lunes, 31 de diciembre de 2007

Ernest Shackleton

Hace pocos minutos que acabo de ver de nuevo el documental sobre Ernest Shackleton, “The Endurance”. Hora y media en la que se me encoge hasta quedar minúsculo mi corazón ante su epopeya, su historia, su personalidad, su liderazgo. Casi tres años frente a un futuro realmente horrible. Sin más expectativas que las de su propia voluntad frente a la soledad de un enorme océano circundante helado que deriva sin rumbo fijo, frente a las voluntades de 27 diferentes personas que sueñan, sufren, añoran cada con sus diferentes mundos tan alejados, como posiblemente perdidos.

Cuál es la razón que lleva a un hombre a mantener sus posiciones ante una adversidad cien veces más grande que su barco, atrapado entre los hielos antárticos. ¿La soberbia por la cercanía de una derrota no aceptada? ¿La responsabilidad de una acción emprendida y que debe de ser terminada con honra? ¿Quizá la simple lucha por la supervivencia?. Aún no sé lo que movió a este héroe, aunque quizá como pista pueda valer la frase que se puede leer en el epitafio de su tumba en la Isla de San Pedro, del archipiélago de las Georgias, “un hombre debe luchar hasta el fin por aquello que más desea”.

Y qué fue lo que más deseó este honrado héroe. Digo lo de honrado porque sus acciones heroicas no causaron ningún muerto, cosa bastante difícil para los héroes entre tanta batalla, sitio, navegación etc., que siempre hay alguna víctima olvidada por los que glosan al héroe en cuestión. Pues me tomo la libertad de pensar, imaginar sus motivos y sus deseos; deseos que se me quedan en la mera aventura, la de atrapar el último convoy de los grandes descubrimientos terrestres.
Para mi es todo un ejemplo de coherencia, de liderazgo. Un ejemplo a tomar en cualquier orden de la vida. Por muy elevados que viajen nuestros pasos, por muy modestas que sean nuestras posibilidades, siempre será un ejemplo para nuestro comportamiento externo y nuestra vida interior, esa en la que debatimos nuestros aciertos y errores, tomamos apresuradamente o de forma cobardemente tardía nuestras decisiones.

Muchas veces parece que nuestras acciones carecen de utilidad, de razón y sentido. Igual podríamos considerar con esta expedición casi centenaria. Nada del objetivo se logró. En cambio ha sido uno de los mayores ejemplos de compañerismo, lealtad y solidaridad. ¿Cuál es entonces la verdadera utilidad?
Está claro para mí que todo en sí mismo es útil, tiene un significado, una razón y un sentido que debemos aprovechar.




“Luchemos por cada cosa que deseamos hasta el fin.”

sábado, 29 de diciembre de 2007

Añoranza del Capitán

Recuerdos entrelazados de presentes olvidados,
niños que brillan en su mirar por la simple vida.
Brisa cargada en ausencia del calor por invisibles filos
atravesando recodos de esquinas en calles innombradas
por la rutina infranqueable de la vida terrena.

Alientos de sufrimientos, alientos de esperanza
mientras, sueño con el regreso al rompeolas del nacer,
ese estrecho paso entre la Tala y su isla de pinos poblada.
Los vientos encañonan la lancha mientras llega la hora,
ella espera, ellos descansan, la luz brota ya débil cargada de olor
a pescado, a gasoil, a sudor, a sal, a vida en medio de un temporal
vida perdida ganando el minuto final
que atrae a todos al trasiego verdadero y mortal
de la razón sin más,
de la vida, nada mas.

Escucho bellas voces, son sirenas, me diría Ulises
Al palo mayor me aferro pues sus voces me aturden.
¡No!, me dice Ulises, no creas y desaparecerán
¡Las oigo! ¡Las oigo!. Me niego a negar.

Comienzo a remar.
Otro será el rumbo a enfilar,
otras las decisiones a tomar.


Crees luchar,

crees perder y ganar,

pero solo eres un mísero corcho flotando en la inmensa mar.

viernes, 28 de diciembre de 2007

¡ALARMAAAA!

Cada vez se escucha con más nitidez. ¡Alarma! ¡Alarma!. Atención pacíficos lectores, sufridos y esforzados de la vida rutinaria. Una plaga amenaza con su inmediata invasión. Recoged todo lo que sintáis verdaderamente vuestro, necesario, realmente unido a vuestro sentir. No os carguéis con exceso por esa genética avaricia que de ser así, os llevará a ser cazados por la plaga.
No me miréis de tal manera que me parece parecer un bicho raro. Casi estoy seguro de que muchos conocéis ya de largo tal marabunta. Algunos de los que os veo alguna vez entre tanto deambular por las calles de esta vida, se positivamente que sois supervivientes de la anterior plaga, y la anterior de la anterior, y la ant…

Para los pocos que seáis nuevos deciros que ya se divisa por las lomas de los últimos días pasados la avalancha de múltiples deseos de paz y prosperidad. Su ataque demoledor finalmente será el próximo lunes 31.
Lo de la prosperidad creo que quedará en los mismos prósperos que el pasado año y lo de la paz me da que esta es cada vez un Bien más buscado por su enorme escasez en grado creciente.
Propongo al viento que nos lleva nuestro pensamiento al de los demás que, el que pueda acuda de forma urgente y decidida el 31 al Centro Neurálgico del Cumplimiento de Deseos, (C.N.C.D). Aunque parezca algo inventado por mí, no lo es. Se encuentran CNCD desperdigados por todo el orbe planetario. En cada corazón palpitante hay al menos uno e incluso hay quien tiene dos y tres. En ese bunquer interno de carne sonrosada y músculo incansable será más sencillo resistir a la plaga que se escucha retumbar cercana sus pasos.
Llegará como siempre, reforzada por una enorme guarnición de elementos materiales, que se camuflan entre ellos para poder penetran en las pequeñas rendijas que van abriéndose en cada CNCD al no visitarlo durante el año.
Preparad vuestros CNCD respectivos para evitar tanto material engañoso. El, o los deseos ya los tenéis dentro del corazón de cada uno, solo habéis de sacarlos. Compartirlos con el viento, con las personas que os arropan, que os ayudan. Con el mayor número de deseos verdaderos
compartidos, entrelazados formando una verdadera tela de araña lograremos detener la invasión de la verdadera hipocresía que se aproxima.
Este año que se aproxima inexorable, de forma constante e inquebrantable en su tenacidad temo será como el pasado. Esta en nuestra mano cambiarlo o convertirlo en el punto de partida del gran cambio desde nuestro interior hacia el infinito. Sólo desde el CNCD, desde nuestros verdaderos deseos, lo lograremos. Fuera de esto creo que el 2008, vencido por la habitual avalancha de verdadera hipocresía será similar a su difunto hermano 2007, muy bueno para unos pocos, no muy malo para algunos mas y horrible para la gran mayoría de nuestros hermanos de especie.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Alejandro (y fin)

...Yo hablaba pero ya no era yo, la carta estaba entre mis manos y simplemente mi voz era la herramienta material con la que Alejandro le hablaba a su hijo perdido hace ya mas de medio siglo. Alejandro estaba allí, tras aquella luz que invadía la habitación como un grito de silencio.

- Mi deuda, Antón, no es aquella promesa que hice al separarnos en aquel muelle abarrotado de gritos, sollozos y dolor. Pasado el Tiempo estoy seguro que tu mismo te habrías dado cuenta que la victoria no estaba en ningún bando. Ganase quien ganase la derrota comenzó al inicio de la guerra. Aquellas horas en las que soñábamos aplastar al terrible enemigo de enfrente acabaron por destruir nuestra generación, por acabar con la tuya, por separarnos para siempre. Mi promesa la luché hasta el fin, caí con dolor, pero con el orgullo de haberlo hecho por ti. Aún luché por sobrevivir varias horas en aquel nido de ametralladoras rebelde, pero fue inútil. Pensé en ti, en tu madre, en lo que había significado tanta furia y orgullo por la lucha de las ideas. El contacto con aquella tierra húmeda por el rocío y mi sangre me abrieron la mente, me demostraron que al final del recorrido solo quedas tu, tu historia y los que amaste. Yo solo me encontré con la tierra por la que creí haber luchado y la sangre propia, pues ya os había perdido. Por eso te quiero dar este paquete que te entregará esta bondadosa persona a la que ya seguía desde que conocí sus andanzas allí, frente a nuestro muelle Churruca, ¿te acuerdas?; en él podrás ver un trozo de tierra en la que dejó de latir mi corazón junto a la bala que lo produjo. Junto a esa bolsita verás tu carta escrita desde Chesterfield aquel febrero del 38 y los anillos de tu madre y mío.





Sin pensarlo mucho, sin saber por qué, le junté las manos sobre el paquete como si creyera que al momento lo abriría. Pudo ser mi emoción, mi estado de nervios pero sentí algo de fuerza en sus dedos. Mire su rostro y las arrugas permanecían aletargadas aunque parecían querer decir algo.

- Antón, tu vida ha pasado por todo lo imaginable, hambre, soledad, pobreza al principio, pero tu corazón nunca estuvo solo, tu hambre sólo fue material, siempre fuiste alguien generoso, alegre y esa forma de ser te trajo el amor y la riqueza de tener lo que todo el mundo sueña y tan pocos alcanzan. Comprendo tu decisión de no tener hijos, tu sufrimiento de pequeño lo justifica. Aún así los tienes, no te has dado cuenta o no has querido hacerlo pero todos esos hombres y mujeres que cada tarde están junto a ti han crecido en tu cariño, han soñado y se han sentido apoyados en ti. Esos son tus hijos, los que te harán inmortal en su recuerdo. Estoy orgulloso de ti y antes de desparecer para siempre de tu vida sólo deseaba que lo supieras, que lo sintieras contado por alguien que tú considerases cercano de verdad. Ahora me iré, no me verás más pues esto sólo ha sido un paréntesis en la nada que me espera al final; la nada que nos espera a todos. Si sales de este trance en que ahora te encuentras intenta hacer todo en la vida real pues el fin llegará inexorable y después no existe mas que el vacío del éter, ese quinto elemento en el que vagamos hasta dejar de sentirnos uno y confundirnos con la vida que continua entre los vivos. Cuando aquí llegues no sufras, pues algo de ti se mezclará entre Amelia y yo y viceversa. Te quiero hijo, y mi orgullo es como la luz de esta habitación, inmenso.

Me levanté, solté delicadamente sus manos y me encaminé hacia la puerta. Al marchar me giré hacia él y me pareció ver que sonreía. Cerré la puerta y me dirigí hacia la salida.

- ¡Perdón, Sr. Arceniaga!
Me detuve y observé que un médico se acercaba a mí.
- Me han dicho que es usted familia y quisiera informarle de la situación de Antón. La enfermedad sigue su curso, pero creemos que de esta se salvará, poco a poco se está recuperando, seguramente mañana le quitaremos la sedación y en breve podrá volver a la residencia. De todas formas, debido a su edad y a la enfermedad todo se puede ir al traste en cualquier momento.
Le agradecí su información y le mentí diciéndole que me alojaba en el Hotel Carlton, habitación 123, para cualquier emergencia. Me alejé en dirección a la salida cuando me crucé con una anciana que lentamente, arrastrando sus pies, caminaba hacia la habitación de Antón. Mientras me sonreía la escuche decir, “adiós, Josu”, incluso creí escuchar “gracias”; enseguida las enfermeras fueron hacia ella, la saludaron y la acompañaron hasta él.

Sonreí. Aquella mujer leería mi carta y cogería el paquete.
Aquella mujer seguro que amaba a Antón.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Alejandro (5)

... la mañana de aquel sábado no era tan fría como esperaba, estaba nublado completamente, chispeaba esa fina lluvia tan molesta. Cogí mi sobre y el paquete y me encaminé hacia la calle. Begoña me dio un abrazo, se quedó en casa con los niños aunque, por su cara, estoy seguro que daría medio brazo por estar allí conmigo. Desde mi domicilio hasta el hospital necesitaba coger el metro, por lo que eso me permitió volver a leer la carta esta vez solo y sin las pequeñas interrupciones de mis pequeños. Me preguntaba la excusa que daría a las enfermeras para visitar a un enfermo grave del que no tengo relación alguna, nunca había entrado en un hospital para visitar enfermo alguno, mis padres gozaban de buena salud y hasta el momento la salud de mis seres queridos iba de la mano de la buena suerte.

La entrada de aquel hospital siempre impresionaba. En la época en que vivimos estamos acostumbrados a hospitales de planta nueva, edificios modernos y en permanente reforma; este hospital ya tenía mas de cien años, su distribución en pabellones al estilo del XIX, con sus ladrillos rojos por todas partes hacía que te sintieras en otra época, como si de pronto al atravesar portalón del pabellón de entrada te sumergieses en finales del 18. Los coches, ambulancias aparcados junto a cada salida de pabellón, mis propias ropas y los uniformes de las enfermeras me convencían de que eso no había ocurrido.
El pabellón de agudos se encontraba en el centro de aquella enorme superficie hospitalaria intercalada de jardines sencillos pero extremadamente verdes. Era sábado, temprano, eso tenía la ventaja de la poca gente en el centro, pero la desventaja de poder ser visto mas fácilmente. Entré al pabellón y después de varias preguntas me encaminé hasta el control de enfermería donde se encontraba Antón. Me presenté como un amigo de la familia que había llegado sin avisar desde Cádiz en el tren de Madrid de esta misma mañana. En aquel momento la enfermera que se encontraba en el control no me hizo mucho caso; por lo que pude observar estaba terminando los tratamientos matutinos y no me debió ver “muy malas pintas”, así que me dejó pasar.

- Antón esta en la habitación 215, Sr...
- Imanol, Imanol Arceniaga
- Muy bien, procure no alterar su estado, esta sedado, después pasaremos a hacerle la habitación y las curas.
- Muy bien, gracias enfermera.

Con los nervios aflorando sin recato ninguno me encamine al final de aquel pasillo, donde el calor propio del hospital hacia que el sudor buscase también salida por cualquier poro de mi piel. Al fin estaba frente a su habitación, 215. Abrí lentamente la puerta, la pequeña ventana oculta tras las cortinas no podía ser la causante de la luminosidad de la habitación. Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a aquella luz y pude ver a Antón. No era aquel niño de 12 años al que despidieron sus padres en el muelle de Uribitarte entre sangre y destrucción. Era un anciano avejentado más si cabe por aquella enfermedad y postración en una cama de hospital. Lo contemplé intentando ver a Alejandro en su interior, buscando los rasgos de su madre Amelia entre aquel mar de arrugas estancadas. La habitación era simple, su mesilla, sus máquinas pitando regularmente, con sus dibujos virtuales imitando al corazón verdadero que se perdía en su pecho. Un pequeño jarrón del que a duras penas luchaba una rosa marchita por seguir brillando, era lo único no “sanitario” de aquella habitación.
Me acerqué me senté junto la cama. Le cogí la mano, estaba suavemente fría, su piel tenía el tacto semiendurecido por la inactividad. Se la cogí con fuerza, quería transmitirle calor, que supiera de alguna forma que alguien lo estaba acompañando. No sabía si llegaría algún familiar, o que simplemente las enfermeras llegasen a cambiar las sábanas. Así que me decidí a cumplir la misión a la que me había comprometido.

- Antón, Antón Arceniaga. No me conoces por la voz, pues aunque sea yo el que te lo dice, tu padre Alejandro, es otra garganta la que modula mi voz. Estás cerca de rendir cuentas a la conciencia que es la que realmente te las pide al morir. No te apures no temas que la tienes clara y limpia, te lo digo yo desde mi privilegiado lugar. Pero no es eso por lo que vengo a verte antes de que vengas tu a mi. Lo hago porque necesito explicarte tantas cosas, porque tengo una deuda contigo...

viernes, 21 de diciembre de 2007

Alejandro (4)

... - ¿lo sabes?
Alejandro solo obtuvo mi silencio por respuesta. Aún estaba deslumbrado por aquella mezcal de odio, sangre y destrucción, de dolor por aquella familia desgarrada entre tanta guerra inútil. Fuera ya había oscurecido, podían distinguirse las balizas rojas destellando incansables, rojas y verdes, avisando cada una de su riesgo.
- No se adonde quiere ir a parar. Estoy sorprendido e impresionado. Desde luego nunca había estado con un fantasma y menos me imaginaba que me separarse de él el candil de un faro. Soy todo oídos. Creo que de esta me van a encerrar.
Alejandro sonrió mientras se acercaba al cristal del faro que ofrecía la panorámica del puerto dormido después de un duro día de tráfico.
- Josu, lo que necesito es que entregues algo que encontrarás, si así lo aceptas, en el buzón de tu casa a nombre de Antón Arceniaga. Que lo hagas en mano y le expliques lo que te encontrarás en otro sobre a tu nombre junto al primero.
- Entregar, ¿a quién?
- A mi hijo que en estos momentos se debate entre la vida y la muerte en el Hospital de Basurto. El cáncer le ha invadido las entrañas sin remisión, es una derrota segura.
- Cuente usted con ello. Entonces vamos para…
No hubo más tiempo, aquella figura se esfumó de forma leve, sin darme tiempo a terminar de transmitirle mi opinión de lo siguiente que creía nos “tocaba” hacer. Me quedé solo junto al permanente candil que no cejaba de girar sobre su eje. La puerta estaba sin cerrojo por lo que pude salir y encaminarme a casa. Cuando miré el reloj no eran más de las siete. ¡No habían pasado ni 45 minutos desde que el sol se había retirado!. Todo aquello que me estaba sucediendo no podía ser real. Decidí no comentar todo aquello, sería un paseo algo más largo de lo normal.

El banco frente al Puente quedó atrás, apreté el paso, quería llegar a casa, sobre todo deseaba abrir el buzón, ver lo que me había contado el anciano y descubrir que todo había sido una alucinación, maravillosa e inolvidable, pero nada más que eso. Alcancé el portal y con manos temblorosas abrí el buzón. Allí estaban las dos cosas dichas por Alejandro. El paquete para Antón, un sobre de color sepia algo grueso atado en cruz con hilo de embalar, como los antiguos envíos de correos de mi niñez. Pesaba y sonaba algo metálico. A su lado un sobre más actual de color blanco con mis datos perfectamente escritos a mano. Los cogí junto con la propaganda de siempre con las mejores ofertas del hipermercado de la esquina y subí atropelladamente los cuatro pisos que me separaban de mi domicilio.

- ¡Hola a todos!, Ya estoy en casa.
Los niños estaban jugando juntos y corrieron a recibirme, Begoña, mi esposa salió en ese momento del baño con la toalla en la cabeza y nos besamos. No podía ocultarle aquello, estaba seguro que me lo iba a notar. Aún así la evité un poco, con la excusa de cambiarme de ropa me fui a mi habitación y me encerré en el baño. Abrí la carta que llevaba mi nombre mientras dejaba sobre el estante contiguo el paquete de Antón Arceniaga. Era larga y la leí con mucho detenimiento tuve que detenerme porque me volvían las imágenes de la batalla, de Amelia, de la guerra. Debió pasar mas tiempo del que estaban acostumbrados mis hijos pues estaban preguntando por mi. Conseguí leerla al fin y salí, había que cumplir que los niños no perdonan. Nos pusimos a jugar hasta que llegó la hora de poner la mesa para la cena. Entre tanto le comenté a Begoña que le contaría algo muy importante después de acostar a los niños. Ella se quedó algo intrigada pero le quité importancia y dimos esa tregua al momento.

Cenamos, acostamos a los niños como tantas veces, remolones ellos y un poco hartos ya después del día pasado nosotros. Nos sentamos en el salón con una copa de coñac para mi y el cointreau que tanto le gustaba a Begoña tomarse los viernes. Le expliqué todo, tal y como lo estoy escribiendo aquí a ella que casi se lo tomaba como una de tantas bromas que solemos hacer Carlos y yo a su mujer y a la mía. Todo cambió cuando le mostré los dos sobres, el de Antón y el mío ya abierto. Lo leyó con avidez solo interrumpida por algún sorbo de su copa. Al terminar, sus ojos delataban
- ¿Qué vas a hacer, Josu?
- Gracias, Begoña por creerme. Ya se que me habías creído, pero gracias de todas formas. Esta claro, mañana me presento en la planta de agudos del Hospital. Tengo que llegar antes de que muera. Si su padre se la jugó frente a un nido de ametralladoras, el control de enfermería de su unidad no puede ser obstáculo.

Begoña me besó cálidamente como ella sabía mientras el sabor dulce y frío del cointreau se mezclaban con el del coñac que acababa de apurar en la copa. Aún le quedaban horas antes de que amaneciese el sábado y encaminara mis pasos a conocer a Antón Arceniaga...

jueves, 20 de diciembre de 2007

Alejandro (3)

... Abrí los ojos, tan solo veía el color oscuro de agua turbia que descargaba de forma perenne la Ría. El estómago lo sentía en la garganta, había escuchado tantas veces esas historias de la Guerra Civil, las separaciones, las muertes en frío de vecinos por una linde del campo, por un rechazo no asumido; verlo, vivirlo fue distinto.
- No tengo palabras, Alejandro.
- Es normal, no te aflijas, eso ya pasó y ahora ya no importa.


El viento amainaba, la lluvia era inminente así que Alejandro me indicó que le siguiera. No sabía la hora que era, ni siquiera el tiempo que llevaba con él, le seguí de forma mecánica hasta el faro antiguo que cerraba el puerto deportivo, en el que entramos sin necesidad de llave, ni apertura de su vieja puerta. Atardecía y, como buen faro, comenzó a girar el candil con su luz un cuarto de hora antes de la retirada del sol. Nos sentamos cada uno en una de las dos desvencijadas sillas que en alguna época sirvieron al farero que servía aquella estación; ahora estaba todo controlado por un software fabricado en China. Solo escuchábamos el ruido mecánico del candil al girar sobre su eje. Miré el reloj.


- No te preocupes, da igual lo que diga tu reloj, llegarás a tu hora con tu familia. Pero, déjame que siga con mi historia...


... hacía ya un año que estaba solo, Antón en su última carta de hacía ya mas de seis meses le contó que estaba en un pueblecito cerca de la ciudad de Exeter llamado Chesterfield. Cada vez que leía aquella carta no podía evitar que le brotaran lágrimas de impotencia. Cómo le diría que Amelia, su madre, había muerto en uno de aquellos bombardeos de esa infame guerra. Decidió no decírselo y, en cuanto pudo, se marchó al frente del Ebro, allí era donde creía que sería más útil, al fin y al cabo los oscilantes nacionalistas no le parecían de fiar como así ocurrió unos meses mas tarde. Por lo menos él debía cumplir la palabra dada a su hijo. Eso, o morir en el intento.

De la mano de esta burbuja del tiempo saltamos a la plena batalla del Ebro, ya entrado el otoño por la cantidad de árbol con la hoja perdida. Me encuentro dentro del propio Alejandro, es él quien me lleva al frente. Qué darían algunos historiadores por tener este puesto de observación tan privilegiado. Podía sentir de alguna forma su sentimientos, su miedo, excitación, angustia, rabia, dolor, cansancio, frío, me dejé llevar por la situación tal y como ocurrió y así pretendo contarla.


Estábamos en un pequeño pueblo llamado La Fatarella, al sur del Ebro. La situación se había estabilizado aunque los rebeldes nos estaban ganando la mano hacía varias semanas; aún así luchábamos con decisión y arrojo, realmente no teníamos ya nada que perder, era nuestra única oportunidad. Nuestras órdenes eran mantener la posición hasta la llegada de refuerzos y así poder hacer una ofensiva contra dos zonas fortificadas, con sus sendas ametralladoras y algún elemento de artillería ligera. Comenzaba a enfriar y nos faltaba ropa, en la trinchera nos juntábamos los libres de guardia cuerpo a cuerpo para darnos calor mientras de vez en cuando caía algún mortero o silbaba una bala perdida con ansias de sangre. No era ambiente de victoria lo que se respiraba allí, la desunión comenzaba a entrar por las rendijas de nuestro compañerismo. Sólo nos mantenía a pie firme en la trinchera el que la derrota solo significaría nada mas que la muerte o la persecución y eso era el mejor banderín de enganche para no desertar.

Dos días después al fin llegaron los refuerzos, un diezmado destacamento de tanques, de los cuales sólo cuatro podríamos llamarlos así, el resto eran camiones mal blindados. Llegó la hora al fin. Los preparativos se llevaron con una ansiedad inusual por nuestro capitán, Barrientos. Parecía como si los de enfrente tuvieran alguna deuda con él. La guerra todo lo acaba confundiendo, empiezas queriendo luchar por algo y acabas luchando contra tu vecino de fábrica, de piso, con tu antiguo amigo, en definitiva acabas por moverte contra algo con los peores y mas dañinos deseos.

Amanecía aquel día brumoso de otoño, los tanques marcaban la línea de ataque frontal. A nosotros, la “fiel infantería” nos tocaba hacer la carga junto a ellos a la orden de ataque de nuestro capitán. Este hombre, Barrientos, no superaba los 30 años y parecía que no iba a alcanzarlos. Llevaba el fanatismo propio de esta guerra inyectado en su mirada. Antes del ataque nos se dirigió a nosotros
- ¡Camaradas!, Ha llegado al fin nuestra hora, hay que destruir y exterminar a esos fascistas, son los enemigos del pueblo!. ¡Tenemos que echarlos de aquí hasta que se ahoguen en el Estrecho de un puntapie donde se pudran sus manos opresoras!. ¡Victoria o muerte!.¡Ni un paso atrás!
Mientras nos arengaba de aquella forma tan vulgar y predecible mi interior me decía que aquel podría ser el último día, no teníamos posibilidades con aquellos efectivos. Acaricié mi anillo de compromiso y palpé la última carta de Antón. Mi verdadera derrota se iba a cumplir, pues estaba casi seguro que no saldría vivo de aquel lugar.

- ¡Adelante, a por ellos!
Los motores de los tanques comenzaron a rugir y a moverse lentamente dejando una humareda negruzca a sus espaldas, algún camión blindado ya quedó enfangado. Mientras, yo como infante, ya estaba de nuevo solo con el fusil y lo que me permitieran correr mis piernas. Aquel nido de ametralladoras que tocaba a los de mi flanco comenzó a vomitar fuego según nos íbamos acercando, me rodeaban los silbidos y los ruidos metálicos de las balas golpeando el blindaje de aquello tanques. Yo gritaba como un energúmeno intentando aplacar mi miedo que quería gritar aún mas. A mi lado un mortero explotó deshaciendo en múltiples pedazos de humanidad sesgada, habían matado al cabo de mi brigada; yo quedé sordo de la explosión mientras corría y corría, adelantándome al blindado hasta que una punzada en mi vientre me paralizó, el ruido del tanque a mi espalda me hizo correr. Pocos segundos después note que me estaba orinando, “no hay tiempo para eso” pensé, seguí corriendo, ya estaban a tiro, comencé a disparar sin tino, lance las dos granadas el tanque cebó su metralla sobre aquellos soldados hasta que un proyectil los destruyó. Caí sobre aquel cañón humeante, no podía mas, los compañeros me alcanzaron y nos fundimos en un abrazo. Ya no salí de aquel abrazo, la hemorragia se había generalizado y morí a las pocas horas en aquel mismo nido de ametralladoras. Al final perdimos la batalla y Barrientos también “se vino” conmigo.



Como de una noria que se soltara de sus pernos, caí de nuevo a la realidad del ruido cadencioso del candil y la calma que irradiaba. Ahí estábamos Alejandro y yo después de aquella terrible batalla.

- ¿Sabes ahora por qué te necesito, Josu?....

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Alejandro (2)

... Comenzamos a pasear acompañados de la Ría en su tramo final, la lentitud propia de su edad y el silencio absoluto que nos rodeaba hacia que pareciésemos flotar en una burbuja aislada del mundo real conocido por mi hasta hacia pocos minutos. La gente que nos cruzaba, los niños jugueteando a nuestro alrededor no nos veían. Si no fuera por el leve olor que todavía desprendía mi polo a la colonia infantil de mis hijos, estaría soñando.

- No te inquietes, no soy un extraterrestre que vaya a abducirte a la vuelta de aquel recodo. Lo primero es presentarme, perdón pero nunca me caractericé por mi exquisita educación, me llamo Alejandro, nací con los albores del siglo pasado, así que ahora tendré..., bueno, qué mas darán unos años más o menos. Soy, bueno, fui marino, hasta que de la forma esperada pero nunca imaginada por mi encontré mi fin lejos de mi salado elemento, pero eso ya te lo contaré mas adelante. Ahora tan solo quiero que me acompañes, que me permitas mostrarte algo de gran importancia para mi, pues si eres como creo que de verdad eres, me ayudarás.

Lo miré mientras me sonreía desde aquel mar de arrugas en calma. No sabía que era lo que estaba pasando, pero la sensación era de una invasión en toda regla de calma, bienestar y una suave ola de ilusión por lo que todo aquello me podría deparar. No puedo asegurarlo, pero creo que mi mirada le devolvió lo que ya esperaba. Continuamos el paseo hablando de lo que nos rodeaba y como era cuando él tenia mi edad. Alcanzamos el extremo del faro que marcaba la entrada en la rada de Santurce, al norte la mar a punto convertir el invierno en realidad, al sur la Ría admitiendo su derrota final.

Soplaba un duro viento noroeste cargado de humedad, pero en aquella burbuja ideal nada nos afectaba. ¿Estaría muerto, quizá?. No, me di cuenta al instante pues, como a todo ser vivo cada cierto tiempo, me entraron ganas de ir al baño. Una vez repuesto de tal incontinencia Alejandro me invitó a sentarme junto a él sobre un petril que sobresalía del rompeolas quedándonos con la vista del puerto y la mar liberta a nuestras espaldas.

- Josu, te contaré mi humilde historia, aunque sea para mi la mas importante de este mundo irreal en el que deambulo desde 1938. No te asustes si te ves en medio de lo incomprensible pues te llevare directamente hasta allí.

Dicho y hecho, como si de la varita de un mago que tanto disfrutan mis hijos los sábados en TV me vi trasladado a los tristes y violentos años treinta. Realmente en ese momento no sabía si aquello lo estaba viendo en casa medio dormido en el sofa como tantas tardes de viernes, pero parecía del todo real. Podía ver a un Alejandro joven, rozando la cuarentena, vestido de militar con una mujer a su lado y un chaval que no alcanzaría los doce años. Andaban de forma apresurada hacia el muelle de... parecía el muelle de Uribitarte en el pleno centro del actual Bilbao. Un montón de gente con niños hacían cola en la pasarela de embarque, humo de máquinas de vapor entremezclado de hollín, gritos desgarradores me alcanzaban al oído. De pronto, una sirena lo tapó todo y la gente se puso a correr como buscando un sitio donde protegerse...
...- ¡Corre Amelia, por lo que más quieras!. ¡Corre!
Alejandro corría todo lo que le daba sus piernas, de la mano derecha arrastraba al pobre Antón que estuvo a punto de caer dos veces. Por fin se refugiaron debajo de un vagón de mercancías entre un grupo de hombres aterrorizados.
- ¡Son los nazis!. ¡Cubriros!
Las baterías antiaéreas no consiguieron abatir a ninguno, pero al menos lograron echarlos por esta vez. Recuperados del susto las gentes se fueron aproximando al buque aunque algo había cambiado, el silencio era espectral, ni un sollozo, tan solo se podía oir la voz del sobrecargo dando los nombres de los niños que irían a bordo hacia Inglaterra. El Nombre de Antón Arceniaga sonaría pronto, había que despedirse. Alejandro se puso de cuclillas frente a él.

- Antón, hijo, ya eres un hombre, tu madre y yo estamos orgullosos de ti y sabemos que vas a saber aguantar esta separación temporal. Hijo, te quiero con toda el alma y esa es la razón de que hagamos eso, porque te queremos y esta guerra no es buena para un niño. Volverás, te lo prometo, por todo lo que valga la pena.
La voz le temblaba, estaba a punto de llorar, siempre había soñado con embarcar a su hijo con él, enseñarle sus secretos; la ola a evitar, el viento que debería seguir, la luna que miente, el compañero leal. Ahora lo dejaba a bordo de un barco con nombre extranjero con la sospecha de que quizá no lo volvería a ver más. Era demasiado peso para él, no pudo más, rompió a llorar.
- Padre, no llore. Le propongo algo, un pacto entre soldados. ¿Acepta?
Alejandro lo miró tras sus ojos vidriosos, su cara llena de agua y sal sonrió.
- Dime Antón. ¡ A ver ese pacto!
- Yo dejaré muy arriba a los Arceniaga frente a los Ingleses y usted nos devuelve la libertad a madre y a mi. Esa que dicen que nos quieren quitar los rebeldes.
- ¡Trato hecho Antón!. ¡Un apretón de manos y un abrazo como los paisanos!. ¡Te prometo cumplir y estoy seguro que cumplirás!
Se abrazaron, Amelia lloraba aunque la sensación del amor circundante entre aquellos dos corazones daba a sus lágrimas un regusto agridulce.

Menos de una hora después, lágrimas, llantos, gritos de histeria, todos mezclados entre los largos y graves pitidos del buque que zarpaba ayudado por dos remolcadores hacía Inglaterra...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Alejandro (1)


Era ya muy anciano la persona de quien os voy a hablar , quizá ya hubiese cruzado el umbral de la centena. Apoyaba su testa sobre un bastón de color marrón claro cuya punta descansaba en el suelo protegida por una goma negra, como las de tantas mesas de algunas cocinas domésticas. Su rostro se mantenía atento a la evolución del Puente Colgante. Tantas veces lo había visto y sin embargo su contemplación no le aburría. De vez en cuando algún buque de porte mediano o un remolcador con ansias de cazar su presa del día se atravesaba en su mirada. Era en esos momentos cuando sus ojos se iluminaban algo más siguiéndolos con su mirada profunda, hasta que su imagen se mezclaba con la de las grúas del puerto y la bocana algunos cables más allá. Entonces se quedaba absorto en las últimas burbujas que, despistadas, emergían en el lugar en la que minutos antes había flotado una estela orgullosa de su nacimiento.

Muchas tardes me acercaba hasta allí, realmente me encantaba pasear por aquel lugar cuasi sagrado para mi en el que descansaba la antigua escuela en la que forjé mis sueños; podía observar los movimientos del puerto, ese olor mezcla contaminada de barcos, fábricas en desuso, y mar brava que invadía con su sal aquella rada. Los últimos fines de semana siempre me encontraba con aquel anciano al que parecía importarle poco lo que le rodeaba. Era como si esperase algo o como si ya lo hubiera perdido. Una tarde en la que contaba verlo no estaba en "su" banco, sorprendido me fui hasta la taquilla del Puente y pregunté por él al taquillero, Carlos, con el que de vez en cuanto me tomaba un vino por las callejuelas del Puerto Viejo.

- ¿Anciano sentado?. De verdad que no lo he visto nunca ahí. ¿Estás seguro, Josu?
Le juré, prometí y hasta aposté pagar los vinos de todo el año que lo veía allí todos los viernes y sábados.
- Josu, Josu, no bebas tanto, ¡ja,ja!. No he visto a nadie así en los últimos meses. Hay mucho jubilado paseando por el muelle, pero no he visto a un señor tan mayor en el banco de enfrente.
Lo dejé por imposible, me fui a casa a terminar el domingo con su tarde de fútbol y noche premonitoria de un deprimente lunes. Toda la semana me pareció enormemente larga, no parecía llegar ese ansiado viernes en el que todas mis fuerzas deseaban encontrarlo. Me prometí a mí mismo hablar con él si lo encontraba.

Por fin llegó el día, dejé a mi familia en casa entre la algarabía del inminente fin de semana; bici, playa, lectura, lo que fuera. Sentía la sangre correr por mis venas, no conocía a ese hombre de nada, pero algo me decía que tenía que ver conmigo. Creo que en mi primera cita adolescente la sensación fue de temor al fracaso, en esta era sólo ilusión por lo desconocido. Doblé la avenida y comencé a ver los enormes tirantes del Puente que lo aferraban a la tierra de este lado como a un Titán a punto de despegar. Enfrente, la hermosa villa de Portugalete brillante frente a un sol fresco y limpio del noviembre otoñal.
Ya enfilaba el paseo Churruca, ¡si!, ¡allí estaba!. Miré hacia la taquilla donde Carlos despachaba los tickets para el Puente haciendo señas para que comprobase que tenía razón. Fue inútil, había mucha cola, la gente quería volver a casa para comenzar el fin de semana y Carlos no estaba para ver nada mas que la máquina de los billetes.

- Buenas tardes, ¿me puedo sentar?
El anciano me miró esbozando una media sonrisa. En su mirada encontré algo familiar. Con un gesto pausado me señaló el banco. Ya estaba allí, me sentía algo extraño, como si hubiera entrado en una burbuja aislada del exterior. Podía ver el Gran Hotel de Portugalete junto al Puente al otro lado de la Ría. El remolcador regresando a su “nido” a descansar. Podía ver todo, pero no podía escuchar nada. Era como si viera una película muda.

- Hola Josu, supongo que estás sorprendido. No te preocupes, no estás loco. Solo tienes que levantarte, marchar y todo será como antes.
- Perdone mi atrevimiento, yo no le conozco pero usted si que sabe mi nombre. ¿Qué me he perdido?
El anciano sonrió, parecía mas joven.
- No te has perdido nada y puedes encontrarlo todo. Anda, ayúdame y te contaré un poco del porque te he hecho llamar...








sábado, 15 de diciembre de 2007

Voluntad, Libertad

Nieva sobre el hielo que derrite la ciudad,
cadenas en las ruedas que atenazan la verdad,
color gris en nubes cargadas de maldad,
voces que surgen para acallar la voluntad.

Voluntad, palabra imperial emulando al vendaval,
unida a la verdadera libertad hacen el frente mortal.
Es la primera un riesgo a tomar,
Es la segunda un derecho a ganar.

Libre crees ser al decidir, puede ser.
Quizá tu vida nada sea mas que un manglar
con sus enredaderas y humedad, barro y crecidas de mar.
Tú serás quien decida lo que será de verdad.

Se consciente de tu alma escondida,
allí donde la tengas, allí donde se esconda.
Pues de una forma o de otra ella te lo dirá.
Y así tu devenir será,
sueño y realidad, realidad y sueño,
nada menos, nada más.

Son los sueños de las luciérnagas
luciendo en la noche temprana del dolor
las que mantienen viva la esperanza del verdadero amanecer,
el que nos haremos merecedores con nuestra sagrada lealtad.

jueves, 13 de diciembre de 2007

La Justicia, Hoy

Recias, turbulentas pasiones que anulan la respiración.
Personas que reciben el daño de quien desea hacerlo a los demás.
Dioses arbitrarios, pequeños, restos
de algún oculto y oscuro decimonónico sentir.
Dolor general de un cuerpo anquilosado
por esa inmovilidad perpetua que lo vio nacer.
Nuevas brisas que solo a eso alcanzan,
pues Eolo no parece existir.
Limpia se percibe la superficie
ocultando su podredumbre bajo tal disfraz.

Quién poseerá el elixir afortunado,
ese que consiga abrir las puertas de la luz real,
la que borra de un rayo lo gris y lo huraño, quién.
Negros corazones sobrevuelan la casa del mago esperando su señal,
corazones temblorosos ante su dedo fatal
pues se saben derrotados sin él.
Qué dirá, dónde habrá que morder, donde matar.
Ellos saben que la sangre vertida traerá mas,
pero solo les ocupa cumplir su señal.
Epopeya maldita sin pública sentencia
que la sangre mortifica sin lugar a razón.


¿Existe un cielo?,
yo no lo creo,
por eso la justicia, hoy.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Rayo, Fogonazo, Vibración

Lluvia que golpea con desgana el pequeño autobús, la misma con la que avanzamos hacia casa. Los niños, unos derrotados se dejan abducir por Morfeo y sus brazos encandiladores, otros manteniendo sus ojos apasionadamente fijos en la maniobra del conductor. Nosotros, adultos en retirada con mas años en la espalda que promesas de ellos sobre el pecho aprovechamos el momento para descansar del día de diversión, o quizá de la dura batalla por mantener el tipo a todo el abanico de elementos posibles. La tormenta devoraba la poca luz mezclada con el viento que retaba a los gaiteros a ver quien silbaba mas rotundo.

El puente seguía en obras, mientras las retención para atravesarlo se hacia tan larga como la imaginación de los que la mirábamos. Al fin lo embocamos, su estrechez debido a la ampliación, qué contradicción, era máxima; desde las ventanas del lado del conductor se podía ver la caída libre que nos esperaba a un fallo de este, mas de sesenta metros sin freno hasta el pequeño riachuelo que pacíficamente, ajeno a nuestro devenir mas arriba, se iba acercando a destino final, poco mas allá en San Pedro.

Una luz me deslumbró, como un rayo, sentí una terrible vibración interna, la sensación de que el autobús había golpeado las defensas y caíamos. Cuando ´pude recobrar la visión parcialmente, pode ver a los niños del asiento delantero que seguían pegando su mirada a las maniobras del conductor. Detrás se oía cantar. Todo seguía igual...

Todo no, ella me había cogido de la mano mientras apoyaba su cabeza sobre mi hombro.

Poco después llegamos a casa, pero eso es lo de menos...

viernes, 7 de diciembre de 2007

El Silencio

El silencio como mi única compañía,
el silencio como mi única melodía.
La paz de los muertos que alguien diría
la paz desde la que nace mi anónima reflexión,
seguro también es que esto alguien lo pensaría.

Me apoyo en el candelero oxidado
sobre la cubierta del navío de mi vida
observando el infinito fin que me espera.
Sin definirse nada, tan solo percibo una línea
que ni siquiera es real, sólo es un contraste
entre la real existencia de líquido creador
y la invisible presencia del aire vivificador

Nadie encuentro a bordo, todo funciona “per se”.
Sólo mi pensamiento sabe porqué vira el timón.
El silencio de la soledad reinante como única razón
sobre mi propia mar, océana, salina y bramante.
Miradas livianas que evitan hábilmente cruzarse
navegando en otras latitudes, derroteros letales
de turbias tormentas y recias tempestades.

El silencio como única compañía
El silencio como única melodía.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Estimado Censor

En estas me encuentro pensando o intentado hacer algo de interés con mi exiguo cerebro cuando sin más, ¡plas!, la Navidad ya enseña los primeros destellos de luz artificial. ¡Qué bonito!, me dirá usted. ¡Hermosa época la que se avecina!, diría la esposa de usted. Mas yo por más que giro y giro mi mareada cabeza no le encuentro la beldad a tal temporada, o eso creo tal como la tenemos hoy día de amanerada.

Por creyente no me cuento, aunque si educado en este medio anfibio mezcla de judeo y parte de cristiano. Esa razón y que la fiesta, venga del manantial que venga, presto estoy a beberla hacen que me gusten tales eventos. Aún de verla algo amnerada, no niego que son fechas que me hacen sentir el fértil encanto de la cercanía del ser querido y amado.

Dicho esto, me pregunto algo que no se si usted sería capaz de encontrar respuesta clara, razonamiento diáfano como el cielo azul bañado por un nordeste cantábrico. ¿Esto de la navidad como celebración es quizá algún proyecto económico-industrial?. Si, algo creado por entes vestidos de sumos sacerdotes que protagonizan una película para mantenernos ocupados en gastar, para pedir prestado para poder gastar, para volver a pedir prestado para continuar viviendo. Todo en aras de la mayor gloria de algún dios de incoloro color e insípido sabor, al que hemos de buscarle tanto uno como el otro a través de algo que llaman fe.

No se ofenda mi amigo Censor, no deseo dañar conciencias ni sentimientos. Es simplemente una duda. Porque realmente la celebración en general carece de sustancia como tal, para un humilde pensador como yo, en el momento en el que pasamos al postre y algunas familias se desencuentran, otras ni siquiera se han encontrado, y las mas malviven el mismo. Eso si, nos asedian los buenos vinos y menús pantagruélicos, iluminados por millones de watios de luz en las calles solitarias que no lo necesitan y mientras tanto contaminan el mundo que, según esos sumos pontífices, nos creó ese dios para que lo cuidásemos.

¿Usted cree que sería mejor sentir esta fiesta de forma mas sencilla y agradable?, sin compromisos rellenos de hipocresía, para así sacar lo humano y verdaderamente bueno de cada beso, mirada y sonrisa alrededor de la mesa. Una vez pasada la celebración habrá tiempo y dinero para regalarse algo y regalarlo a quien delante se presente.

Mi respetado Censor, ¿usted qué opina?


lunes, 3 de diciembre de 2007

El Hielo del "San telmo" (y fin)

...Nevaba, los gestos en cada uno de los semblantes eran algo que nunca podré llegar a definir en modo alguno. Tuve que dejar en tierra a mi alférez Domingo Matallana como responsable del destacamento, tal y como me lo había indicado el Brigadier Porlier. Domingo era un hombre bregado en situaciones límite y aquella era la madre de todas ellas. Domingo y yo nos salvamos mutuamente la vida varias veces combatiendo al francés y eso nos llegó a unir como hermanos; no puedo expresar fielmente lo que me corrió por el cuerpo al abrazar por última vez a Domingo, nadie se atreverá a decir frente a mi que el temblor de mi cuerpo era debido al frío, pues ardía, quemaba de maldita impotencia, las lágrimas que brotaron de mis ojos eran tan intensas que ese maldito frío no fue capaz de solidificarlas en mi piel, confundiéndose entre la tierra salvaje que dibujaba la orilla sobre la que varaba la “Esperanza”, disueltas allí para siempre.

La “Resolución” zarpó la primera empujada por aquellos hombres como los condenados en una especie de burla del destino. Seguido a ellos con un cable de distancia zarpamos nosotros de la misma forma. Yo, como si de un Caronte a la inversa, tenía la sensación de que los quedaban para siempre en el Hades eran ellos y no la tripulación que iba conmigo a bordo. La derrota trazada era alcanzar las Malvinas, la isla Aurora o alguna costa del sur del continente Americano, pero siempre rumbo al Atlántico. En el caso de que las condiciones de la mar y el viento nos separasen, cada una tomaría sus rumbos sin esperar por la otra, otra vez la salvaje regla de este gélido mundo helado.

Los brazos al viento, los corazones de uno y otro lado de aquella brecha helados por el temor. Aquella partición no llevaría a nada o sería el triunfo absoluto. Decidí no sentir nada mas que rabia por alcanzar la meta, un último vistazo y no volver a verlos hasta no arribar con navío y
pertrechos. “¡Triunfo o muerte!”, pensé, pero al mirar a mis hombres sentí que me observaban y gritaron como uno solo. “¡¡¡Triunfo!!!”. La moral era lo que hacia falta y la teníamos.
El viento comenzó a bramar por aquel pequeño y escarpado paso hacía mar abierto, desde lo alto de las dos paredes que franqueaban ese estrecho montones de pingüinos nos gritaban como avisando, como queriendo detenernos.


- ¡Remad!, ¡Fuerte!. ¡Hay que vencer a la maldita corriente!
Además del viento que luchaba contra nosotros entrando entre aquellos riscos como si hubiese algún fuelle detrás, una corriente de dos o tres nudos nos quería arrumbar contra los acantilados. Con mucho esfuerzo, casi exhaustos, salimos a mar abierto, la otra lancha ya había largado el aparejo y enfilaba el rumbo prefijado. Nosotros comenzábamos a realizar aquello mientras podíamos ver la poca entidad que representábamos ante aquel mar que nunca sonreía. La “Resolución” escalaba las olas tragando agua y desaparecía al bajar por aquellas pendientes hacia el mismo infierno. Las posibilidades se reducían conforme nos adentrábamos en el océano.

Habían pasado ya dos días, terribles y sin cuartel, perdimos a nuestra hermana la noche anterior, manteniendo el rumbo norte conseguíamos los dos nudos, casi tres aunque hacíamos agua por todas partes y debíamos recoger trapo para no hundirnos. La mañana del cuarto día divisamos tierra. Fue un regalo del cielo y enfilamos nuestra proa hacía aquel lugar, necesitábamos reparar. Conseguimos acercar nuestra”Esperanza” a aquella inhóspita costa que, al menos, se hallaba resguardada de los vientos. No encontramos un lugar seguro donde varar por lo que continuamos barajando la costa, la lancha era un puro coladero de agua y antes de anochecer ordené embarrancar en las rocas. Arribamos a tierra, descargamos todo lo que era salvable pero todos sabíamos que aquel sería nuestro fin. Construimos un pequeño refugio a modo de campamento y organizamos los cometidos de aquella improvisada guarnición sin saber el tiempo que duraríamos allí.

Esta es la historia del fin de mis días como soldado del rey a bordo del “San Telmo”. Hubo que ejecutar a hombres que enloquecieron, otros huyeron de la mano del pánico en noches de silencio trepanador. Hoy 25 de octubre de 1819 acabo de lanzar por el acantilado el cuerpo de mi último compañero, Luis Muñate, artillero de la villa de Luanco, descanse en paz. Me muero y solo deseo a quien encuentre estas líneas escritas con la sinceridad de quien se sabe a las puertas del Altísimo, las envíe a mi familia y una copia a nuestro Rey.

Desde este pequeño cubil que construimos llevo ya 22 días y siento que mis fuerzas mueren con mi pensamiento. Esta mañana, cuando lanzaba a Muñate sobre el acantilado creí avistar una vela de bergantín, pero supuse que era un maldito sueño más. Deseo que mi cuerpo descanse y que esta triste historia sirva para recordarnos a todos los que aquí dejamos el cuerpo. Íbamos a defender algo caduco, que tocaba a su fin, al menos no hemos tenido que matar a ningún hermano para la gloria de injusticia alguna. Me despido en paz.”

Capitán Andrés Murguía.





Ningún hombre de los reales o inventados por mi sobrevivió a semejante prueba. Cien años después, Ernest Shackleton logró con éxito una gesta de similar envergadura permaneciendo mas de un año en aquella "terra incognita" y alcanzando en una pequeña lancha la ayuda para salvar a sus hombres. Era 1914 y la zona ya estaba habitada en las islas por balleneros y cazadores europeos y americanos.

domingo, 2 de diciembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (6)

...brillaban como sendos soles, aunque eso era lo que nos inspiraba, al fin y al cabo era el pasaporte hacia algún lugar donde la vida existiera. Durante las durísimas labores de aquellos tres días los hombres fueron cayendo de forma continuada, mas de la mitad de toda la dotación a salvo había muerto ya o estab en trámites de hacerlo. Al principio intentamos enterrar los cuerpos cristianamente, pero la dureza del terreno y el excesivo número de caídos no lo permitió. Así, la primera misión de uno de las dos lanchas fue terrible, pues consistió en sepultar bajo las insensibles aguas de la bahía a cada hombre que iba cayendo atado a la primera primera piedra que pesara lo suficiente para darle fondo. Lo terrible de la situación, si es que hubiese algo más terrible que otro era que muchos estaban viendo lo que harían con ellos al día siguiente. Las escenas de pánico y desesperación acababan explotando aunque la poca fuerza de los cuerpos las hacían de fácil sofocación.

Llegó el día, las dos lanchas ya estaban listas y en estado de revista, a la primera la llamamos “Resolución” y a la segunda “Esperanza”. Eran muy distintas pues la primera fue una recuperación “in extremis” de la lancha del navío y eso le daba un mejor aspecto y aparentaba mejores condiciones; “Esperanza” ya era una lancha fabricada con los materiales acopiados, sus líneas no llevaban la continuidad de "Resolución" pero en las pruebas resultó tan marinera como su hermana. Llevaban un palo central permitiendo izar una vela cangreja de “mayor” y un foque a proa cada una. La capacidad de transporte no superaba los cien hombres entre los dos. No iba a ser suficiente pues aún quedábamos en pie 295 hombres.

Porlier, Toledo y yo mismo nos retiramos mientras todo el mundo permanecía ocupado en sus cometidos. El brigadier abrió el fuego.
- Caballeros, no tengo que comentar lo que ya les ronda en la mente. No hay plazas para todos.
- Mi brigadier yo me quedaré con parte de los hombres que mejor se encuentren mientras vos y el capitán marinan las dos lanchas.
El capitán Toledo también se ofreció, tras lo que se produjo un pequeño silencio entre aquel triángulo de almas atormentadas por aquella terrible responsabilidad. Porlier tenía todo decidido ya, como tantas otras veces.
- Gracias a los dos pero las cosas no serán de esta guisa. Seré yo el que permanezca con una guarnición, armas y pertrechos para sobrevivir y ambos marinarán las lanchas. Capitán, usted será el comandante de la “Resolución” y usted Murguía con el segundo y el nostromo marinará la “Esperanza”. No hay discusión al respecto y quiero que antes de media hora hagan sus respectivas tripulaciones, aquí les entrego la lista de hombres que habrán de quedarse conmigo, los demás serán de su total elección.

Nos miramos deseando no haber nacido en aquel momento. Por no sé que estraño desvarío del destino Nuestro señor había decidido que debía decidir a quién dejaría soñar y a quién solo permitiría esperar sin mas. esta vez no madaría a nadie a morir por la Patria, por el Rey, simplemente mandaría a alguien morirse porque sí, porque no tengo posibilidad de darle otra opción. Me armé de valor y le presenté la lista de hombres a Porlier en el tiempo prefijado. Mientras la elaboraba los hombres se mostraban inquietos, temerosos como el que espera recibir alguna mala noticia que en aquella isla seguramente sería peor aún.

Y llegó el momento, las dos lanchas a vela varadas sobre la orilla oscura contemplaban inmóviles el momento. Porlier explicó como mejor supo hacer el plan de acción, les dio esperanzas poniéndose a él mismo como ejemplo de convicción y comenzó a enumerar las dotaciones de las lanchas y de la guarnición. “Resolución” y “Esperanza” esperaban, los cuarenta bramantes estaban tras la loma ya..

sábado, 1 de diciembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (5)

...Desperté helado, no sentía los dedos de las manos. Un marinero, por orden del Brigadier iba dando culatazos de mosquete a todo el mundo para comprobar el estado de cada hombre. Me incorporé como pude sentándome sobre la lona, la tempestad había amainado en aquel inicio del invierno austral, parecía una tregua, un respiro antes de continuar. Estaban amontonando leña procedente de los restos inservibles del navío en tres montones. Minutos después dos de ellos ardían tímidamente, cogiendo al fin lumbre en cuanto todo el mundo se arremolinó a su alrededor permitiendo que la hoguera se avivase. Porlier se acercó a mi
- Andrés, hay ya doce hombres con síntomas de congelación que no creo que duren hasta mañana. Ha amainado el temporal así que vamos a intentar sacar todo lo aprovechable del barco, quizá podamos construir algo para salir o al menos madera, clavos y lo que sea para aguantar mientras podamos.
- Tienes razón creo que lo mejor será mezclar parte de mis hombres con tus marineros. En dos destacamentos. Uno que vaya al navío contigo y el otro que venga conmigo para hacer una descubierta. Debemos encontrar alguna zona mas al abrigo antes de que esto se vuelva a cerrar del todo.
Así quedamos, los hombres que estaban en peor estado los acercamos a la lumbre y nos despedimos en silencio los tres grupos con el pacto de regresar en menos de cuatro horas allí.

Caminábamos en un grupo compacto de 25 hombres, todos conectados a una de las maromas recuperadas del “San Telmo. La visibilidad era óptima, pero lo valoré como necesario para no perder a nadie por desfallecimiento. Subimos una ladera suave que se hizo eterna, aquellas temperaturas bajo cero mil veces nos hacían perder el sentido de la propia respiración, el vaho caía en forma de pequeños copos de hielo, las extremidades se movían de forma automática sin saber si era nuestras o había algún ser mas arriba que las gobernaba como los títeres que tanto disfrute me provocó en mi infancia.
Al fin alcanzamos la loma cayendo al duro suelo sin importar el frío o el riesgo a quedar congelados. La visión desde allí hacia el sur era algo digno de recordar, aquella isla o punta de continente a la que habían arribado tenía una bahía enorme, abrigada tanto a vientos como a mares bravíos. “Al menos allí abajo estaremos mejor y podremos plantear la salvación”, pensé. Decidí no seguir pues la vista daba por definidas las posibilidades.

- ¡Volvemos al punto de salida!. ¡Andando todo el mundo, que nadie se pare un minuto más!
Horas después todo el mundo se encontraba ya al calor de la lumbre que ahora crepitaba de forma intensa gracias a el material para quemar que trajo el destacamento de Porlier.
Despues de anunciar el descubrimiento comenzamos a preparar la expedición, eso si, antes comimos algo templado que dio unas alas mas por la ilusión de lo que ingeríamos que por lo que calentaban por si mismas aquel agua cuasi fresca con trozos de carne dura como las condiciones que nos rodeaban.


Nos costó casi una jornada completa alcanzar la orilla de aquella enorme ensenada donde montamos un campamento que permitiera unas mínimas posibilidades de supervivencia. Aún así, todo era momentáneo, pues la tempestad entraría de nuevo, el invierno austral estaba en su nacimiento, no existía combustible alguno salvo el propio San Telmo que en pocos días no sería mas que una muesca sobre aquel colmillo pétreo que lo desfondó. Había que tomar una decisión rápida, la que fuera pero que diese alas al pensamiento de los hombres. Por eso, una vez establecido el campamento nos reunimos los oficiales del San Telmo y los míos con el Brigadier Porlier.
- Caballeros, no es necesario que les indique la situación crítica en la que nos encontramos. No nos queda mucha madera para sobrevivir, por la comida no hemos de temer pues hay cantidad de lobos marinos, focas, etc. que cazamos con facilidad. Es el frío el que nos matará...

Porlier, que ya tenía en su cabeza lo que todos teníamos también, pues no habia otra solución, continuó.
- La solución única y con alguna posibilidad es aprovechar al máximo el material del “San Telmo” para poder salir de aquí con el máximo numero posible de dotación y encontrar costa cristiana en la que pedir ayuda.


Porlier quedó en silencio escrutando las miradas de todos, buscando el miedo, la inseguridad o la decisión. Lo encontró todo. Ahora me tocaba a mi, que para batallar en tierra estaba preparado.


- Mi Brigadier, en mi opinión, esta vuecencia acertado al ciento. Cada segundo perdido es una posibilidad de salvación menos, por lo que creo deberíamos continuar acopiando todo el material útil del navío y que la maestranza dirija las labores de construcción de esquifes o lanchas válidas para zarpar de inmediato.


Todo el mundo estuvo de acuerdo, se dispusieron la órdenes y dividimos ala dotación en buenas condiciones en constructores, proveedores de alimento y acopiadores de material. Fue una dura labor que al tercer día ya daba sus frutos, al mismo tiempo que la ventaja de que aquellos infames bramantes nos habían dado amenazaba por terminar...