miércoles, 2 de enero de 2013

A sus Majestades






Aquí esta mi carta a sus majestades, regias, reales como lo son quienes imperan en el corazón, con la ilusión al límite de su punto de ignición. Como digo, esta  será la misiva que demando  a  Melchor, Gaspar y  Baltasar, eternos andantes por un mundo perdido antes ya de su partida tras la estrella polar de cada universo vital.

Con la venia de vuestra grandeza me atrevo a pediros viento, mucho viento, de todas clases para poder soñar mientras navega este cuerpo  como saco  de un alma que cada día  libera mas cadenas  sobrantes.

Viento suave para poder acariciar a quien quiero sin estridencias ni golpes de ánimo bruscos de timón a que tanto se acostumbra este brazo sin explicación. Viento que engolfe las velas dando la marcha justa para sentir  las caricias que produce el roce de quilla y mar como pieles hermanas, que nunca  sientan deseos de  separar su devenir. Viento suave que permita maniobrar ante la inquina y evitar sus afilados bajíos  con los que la nave, mi nave, tu nave  acabaría por zozobrar en la procelosa oscuridad profunda del fracaso por tu propia voluntad.

Viento  sin viento, calma total cuando  la turbación  amenace  a proa de la derrota trazada, o por cualquier costado  y que  en su exceso trate de desarbolar la nave, donde tras la furia de la batalla desigual por desconocerse a uno mismo volvamos a nuestro navío con la rabia de la derrota por motivo propio, sin otra explicación que el desconocimiento de nosotros mismos. Calma donde poder olvidar la responsabilidad, los rumbos y pasos a dar, para pensar en libertad, para reencontrar lo perdido  durante la brega y ajustar de nuevo  el correcto rumbo y su oportuna velocidad.

Viento fresco, furioso y creciente para correr  firme el temporal. Ajustados trapo, jarcia, timón y nave, dando alas y poder para enfrentarse sin recelo al daño, a las pruebas que se planten;  que a fe cierta se plantarán, sin explicaciones, sin tregua,  casi siempre como un frente  unido con el que golpearnos sin la piedad pía que pretenden los dioses de unos y otros sin conseguirlo. Viento fresco, frescachón, razón contraria que por un lado aviva el dolor  del mal en forma de temporal, pero por otro agranda la pasión y las posibilidades de al mismo vencer, doblegarlo con paciencia y tesón.





Viento, majestades, solo eso de mil formas y maneras, tantas como la Vida se plantea, siempre dulce y al mismo tiempo violenta en su  cometido  por mantener nuestro pálpito en ritmo y sin parada. Vida como el océano imaginario que nos circunda en  la solitaria derrota que  trata de partirlo, donde encontrar  otras naves para hacer   esta  derrota "en conserva”, abarloándose a sonrisas inesperadas,  jorrando a quienes sin vida se consideren al perder su ánimo frente a la furia real de tanta ola sin final, combatiendo a quienes  se apresten al mal cuando con la propia vida en su forma de inmensa mar  ya nos basta  para  continuar.

Majestades, vos sabéis de sobra lo que significan los deseos, los sueños por los que plegar otros sueños, los motivos a los que aferrar ilusión para no perderla; por ello, humilde os pido viento para  poder mantenerlos y siquiera aproximar si cabe mi nave hacia ellos para no dejar de avistarlos mientras navego  y  en su busca  todo lo entregue, recalando entre islas  al amanecer de paz  dando el ferro a fondo en sus  surgideros, islas  al atardecer de pasión a barlovento de sus montañas, donde el viento se crece inútil y mis ojos descansan sin quebraderos.

Ya  escrito este manifiesto, sin súplica por saber de vuestras grandezas, me despido, sabiendo de mi juramento que defender  y con el que poder enfilar  mares donde esta escuadra de naves  en número cada vez mayor se apreste a disfrutar de  la vida que solo es la mar  con esquinas que doblar.

Una isla... mas allá la mar.

Siempre vuestro