice la tensión por el encuentro inesperado


- Señor sacristán, perdonadme mi atrevimiento si así lo sentís. Nuestros nombres son María Liébana y una humilde servidora de vos que responde al nombre de Inés de León. Doña María tiene su origen en las tierras del reino de las Asturias y yo vengo desde las tierras de Cuenca, en la Vieja y agreste Castilla.
- ¡Asturias! ¡Juan! ¡Contadme! ¿Vuestra merced conoce a Juan, Juan Delgado? Aunque seguramente ese buen hombre habrá muerto hace años pues ya habrá superado los setenta años y en su soledad impuesta dudo que la vida le haya concedido venías en el tiempo para continuar en su seno.



María sonrió y con gusto le relató su relación con Juan sabedora, por su primera expresión y las que siguieron en el relato de cada anécdota vivida por ella en tan pocos meses, que aquél hombre tenía que ver con Juan. Terminó de relatar al sacristán su historia cuando la hora sexta tocaba a su fin, tres vasos de vino dulce sin consagrar mantenían las gargantas húmedas mientras el tiempo pasaba. Los ojos del sacristán entre brillantes y vidriosos como quienes a punto estuvieren a romper a llorar avivaban y anulaban cualquier interrupción posible por parte de María Liébana.



- Disculpadme señor, mas antes de continuar con esta conversación desearíamos conocer la relación que hubo entre vuestra merced y mi respetado Juan Delgado al que dejé con vida en agosto de este mismo año con una misión encomendada por su parte y que prometí cumplir.
- Perdonadme vos por mi falta de consideración Doña María y Doña Inés pues con la emoción había olvidado presentarme. Mi nombre es el de Agustín Delgado y soy el hermano menor de Juan. Cuando este marchó de Sevilla hace ya más de medio siglo tenía yo diez años. El resto de mis ocho hermanos ya han muerto o partieron hacia Ultramar en busca de un nuevo horizonte que aquí ya no encontraban. Sólo quedo yo aquí y los achaques me iban convenciendo que cada día que nacía era un dedo menos en la mano de mi vida. Os prometo por lo más sagrado que daba ya por perdida cualquier nueva que me diese fe de la vida de mi hermano Juan…


El sacristán ya no tenía la tensión en los ojos pues como cascadas después de chaparrón en primavera toda la tensión desaguó sin límites dejándole abatido pero a la vez relajado entre suaves sollozos. La tarde iba cerrando sus pasos en el otoño sevillano y había que regresar a su hospedaje donde de un momento a otro su hermano Pedro les daría otras nuevas que en un sentido u otro mantenían en vilo a la pequeña comunidad de mercaderes ”textiles”, que no sabían que rumbo tomar ante aquella demora en muchos casos inabarcable.


- Don Agustín, es tarde y se hace hora de regresar a nuestro hospedaje temporal, pues era nuestra intención haber embarcado en la Flota que ya zarpó rumbo a las Españas del otro hemisferio y estamos prontas a saber de nuestro futuro con el regreso de nuestro hermano de Cádiz, donde deseaba encontrar respuesta en la Casa de Contratación. Pero deseamos fervientemente vernos con vos mañana mismo donde deseéis, aquí en este santo lugar o en cualquier otro que permita la conversación pues estamos deseosas de saber qué fue de Doña Isabel y poder cumplir la promesa por él puesta en mis manos y que como tal deseo cumplir.
- Marchad pues, si tal cosa os demanda vuestro ánimo. Os prometo que mañana mismo podemos volver a vernos y también empeño mi palabra en que os relataré las vicisitudes, vidas y lo que mi memoria aún mantenga vivo sobre Doña Isabel de Mallaina y Trujillo. Pero creo que será mejor nos encontremos a este lado del Puente de Barcas frente al castillo de San Jorge ya en Triana. Vuestros pequeños seguro que encontrarán entretenimiento entre las piedras y el rio mientras unen las vidas de éstas con el caudal de éste para siempre, como si de pequeños dioses inconscientes de su juego se tratase. Con vuestra presencia han devuelto a este anciano las razones que casi había perdido por mantenerse despierto en medio de esta vida en la que ya los recuerdos forman parte casi absoluta del pasar entre alba y ocaso.





Se despidieron frente al altar en construcción que respiraba inmóvil entre olores a madera tallada y pinturas aun con el frescor de la primera mano recién dada. María e Inés arrancaron alegres y con la excitación propia de haber logrado algo que ya daban por imposible, casi sin resuello las seguían Francisca flanqueada por las manos de Daniel y Miguel que todavía no alcanzaban a comprender cómo después una tarde aburrida sentados en el banco de una iglesia todo podía ser tan excitante…

miércoles, 8 de julio de 2009

El Pirata

Piratas a bordo de pequeñas corbetas, en aquellos mínimos veleros que partían la mar como verdaderos delfines rebosando vida y sal por babor y estribor. Naves de abeto o vulgar pino que nada significarían entre tantos clavados sobre tierra, recibiendo el viento por donde a Eolo le tercie, o como sus enfados decidan golpear, siempre temerosos de que un Helios furioso los seque para que alguna mano inconsciente los haga crepitar




Capitan Kidd



Viejos códigos de hombres de mar que nada esperaban de la tierra mortal, pues en ella a nada podrían aspirar por no ser su clase la que abriese puertas de ningún lugar. Humanos escoltados para algún día ser recogidos por el viejo Holandés que los cuidarán sabedores que ya no habrá tornaviaje a la tozuda y terrestre realidad.


Entre pequeñas gotas, mas hijas del mar que de la misma madre que en gigantesca planta las quiso desterrar, descansan sus maltratados cuerpos ante el grog, el ron, mientras entre sus efluvios embellecerán cualquier vestal que nunca imaginó obtener tal reverencia tras dejar los selectos muros del viejo imperio latino. En otras mismas gotas de igual desprecio por la madre Tierra que Poseidón supo hacer suyas, incalculables tesoros descansan enterrados, recaudados a las enormes y torpes naves de algún rey que nunca pisó la tierra sobre la que decía reinar. Tesoros que desde sus eternos escondrijos marcados en mapas partidos en mil pedazos demostraban que sobra la riqueza cuando campea la libertad.

Piratas que en jaque tuvieron a tanta nación, el miedo clavado mantenían en las atenazadas piernas de tanto preboste cuando del negro pabellón el serviola daba aviso de su posición. Piratas, esclavos tan solo del viento y de su propio corazón, frente a corsarios de patente y servicio al mejor monarca postor.



Monstruos pintados como tales, violentos y sedientos de sangre. No más que la que de la misma forma bebían otros con uniforme y reconocido pabellón fuera britano, hispano, francés u holandés, cubiertos con las leyes, la cruz y la mutua aceptación. Mientras, Mary Read, Alonso de Contreras, Edward Teach, Benito Soto, Henry Avery, Anne Bonny, Baba Aruj, William Dampier, Bartolomé Roberts y mil más que quedaron en el recuerdo de quienes no cedieron a nada más que al viento, al combate, al ron y a la pura libertad de la navegación como vida.

¿Cuántos hombres y mujeres murieron bajo su alfanje, su espada o bajo el estruendo de su cañón? ¿Cuántos cayeron muertos miedos al grito de ¡Al abordaje!?

En cambio, ¿Cuántos mas murieron bajo la bota de la conquista de tantas banderas sin remisión? ¿y cuántos más?


La vieja piratería ya solo queda para los libros y las novelas, para las ilusiones y los sueños, a veces buenos, a veces pura pesadilla. Ahora la palabra pirata ha quedado sin su centenario significado, como tantas otras de nuestro léxico, tan sólo les ha quedao el regusto del significado qie le dejaron los que a ellos vencieran. No importa pues siempre nos quedarán los viejos libros y los mismos deseos de libertad únicamente sojuzgada por los eternos elementos fuera del alcance del hombre




Pabellón del temible Capitan Teach (Barbanegra)

EL PIRATA

Ni corbeta, berberisca,


ni galera veneciana,


con mi nave capitana,


se ha podido comparar;


que con su, dorado campo,


entre mil flámulas bellas


iza pabellón de estrellas


más azules que la mar.


Espantado el argelino,


cual buzo de tiburones,


huyó viendo sus cañones,


que treinta por banda son;


ceñido el lunado alfanje,


sin desplegar sus enseñas,


como vil entre las peñas


ocultó su confusión.


Mi bajel busca la lid


si nave turca es llegada,


barre el mar con su andanada,


y suspira el musulmán:


si el vino vedó a los suyos


aquel que llamaron fuerte,


beben agua. Hasta la muerte


los perros del alcorán...


Malta le rinde su cruz


cuando mi bajel asoma;


sus llaves la misma Roma


deponiendo su altivez;


y en frente de mis estrellas,


en medio de airados mares,


el águila de los Zares


recelosa vi una vez…



Juan Arolas (1805-1849)

lunes, 6 de julio de 2009

Tu Puerta a las Estrellas...

Pequeña puerta que abre paso a las viejas estrellas donde la vida se mueve como la que tu vives sin saber a ciencia cierta por qué. Bisagras virtuales son como las siete coordenadas que combinadas te llevan al mundo desconocido que a veces esta en el mismo corazón que palpita en tu interior. Viejos dioses, tradiciones desconocidas, lenguas muertas a punto de nacer por tu poder grabado entre el hambre por conocer y el miedo por ser destruido.


Amores no reconocidos por ser del todo negados en el mismo subconsciente que lo mantiene vivo, por la misma razón de ser ocultado sin éxito. Mientras, tu vida se descompone una y otra vez para volver a componerse en la misma historia que es intentar lo que ya esta alcanzado. Imágenes de personas que como amigos y enemigos se presentan ante ti con la esperanzar de vencerte o aliarse contigo, humanos que viven otras vidas sin haberte esperado nunca y por ello a veces encontrado en ti lo que buscaban y en cambio otras la rabia de ser abordados los hacen reacios a tus deseos.



Viejas religiones tan distintas como idénticas en su objeto se muestran en cada lugar que tu nueva integración como humano te lleva. Chamanes vestidos a la vieja usanza, llamas eternas sobre pebeteros de humana fabricación que algunos pretenden hacer divinos, dioses del mismo tiempo, o del puro viento. Mundos sin dioses que reflejan la frialdad de no tenerlo, la perfección cuasi irreal de tener todo regulado de manera exacta sin opción a la misma posibilidad de variación. Mundos ajenos a nuestra caduca necesidad de divinos amos externos y sin forma que no existen pero que asimismo nos dan la posibilidad de desobedecerlos por la misma razón de su inexistencia.


Vuelves del último viaje y encuentras el mismo mundo cada vez más pequeño pero igual de grande para tu corazón que no termina su pálpito cuando ya busca el siguiente entre miradas, entre libros, entre silencios. No sabes que tu verdadero viaje no tiene más de tres, treinta, trescientos metros… quizá algún kilómetro más, pero que es tu mismo cuerpo con el que puedes ser capaz de llevarte al final de la búsqueda mítica de El Dorado de tu corazón y la vieja veta de oro de la mina del Rey Salomón de tu conciencia.


En realidad lo sabes pero no te atreves y continuas la búsqueda entre mundos que por desconocidos y peligrosos son fáciles de recorrer sin enfrentarte tu mismo contra ti, pues semejante navegación te da la palabras justas para justificar el esfuerzo vano.


Por qué no dejar de ser el anfitrión de tu corazón para sentirlo mientras con él te fusionas. Por qué no renunciar a la vieja historia de “los antiguos”, dejar símbolos de sacrificios, torturas y marchas solemnes ante estandartes con forma de hombre, de sol, de viento, de fuego. Por qué seguir temiendo a lo desconocido y en tantas ocasiones adorado y no compaginar la consciencia de tu vida con la de los demás, saber que eres tú el responsable de tus acciones y que no has de esperar a “otros mundos” humanamente imaginados diluyendo la responsabilidad el que el mal comete y asumiendo la recompensa ideal quien es mortificado en la misma tierra que pisas.



Que nadie dude que la “cosa divina” no es otra cosa que la huida hacia delante de quien no desea ser responsable de lo hecho frente a sus semejantes… Crea lo que crea cada quien.

jueves, 2 de julio de 2009

Entre Silencios y Musas

Andan mis Musas perdidas, no pasan a verme por más que las extraño. Y es que tan celosas son de sus siervos que cuando estos abandonan su obligada reverencia, desamparan sin más sus sueños conscientes a la espera de que con el tiempo en claro avance infinito, cautivo y derrotado enarboles bandera blanca de segura rendición por no saber qué mundos vivir, qué nuevas estancias descubrir, qué caminos hollar por la ausencia de tales eternas bellezas sin miedo a la vejez.





Busco las Musas que sé andan cerca, pues bien conscientes son ellas que nunca las abandoné, que es esta vida tan necia que obliga a emplear mis gastadas neuronas en tareas que por claras y prácticas hacen difuso el tiempo de su finalización. Vaya contradicción pensará más de uno, mas no es otra la razón que las cosas claras acaban siempre disfrazadas de complicadas fórmulas de ejecución humana. En realidad es para mí algo obvio por la práctica que lo que es claro “per se” acaba por ser inhumano, pues pierde lo que de afable tienen las pautas y los pasos para llegar a su consecución y se queda en la frialdad de lo simple y fácil en el que no cabe nada mas que lo directo y letal.




Solo pido a mis Musas que comprendan que soy verdadero esclavo de sus aires, de sus suspiros imaginados, de sus miradas justo antes de perder la consciencia y rendir cuentas a Morfeo, que me siento siervo de cada golpe de luz que llega sin avisar y hace que sea en tal instante capaz de ceder todo mi Reino por un papel y un lápiz, pues nada hay que mas odien mis señoras las Musas que a la pura memoria a la que desprecian por ser vulgar herramienta que tantas veces anula el sueño consciente. Pruebe quien lo desease a guardar algo producto de la inspiración en la memoria y le garantizo que varias horas mas tarde habrá desaparecido sin despedirse mas que con una nota de texto sin par que diría algo como esto: “desprecio por desprecio, no apuntaste cuando brotó, apunta ahora que lo tuviste y ya nunca volverá”.




Brote intenso como ola que rompes sin previo aviso
contra el oxidado costado metálico de mi armazón,
batiendo mi estructura, deteniendo mi corazón
por el segundo eterno que dura la mirada de quien quiso.

Luz que impetuosa derribas la puerta de la obcecación
deslumbrando el éter oscuro como la lava derrite el hielo,
cristal de agua que ufano se planta segura ante la luz de tu cielo
desapareciendo arrasado por el ímpetu dorado de ti, bendita inspiración.


A vuestros pies rindo mis ánimos, pues nada soy sin vuestro aliento silente pero infinito para quien pretende imaginar sin más.