miércoles, 31 de agosto de 2011

Regresamos...


Regresamos, desde hace varias horas  ya se avistan las costas de la Ciudad Vieja de la Rutina,  por  lejana temporalmente, casi añorada aunque sea por un instante, aunque nunca llegará al segundo. Los vientos parece  remolones a empujar y engolfar las velas de este  navío que por una vez y sin que sirva de precedente desea recalar   entre los muelles y el contradique de semejante puerto, pues desde la soledad de la libertad sin más rumbo que los deseos, algún mensaje cifrado recibido  y decodificado después con una máquina ya descatalogada, parecía hacerle temer que acontecían situaciones extrañas y de calado profundo.


Aun a vista de pájaro de los muelles, diques y faros que delimitan su entrada todo parece normal, casi diría que hasta las grúas no parecen cargar o descargar mercancía alguna.  Largaremos el ferro  en la  zona de fondeo como  ya comenté tras el contradique y  esperaremos a que desde el puerto nos marquen órdenes o al menos nos indiquen destinos, que como escuché a un viejo capitán  cuando su buque  permanecía inmóvil más de una semana sobre las aceitosas aguas de cualquier puerto decía  con voz agria: “tales lugares no son buena cosa… ¡Se pudren los barcos y lo hombres se van al diablo!”.

Parece  esta  derrota un fin de ciclo en tantos aspectos como  puntas dibuja la rosa de los vientos. Quizá sea la rutina como ungüento mágico, hermanastro de aquel viejo Bálsamo de Fierabrás, la que nos permita dar ese salto  desde  ese puerto a los rumbos y destinos que tanto soñamos los que en pocas horas en él recalaremos. Nuevas vidas cargadas de sentido por los sentimientos avistados a lo lejos entre nubes de realidad, nuevos retos por los que,  como tales, transportar a donde  se precie la magistral y  el flete de quien manda, nuevas cuadernas que ya se atisban como realidades al tacto de la yema de estos dedos desengañados entre deseos aun no encontrados.

¡Atención, Máquinas! ¡Media! ¡Preparados para la maniobra! Mil veces ese mando se habrá dado y mil veces se habrá obedecido con el deseo en la mente escrito de la arribada desde la mar del libre deseo para amarrar el buque en la rada del orden por la razón del hombre como excusa. Donde la vida  aferrada al cable seguro del artificio humano nos dará refugio, calor y alimento ocultando con esa neblina falsa la verdadera esencia del alma de agua y sal sobre una cubierta de metal o madera que,  con el dios Sol y sus reyes del Este y del Oeste soplando    cada uno en su latitud, nos permitan sentir que la vida es  ir y venir sin otra razón que la de sentir sin límites mientras lloras o ríes a pleno pulmón, solo a con quien desee lo mismo sin otra explicación.

¡Fondo Ferro! ¡Maquinas Atrás! El metálico golpeteo de cada eslabón y su contrete sobre el escoben como  una boca vomitando argumentos por la que  abandonar mares y  cielos. Un grillete, dos grilletes, para qué mas, con semejante ferro sobre el limo negro de la rada no habrá viento liberador que rompa tal cadena. ¿O sí? Desde este buque aún nada sabemos, quizá mañana pie en tierra descubramos lo que encierra esta ciudad tantas veces visitada,  que siempre en su primer golpe aparece con sorprendente aspecto, pero que acaba por hacer honor a su nombre, dándonos el deseo del embarque y la partida “A órdenes” para después poder enfilar el destino más lejano posible y así continuar   en la navegación del sentir mientras la vida en forma de tiempo trascurre sin miedo ni intención de detenerse por nadie.

Regresamos para recalar y cumplir con lo que  sea oportuno. Solo queda saber  cuál será la carga a transportar  y su destino que nos encomienden desde el puerto…

domingo, 14 de agosto de 2011

La solitudine.

"Cuando uno vuelve a su vocación primera, vuelve a su juventud"

Recuerdos que no se borran son las sensaciones que inundan el corazón  y lo desbordan; un beso, una mirada, un golpe de aire fresco entre la  rutina y la condena simulada que a veces parece la vida. Sin saber por qué,  sonó en  la tele la canción de  los inicios del 90 de Laura Paussini, “La Soledad”, y este corazón a una edad ya un poco rebasada para que tales sones   se agarren a mis sensaciones palpitó con  mezcla de  melancolía y  gusto por los buenos recuerdos. Busqué y busqué hasta encontrar  el lugar  donde  la música se unía con la imagen del recuerdo. Salerno, al sur de Nápoles con la Isla de Capri interponiendo  sus acantilados entre las dos ciudades.

Corría el 93, había dejado por deseo propio la gran Naviera del Golfo de Vizcaya donde se ganaba dinero para forrar tres chalets y aún comprar el coche de tus sueños  al día siguiente; la gente allí estaña enferma de dinero y sola, muy sola; sus conversaciones abarcaban  todo el dinero posible y la soledad se palpaba en la inmensidad  del Océano Atlántico entre Angola o el Congo y  la hispana Texas. La decisión estaba echada, había que largarse y buscar donde el viento provocara  la sonrisa que tantas veces me provocaban el  escuchar a mí abuelo Alejandro o a mi tío Imanol de sus días de gloria  a bordo de  mil barcos en los que se podía sentir la vida correr entre sus cuadernas.



Y apareció la nave de nombre  puro de competición automovilística, “Jarama”. Sus chimeneas amarillas iluminadas entrando en la noche del puerto mientras yo,  con la maleta en solitario, lo esperaba en el muelle de Tarragona. Lento, alto y poco marinero se plantó con toda su obra muerta  del costado de  estribor   sin pararse a saludar  mientras la rampa de popa  bajaba hasta  conectar su piel metálica de mar con la tierra vestida de hormigón.  Todo en él se hacía sencillo, los trabajos se  llevaban sin el  “estricto” y “reglado” control del Naviera del Golfo. Las clases a bordo me sorprendieron por su levedad, la sencillez inundaba mi pequeño camarote pegado al comedor de oficiales.

Mientras, en la radio golpeaba Laura Paussini con su “Soledad” y mi alegría junto con aquella sensibilidad de adolescente que  rebosaba semejante canción me hacía sentir bien.  Cargamos los twingo de Renault, los primeros, los llevaríamos a Salerno. Después de travesías oceánicas de 27 días entre el sur de África y los Estados Unidos, Tarragona - Salerno serían dos días por el viejo Mare Nostrum. Pude disfrutar del sol  mientras el estrecho de  Bonifacio quedaba por la popa y la pequeña Isla de Santa Maria por estribor nos abría el paso  a la Italia. En menos de un día entrabamos en Salerno. Me llamaron al puente para ver  la Isla de Capri, los yates que  saludaban a nuestro paso, aquello era lo contrario de lo vivido.

Con la guardia de puerto cubierta, bien vestido y limpio como  bien me enseñó mi madre cogí el taxi  a pie de la escala real  para ir al centro. En la radio sonaba  ”La Solitudine”, me perseguía, me hacía bien, estaba solo y me sentía bien, sin ataduras bajo  el latino sol brillante. Me bajé en el paseo marítimo, la gente paseaba al sol y la tranquilidad me iba invadiendo mientras parecía que todas las  adolescentes que también paseaban  eran Laura Paussini, tenía la canción clavada en la sien y no me dejaba más que sonreír mientras tarareaba su canción. Pasee sin más, nada me hacía falta, llegó la hora y  volví a bordo. El run run de las máquinas sonaban  diferentes, al fin acababa de entender por qué  había que recalar, arribar a puerto como razón  sin par por la que navegar. Hay mil regalos que los que los tienen todos los días no son capaces de saberlo. Pero quien vive   a bordo, cuando las ilusiones de imberbe ya se te han esfumado y solo queda la fascinación por la mar, es  al arribar  a cualquier lugar donde puedas  palpar su  tacto terrestre, cuando recuperas el amor por  la navegación y el deseo de cruzar de nuevo la mar.

Igual que el amarillo estaba el "Jarama" y mas allá Salerno

Hoy escuché por casualidad la Soledad de Laura Paussini  y  regresaron de nuevo  mil recuerdos sepultados entre tierras y censuras autoimpuestas durante muchos años. Me apetecía describirlo y me he permitido ese lujo mientras parece que aun puedo tocar  la pétrea balaustrada que separaba el paseo marítimo de la playa en Salerno.




sábado, 13 de agosto de 2011

Lágrimas de San Lorenzo



Lágrimas que aturden el sueño
entre la brisa leve del terral sereno
nocturno, como mis pensamientos sin veneno
bajo los destellos lánguidos de su cielo.

Agradable tapiz tan verde como oscuro
húmedo, frío que sin poder lo intenta
a este corazón oxidar en herrumbre sin credo
cual buque varado y sin mas olvidado.



Las miro, mientras se desbordan y me inundan
rayando el cristal de mis ojos en infinitos trazos
que son las mismas decisiones en diferentes brazos
bajo el silencio de la felicidad que borra la perenne duda.

Las luces del faro ahora envidioso en su torre
tratan  de rasgar   sobre la mar el oscuro telón,
como tus besos tratan sin tregua  de asaltar mi corazón;
mientras, lloran Las Perseidas por morir sin llegar
igual que  ese barco fondeado frente a la bahía,
metálica estrella de mar que sin color se oxida
esperando recalar al fin en la tierra que ansía
por ser su sino, su destino y de su camino la guía…

No me despertaré   ya de este día,
no lo haré mientras una lágrima en su brillo alado
logre aún llenar de sueños este corazón oxidado.



Cielo de Deva, noche del 13 de Agosto de 2011





miércoles, 10 de agosto de 2011

De regreso...


Regresaba,  la estrella marcaba el rumbo  mientras el azul del cielo no lograba oscurecer su brillo plateado cargado de simbología, demostrando que estaba ahí porque lo deseaba y era libre mientras su halo de cometa me  llenaba de satisfacción por haber partido. El humo del  cigarro puro trataba de quedarse en el interior del coche inútilmente siendo arrastrado por la  rendija  de las ventanas entreabiertas  a un exterior donde ya no sería nada. Quizá fuera el humo que invadía los pulmones asaltando alveolos con el ánimo de llegar al centro de cada  célula, de cada  pensamiento, acariciando la levedad y dejando que todo fuera sereno y fluyera sin estridencias que rompieran la serenidad del trayecto.

El puerto culminaba y la inminente bajada al 17% amenazaba con ocultar el sol entre las eternas nubes que tan verde hacen el suelo con su gris. Fue un impulso, fue una locura, quizá la bocanada de humo trastocó mis sentidos; de un golpe seco toda la potencia del deseo, todos los sentimientos contradichos, todas las frustraciones mezcladas de  medallas virtuales a modo de triunfos vitales se transfirieron al pedal del acelerador. La potencia del motor, fiel,  rugió con  su ansia por devorar  gasolina  sin  límites abierta por semejante golpe de pie. El viejo edificio en otro tiempo Gran Hotel a la izquierda pareció estremecerse en su  pequeña torre puntiaguda cuando  las cuatro ruedas dejaron de  tocar el asfalto. La caída era libre e inmisericorde sobre el vacío de la libertad recuperada al fin. No había estómago pegado  en la garganta, tan solo un corazón en medio de un pálpito suave mientras acompasadamente los pulmones volvían a recoger  la combustión de aquél cigarro que debería ser el último.

Pero el coche no  acababa de apuntar al  verde fondo.  Mi pie continuaba aprisionando el pedal del acelerador mientras sentía la pasión del motor  gritando su potencia  ya sin control. Al contrario de toda ley descubierta o establecida  mi coche comenzaba a ganar altura, frente al verde  era ahora el gris sempiterno de los cielos del lugar lo que estaba  atravesando en un sinsentido. La oscuridad se  enfrentó a mis ojos mientras los pensamientos  me devolvían  a mil posibilidades sin preferencias por  unas u otras, solo dejarse llevar por lo que  deparase  el siguiente instante. Al fin el gris transformado en negro me devolvió a un lugar conocido  aunque casi olvidado. Una estrecha  carreta asfaltada y mal mantenida golpeaba las ruedas de  mi coche  por  la excesiva velocidad a la que  avanzaba. Levante el pie del acelerador hasta acompasar la velocidad al firme mientras mis ojos se acostumbraban a la nueva situación. Un pequeño pueblo  se presentó en medio de aquella locura irreal, sus c asas rojas de madera casi pegadas a la orilla de una playa pedregosa me obligó a desviarme a la  derecha donde me topé con una grúa enorme de la que colgaba  un objeto de gran tamaño. Desde luego debía ser pesado por el tamaño de las eslingas enganchadas  que lo soportaban. En la grúa venía escrito  en letras grandes  1.000 tons. Paré, no por otra cosa que por que  aquello era un  muelle de madera y mas allá de este no había nada, ni tierra, ni mar. Solo la nada, el vacio, en este caso oscuro y silente al contrario que sobre el que me acababa de lanzar en lo alto del el Puerto.


Ya en esa extraña tierra, repleta de casas de aspecto vacío, bajo un cielo tan vacío como el  mar falso que arrancaba de ese muelle traté de encontrar un sentido a aquello que había desarbolado el  sinsentido del impulso  anterior. Nada había que me explicara dónde, cómo y por qué.  Probé a coger alguna emisora sin éxito, casi seguro de que aquello quizá sería la muerte como nunca se hubiese uno imaginado, pues tal cosa no distaba de tantas realidades vivas  aunque   estas últimas con más luz. Me preguntaba si  esa iba a ser la forma de vida a partir de aquél momento hasta que tras mucho  dilucidar, valorar, sopesar, justificar y observar sólo me quedaba la propia y humana tendencia a curiosear, y lo primero y más claro para ello lo tenía delante de mis narices.

Me acerqué a la inmensa grúa, tan parecida a la de los puertos deportivos, anclada sobre el muelle para  sacar a tierra los veleros  y los yates a reparar. Me imaginé que aquello tan enorme y  envuelto en la lona a la que se aferraban las eslingas sería algún barco, por otro lado  no  estaba claro de que mar podría ser. Me decidí, fui al cuadro eléctrico que  tenía en su base y conecté la grúa. Con cuidado aproximé el enorme “paquete” a besar suavemente el suelo del muelle que   lo mantuviera en esa posición mixta colgado/apoyado para que lo manipulase sin miedo a un giro inesperado. Con una  llave rasgué la  lona  sin gran esfuerzo, lo hice en un lugar donde se apreciaba que al otro lado había  algo de hueco por el que observar.  No me costó mucho agrandar este hasta poder  introducirme. Un poco más tarde me di cuenta que me había dejado la linterna en el coche, con lo que mi  deseo de curiosear  amenazaba con el fracaso. No hizo falta, fue entrar y sellarse la lona para un segundo después alumbrarse  todo como un verdadero grito silencioso que me deslumbró.

No era un barco como imaginaba, no era nada de fábrica humana. La luz deslumbraba cada vez menos, poco a poco la adaptación al medio me permitió distinguir  algo como cables, conexiones que parecía recibir y enviar por los destellos que  emitían. Comencé a caminar  sin rumbo por aquella inmensidad que parecía no tener fin. A veces relámpagos enormes me hacían echarme al suelo, fogonazos que parecían provenir de aquellas conexiones que  saltaban en forma de luz al mismo tiempo. Anduve sin saber la distancia y el tiempo, sin hambre ni sueño. Al final creí llegar al final de  lo que en realidad continuaba pero de otra forma y me detuve. Escuché  voces, sobre todo una que me era familiar aunque no sonaba como siempre. Me asusté pues tras un esfuerzo descubrí mi voz que temblaba a ratos; no podía ser, yo estaba allí pero la voz claramente era la mía aunque distorsionada sin razón que me ayudara a entender el por qué.

Los fogonazos eran cada vez mayores, mi voz temblaba, tartamudeaba,  reñía consigo misma y los fogonazos crecían hasta parecer  fundirlo todo. Comenzaba a entender lo que  a veces gritaba, a veces murmuraba. Palabras y frases que tantas veces había pronunciado para mis adentros y me derrumbé sobre  ese suelo inexistente por el que caminaba. Estaba escuchando mis propios pensamientos,  mil argumentos sobre otras tantas  cosas por las que tomar  partido, decidir, actuar, percibía la propia presión y el  agotamiento  de aquellos cables que ahora podía entender desde fuera estando dentro. Siempre la máquina lista, siempre preparado para la siguiente eventualidad con el plan establecido, la eventualidad valorada; siempre no, los enormes fogonazos de luz como temporales de ánimo  lo demostraban.

No traté de hacer nada, no  podía hacer nada, tan solo torturarme  hasta que aquel sueño horrible desapareciera y apareciera descansando para siempre al fin en mi coche  sobre la tierra  verde a la que me lancé en lo alto del Puerto, supongo que en un fogonazo de aquellos…
    

lunes, 8 de agosto de 2011

No sabia que la primavera durara un segundo


Un segundo  en el que dar una bordada sin temor al golpe de  vela que lleve por el viento  de babor a estribor la botavara.  Un segundo en el que la estela se dibuja como el arco burbujeante por el que el sentido se torna  de sur a norte, de este a oeste, en silencio  sin demora, en ese segundo que es el tiempo infinito de la decisión clara, sencilla con la que puedes destruir lo que parecía tan firme. Como la estacha del velero firme al pantalán hasta que  la gaza de forma  simple en un segundo se libera de su cornamusa dando  el deseo  al barco por su propio ser sin filásticas, ni almas  firmes de cabos engañosos que  con un motivo por  hilo lo mantiene entre aguas  mansas.



Un segundo en el que  arranca tu alma  sobre montañas de aspecto recio pero ya de túneles horadadas por el mismo espíritu de superación que  hacen lo difícil ya sencillo. Pisar el acelerador o  dar el giro sobre sus propias ruedas, solo un segundo en el que las razones se agolpan en  cuadrillas en  delincuentes armados de filos cortantes dispuestos a matarse  por ganar su  reino en la mente de quien se  afana por saber lo que se ha de  hacer. Mafias en forma de argumentos crecidas por sentimientos, o por viejos recuerdos, quizá por  ambiciones desmedidas o por el deseo de recuperar lo que nunca se tuvo.  Todo en un segundo que se hace eterno cada vez que se plantee en el camino de la decisión  huir del mismo cruce o  cruzarse de nuevo por la misma  etapa que siempre rompe entre  desgarros da igual  los ojos  si las intenciones son las mismas.

Rebelión en ese segundo en el que victorioso acabas por fenecer para caer en el siguiente, en el que la luz de alguna estrella, sin tu saber a pesar de sentirlo, aliada con la cuadrilla de razones derrotada en el segundo anterior vuelve a resurgir atormentándote sin perdón ni piedad. Tratas de golpear tu cabeza, el  lugar donde habita el pensamiento que no se detiene porque tú no lo detienes. Deseas saberte cuerdo y por serlo te sientes mal, maldices lo que deseas por saber que el siguiente segundo será cuando tengas claro el error que ya vislumbras, dejando aún así que tu deseo te lleve a donde tus ojos  ya te avisan del  peligro; y el segundo sin fin te acaba por derrotar  mientras  tus neumáticos dan ese giro empujados por  los casi 200 caballos bramando en forma de V  alegres por tener a donde ir sin rival que  pueda enseñar su trasera mientras la estrella sobre su morro apunta firme hacia el sur.

Un segundo, un minuto, un año que  en su pasar convierte lo increíble en imaginable hasta llegar a ser real como explosión retardada de lo deseado o temido. Pero, qué puede uno hacer con lo que  seguramente nunca pudo haber pensado. Nada, simplemente capear o disfrutar de semejante temporal, resistir sus golpes duros, volar al máximo en las millas corridas  al grito de la satisfacción hasta    la siguiente ola que  en su ascenso frene  tus ánimos, para volverlos a dar velocidad  de nuevo como  el viejo vaivén de la relación entre quien se quiere  sin saber por qué ni cómo.

Un segundo y el cielo es el suelo, húmedo y verde si la lluvia de la felicidad pretende regarlo con su bendición, frío, duro y helado si  el desdén de la  tristeza impuesta hace que la melancolía se transforme directamente en bilis sobre la piel solitaria ávida por recuerdos o nuevas situaciones que nunca podrán regresar. Pero entonces, ¿cuál de los dos cielos durará más? ¿El cielo  que en el suelo es cielo o el cielo hecho infierno en el suelo? Nunca lo sabrás, parecerá que es el infierno  el que más dura, todos lo piensan, pero ese segundo de tiempo será siempre tuyo y su eternidad será mayor cuanto más cerca de tu cielo se encuentre pues nunca lo podrás olvidar.

El segundo que llegará tras el que ya pasó no se siquiera donde me encontrará, pero si hay algo meridianamente claro es que lo hará, llegará y solo deseo que me pille vivo, sobre la mar, en la carretera o con quien  lo quiera compartir sin más, sin estridencias, sin esperanzas, sin  elementos que lo desvirtúen convirtiendo en uno mas de un andamio  junto a otros hermanos como él del tiempo, hipotecados en  alguna locura sin futuro que  no es otra cosa que  buscar el fin sin disfrutar de los medios.


Por un segundo, toda una vida
por una vida, el pálpito de un segundo.



lunes, 1 de agosto de 2011

Tu piel imaginada





Tiemblan los  días que amanecen
cual lluvia indecisa sobre sedienta piel
 de un desierto que se crece  sobre la hiel
amarga del tiempo que sin llegar ya zarpa.

Acuden en bandadas las estrellas sin sus puntas
que dormidas desperezan los gastados sueños
en cada aleteo sin esfuerzo más apagadas
mientras el cazador acecha sereno bajo su luz.

Todo tiembla entre miedos por banderas
flameantes sin tiento por mil y un lamento
cuando silba el viento al llorar por su herida;
corte de la realidad tiznada de sangrante entrega
entre suspiros desbordados sobre la bahía
como delta de río en su caudal de Vida,
arrogante, sereno, resignado y al fin entregado.



Ciega está la noche de tus estrellas
pues la cobardía  ya se vistió de luna llena
falsa, traidora, clandestina ladrona de luz impropia
que otros le otorgaron sin reproche ni espera.

Dónde encontrar tu piel imaginada
sin forma, sin mas que la furia de tu calma
aferrada sobre la quilla de la nave desgobernada
al arbitrio de los caprichosos vientos de zozobra...

...que  es la Nada.